Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 7 de julio de 2013

El acta del 5 de julio de 1811 fue redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi. Mi adorado profesor, el Dr. Manuel Pérez Vila, me apuntaba siempre que el 5 de julio de 1811 no se firmó el Acta de la Independencia. Ese documento, sin duda el más preciado para los venezolanos, fue redactado la noche del 5 de julio y la mañana del 6. El texto lo aprobó el Congreso el 7 de julio.

Notitarde 06/07/2013 

Traficantes de almas


Soledad Morillo Belloso (*)
Las señoras y señoritas de la época desbarataron sus trajes y enaguas. Con esas telas, las de la ropa de ventanas y también la de su lencería de cama y baño, confeccionaron los uniformes que usarían los ejércitos patriotas. Hasta los curas entregaron los manteles de los altares. Con sus manos habituadas al quehacer de corte y bordados, las damas cosieron. Así, soldados y oficiales lucieron augustos, adecuadamente vestidos para la libertad. Los estandartes estaban hechos con las tapicerías de los sillones de las estancias.

El acta del 5 de julio de 1811 fue redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi. Mi adorado profesor, el Dr. Manuel Pérez Vila, me apuntaba siempre que el 5 de julio de 1811 no se firmó el Acta de la Independencia. Ese documento, sin duda el más preciado para los venezolanos, fue redactado la noche del 5 de julio y la mañana del 6. El texto lo aprobó el Congreso el 7 de julio. El 8 de julio de 1811, por la Confederación de Venezuela, el Poder Ejecutivo ordena que el Acta sea debidamente rubricada, publicada, ejecutada y autorizada con el sello del Estado y Confederación. Ello fue suscrito por Cristóbal de Mendoza, presidente; Juan de Escalona; Baltasar Padrón; Miguel José Sanz, secretario de Estado; Carlos Machado, canciller mayor; y José Tomás Santana, secretario de decretos. El acta como tal fue suscrita durante varios días hasta completarse en el mes de agosto de 1811.

Para conseguir la ansiada emancipación, la tierra se nos sembró de cruces y flores de muertos. Han transcurrido 202 años desde aquel 5 de julio. Pero siempre es bueno recordar que ese camino a la libertad estuvo signado por la perplejidad, el miedo, el error, el abatimiento, la humillación, la ambición, la traición, la ignominia. Y también por el arrojo, el coraje, la dignidad, el sacrificio y el más inmenso dolor. La emancipación fue escrita con tinta de obituarios, rezada por miles de manos que se unieron en rosario. De la guerra salimos libres, sí, pero con el alma nacional salpicada de llagas, con olor a humo y a pólvora encrustado en la piel y con la urgencia de poner orden en nuestra nueva República, todo ello mientras nos lamíamos las heridas, secábamos nuestros llantos con pañuelos gastados y zurcidos mil veces y dábamos cristiana sepultura a nuestros muertos.

Los que están hoy en la cúspide del poder se llenan la boca hablando pomposamente de "Patria liberada". Son los mismos que con impudicia han entregado nuestra Venezuela, nuestra soberanía y nuestros recursos a esos carcamales sátrapas que llevan décadas asfixiando y pudriendo al pobre pueblo cubano. Pontifican sobre nuestra historia, llenan, escriben versiones panfletarias de nuestro devenir, pero el esfuerzo de generaciones de venezolanos ha sido degradado hasta niveles de albañales. Nos han hecho esclavos de un guión decadente plagado de mentiras y falsedades, de promesas zalameras, de ofertas engañosas. Algunos dicen que somos hoy un satélite del castrismo, que nos han tornado en una republiqueta, una provincia súbdita cuya única importancia es contar con una chequera presta a usarse para pagar ambiciones barbáricas, en tanto a los venezolanos no nos dejan sino las sobras de su pantagruélico festín. Yo creo -y qué duro decirlo- que nos han carcomido las entrañas, que como un virus infecto penetraron en nuestro torrente sanguíneo, que a nuestra nación la han tornado en una mujer que luego de violada es obligada a ofrecer sus favores para aliviar las urgencias lascivas de otros. Nos venden unos salvajes que trafican con nuestros sueños de progreso. Hoy somos una colonia. Y Bolívar y Martí lloran de rabia y vergüenza.

De mis padres heredé un libro edición especial en el cual se narran todos los antecedentes y acontecimientos del 5 de julio de 1811. Recuerdo haberme pasado muchas horas en la biblioteca de casa pasando sus hojas. Alguna vez soñé de niña que me transportaba a esos tiempos, a esos sucesos y me convertía en una protagonista. Ese libro, con sus páginas ya amarillentas, es un valioso tesoro para mí. Me recuerda cuánto lucharon los que vinieron antes de nosotros. Fuimos república porque unos se pusieron de pie, dieron cara al miedo y con coraje se negaron a ver aquel presente como un fatal e irremediable destino.

De los firmantes del Acta de Independencia de 1811, trece fallecieron antes de la Batalla de Carabobo; de dos se perdieron sus huellas de vida antes de que pudiesen gritar que éramos independientes. Es decir, lucharon y ofrecieron su vida por la nación y jamás vieron a la Venezuela emancipada.

Haremos bien si, en vez de tanto comprar moneditas falsas y aceptar mansamente la sumisión del esclavismo del s. XXI, recordamos que hubo unos que nos legaron una Patria que estamos obligados a cuidar y proteger de estos traficantes de almas.

El silencio es el asesino de la democracia

(*) Comunicador social

E-mail: smorillobelloso@gmail.com

Twitter: @solmorillob

www.soledadmorillob.blogspot.com

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