Una espada pende sobre el teatro
Boletos aéreos e insumos de producción se ven afectados por la crisis.
Muchas figuras de la TV han migrado al teatro, que ahora enfrenta una dura crisis (Nicola Rocco)
ÁNGEL RICARDO GÓMEZ | EL UNIVERSAL
viernes 7 de febrero de 2014
La primera campanada de alerta la dio el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Sin la holgura que probablemente tendrá el Festival de la oficialista Alcaldía de Libertador, el organizado por Carmen Ramia, Héctor Manrique y Claudia Urdaneta, entre otros, ha anunciado que será "pospuesto" por falta de pasajes aéreos. La escasez de divisas también afecta a las artes escénicas; otro golpe bajo para la cultura en un país urgido de esta.
Quizás la imagen más dramática del teatro de hoy la ofrece la productora Jorgita Rodríguez (Talento Femenino, Vayaalteatro.com). "Producir en Venezuela es como el que está construyendo una casa: no hay cemento, ni cabillas, ni bloques... Tú vas a buscar el tornillo más pequeño y podrías no conseguirlo, de hecho, no lo consigues. La situación es tan extrema que comprar un rollo de tirro (cinta adhesiva) -vital en la producción de teatro y cine- puede ser una odisea; lo que te ocupaba 10 ó 15 minutos, hoy puede llevarte dos o tres días", relata.
Por supuesto, no se ha llegado al extremo de tener que hacer colas para comprar los insumos, como las que se hacen diariamente para conseguir harina de maiz, aceite comestible o papel toilet. "Esperemos que no pase", aspira Rodríguez.
La productora de espectáculos como los de Luis Chataing o Cayito Aponte, asegura que la escasez de divisas y su incidencia en la carencia de boletos aéreos desde Venezuela, ha limitado también sus planes de expansión internacional. "Para el monólogo de Cayito (Los taxistas también tienen su corazoncito) son apenas tres pasajes y no tenemos respuesta de las aerolíneas, además es obsceno cómo se han disparado los precios. De Chile nos quieren contratar y no consiguen tampoco. Incluso, en el ámbito nacional: un boleto Caracas-Barinas con Conviasa el año pasado estaba en 1.200 bolívares; ya está en 2.000, y no hay".
La falta de divisas se refleja igualmente en la industria de los impresos: no hay papel, no hay tinta... por lo tanto, no hay volantes, afiches, pendones... y los que quedan, son bien costosos. "Un pendón que pagabas a 95 bolívares, te puede costar ahora 230".
No es menos dura la situación para una vestuarista como Eva Ivanyi, quien debe enfrentarse día tras día a buscar telas mayormente importadas. "Hay una especie de terrorismo por parte de las tiendas creado por la situación del país, y es que te dicen: 'Lleve ahora, porque cuando se acabe no viene más' o 'Si viene de nuevo no sabemos a qué precio'", cuenta quien ha diseñado el vestuario de infinidad de obras, incluyendo a dos que están ahora en cartelera: Fresa y chocolate y Frida Kahlo ¡Viva la vida!.
La creatividad, esencial para cualquier diseñador, ahora debe potenciarse para hacer frente a la crisis. "Si quieres un vestido con piqué no hay y debes sustituir con algodón egipcio (tela de franelas). Las tiendas de ropa usada se convierten en una opción. Hay que improvisar. Para alguien que comienza es todo un reto".
Eva Ivanyi lamenta que "cada vez más el cerco se está apretando porque no sabemos cuánto valen las cosas, no tenemos referencias para calcular, ni hacer presupuestos, no hay pasajes... cada vez se empuja más al teatro a sobrevivir".
@argomezc
Muchas figuras de la TV han migrado al teatro, que ahora enfrenta una dura crisis (Nicola Rocco)
ÁNGEL RICARDO GÓMEZ | EL UNIVERSAL
viernes 7 de febrero de 2014
La primera campanada de alerta la dio el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Sin la holgura que probablemente tendrá el Festival de la oficialista Alcaldía de Libertador, el organizado por Carmen Ramia, Héctor Manrique y Claudia Urdaneta, entre otros, ha anunciado que será "pospuesto" por falta de pasajes aéreos. La escasez de divisas también afecta a las artes escénicas; otro golpe bajo para la cultura en un país urgido de esta.
