Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad!!! y 2013


Feliz navidad a todos los astrologos del Mundo!!!!!!!!
y a quienes no lo son ni creen en nosotros también


El Carabobeño 31 diciembre 2012

Guillermo Mujica Sevilla || 

De Azules y de Brumas

Recordando un Año Nuevo
De todas las fiestas navideñas, una de las más alegres o tristes según el caso, es la celebración del Año Nuevo. En Frankfurt, Alemania donde viví casi dos años, el Año Nuevo, como la Navidad, era una fiesta familiar. Solamente el día después o sea, el 26 de diciembre y el 2 de enero se celebraba con los amigos, fuera de la familia.
Lo que allí vi, corresponde a una ciudad alemana, en la que la posguerra todavía estaba presente. Vivía en un sector, cercano al zoológico, en un edificio semidestruido en su parte superior, que había sido rentado a algunas familias extranjeras, entre ellas la mía. Los alrededores, puros escombros. Entre los restos de casas y edificios, los laboriosos alemanes habían construido lo que aquí podríamos llamar “tarantines”, donde vendían frutas, artículos alimenticios, etc. En la esquina cercana, había una bodega en un edificio antiguo, derruido del primer piso hacia arriba.
Enfrente de esta bodega había una especie de café, cuyos clientes eran fundamentalmente obreros del mercado cercano. En invierno, debido al frío, la puerta de este café permanecía cerrada. Una señorita técnica alemana, de muy grata recordación, nos había esperado en el aeropuerto de Frankfurt, y nos había acompañado durante más de quince días en las diligencias correspondientes a la instalación nuestra en la ciudad.
Recuerdo que habló en el restaurante cercano para que nos trataran con diligencia y amabilidad, ya que los clientes, repetimos, eran fundamentalmente obreros. Con el ánimo de ayudarme más, la señorita (Ruth Wolff) me había anunciado no como un alumno de postgrado, sino como un profesor suramericano que iba a dictar un curso en un instituto médico. Quizá por esto, la recepción en el restaurante fue casi principesca: La dueña dejó lo que estaba haciendo y se vino a la entrada y me recibió con sus hijos, haciendo reverencias y llamándome ¡Herr Professor!. Yo no quería llamar la atención, pero entre los obreros comensales se produjo un movimiento de gran admiración. Me miraban desde todos los lados, cuando justamente yo quería pasar inadvertido. En los días que siguieron todos los humildes vecinos me abrumaron de gentilezas y muestras de afecto.
Entre tanto, en aquella ciudad se celebraba principalmente con luces de Bengala de varios colores que se lanzaban desde los balcones. Debo recordar que en aquella época aún no se había desarrollado el arte de la pirotecnia o de los cohetes hasta el grado de hoy.
Desde luego, a pesar de la alegría ambiental, a nosotros nos invadía la nostalgia, recordando a los familiares, amigos y a la patria lejana, en un tiempo en que las comunicaciones telefónicas no habían adquirido el desarrollo de hoy.
Por todo lo anterior, mis recuerdos de Año Nuevo giran alrededor de aquel tiempo de Alemania, en que el “Bau- bau” de los lobos marinos del zoológico cercano “amenizaba las noches”.
El Año Nuevo antes en nuestra ciudad Valencia, era más tranquilo y menos peligroso: Se daba el abrazo en las plazas a la gente cercana, conocida o no, después del “cañonazo” celebrando con mucha euforia la llegada del nuevo año y deseándose que el mismo, esté colmado de felicidad.
El tiempo ha transcurrido y los cambios a través de los años han cambiado muchas partes de nuestras costumbres de antaño donde reinaba mucha Paz y tranquilidad y en cambio ahora, existe la misma ilusión navideña, pero con menos seguridad ciudadana la cual añoramos profundamente.
Sea propicia la ocasión para desear a todos los valencianos y carabobeños, especialmente a nuestros lectores, lo mejor de lo mejor en el año venidero, e invitarlos seguir luchando en la recuperación de nuestro casco histórico, que durante muchos años, ha sido y seguirá siendo “Un hermoso portal” de nuestra Historia Patria.
Valencianos y carabobeños: FELIZ Y PROSPERO AÑO 2013.

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