Leonardo Pizzolante: el hombre tras el sonido
LINDA D´AMBROSIO | EL UNIVERSAL
martes 20 de agosto de 2013
En 1981 abrió sus puertas, en un local cercano a la Plaza del Ángel, lo que habría de convertirse en una especie de templo del jazz en Madrid: el Café Central.
Reseñado por la revista británica Wire y por la americana Down Beat como uno de los mejores clubes del mundo en su género, el Café Central albergó durante muchos años un piano de excepcionales características: un Yamaha C3 adquirido el 30 de septiembre de 1988, que progresivamente fue deteriorándose. El Café Central decidió cederlo en venta a una familia y de allí lo rescató el propietario de otro club, hechizado no sólo por las particularidades sonoras del instrumento, sino por la historia de la que había sido partícipe durante su permanencia en el mítico recinto de la Plaza del Ángel.
El diario español El País relata el proceso de reparación, en el que habría de desempeñar un papel protagónico Leonardo Pizzolante.
Los propios representantes de Yamaha albergaban pocas esperanzas de que fuera posible recuperar la calidad del instrumento, pero entonces apareció en escena aquel a quien el periódico español denomina "ese gran curandero venezolano" y operó el milagro.
Proveniente de una familia eminentemente musical (baste recordar a su hermano Arnaldo, pianista, y a Ítalo Pizzolante, compositor), había tenido siempre clara su natural inclinación hacia lo artesanal, su necesidad de interactuar físicamente con las cosas a través de las manos.
El primer piano que Leonardo afinó fue el suyo propio. Estaba sobradamente familiarizado con el instrumento en su calidad de profesor de interpretación, y la experiencia habría de descubrirle lo que en lo sucesivo se convertiría en su pasión: un oficio que sintetizaba los aspectos mecánicos y musicales que tanto le interesaban.
Maravillados por el sonido del piano, quienes acudían a su casa le pedían que afinara también los suyos. Ello facilitó que fuera conociendo diferentes modelos, mecanismos y materiales. Comenzó en aquel entonces un minucioso registro de cada uno de los instrumentos que intervenía, en el que, como si de una historia clínica se tratara, volcaba detalles como los datos de fabricación, el equipo necesario para intervenirlo y si se había sustituido alguna pieza. Este registro le permitiría a la postre, si se lo propusiese, efectuar un análisis estadístico de los rasgos que caracterizan cada modelo y cada casa manufacturadora, hasta según el año en el que han visto la luz.
Ya en 2001 su trabajo le había hecho acreedor a una plaza en la Academia Yamaha en Japón, en donde habría de permanecer recluido durante varios meses, como si de un proceso iniciático se tratara. Leonardo encontró muy interesante el intercambio de experiencias con otros técnicos, pero la práctica demostró que en algunos aspectos se encontraba tan versado como los propios docentes, lo cual dio lugar a una situación excepcional: en vista de que ya dominaba las facetas manuales del oficio, su preparación habría de centrarse en desarrollar su capacidad para afinar de oído. No por ello se libraría de pasar por el extenuante examen final de la Academia: reconstruir un piano a lo largo de dieciséis largas horas y entregarlo enteramente afinado.
Hoy en día existen aparatos electrónicos, eficaces herramientas que coadyuvan en el proceso de afinación y proporcionan hasta un registro visual de cada nota. Sin embargo, el desafío para el técnico afinador es, no solo identificar cuál es el sonido que debe producir el instrumento, sino también saber cómo lograrlo, tanto en términos tonales como en lo relativo a características como la intensidad y resonancia. Y un segundo reto es lograr que ese sonido perdure, pues factores como la humedad y la temperatura afectan los materiales y la tensión de las cuerdas, ocasionando que la afinación se vea alterada. Por ello es necesario revisar continuamente el instrumento, sobre todo cuando está destinado a una sala de conciertos.
La creciente destreza de Leonardo, tanto a nivel técnico como al amparo de su sensibilidad musical, le llevó a convertirse en el responsable de pianos como el del Teatro Teresa Carreño en Caracas. A partir del año 2005 se radica en España, alternando el cuidado y la reparación de los instrumentos en la península con periodos de permanencia en Venezuela, en donde ciertos intérpretes e instituciones no confían más que en él.
