Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 26 de octubre de 2012

De la Valencia culta y sencilla


El Carabobeño 25 octubre 2012

Guillermo Mujica Sevilla || 

De Azules y de Brumas

Los nombres de Venezuela (II)
Quienes en tiempo de Felipe III dicen la palabra Venezuela ya no evocan a la histórica ciudad del Adriático. No les trae el recuerdo de canales y palacios de mármol, sino una visión salvaje de sierras, llanuras y grandes ríos. Se han soldado sus sílabas dentro de un sonido nuevo y una nueva significación.
Es bajo ese nombre que el país toma forma y se constituye. Bajo ese nombre formado por sí solo, hijo del destino, y no bajo de uno de los otros que le han querido ser impuestos. Venezuela se va a llamar toda la región del lago y toda la zona de Coro. Venezuela se va a llamar cordillera y la extensa provincia de Caracas y la oriental Nueva Andalucía. Y así también habrá de llamarse la remota y misteriosa Guayana. El Asiento primitivo se pierde pronto. Se borra sin vitalidad. No logra durar ni sobrevivir. Como para que el nombre pueda volar más libremente, sin ninguna atadura local y cubrir todo el vasto territorio que le está destinado.
Lo curioso no es sólo esa como predestinación, sino la identificación y asimilación profunda que llega a establecerse entre aquel nombre y aquel país que se va a hacer bajo él. Otros nombres de otras tierra americanas cambian. Cambian durante el período colonial o si no es la hora de novdades de la Independencia. La Presidencia de Quito se llamará Ecuador. El Alto Perú se llamará Bolivia. Los venezolanos no fueron de los menos afanados en crear nombres. Fueron en rigor de los primeros.
Miranda inventa el nombre de Colombia para la gran organización política del mundo hispanoamericano que proyecta. Una denominación nueva y llena de intenciones de rectificación para una gran novedad política. Pero él no verá ese nombre sino el papel.
Bolívar lo recoge más tarde, e incopora a Venezuela bajo el nombre que abarcaba desde el Orinoco hasta el guayas. Su intención es que el nombre absorba y cubra la antigua presidencia de Quito, la Nueva Granada y Venezuela. Acaso un día, piensa, a medida que se solidifique su obra, no habrá más quiteños, neogranadinos y venezolanos, sino colombianos. Los ciudadanos de un vasto país, extenso, variado y poderoso que ocupará la más ventajosa y rica posición de la América del Sur.
Pero no sucede así. El nuevo organismo político no resiste los embates de localismo y de los intereses regionales. Las cosas regresan a lo que eran. Vuelven a ser tres países independientes.
Pero sin embargo, de los tres, el único que va a conservar su nombre es Venezuela. Serán cambiados el de Quito y el de Nueva Granada. Pero Venezuela se seguirá llamando Venezuela. Con el mismo extraño e inexplicable nombre que le empezó a creer el día en que brotó, sin escribando ni acta, en un olvidado rincón de las riberas del lago de Maracaibo.
Tomado del libro Las Nubes (1997) de Don Arturo Uslar Pietri. Premio Nacional de Literatura (1952-1953).
El Carabobeño 25 octubre 2012

Martha Barroeta || El libro II

“La imprenta es tan útil como los pertrechos y ella es la artillería del pensamiento”. Simón Bolívar
Primitivamente el libro se fabricaba en forma individual, trabajo elaborado por los copistas de la edad media. Había hombres con una paciencia infinita quienes muy profesionalmente copiaban y recopiaban los libros y este cuidadoso trabajo de meses, a la larga daba pie a que se introdujera algún error, por mucho cuidado que se tuviera. Las iglesias, los conventos, los grandes reyes, poseían los libros que antiguamente significaban una gran riqueza, imposible de alcanzar para los pueblos.
Más o menos en la alta edad media, saber leer y escribir era un arte reservado a unos pocos, de tal manera que se pensaba que la gente que sabía leer y escribir tenía poderes sobrenaturales y que era una propiedad de brujos más no de gente común y corriente. Además de que era muy poca la gente que sabía leer y escribir, también la costosa forma de reproducir los libros seguía siendo de lujo inmenso: por lo tanto eran muy escasas las posibilidades de que el libro llegara a mucha gente.
A finales del siglo xv, ocurre la gran revolución, precisamente con el invento de la imprenta. La imprenta nace con la creación de los caracteres móviles, gran ventaja de poder componer cualquier texto y de poderlos imprimir. Con la imprenta nace la posibilidad de reproducir una cantidad infinitamente superior a la de cualquier hábil copista. Como consecuencia el libro se popularizó y comenzaron a aparecer los primeros libros en el siglo xv, libros realmente hermosos, compuestos naturalmente por hombres de un inmenso gusto, verdaderas joyas bibliográficas que todavía se conservan en las bibliotecas y que hoy día nosotros conocemos como los incunables, ediciones hechas en los primeros tiempos de la imprenta entre 1436 y 1500.
De esta forma había nacido el libro y había comenzado así una época extraordinaria de cambio y de progreso en la vida de los hombres. Las ediciones iban haciéndose más grandes y numerosas; aumentó la necesidad de leer, cosa que antes no podía satisfacerse. El ideal de que todo el mundo pueda leer -por cierto bastante costoso hoy día- lo hizo posible la imprenta, y por lo tanto, la imprenta se volvió el gran vehículo de la cultura de la civilización. Los creadores de pensamientos, los poetas, los grandes sabios dejaban constancia en los libros de lo que habían dicho o tenían que decir. Con este invento ya no era tan necesario, pues, un maestro y hablar con él para conocer sus pensamientos o remitirse a los juglares para conocer las epopeyas y las noticias, ya fueran verdaderas o falsas.
mebarroeta@hotmail.com

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