Quizás la imagen más dramática del teatro de hoy la ofrece la productora Jorgita Rodríguez (Talento Femenino, Vayaalteatro.com). "Producir en Venezuela es como el que está construyendo una casa: no hay cemento, ni cabillas, ni bloques... Tú vas a buscar el tornillo más pequeño y podrías no conseguirlo, de hecho, no lo consigues. La situación es tan extrema que comprar un rollo de tirro (cinta adhesiva) -vital en la producción de teatro y cine- puede ser una odisea; lo que te ocupaba 10 ó 15 minutos, hoy puede llevarte dos o tres días", relata.
Por supuesto, no se ha llegado al extremo de tener que hacer colas para comprar los insumos, como las que se hacen diariamente para conseguir harina de maiz, aceite comestible o papel toilet. "Esperemos que no pase", aspira Rodríguez.
La productora de espectáculos como los de Luis Chataing o Cayito Aponte, asegura que la escasez de divisas y su incidencia en la carencia de boletos aéreos desde Venezuela, ha limitado también sus planes de expansión internacional. "Para el monólogo de Cayito (Los taxistas también tienen su corazoncito) son apenas tres pasajes y no tenemos respuesta de las aerolíneas, además es obsceno cómo se han disparado los precios. De Chile nos quieren contratar y no consiguen tampoco. Incluso, en el ámbito nacional: un boleto Caracas-Barinas con Conviasa el año pasado estaba en 1.200 bolívares; ya está en 2.000, y no hay".
La falta de divisas se refleja igualmente en la industria de los impresos: no hay papel, no hay tinta... por lo tanto, no hay volantes, afiches, pendones... y los que quedan, son bien costosos. "Un pendón que pagabas a 95 bolívares, te puede costar ahora 230".
No es menos dura la situación para una vestuarista como Eva Ivanyi, quien debe enfrentarse día tras día a buscar telas mayormente importadas. "Hay una especie de terrorismo por parte de las tiendas creado por la situación del país, y es que te dicen: 'Lleve ahora, porque cuando se acabe no viene más' o 'Si viene de nuevo no sabemos a qué precio'", cuenta quien ha diseñado el vestuario de infinidad de obras, incluyendo a dos que están ahora en cartelera: Fresa y chocolate y Frida Kahlo ¡Viva la vida!.
La creatividad, esencial para cualquier diseñador, ahora debe potenciarse para hacer frente a la crisis. "Si quieres un vestido con piqué no hay y debes sustituir con algodón egipcio (tela de franelas). Las tiendas de ropa usada se convierten en una opción. Hay que improvisar. Para alguien que comienza es todo un reto".
Eva Ivanyi lamenta que "cada vez más el cerco se está apretando porque no sabemos cuánto valen las cosas, no tenemos referencias para calcular, ni hacer presupuestos, no hay pasajes... cada vez se empuja más al teatro a sobrevivir".
@argomezc
Quizás la imagen más dramática del teatro de hoy la ofrece la productora Jorgita Rodríguez (Talento Femenino, Vayaalteatro.com). "Producir en Venezuela es como el que está construyendo una casa: no hay cemento, ni cabillas, ni bloques... Tú vas a buscar el tornillo más pequeño y podrías no conseguirlo, de hecho, no lo consigues. La situación es tan extrema que comprar un rollo de tirro (cinta adhesiva) -vital en la producción de teatro y cine- puede ser una odisea; lo que te ocupaba 10 ó 15 minutos, hoy puede llevarte dos o tres días", relata.
Por supuesto, no se ha llegado al extremo de tener que hacer colas para comprar los insumos, como las que se hacen diariamente para conseguir harina de maiz, aceite comestible o papel toilet. "Esperemos que no pase", aspira Rodríguez.
