Favor hacer click sobre la imagen para agrandarla.
Horacio Jorge Becco: El bibliógrafo
Por Prodavinci | 8 de diciembre, 2009
Por Alejandro Martínez Ubieda
Llegado a Venezuela cuando tenía aproximadamente cincuenta años, Horacio Jorge Becco vivió en Venezuela hasta su reciente deceso. Cumplió en nuestro país una labor muy relevante en el campo de la investigación bibliográfica, a partir de una capacidad sorprendente de reunir fuentes documentales sólidas y generar, sobre esa base, investigaciones de la más variada naturaleza.
Señor Becco, ¿qué lo trae a Venezuela?
Una solicitud de cooperación con la Biblioteca Nacional en el año 1975. Allí permanecí por cinco años, encargado de las investigaciones de formación de colecciones, realización de índices y algunas publicaciones. En 1982 cambiaron las autoridades de la Biblioteca y estuve bajo las órdenes de Domingo Miliani, buen amigo, e Iraset Páez Urdaneta, ambos lamentablemente desaparecidos.
Antes de venir a Venezuela ¿a qué se dedicaba en Argentina?
A muchas cosas. Trabajaba en la Academia Argentina de las Letras, en bibliografías de tipo universal, diccionarios, investigaciones folklóricas.
¿Y cómo surge el contacto con Venezuela?
No tenía ningún contacto con Venezuela. Quien hace el puente es Dardo Cúneo, que era presidente de la sociedad argentina de escritores, de la cual durante un período fui secretario. El me habló de oportunidades de trabajo en Venezuela si quería salir del país. Eso coincidió con un recorrido por los Estados Unidos dando conferencias por invitación de la Biblioteca del Congreso. La embajada argentina me lleva entonces al BID a dar una conferencia sobre asuntos argentinos, porque he tratado mucho el tema del gaucho, la gauchesca en la poesía y en las reproducciones gráficas. Eso era, en Estados Unidos, una temática muy folklórica pero también muy novedosa, porque había salido una edición del Martín Fierro en inglés, y me pidieron que hablara sobre términos que en el inglés eran difíciles de comprender.
Entonces, al terminar esos asuntos en Washington vine a Venezuela, y llegué -es una cuestión anecdótica- con abrigo grueso, guantes, medias de lana, directamente a la pista de los aviones en Maiquetía.
Y venía ya a quedarse…
Sí. Pero llegué prácticamente en Navidad, y me encontré sin familia, sin amigos, en una soledad plena. Eso después se subsanó y no sólo estaba muy bien acogido, sino que las relaciones fueron estupendas. Siendo un personaje extranjero y no conociendo los intercambios políticos, me dieron para organizar el fichero de Betancourt, que era curiosísimo, porque cuando uno se encontraba entre los materiales al orejón Prieto, no sabía quién era, ni qué implicaciones o peligros podía tener lo que decía en una carta, de modo que el desconocimiento absoluto del medio hizo que inocentemente yo sirviera bien, pero a manera de amanuense. Así estuve un tiempo en Pacairigua, rodeado de perros y de policías.
Luego, al entrar a la Biblioteca hago una vida metódica que comienza haciendo un libro llamadoFuentes para el estudio de la literatura venezolana. La gente se asombró al principio, y pensaban en cómo este novato recién llegaba y ya publicaba dos tomos. Simplemente era que había trabajado bibliografía hispanoamericana mucho tiempo, y los nombres de Venezuela estaban latentes en mí. Podía dudar si un señor era fulano o mengano, pero como ya había trabajado el tema, sólo era utilizar la comodidad de la Biblioteca Nacional, donde estaba todo alfabetizado y yo sólo hacía un rastreo de fichas con cierta habilidad de método. Mis compañeros de esa época bailaban joropo en la oficina y no les interesaba hacer cosas como ésa, de modo que yo era un sujeto raro porque estaba todo el día sobre la máquina de escribir. Esa publicación, entonces, generó una serie de vínculos con gente como Armas Alfonzo. Además, en la Biblioteca Nacional, uno de los asesores era Pedro Grases, quien había estado en Argentina, ya que editaba allá casi todas las cosas de los Lecuna. Entonces Grases me dice «usted es el hombre que yo necesito, porque tiene contactos, conoce el medio y lo puedo enviar a Washington a trabajar los temas, luego trae los trabajos y acá los ensamblamos». Eso terminó con una bibliografía sobre Simón Bolívar, un libro acerca de la figuración de Bolívar en todas las enciclopedias que había en la Biblioteca de Washington, un trabajo gigantesco pero muy bonito que me tuvo dos meses allá. En esa época también estaba trabajando en Washington Ángel Rama…
En la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos…
Sí, una maravilla en la que usted encuentra lo que busque y que, además, tiene dos o tres manzanas de sobrantes, es decir, libros que quedan de los envíos recíprocos de los intercambios entre bibliotecas para ser regalados a quien los pueda usar. Una cosa tan satisfactoria que uno se volvía chiquito allí.
