MIGUEL PEÑA
No hay otra ciudad en Venezuela que haya sido tan agredida siempre como Valencia.
El Tirano Aguirre la maldijo y José Tomás Boves, después que la mantuvo sitiada durante dos meses, negándole hasta el agua a sus habitantes, celebró un baile en el que ordenó fusilar a sus principales ciudadanos mientras sus esposas e hijas eran ultrajadas. El dictador Juan Vicente Gómez la odiaba porque, habiendo sido herido gravemente Cipriano Castro, en la batalla de Tocuyito, familias valencianas lo atendieron con generosidad hasta su sanación.
En esos días de convalecencia, Castro se puso en contacto con influyentes sectores políticos y económicos, que le permitieron entrar triunfante a Caracas sin disparar un tiro, siendo proclamado Presidente de la República en el inicio del siglo XX. El Cabito, como le decían a sus espaldas, puso a valencianos en cargos claves, por lo cual Gómez detestaba a la gente de aquí. Sin embargo, varias de sus hijas para su educación fueron internadas en el Colegio San José de Tarbes de Valencia, y éste las que venía a visitar, evitando ser visto.
Cuentan que, en un espectáculo celebrado en Maracay, el humorista Rafael Guinand, a sabiendas de la ojeriza que le tenía el dictador a Valencia dijo su agresiva frase de que esta es “la ciudad de las naranjas dulces, las mujeres bellas y los hombres complacientes”. En tiempos más recientes el difunto presidente Chávez se cansó de afirmar que, esta ciudad, es un nido de traidores porque según le dijeron, aquí se disolvió la Gran Colombia lo que aceleró la muerte de Bolívar. A esa afirmación distorsionada de la historia se agrega que, en esta ciudad, su competidor en las elecciones presidenciales de 1998, Henrique Salas Römer al cual nunca llamó por su nombre. Le decía irrespetuosamente, “Frijolito”, que era el nombre de su caballo.
Hay un desprecio por lo auténticamente valenciano. El general Luis Felipe Acosta Carles, siendo gobernador del estado, en la plaza Bolívar, un 25 de marzo, día de Valencia, propuso que se le cambiara el nombre a esta ciudad por Tacarigua. Cuando eliminaron los símbolos valencianos, entre ellos el magnífico escudo que distinguía al municipio desde hacía 300 años, se llegó a la barbaridad de negar que Nuestra Señora del Socorro es la patrona de la ciudad. Las estatuas de La Libertad y Vuelvan Caras, del artista valenciano Andrés Pérez Mujica, la quitaron de la redoma de La Florida y está arrumada en el Parque Recreacional Sur a pesar de que forman parte de nuestro patrimonio artístico.
Se acaban de cumplir 150 años del nacimiento de Arturo Michelena, el más grande de los pintores nacidos en esta ciudad, y la efemérides ni siquiera fue recordada y al centro cultural con sede en la antigua sede del Club Centro de Amigos, frente a la Plaza Bolívar, le eliminaron su nombre en la presente administración. No es de extrañar que en estos días, un chavista más chavista que Chávez también proponga cambiar el nombre de Arturo Michelena al Aeropuerto Internacional de Valencia, que le fue dado por votación popular.
No a la mentira histórica
Ahora vuelve a anunciarse la aspiración de un sector del Gobierno de cambiarle el nombre a la parroquia Miguel Peña por el de Hugo Chávez Frías. No sabemos si es un trapo rojo para distraernos, en estos momentos en que tenemos tantos problemas en la ciudad. De todos modos, si el concejo municipal desea hacer ese cambio lo hará, con o sin referendo, con su mayoría de concejales, varios de los cuales están en desacuerdo. Pero no deberían recurrir a la mentira argumentando que Miguel Peña fue un traidor a la patria porque asesoró al general José Antonio Páez para que se cumpliera el deseo popular de que Venezuela se separara de la Gran Colombia, el proyecto de Bolívar para crear una confederación con las naciones a las que le dio libertad: Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Venezuela que había fracasado desde sus inicios.
Cuando en Valencia se instaló en mayo de 1830, el Congreso Constituyente de Venezuela, se reunieron en la Casa de la Estrella diputados de las provincias del país para expresar su descontento porque estábamos gobernados desde Bogotá, donde la oligarquía colombiana se repartió un empréstito que había concedido la casa londinense Goldshmidt que, posteriormente, quebró y provocó una crisis fiscal y económica. En consecuencia, Venezuela y sus pobladores sufrieron la ruina y el hambre. Santander le hizo la vida imposible al Libertador, al que mandó a matar durante un atentado. Bolívar tuvo que asumir poderes de dictador a los cuales renunció en un Congreso Constituyente en Bogotá, en enero de 1830. Lo que sí fue un golpe mortal para el Libertador, sin embargo, fue el asesinato en Berruecos del mariscal Antonio José de Sucre el 4 de junio de ese mismo año.
El 22 de septiembre de aquel año, el Congreso reunido aquí en Valencia, aprobó la Constitución de Venezuela como república soberana. El 23 de septiembre Quito, Ecuador, hizo lo mismo y nombró como su primer Presidente, al general Juan José Flores, nacido en Puerto Cabello y Santander logra que en 1832, lo proclamen presidente de La Nueva Granada que años más tarde, se llamaría Estados Unidos de Colombia.
Hay que informarse, o asesorarse, antes de argumentar que Miguel Peña fue un traidor, cuando en realidad, lo que hizo fue utilizar su genio como jurista y diplomático para que un congreso constituyente declara a Venezuela república soberana. Aunque ya es un lugar común, recordamos que esa es la razón por lo cual el gran escritor valenciano José Rafael Pocaterra, en el discurso que pronunció en el concejo municipal en 1955, en la celebración de los cuatrocientos años de Valencia terminó su histórico poema afirmando: Valencia, madre eres tú, pariste a Venezuela.
Nadie le tira piedras al árbol que no da frutos. Será por eso que nuestra querida Valencia recibe tantos golpes arteros, incluso de sus hijos y de sus representantes. En la calle dicen: “ya está bueno ya”.
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