Este hombre, cuya pericia va siendo ya legendaria, surge y se desarrolla en el medio venezolano, forjando su conocimiento en base a la tenacidad y la pasión, buscando la excelencia y trabajando incansablemente, hasta hacerse acreedor del reconocimiento internacional del que ahora disfruta. Que sirva de modelo en épocas de desaliento para perseverar en el trabajo, profundizando en lo que verdaderamente nos entusiasma.
linda.dambrosiom@gmail.com
Reseñado por la revista británica Wire y por la americana Down Beat como uno de los mejores clubes del mundo en su género, el Café Central albergó durante muchos años un piano de excepcionales características: un Yamaha C3 adquirido el 30 de septiembre de 1988, que progresivamente fue deteriorándose. El Café Central decidió cederlo en venta a una familia y de allí lo rescató el propietario de otro club, hechizado no sólo por las particularidades sonoras del instrumento, sino por la historia de la que había sido partícipe durante su permanencia en el mítico recinto de la Plaza del Ángel.
El diario español El País relata el proceso de reparación, en el que habría de desempeñar un papel protagónico Leonardo Pizzolante.
Los propios representantes de Yamaha albergaban pocas esperanzas de que fuera posible recuperar la calidad del instrumento, pero entonces apareció en escena aquel a quien el periódico español denomina "ese gran curandero venezolano" y operó el milagro.
Proveniente de una familia eminentemente musical (baste recordar a su hermano Arnaldo, pianista, y a Ítalo Pizzolante, compositor), había tenido siempre clara su natural inclinación hacia lo artesanal, su necesidad de interactuar físicamente con las cosas a través de las manos.
El primer piano que Leonardo afinó fue el suyo propio. Estaba sobradamente familiarizado con el instrumento en su calidad de profesor de interpretación, y la experiencia habría de descubrirle lo que en lo sucesivo se convertiría en su pasión: un oficio que sintetizaba los aspectos mecánicos y musicales que tanto le interesaban.
Maravillados por el sonido del piano, quienes acudían a su casa le pedían que afinara también los suyos. Ello facilitó que fuera conociendo diferentes modelos, mecanismos y materiales. Comenzó en aquel entonces un minucioso registro de cada uno de los instrumentos que intervenía, en el que, como si de una historia clínica se tratara, volcaba detalles como los datos de fabricación, el equipo necesario para intervenirlo y si se había sustituido alguna pieza. Este registro le permitiría a la postre, si se lo propusiese, efectuar un análisis estadístico de los rasgos que caracterizan cada modelo y cada casa manufacturadora, hasta según el año en el que han visto la luz.
Ya en 2001 su trabajo le había hecho acreedor a una plaza en la Academia Yamaha en Japón, en donde habría de permanecer recluido durante varios meses, como si de un proceso iniciático se tratara. Leonardo encontró muy interesante el intercambio de experiencias con otros técnicos, pero la práctica demostró que en algunos aspectos se encontraba tan versado como los propios docentes, lo cual dio lugar a una situación excepcional: en vista de que ya dominaba las facetas manuales del oficio, su preparación habría de centrarse en desarrollar su capacidad para afinar de oído. No por ello se libraría de pasar por el extenuante examen final de la Academia: reconstruir un piano a lo largo de dieciséis largas horas y entregarlo enteramente afinado.
Hoy en día existen aparatos electrónicos, eficaces herramientas que coadyuvan en el proceso de afinación y proporcionan hasta un registro visual de cada nota. Sin embargo, el desafío para el técnico afinador es, no solo identificar cuál es el sonido que debe producir el instrumento, sino también saber cómo lograrlo, tanto en términos tonales como en lo relativo a características como la intensidad y resonancia. Y un segundo reto es lograr que ese sonido perdure, pues factores como la humedad y la temperatura afectan los materiales y la tensión de las cuerdas, ocasionando que la afinación se vea alterada. Por ello es necesario revisar continuamente el instrumento, sobre todo cuando está destinado a una sala de conciertos.
La creciente destreza de Leonardo, tanto a nivel técnico como al amparo de su sensibilidad musical, le llevó a convertirse en el responsable de pianos como el del Teatro Teresa Carreño en Caracas. A partir del año 2005 se radica en España, alternando el cuidado y la reparación de los instrumentos en la península con periodos de permanencia en Venezuela, en donde ciertos intérpretes e instituciones no confían más que en él.
Este hombre, cuya pericia va siendo ya legendaria, surge y se desarrolla en el medio venezolano, forjando su conocimiento en base a la tenacidad y la pasión, buscando la excelencia y trabajando incansablemente, hasta hacerse acreedor del reconocimiento internacional del que ahora disfruta. Que sirva de modelo en épocas de desaliento para perseverar en el trabajo, profundizando en lo que verdaderamente nos entusiasma.
linda.dambrosiom@gmail.com
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