¿Y se editó ese trabajo?
Sí, es un trabajo de Grases con Pérez Vila que para mí fue muy bueno porque me permitió sintonizarme de nuevo con mucha gente, ya que por Washington pasan todos los investigadores del continente. Ese contacto con todos los que estaban allá buscando algún libro raro, alguna investigación sobre cualquier tema, fue muy jugoso.
En sus primeros años en Venezuela, ¿hubo un momento preciso en el que sintió que se había aclimatado? ¿Un momento en que decidió que se iba a quedar en Venezuela?
Sí. Hay un aspecto de la vida del emigrante que hay que tener en cuenta. Cuando uno regresa a su tierra, lo primero que le preguntan es si va a volver a trabajar, porque eso significa una competencia, y si uno tiene un nombre o mayores posibilidades que el sujeto que pregunta, ese individuo se siente menoscabado y piensa que uno va a volver a cubrir los pocos puestos que hay. Eso es molesto.
¿Usted volvió…?
Yo volvía, porque al principio estaba solo acá, y tenía mi familia allá. En el 82 dejo la Biblioteca Nacional, y en la esquina estaba el Banco Mercantil, donde tuve la fortuna de tener un buen amigo, secretario del presidente del banco. Ellos tenían el proyecto de crear una fundación cultural, me presentaron al presidente del banco y me dijo «usted empieza mañana». Desde entonces estoy en la entidad. Se creó la Fundación de Promoción Cultural de Venezuela, publicamos veintiséis libros y realizamos actividades de apoyo logístico. Hemos acumulado una biblioteca importante, de más de cinco mil libros. En lo personal, he realizado muchas cosas para Biblioteca Ayacucho, y donde me abren las puertas yo acudo. He pasado por temas distintos, de Borges al anarquismo, de Rumazo González al archivo de Sucre, de El Dorado a un cancionero americano. El camino es el mismo: me interesa el tema, tengo el material, me piden una bibliografía -que es mi campo- y la hago.
De modo que sí hubo un momento en que decidió quedarse.
Bueno, cuando me incorporo a la Fundación considero que es definitivo el quedarse. Tuve la oportunidad de arrastrar a mi familia y aquí estoy desde entonces.
¿Es usted porteño?
Sí, porteño. (Porteño: nacido en Buenos Aires)
¿Rememora Argentina, Buenos Aires?
Yo trato de ir todos los años, si puedo. Veo a los amigos, trato de ponerme al tanto con la pintura, la música, trato de saber si están enloquecidos con Cortázar o con Borges, o con fulanito, porque siempre hay modas esporádicas. También contacto gente que tiene interés por gente de Venezuela, y entonces colaboro con quienes necesitan conocer alguien acá, o necesitan saber quien acá maneja tal o cual tema.
Usted hace una suerte de puente…
Cuando me lo solicitan, por supuesto.
¿A qué edad se vino?
Bueno, yo soy del 24, ya estoy en los ochenta, o sea que ya estoy para subir para arriba -aunque espero que demore un poco-, pero yo creo que estaba como en los cincuenta años.
¿A qué le costó más adaptarse acá?