La productora de espectáculos como los de Luis Chataing o Cayito Aponte, asegura que la escasez de divisas y su incidencia en la carencia de boletos aéreos desde Venezuela, ha limitado también sus planes de expansión internacional. "Para el monólogo de Cayito (Los taxistas también tienen su corazoncito) son apenas tres pasajes y no tenemos respuesta de las aerolíneas, además es obsceno cómo se han disparado los precios. De Chile nos quieren contratar y no consiguen tampoco. Incluso, en el ámbito nacional: un boleto Caracas-Barinas con Conviasa el año pasado estaba en 1.200 bolívares; ya está en 2.000, y no hay".
La falta de divisas se refleja igualmente en la industria de los impresos: no hay papel, no hay tinta... por lo tanto, no hay volantes, afiches, pendones... y los que quedan, son bien costosos. "Un pendón que pagabas a 95 bolívares, te puede costar ahora 230".
No es menos dura la situación para una vestuarista como Eva Ivanyi, quien debe enfrentarse día tras día a buscar telas mayormente importadas. "Hay una especie de terrorismo por parte de las tiendas creado por la situación del país, y es que te dicen: 'Lleve ahora, porque cuando se acabe no viene más' o 'Si viene de nuevo no sabemos a qué precio'", cuenta quien ha diseñado el vestuario de infinidad de obras, incluyendo a dos que están ahora en cartelera: Fresa y chocolate y Frida Kahlo ¡Viva la vida!.
La creatividad, esencial para cualquier diseñador, ahora debe potenciarse para hacer frente a la crisis. "Si quieres un vestido con piqué no hay y debes sustituir con algodón egipcio (tela de franelas). Las tiendas de ropa usada se convierten en una opción. Hay que improvisar. Para alguien que comienza es todo un reto".
Eva Ivanyi lamenta que "cada vez más el cerco se está apretando porque no sabemos cuánto valen las cosas, no tenemos referencias para calcular, ni hacer presupuestos, no hay pasajes... cada vez se empuja más al teatro a sobrevivir".
@argomezc
MEMORIA EMOTIVA: El claustro de las ideas
"400 sacos de arena" es un texto de inmensas exigencias actorales no cumplidas.
JUAN A. GONZÁLEZ | EL UNIVERSAL
jueves 6 de febrero de 2014
El claustro
de las ideas
Como espectador, siempre espero que una obra de teatro me interpele desde la honestidad de un autor, un puestista y unos actores. Uno, ese ser que aguarda ser sacudido en la soledad de una butaca, rodeado de oscuridad, con los ojos clavados en el escenario, siempre desea que lo representado ante sí le abra nuevas perspectivas de un tema, una situación o, simplemente, una historia sin otro tiempo ni espacio que el que ahora se le revela. Siempre espera que el arte -¡qué osadía!- lo cambie. O cuanto menos, altere, expanda, contradiga o (re)confirme lo que ya sabía antes de la función teatral.
Conexión, de eso se trata. Y perdónese el flashback: cuando en 1982 vi en el viejo Ateneo de Caracas la obra de José Antonio Rial, Bolívar, montada por Carlos Giménez y Rajatabla, salí de la pieza con la imperiosa necesidad de replantearme la figura del Libertador, de buscar la manera de desmontar la mentira de la versión escolar. Para mí, eso es el teatro...
Y con esto a lo que toca: nada de lo anterior me pasó con el montaje de la más reciente pieza escrita y dirigida por Luigi Sciamanna, 400 sacos de arena, que se presenta en el Teatro Chacao. Y eso que la historia se presentía fascinante: un grupo de monjas de claustro decide, desde un convento milanés, proteger el mural de La última cena, de Leonardo Da Vinci, del inminente bombardeo de las tropas aliadas que durante la Segunda Guerra Mundial buscaban debilitar la fuerzas de Mussolini.
Tanto el texto como el montaje de Sciamanna confrontan al espectador con prolongados silencios que terminan por generar ruido. Y no es que se desdeñe el silencio como recurso escénico, pero si ese elemento de la representación, ¡altamente dramático!, no se acompaña con actuaciones sentidas desde el tuétano, con rostros y movimientos que lo hagan hablar, que desnuden el alma de los personajes -recuerdo ahora a la magnífica Renee Falconetti de La pasión de Juana de Arco, la cinta del cineasta Carl Theodor Dreyer, de quien, por cierto, se cumplieron por estos días 125 años de su nacimiento-, se corre el peligro de que el hastío se convierta en compañero de butaca.
