Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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En estos días, buscando, en el centro, en las tiendas de los chinos jabón, desodorante o champú, que ahora son artículos del pasado, como en Cuba, nos encontramos con la Casa Páez abierta. Fue una sorpresa porque el inmueble fue cerrado por órdenes del gobernador del estado, Francisco Ameliach, para una restauración.
La experiencia fue muy triste porque en la hermosa casona que habitó el general José Antonio Páez con su compañera Barbarita Nieves, cuando ejercía, en 1830, como el primer presidente de la República de Venezuela, no hicieron ninguna restauración, después de mantenerla cerrada por casi un año.
La Casa, como si fuera un ser vivo, se aprecia triste, descuidada, quizá añorando a su curador don Luis Ovalle, quien la mantenía impecable aunque, para sacarlo de allí, inventaron la calumnia de que el inmueble estaba abandonado víctima de roedores. Los pisos perdieron el brillo que causaba admiración a los visitantes, los porrones, con frondosas matas, las echaron al patio donde se están secando y los murales están chorreados y en peligro de que se desprendan de las paredes.
La casona, situada en la avenida Boyacá cruce con calle Páez , fue adquirida, en 1828, por el general Páez quien la arregló a su gusto y, para decorarla encomendó a Pedro Castillo. En las paredes el artista, abuelo del pintor Arturo Michelena pintó, de acuerdo a las instrucciones del dueño, las batallas en las cuales participó, entre ellas Carabobo, Mucuritas y Mata de la Miel. En el salón principal, llamado Sol del Perú, pintó escenas mitológicas. Castillo decoró la parte más alta de las habitaciones con paisajes imaginarios muy al gusto del siglo XIX.
Era El Único Museo
Los murales, inspirados en las batallas han sido maltratados por el tiempo y por las intervenciones pero nunca se habían visto tan deteriorados como ahora, por lo cual, siendo un testimonio sumamente importante del arte republicano, es urgente que el Instituto de Patrimonio de la Nación tome en cuenta esta situación. De lo contrario -y es lo más probable- este testimonio histórico y artístico desaparecerá por falta de mantenimiento
La Casa Páez era el único centro cultural que podía llamarse museo en esta ciudad, por la actividad constante que allí se realizaba. Había visita guiadas e instituciones, como la Sociedad Bolivariana y la Sociedad Amigos de Valencia, celebraban las efemérides nacionales y actividades relacionadas con la tradición cultural de la ciudad.
El año pasado, horas antes de que se celebrara un velorio de cruz, cuyos beneficios serían para el mantenimiento de la Casa, se apareció el Procurador del estado con otros funcionarios para informar que, por orden del gobernador, ese acto estaba prohibido. No conforme con eso le participaron a Luis Ovalle, quien había sido curador del inmueble durante casi 50 años, que fuera recogiendo sus corotos porque no lo querían allí . Por supuesto que el velorio fue suspendido y su organizadora, Subdelia Páez de Sevilla, presidenta de la Sociedad Amigos de Valencia, tuvo que llamar de urgencia a los invitados para comunicarles lo sucedido.
Muerte Provocada
Don Luis Ovalle no dio crédito a lo que le había dicho, de mala gana, el funcionario y pensó que habría una rectificación considerando que había entregado su vida a cuidar -ad honorem- el patrimonio del general Páez. Olvidó que el difunto presidente Hugo Chávez odiaba al prócer porque, según sus doctos conocimientos de la historia había sido el culpable de que
Simón Bolívar se muriera. En consecuencia sus seguidores no quieren que ni se nombre al héroe indiscutible de Carabobo.
El buen hombre que era Luis Ovalle fue hostigado para que abandonara la Casa, con el argumento de que, en un museo no puede vivir gente ni celebrar fiestas. Algo propio de la ignorancia reinante pues, museos como El Louvre, el Pompidou ,en París ; El Prado, de Madrid y el Museo de Arte Contemporáneo, de Nueva York tienen conserjes residentes y alquilan sus espacios para grandes celebraciones para tener ingresos, porque los recursos, que reciben del Estado no son suficientes.
La tristeza, por ser echado a la calle y complicaciones por la diabetes que sufría Luis Ovalle murió preguntando qué mal había hecho para que la gobernación del estado lo tratara de una manera tan cruel. “Seré otro muerto de la revolución en que creí”, nos dijo, en la última visita que le hicimos, en el apartamento frente a la plaza Bolívar donde pasó sus últimos días acompañado de su hijo Nixon Ovalle.
Quedó demostrado que el cierre de la Casa Páez no fue para hacer ninguna restauración. Lo único que hicieron fue una fumigación y pintar el frente. La biblioteca, especializada en Historia de Venezuela y en historia regional, está en el suelo sin prestar ningún servicio. Dicen que no hay presupuesto y que solicitarán un crédito.
Lo más que nos llamó la atención fue que, al lado de la Casa, donde estuvieron las antiguas caballerizas, están apilados, en un basurero, un montón de libros, entre ellos obras importantes de la Literatura donados por la escritora Lina Giménez, antes de morir. Presenciamos este acto de barbarie de un gobierno para el cual el patrimonio cultural no tiene importancia. Cualquier aclaratoria no tendría jamás justificación.
LOS MONUMENTOS DE ESTE AÑO, en las iglesias católicas, dieron mucho de qué hablar pues, aparte del criterio artístico para exponer a la veneración al cuerpo de Jesús, cuando se conmemora su muerte, hubo inteligentes alegorías a la trágica situación que vive Venezuela.
Los que más sobresalieron fueron el de San Blas, donde dos hermosos ángeles, a ambos lados del altar, sostenían la Bandera Nacional como si fuera el santo sudario que cubrió a Cristo, cuando fue bajado de la cruz.
El ingenio fue impresionante en la iglesia de La Isabelica. Allí, en una gigantografia, como fondo, aparecían unidas una mano roja y otra cubierta por la Bandera de Venezuela, frente al sagrario. Un poco más abajo, a un lado estaba la alegoría a una guarimba hecha con palos y trozos de madera y en el otro los símbolos de la represión: alusiones a armas de guerra, bombas molotov y otros objetos, que usan la fuerza militar, en contra de quienes reclaman libertad para nuestro país. La gente quedó impactada con este monumento que, más que una alegoría fue una instalación artística de la cual ha debido quedar un registro para la historia que vendrá después de este desastre. Ojalá que, al párroco, no le levanten un expediente- como es usual- por atentar en contra de la estabilidad de la Revolución Bolivariana.
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