El Carabobeño 08 octubre 2012
Guillermo Mujica sevilla ||
De Azules y de Brumas
Los cacharros de la civilización
El hombre adoró el fuego como la más rica, infinita y viviente joya de la naturaleza. Tenía el fluir del agua, el calor de la vida, el misterio de la luz y el colorido de los profundos horizontes. Del fuego y de la paciente caricia de las manos sobre la arcilla nació el cacharro, que es la más humana de las obras. Dentro del cacharro fueron conteniéndose todas las varias formas de la civilización como un aciete tierno y dormido. El hombre primitivo lo hizo tosco para librarse de las necesidades inmediatas, recoger el agua, cocer el alimento y conservar los frutos de la tierra. Fue un reposo y una liberación
Nada explica tan claramente una época como su cacharrería. El cráter heleno es rudo y siemple, para el grueso vino de los héroes escandalosos. Es recio y desnudo, como la muerte violenta. El vaso etrusco refleja una raza sutil. La alfarería india es húmeda y redonda como el mundo y el destino de la raza americana. Los platos de Bernardo Palissy encierran una hora llena de menuda belleza. Y la cerámica china es delicada y sabia como su poesía.
El sentido de la civilización del alfarero no lo ha tenido ningún otro artesano, ni ningún otro objeto de hombre define tanto el concepto de la civilización como el cacharro. El gesto del alfarero tiene un valor ritual y simboliza un mito vasto. De la tierra oscura y vaga saca una fortuna pura que servirá para saciar sus necesidades.
No es otra cosa la civilización sino ese acondicionamiento de lo natural que hace fácil y feliz la vida humana. Y bueno para completar el mito, que el cacharro sea frágil, y que el bárbaro, tras de abreviar su sed, lo haga estallar en mil pedazos.
Ese cacharro es oscura greda es la civilización. Es el fruto del esfuerzo paciente y humildes seres que trabajaron para vivir mejor. Es la civilización, que es camino de vida beata, y no la cultura, que es orgullo demoniaco del conocimiento. La cultura es el libro lleno de terribles conceptos con los que el hombre ni come, ni duerme, ni se apacigua. Mucho más que en las áridas disquisiciones de los filosófos el contraste de los dos conceptos aparece claramente en esas ricas estanterías de bibliófilo que corona un cacharro de escuela belleza.
Nuestro mundo está enfermo, precisamente, de la incompatibilidad del cacharro y del libro; del divorcio cada vez más profundo que se ha venido estableciendo entre el sentido de la civilización y el objeto de la cultura; entre el ansia de vida cumplida humanamente y la tiranía de las ideas que sacrifican al hombre.
Todo el terrible conflicto de nuestra hora viene de la hipertrofia del mundo informe de las ideas sobre el mundo mesurado y mesurable de las cosas. Por la orgullosa borrachera de las ideas el doctor Fausto abandonó el burgo delicioso en que viviía para encerrarse en aquella espantosa cámara cabalística.
En otros tiempos más humanos esta horrible dualidad no inquietaba los espíritus. Las ideas se adaptaban a las cosas como la luz y las masas en la composición de un cuadro. Isaías rompió un día su cayado porque parecióle que en él estaba la belleza. Lutero ahuyentó al diablo lanzándole su pesado tintero medieval y Santa Teresa miraba andar a Dios entre los pucheros de la cocina.
Nuestro mundo es más triste y menos rico. Estamos matando la civilización en nombre de su hija estéril, la cultura. Estamos matando la felicidad humana en nombre del orgullo del conocimiento. La civilización es acomodación, y argumentación de la cultura. Y estamos olvidando que el hombre no puede sustituir los objetos que lo ayudan a vivir por abstractos razonamientos.
El mundo necesita de una inmensa cruzada para reconquistar el reino del cachorro. En el fondo de esas maravillosas tiendas de alfarería, donde la luz se tiende sobre las panzas cobrizas de las botijas, está el secreto de nuestra salvación. Esas formas simples encierran el sentido de la civilización y el secreto del destino humano.
Cuando el hombre haya vuelto a encontrar su camino, la civilización brotará de sus manos frágil y perfecta como su cacharro ejemplar.
Tomado del libro Las nubes (1997) de Don Arturo Uslar Pietri.
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