Cuaderno de Apuntes
La asamblea que condenó a Jesús
Ángel Jiménez Guevara (*)
Los hermanos Augustin y Joseph Lémann, judíos de nacimiento, publicaron en 1881 un libro titulado “La asamblea que condenó a Jesucristo” que recibió la aprobación pontificia del papa Pío IX y quien acotó que “el tema mismo de la obra… (contribuía)”… a esclarecer con una luz todavía más clara una parte de la historia evangélica. En esa obra los hermanos Lémann afirman que durante el proceso de Jesús se cometieron hasta 27 irregularidades jurídicas contra la legislación penal y procesal del pueblo hebreo de ese entonces y que de todas las asambleas cuya responsabilidad ha perdurado en el tiempo, sobre una pesa una responsabilidad excepcional: la que juzgó y condenó a Jesús y que lleva en la historia el nombre de sanedrín.
El sanedrín -que etimológicamente significa “reunión de personas sentadas”- era el Tribunal Supremo de los judíos y, según algunos, fue establecido en Jerusalén después del exilio de Babilonia siguiendo el modelo del consejo de los setenta ancianos, instituido por Moisés en el desierto para ayudarlo en la administración de justicia. Estaba constituido por setenta y un miembros distribuidos en tres cámaras: la de sacerdotes; la de los escribas y doctores y la de los ancianos. Para la época de Jesús, la asamblea era literalmente soberana y la extensión de sus atribuciones casi se aparejaba a la potestad real; tanto así que el mismo Herodes el Grande fue obligado a comparecer como acusado ante ella, por haber ordenado por su propia autoridad la muerte de una cuadrilla de bandidos.
La presidencia del sanedrín se confirió desde el principio “al más digno”; sin embargo, tras la reducción de Judea a una provincia romana, cuando la influencia de los sumos sacerdotes se hizo importante en el Estado judío, el sumo sacerdote solía reservarse despóticamente no solo funciones soberanas sobre el sacrificio y la presidencia del sanedrín, sino que también apropiarse violentamente de esa presidencia. Además, se había introducido el abuso de nombrar y destituir arbitrariamente a los sumos sacerdotes; de convertir tal nombramiento en objeto de auténtico comercio al ofrecérsele al mejor postor y de introducir, por parte de sus miembros más influyentes, a sus hijos o parientes en el afán de distribuirse, sin cuidado de la dignidad del altar, puestos, influencias y riquezas. Incluso se hacían acompañar por una tropa de fanáticos sediciosos que insultaban, apedreaban y hurtaban de los graneros del templo.
Así, puede deducirse que la mayoría de los asambleístas que condenaron a Jesús eran personalmente poco honorables además de usurpadores, verdaderos materialistas para quienes el destino del hombre solo consistía en el disfrute de los bienes terrenales, volcados al exterior, de fingida piedad y de menguada consideración popular. Ahora bien, el Hombre al que les toca juzgar los ha desenmascarado, ha rechazado las restricciones que han inventado y han puesto por encima de la Ley para su favor y ha denunciado los diezmos ilegales con que oprimen al pueblo: entonces, visto lo anterior y antes de que comiencen los debates, es fácil prever el resultado del proceso contra Jesús.
(*) Director del C.U.A.M.
sede Puerto Cabello.
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