miércoles, 7 de agosto de 2013
Intelectuales contra intelligentsia
Enrique Krauze
El Nacional, 07/08/2013
Gabriel Zaid es un intelectual mexicano nacido en 1934, católico,
liberal y anarquista. Es poeta, ensayista e ingeniero. Es economista
originalísimo y filósofo de la religión. No da entrevistas, nadie ha visto
una foto suya, no tiene vida social. Se define con una sola palabra:
crítico. Obras suyas se han traducido a docenas de idiomas. Su
sociología de la clase universitaria latinoamericana es un aporte
que merecería ser tema de varias tesis universitarias en Estados
Unidos (si esa apertura a intelectuales no académicos fuera imaginable).
Según su teoría, "los universitarios" no buscan el saber, sino
credenciales de saber... para acceder al poder.
La historia de la literatura y el pensamiento en Latinoamérica había sido
obra de escritores y de revistas (no de profesores ni investigadores)
pero desde hace algunas décadas los intelectuales académicos
alojados en las universidades comenzaron a reclamar el monopolio
de aquella legitimidad intelectual que nunca había sido suya. Al
margen del mercado editorial (que desdeñan y del que no dependen),
viviendo en el "socialismo" de sus instituciones seguras,
desarrollaron una natural inclinación por la ideología destinada
utópicamente a perpetuar su condición, volviendo a todos los
ciudadanos... universitarios.
En los años ochenta, la vertiente radical de esa nueva clase no
operaba en las aulas sino en las montañas de El Salvador y
en el poder en Nicaragua. Un momento culminante de la
crítica a esos movimientos fue la publicación en la revista Vuelta
(dirigida por Octavio Paz) de dos ensayos de Zaid que dieron la
vuelta al mundo ("Colegas enemigos: Una lectura de la tragedia
salvadoreña", 1981, y "Nicaragua: El enigma de las elecciones", 1984).
En ellos acuñó por primera vez el concepto de "Guerrilla universitaria"
y negó que el derramamiento de sangre tuviera que ver con las luchas
históricas del campesinado en armas o la acción revolucionaria de las
masas.
Por el contrario, leyó ambos procesos como una guerra de y entre
universitarios a costa del pueblo: antiguos estudiantes de colegios
católicos, herederos inconscientes pero activos de los religiosos
medievales que quisieron imponer su "maqueta monástica" a
la sociedad, "intoxicados con el poder" y con una "heroica"
y narcisista impaciencia, los guerrilleros salvadoreños y
nicaragüenses -universitarios en su gran mayoría, miembros de
la elites, no obreros ni campesinos- se habían entrampado en
querellas internas que documentó.
La solución que proponía era la democracia: en El Salvador,
aislar a los "escuadrones de la muerte" y los guerrilleros
de la muerte, propiciando elecciones limpias; en Nicaragua,
someter al voto popular el mandato sandinista.
La querella entre la revista Vuelta (1976-1998) y el Esta- blishment
universitario no era asunto de personas o temperamentos sino de
concepciones distintas sobre lo que constituye a un intelectual. En
un artículo de 1990 titulado precisamente "Intelectuales", el propio
Zaid hizo una distinción capital para entender el debate
intelectual latinoamericano: "Los intelectuales son un
conjunto de personalidades, la Intelligentsia son un estamento social.
Los intelectuales son la crítica, la intelligentsia es la revolución.
Los intelectuales son afines al trabajo periodístico y literario, a ejercer
sin títulos, al trabajo free lance. La intelligentsia es más afín al mundo
académico y burocrático, a las graduaciones, a los nombramientos,
a cobrar en función del calendario transcurrido. Los intelectuales
pasan de los libros al renombre, la intelligentsia pasa de los libros al
poder".
En México y en varios países de América Latina, la distinción
entre los intelectuales y la "Intelligentsia" se mantiene.
La caída del Muro de Berlín y el adveni miento de gobiernos electos en
la mayoría de los países latinoamericanos, no cambiaron la ecuación
por un motivo evidente: la Revolución sigue siendo un artículo
de fe en el Establishment académico universitario de muchos países,
y en su clase dirigente, la Intelligentsia.
Esta anacrónica vigencia del mito de la Revolución en sus diversas
variantes (desde la radical castrista y chavista, hasta la populista,
en apariencia más moderada) supone un desacuerdo básico sobre la
constitución misma de la vida política. El consenso existe en varios
países de tradición democrática y republicana: Chile, Costa Rica,
Colombia, Uruguay. También, aunque más reciente, parece
consolidarse en el Perú.
Pero definitivamente no existe en Venezuela y sus países satélites,
tampoco en Ecuador y Argentina. Y, por sorprendente que parezca,
a pesar de nuestra transición, tampoco existe en México.
Vivimos en un perpetuo suspenso de legitimidad política.
La razón de esta condición paralizante no está en los inmensos
problemas sociales sino en el dogmatismo de la Intelligentsia. Mientras
persista,
habrá lugar para esa minoría crítica y liberal: los intelectuales.
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