Fernando Luis Egaña || Estatuas y ruinas
flegana@gmail.com
Es pública, notoria y comunicacional la campaña oficialista para tratar de “deificar” al ex presidente Chávez. Y aunque no se pueda saber qué opinaría él al respecto, sí se sabe de sobra que el culto a su personalidad empezó hace muchos años.
De hecho, empezó antes de que llegara a Miraflores y con la participación activa de importantes medios y comunicadores. Muchos de los cuales, por cierto, se fueron alejando de ese culto y hasta se convirtieron en severos críticos.
Ya desde el poder, el tributo se cultivó primero por adulancia, después como estrategia política y se supone que ahora como asidero propagandístico para un régimen que ha conseguido arruinar a Venezuela con el barril de petróleo por encima de los 100 dólares.
En el presente, la referida campaña tiene diversas facetas: desde la rimbombancia retórica de Maduro y compañía, hasta la afectación de la toponimia pública para cambiarle el nombre a plazas, avenidas y localidades -hasta ahora- y rebautizarlas con el del fallecido mandatario.
Y ni los textos escolares se han salvado del burdo falseamiento para acomodar los intereses políticos. Da grima tanto criterio dislocado, tanta impudicia para el aplauso endógeno, y a costa del erario nacional.
Al calendario oficial del Estado se han incorporado nuevas “efemérides” relacionadas con la vida del personaje, y son particularmente grotescos algunos “homenajes” en el dominio militar. Nada de lo cual, por cierto, tiene que ver con el carácter de una república sino con su degeneración en satrapía.
Todavía la figura del Libertador está emparejada con la de Chávez, pero si continúa la auto-complacencia roja, muy pronto quedará hacia atrás. Y desde luego que no faltan las plumas de encargo, sobre todo foráneas, que pretenden elevarle al panteón de los héroes universales. Por allí anda el infaltable Ramonet... Ayer biógrafo obsequioso de Fidel y hoy de su fallecido pupilo.
Y la gran ironía de todo ello es que su legado gubernativo es literalmente ruinoso. En lo político, la neo dictadura o la dictadura disfrazada de democracia. En lo económico, la quiebra generalizada de la actividad productiva nacional. En lo social, la transmutación del país en uno de los más violentos del mundo. Se dice rápido pero hay que ver lo costoso que ha sido y es la llamada revolución para nuestra patria.
Y por si fuera poco, la sucesión se empeña en romper los récords de des-gobierno y masiva corrupción, mientras los discursos se dedican a las fantasías publicitarias que, a modo de narcótico, buscan seguir entumeciendo la conciencia de millones, aunque deba reconocerse que con bastante menos efectividad.
Y mientras el país se deteriore más y más, se incrementará el ruido y el oropel de la campaña oficialista para “deificar” al señor Chávez. Acaso ensanchando y profundizando el rechazo hacia ello en sectores cada vez más amplios de la población.
Y es que la gran mayoría no quiere que su patria sea como estatuas entre ruinas. Y menos cuando existe una relación directa entre lo estatuado y el craso caimiento de Venezuela en medio de la más caudalosa y prolongada bonanza petrolera de la historia.
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