A mi juicio, y por lo visto, la decisión de centrar buena parte del desarrollo de400 sacos de arena en los santos oficios de las protagonistas, resta fuerza a lo que ocurre luego de que las hermanas llegan al refectorio del convento y aparece en escena uno de los extremos de La última cena parcialmente cubierto. A partir de ese momento, se inicia la obra. Y a esas alturas, uno, como espectador, se siente cansado, o por lo menos desorientado en cuanto al propósito del autor.
400 sacos de arena no encaja en el tríptico que sobre el poder ha desarrollado Sciamanna con La novia del gigante y El gigante de mármol. Real o no, la historia contada se queda en lo anecdótico sin lograr armar un discurso trascendente. Hasta los parlamentos de la Madre Superiora (Elba Escobar) acerca de que en las guerras todos pierden, etc., resultan demasiado impostados. Y mucho más, el efectista final de la pieza.
jgonzalez@eluniversal.com
de las ideas
Como espectador, siempre espero que una obra de teatro me interpele desde la honestidad de un autor, un puestista y unos actores. Uno, ese ser que aguarda ser sacudido en la soledad de una butaca, rodeado de oscuridad, con los ojos clavados en el escenario, siempre desea que lo representado ante sí le abra nuevas perspectivas de un tema, una situación o, simplemente, una historia sin otro tiempo ni espacio que el que ahora se le revela. Siempre espera que el arte -¡qué osadía!- lo cambie. O cuanto menos, altere, expanda, contradiga o (re)confirme lo que ya sabía antes de la función teatral.
Conexión, de eso se trata. Y perdónese el flashback: cuando en 1982 vi en el viejo Ateneo de Caracas la obra de José Antonio Rial, Bolívar, montada por Carlos Giménez y Rajatabla, salí de la pieza con la imperiosa necesidad de replantearme la figura del Libertador, de buscar la manera de desmontar la mentira de la versión escolar. Para mí, eso es el teatro...
Y con esto a lo que toca: nada de lo anterior me pasó con el montaje de la más reciente pieza escrita y dirigida por Luigi Sciamanna, 400 sacos de arena, que se presenta en el Teatro Chacao. Y eso que la historia se presentía fascinante: un grupo de monjas de claustro decide, desde un convento milanés, proteger el mural de La última cena, de Leonardo Da Vinci, del inminente bombardeo de las tropas aliadas que durante la Segunda Guerra Mundial buscaban debilitar la fuerzas de Mussolini.
Tanto el texto como el montaje de Sciamanna confrontan al espectador con prolongados silencios que terminan por generar ruido. Y no es que se desdeñe el silencio como recurso escénico, pero si ese elemento de la representación, ¡altamente dramático!, no se acompaña con actuaciones sentidas desde el tuétano, con rostros y movimientos que lo hagan hablar, que desnuden el alma de los personajes -recuerdo ahora a la magnífica Renee Falconetti de La pasión de Juana de Arco, la cinta del cineasta Carl Theodor Dreyer, de quien, por cierto, se cumplieron por estos días 125 años de su nacimiento-, se corre el peligro de que el hastío se convierta en compañero de butaca.
A mi juicio, y por lo visto, la decisión de centrar buena parte del desarrollo de400 sacos de arena en los santos oficios de las protagonistas, resta fuerza a lo que ocurre luego de que las hermanas llegan al refectorio del convento y aparece en escena uno de los extremos de La última cena parcialmente cubierto. A partir de ese momento, se inicia la obra. Y a esas alturas, uno, como espectador, se siente cansado, o por lo menos desorientado en cuanto al propósito del autor.
400 sacos de arena no encaja en el tríptico que sobre el poder ha desarrollado Sciamanna con La novia del gigante y El gigante de mármol. Real o no, la historia contada se queda en lo anecdótico sin lograr armar un discurso trascendente. Hasta los parlamentos de la Madre Superiora (Elba Escobar) acerca de que en las guerras todos pierden, etc., resultan demasiado impostados. Y mucho más, el efectista final de la pieza.
jgonzalez@eluniversal.com
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