Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 2 de agosto de 2013

Ignacio de Loyola (Azpeitia, 1491 – Roma, 31 de julio de 1556) fue un religioso español, fundador de la Compañía de Jesús. Declarado santo por la Iglesia católica, fue también militar y se convirtió en el primer general de la congregación por él fundada. A la Compañía de Jesús pertenece el actual Papa Francisco.



Monseñor Munilla anima a retomar el espíritu y legado de san Ignacio de Loyola
Homilía en la fiesta del santo patrono de la diócesis de San Sebastián
Por Redacción
SAN SEBASTIáN, 01 de agosto de 2013 (Zenit.org) - El obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla ha presidido la celebración eucarística en honor a san Ignacio de Loyola, patrono de la diócesis de San Sebastiánque ha tenido lugar en la Basílica de Loyola a las 11:00 h. con presencia de las autoridades.
Durante la homilía ha hablado del beato José Anchieta S.I.,uno de los intercesores elegidos para la JMJ de Río, "lo que significa que ha sido propuesto como modelo de imitación para toda la juventud del mundo" ha recordado. El prelado ha explicado que este beato nació en Tenerife en 1534, hijo de un azpeitiarra, Juan de Anchieta, originario de uno de los caseríos del valle de Loiola.
"Con diecisiete años ingresa en la recién aprobada Compañía de Jesús. Entre sus hermanos jesuitas destacó en seguida por su fervor y por el vigor de su ascesis. Debido a su salud quebradiza, en 1553 fue enviado a Brasil por sus superiores —para cambiar de aires—, junto con otros seis hermanos de la orden. Con tan solo veinte años, Anchieta fundó junto al padre provincial, una aldea misional que ha llegado a ser en nuestros días la ciudad más grande de Sudamérica. Estamos hablando nada más y nada menos que de la fundación de la actual ciudad de Sâo Paulo (con más de veinte millones de habitantes en este momento). Anchieta enseñó allí gramática, tanto a los hijos de los portugueses como a los indios, y aprendió rápidamente y con toda perfección la lengua de aquella región, el tupí-guaraní, en la que escribió la primera gramática de la lengua tupí y un catecismo en este idioma, que fue el primer catecismo cristiano escrito en una lengua nativa del continente americano. También hizo el primer diccionario. El Beato José de Anchieta llegó a tener una gran actividad literaria en portugués, latín y tupí-guaraní: poesías, obras dramáticas, sermones…
Al poco tiempo, fue requerido por el Provincial de los jesuitas para ciertas tareas muy delicadas. Su primera misión importante fue la de embajador de paz entre los tamoyas, pueblo muy feroz y aguerrido, que constituía una amenaza permanente para la paz. Por espacio de cinco meses, corriendo su vida grave peligro, estuvo retenido como rehén de esa tribu. En ese tiempo predicó sin cesar el Evangelio a sus captores, y realizó entre ellos prodigios admirables. Ordenado sacerdote con treinta y tres años, acompaña de nuevo al provincial en la fundación de Río de Janeiro, la cual tomó el nombre de “San Sebastián de Río de Janeiro”. Durante diez años fue rector del Colegio de San Vicente, en Río, y en este tiempo fundó el Hospital de la Misericordia, y no solo predicó a los portugueses, obteniendo grandes frutos, sino que se encargó también de evangelizar a nuevas tribus indígenas, algunas muy violentas. Fue nombrado Provincial de todos los jesuitas de Brasil en 1577. Aprovechando sus conocimientos de la lengua, se ganó la confianza de los indios, y consiguió que algunos le encomendaran la educación de sus hijos. Estos jóvenes indios, una vez cristianizados, fueron luego misioneros de sus padres. Las penalidades que sufrió son difícilmente imaginables.  Y para hacernos una idea de ello, basta decir que a los tres años de la ordenación sacerdotal de Anchieta, cuarenta de sus compañeros jesuitas habían sido martirizados.
Apóstol delicadísimo de los enfermos, predicador incansable, hombre tan humilde y obediente, como valiente y emprendedor… desgasta sus últimas fuerzas de amor apostólico, con entusiasmo juvenil, en la evangelización de los indios. Iba a buscarles a la selva o adonde fuera, sacando fuerzas de flaqueza. No se cansaba de llamarles a la fe en Jesucristo, invitándoles a dejar la vida nómada y a agruparse en nuevas aldeas misionales. Falleció en olor de santidad en 1587, con 53 años de edad. Fue declarado beato en 1980 por Juan Pablo II".
"Al asomarnos a personajes como el beato Anchieta", ha invitado a preguntarse: "¿Qué hemos hecho del legado de san Ignacio de Loyola, nuestro gran Patrono, que ha sido fermento para regenerar la faz del mundo?" Y aunque reconoce que "son muchos —¡muchos más de los que algunos suponen!— quienes continúan encarnando ese mismo espíritu ignaciano de universalidad, magnanimidad, generosidad y fe. ¡No hay lugar para el pesimismo ni para las nostalgias! Pero tampoco podemos ser ingenuos ante la crisis de secularización que padecemos,  derivada del olvido —e incluso de la ruptura— de nuestras raíces cristianas"
Por eso, ha preguntado el prelado "¿Cuál es la dirección? ¿Hacia dónde vamos? El auténtico progreso solo puede estar enraizado en la Tradición".
Según monseñor Munilla "la pregunta clave, es la pregunta por la ‘dirección’… que es tanto como decir que es la pregunta por la ‘meta’ de la vida… En el fondo, es la misma pregunta que Ignacio de Loyola dirigió, cinco siglos atrás, a Francisco Javier: “¿De qué te sirve ganar el mundo entero, si pierdes tu vida?”.
Para finalizar ha afirmado el obispo de San Sebastián que " este mundo está experimentando cambios vertiginosos; pero LA PREGUNTA —con mayúscula— es la misma de siempre; y la respuesta, al igual que Ignacio, Francisco Javier y José de Anchieta, también la encontramos en el Evangelio. La respuesta tiene un nombre propio: ¡JESUCRISTO!"