Yo he sido hombre de campo, llanura, gaucho, temáticas vernáculas, folclorista, conocía perfectamente todo el territorio argentino, fui secretario de la Sociedad de Escritores y eso me permitió, por razones de trabajo, recorrer Argentina de norte a sur. Al principio estuve vinculado a toda la línea poética argentina y a los distintos grupos provinciales, lo que me contactaba por igual con los salteños, los tucumanos o los de Bahía Blanca, que eran todos diferentes entre sí. Eso me facilitó una labor de difusión muy importante. Dicté muchas conferencias en pequeños pueblos de Venezuela en los que todos iban a escuchar a este señor que venía a hablar del gaucho, porque no sabían en el fondo qué era eso. Muchas veces sentí la alegría de la gente por escuchar hablar de esos temas.
¿Qué vínculo encuentra entre el gaucho y el llanero?
La personalidad se ajusta. Son personajes vernáculos, viven sobre el caballo, el ganado es su medio de vida, son afines, por supuesto.
¿Y que los diferencia?
Bueno, hay una diferencia climática, diría, que condiciona la presencia física, el cómo se presenta, cómo se viste cada uno. No le hablo del gaucho que se viste para los días domingo, con cinturones de plata, porque eso es una diferencia regional solamente. El amor del gaucho es siempre para su mujer, su mate, su caballo y sus perros, y el llanero tiene más o menos la misma idiosincracia, aún estando en otro medio, peleando contra inundaciones o luchando para atravesar un río en los momentos de arreos. Creo que estos dos personajes son asimilables, a diferencia del charro mexicano, que es una cosa mucho más exquisita, un personaje de niño bien con buen traje y buen sombrero, aunque es estupendo verlos cuando, en una ciudad como México, de pronto se abre un portón y sale un tipo a caballo, tranquilamente, en medio de una corriente de tránsito, y el caballo caracolea y da vueltas y se para en dos patas. Eso a uno lo sorprende, porque el individuo sale y se siente tan cómodo como si estuviera en pleno llano o recorriendo montañas.
¿Salir de Argentina fue doloroso?
No, a mí siempre me ha atraído el tener la oportunidad de viajar. Por ejemplo, recorrí Estados Unidos en bus, veinticuatro universidades.
Su salida no tuvo ningún componente político…
No, yo con la política no trabajo ni me interesa para nada porque uno es un tonto que está siempre en la lectura, en el último libro. Ahora estoy trabajando sobre García Márquez para Buenos Aires, que es una cosa infinita, una bibliografía de García Márquez significa cuatrocientas páginas de fichas. También me han solicitado una de Cortázar, que es el otro gran personaje. Ha bajado quizá un poco el interés sobre Vargas Llosa, sobre Fuentes, que son más localistas o viven más del periodismo que del libro en sí, pero no sobre García Márquez y Cortázar.
Si el tiempo pudiera volver atrás, ¿usted haría lo que hizo, salir de Argentina y venirse a un país como Venezuela?
Yo repetiría con mucha alegría. Acá he trabajado muy bien, he sido muy bien recibido siempre, a los tres días de haber llegado visité Miraflores, e iba al Salón Ayacucho como si fuera un venezolano. Hubo otra gente que también lo hacía, como Isabel Aretz, que también vino de Buenos Aires, pero ella, junto a Ramón y Rivera, ya tenían una jerarquía, eran amigos de Carlos Andrés Pérez, vivían en otra categoría, andaban en un auto de lujo, pero uno andaba a pie.
¿Cuál es el balance de su vida en Venezuela?
Me he adaptado al país con mucha satisfacción, porque los amigos que tengo, si bien son siempre patotas uruguayas, rioplatenses o brasileras, hacen que uno esté cómodo y se identifique. He conocido y recorrido el país, y de golpe en Carora estaba Luis Beltrán Guerrero, y en otro lado los Subero, y en otro lado… es una liga un poco intelectual, pero de comodidad en el trato.
¿Toma mate?
No, nunca he tomado mate. Mi padre sí, pero yo no. Así que soy un gaucho de frac.
Gracias, señor Becco
Fotografía:Vasco Szinetar
2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario