De los libros
"Entre los libros simplemente amenos, si así se les pude clasificar, encuentro dignos de ocuparse de ellos, de los modernos, el Decamerón de Bocaccio, los de Rabelais y los Besos de Juan Second. En cuanto a los Amadis y otros escritos semejantes, ni siquiera tuvieron el poder de interesarme en mi infancia. Y aún diré más, con osadía o temeridad, que este viejo y pesado espíritu no siente cosquilleos no ya con el Ariosto sino siquiera con el buen Ovidio, pues su facilidad y sus ocurrencias que antaño de encantaron, apenas si me entretienen ahora.
Digo libremente mi parecer sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que quizás se salen de mi inteligencia, que en modo alguno considero que pertenecen a mi jurisdicción. Lo que opino de ellas, revela la medida de mi vista y no la medida de las cosas. Cuando veo que me cansa el Axioco de Platón, en tanto que obra sin fuerza, por consideración al autor, mi criterio no se fía de sí mismo: no es tan necio como para oponerse a la autoridad de tantos otros famosos criterios antiguos a los que tiene por rectores y maestros suyos y con los cuales antes prefiere fallar. La emprende consigo mismo y se acusa ya de quedarse con la corteza por no poder penetrar a fondo, ya de mirar la cosa desde algún ángulo erróneo. Se contenta con evitar la confusión y el desorden; en cuanto a su debilidad, la reconoce y confiesa de buen grado.
Cree dar justa interpretación a las apariencias que le presenta su visión; mas son estúpidas e imperfectas. La mayor parte de las fábulas de Esopo tienen varios sentidos y significados.
Aquellos que les prestan una interpretación simbólica, elige algún aspecto que cuadra con la fábula; más por lo que a la mayoría respecta, no es más que el aspecto primero y superficial; hay otros más agudos, más esenciales y profundos hasta los que no han sabido llegar: lo mismo hago yo.
Más siguiendo mi camino, siempre me ha parecido que en poesía, Virgilio, Lucrecio, Catulo y Horacio son los primeros, a mucha distancia de los demás: y en particular Virgilio con sus Geórgicas, obra que considero la más lograda de la poesía; y en comparación con la cual podemos percatarnos fácilmente de que hay fragmentos de la Envida que el autor habría bordado mejor, si hubiese tenido posibilidad. Y el quinto libro de la Eneida paréceme el más perfecto. Me gusta también Lucano y lo leo de buen grado; no tanto por su estilo como por su propio valor y la verdad de sus opiniones y juicios. En cuanto al buen Terencio, con la delicadeza y gracia del lenguaje latino, lo encuentro admirable para reflejar a lo vivo los movimientos del alma y la condición de nuestras costumbres; a todas horas nuestras acciones me lo traen a la memoria. No puedo leerlo tan a menudo como para no encontrar alguna belleza y gracia nuevas. Los de los tiempos de Virgilio se quejaban de que algunos los comparasen con Lucrecio. Comparto la opinión de que es, en verdad, desigual comparación; mas me cuesta reafirmarme en esta idea cuando me hallo frente a algún hermoso fragmento de los de Lucrecio. Si se ofendían con esta comparación, ¿qué dirían de la bárbara necedad y estupidez de los que ahora lo comparan con Ariosto? ¿Y qué diría el propio Ariosto?".
Digo libremente mi parecer sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que quizás se salen de mi inteligencia, que en modo alguno considero que pertenecen a mi jurisdicción. Lo que opino de ellas, revela la medida de mi vista y no la medida de las cosas. Cuando veo que me cansa el Axioco de Platón, en tanto que obra sin fuerza, por consideración al autor, mi criterio no se fía de sí mismo: no es tan necio como para oponerse a la autoridad de tantos otros famosos criterios antiguos a los que tiene por rectores y maestros suyos y con los cuales antes prefiere fallar. La emprende consigo mismo y se acusa ya de quedarse con la corteza por no poder penetrar a fondo, ya de mirar la cosa desde algún ángulo erróneo. Se contenta con evitar la confusión y el desorden; en cuanto a su debilidad, la reconoce y confiesa de buen grado.
Cree dar justa interpretación a las apariencias que le presenta su visión; mas son estúpidas e imperfectas. La mayor parte de las fábulas de Esopo tienen varios sentidos y significados.
Aquellos que les prestan una interpretación simbólica, elige algún aspecto que cuadra con la fábula; más por lo que a la mayoría respecta, no es más que el aspecto primero y superficial; hay otros más agudos, más esenciales y profundos hasta los que no han sabido llegar: lo mismo hago yo.
Más siguiendo mi camino, siempre me ha parecido que en poesía, Virgilio, Lucrecio, Catulo y Horacio son los primeros, a mucha distancia de los demás: y en particular Virgilio con sus Geórgicas, obra que considero la más lograda de la poesía; y en comparación con la cual podemos percatarnos fácilmente de que hay fragmentos de la Envida que el autor habría bordado mejor, si hubiese tenido posibilidad. Y el quinto libro de la Eneida paréceme el más perfecto. Me gusta también Lucano y lo leo de buen grado; no tanto por su estilo como por su propio valor y la verdad de sus opiniones y juicios. En cuanto al buen Terencio, con la delicadeza y gracia del lenguaje latino, lo encuentro admirable para reflejar a lo vivo los movimientos del alma y la condición de nuestras costumbres; a todas horas nuestras acciones me lo traen a la memoria. No puedo leerlo tan a menudo como para no encontrar alguna belleza y gracia nuevas. Los de los tiempos de Virgilio se quejaban de que algunos los comparasen con Lucrecio. Comparto la opinión de que es, en verdad, desigual comparación; mas me cuesta reafirmarme en esta idea cuando me hallo frente a algún hermoso fragmento de los de Lucrecio. Si se ofendían con esta comparación, ¿qué dirían de la bárbara necedad y estupidez de los que ahora lo comparan con Ariosto? ¿Y qué diría el propio Ariosto?".
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