La voz de la Iglesia en la sociedad
Mensaje de la Conferencia de los obispos suizos para el 1 de agosto 2013
Por Redacción
ROMA, 01 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Por qué no se puede prescindir de la voz de la Iglesia (de las Iglesias) es el tema abordado por monseñor Charles Morerod, obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo  y vicepresidente de la Conferencia de los obispos suizos, para su mensaje por el 1 de agosto.
"En una sociedad pluralistas como la suiza, nos preguntamos si la Iglesia debe todavía intervenir públicamente o abstenerse. Esta pregunta toca evidentemente cada Iglesia o religión, pero aquí lo afrontamos como Iglesia católica", comienza diciendo en el mensaje.
Continúa afirmando que "hablar de intervención pública no significa limitarse a las declaraciones de los obispos, porque afecta en primer lugar cada acto realizado por personas movidas por la fe. Ser cristiano, de hecho, debe tener un efecto, sino no significa nada. Si el cristiano cree que Dios quiere mucho a los hombres, se siente llamado a hacer lo mismo, manifestándolo en la atención hacia los que nadie considera y en el perdón hasta el amor a los enemigos".
Del mismo modo recuerda que "el perdón y la integración de quién es débil son esenciales a la existencia misma de una comunidad humana unida. Si se recorre la historia atentos a este aspecto, ser verá hasta qué punto el Evangelio ha plasmado nuestra sociedad".
Como revela un estudio reciente nacional - señala monseñor Morerod  - gran parte de los suizos considera positivo el impacto de las Iglesias (no solo de la católica) al menos sobre los marginados.
De ahí, explica que "las posiciones asumidas por los cristianos no son meramente individuales, porque el ser humano vive en sociedad y la fe integra esta dimensión comunitaria".
Así mismo recuerda que "si el comportamiento de los fieles, clero incluido obviamente, a veces no se corresponde con el del Evangelio, no significa que este Evangelio no vaya anunciado. Es más: lo anunciamos, a nosotros mismo y a los otros, como fuente de renovación ofrecida por Dios, en grado de ser acogido por nuestra libertad. Sin una constante renovación, la fe y sus consecuencias prácticas desaparecen y se arriesga que se pierdan".
A continuación pasa a dar algunos ejemplos de lo que puede aportar a la sociedad una visión cristiana de la vida, entre los que están: el hombre no es solo materia, una óptica puramente materialista no basta para hacerlo feliz; el cristianismo invita a ir más allá del egoísmo y recuerda que la vida terrena no es la única perspectiva; el hecho de conocer el factor religioso en las raíces asume un rol importante en el mundo, el hecho de conocerlo desde el interior favorece la percepción del mundo mismo; una visión religiosa contribuye al diálogo con otras religiones.
Por eso, finaliza el mensaje del obispo, "si alguna vez los obispos intervienen públicamente sobre temas de sociedad, no es sólo para instruir la fe de los católicos, sino también para proponer a todos la contribución de una visión cristiana. Lo hacemos escuchando las ideas de otros y esperando ser escuchados con la disponibilidad presupuesta de una sociedad democrática".

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