El Carabobeño 01 diciembre 2013
Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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Lo ocurrido el martes 26, con motivo del regreso Miguel Cocchiola, candidato a Alcalde de Valencia por lo oposición, fue un abuso de poder. No había razones para que a los ciudadanos se les impidiera el derecho humano del libre tránsito y para que, dos jóvenes periodistas, fueran agredidos por efectivos de la Guardia por tratar de hacer uso de su derecho a informar.
El vuelo de la línea aérea Copa, que traería al empresario desde Panamá, estaba anunciado para las 2 de la tarde. Pero, desde de la mañana, el acceso al Aeropuerto Internacional Arturo Michelena, estuvo restringido para que no se efectuara la concentración que estaba anunciada.
En la vía que conduce al terminal aéreo, en la Zona Industrial, fueron instaladas tres alcabalas y decenas de efectivos de la Guardia Nacional armados como si iban a impedir algún atentado. Gente que nada tiene que ver con política y pasajeros de los vuelos que saldrían a esa hora, fueron obligados a bajarse de los automóviles, que fueron requisados, y a mostrar identificación y pasajes. Los que, efectivamente, iban a recibir a
Cocchiola fueron devueltos con desprecio y tratados como delincuentes, por apoyar una opción distinta a la del Gobierno.
El afrentoso operativo lo presenciamos porque con Daisy Linares, Mauricio Centeno y Tibisay Romero fuimos los cuatro periodistas que logramos burlar el cerco para impedir la libertad de información. En nuestro caso, logramos llegar al aeropuerto porque, como ciudadano de la tercera edad, nos permitieron subir a una camioneta de transporte colectivo que va de La Isabelica al aeropuerto. Cuando los feroces guardias subieron, fingimos que estábamos dormidos. ¿Pa'dónde va este viejo?, preguntó uno de ellos. “Dijo que va a comprar un pasaje para Puerto Ordaz”, respondió con picardía el chofer que nos reconoció al entrar, con el saludo: ¿como está El Carabobeño?
Ya dentro del aeropuerto tuvimos la sensación de haber logrado un triunfo pues, nuestros demás colegas, todos muy jóvenes, estaban lejos llevando sol parejo, esperando que los dejaran entrar. En el edificio que, ostentosamente, recibe el nombre de aeropuerto internacional, había poca gente. Solo estaban chequeándose los pasajeros del vuelo de Copa que regresaría a Panamá y un grupo de simpatizantes de Cocchiola que, milagrosamente, lograron ubicarse en el restaurante de la segunda planta, cuyos ventanales, hacía la pista de aterrizaje, están clausurados herméticamente, para que el público no pase a la terraza.
Mientras esperábamos que llegara Cocchiola, dos jóvenes, con finas vestimentas deportivas, se encargaron de fotografiar a los cuatro periodistas presentes y otras personas como Pablo Aure. El reportero gráfico Mauricio Centeno nos advirtió que, uno de los vigilantes, nos filmaba mientras se paseaba por la sala haciendo ver que hablaba por teléfono. Nos tenían marcados, sin que supiéramos con cual objetivo porque más bien estábamos aburridos de la espera. Cuando Cocchiola llegó hubo aplausos de sus simpatizantes que bajaron presurosos a esperarlo a la salida.
Nosotros también, esperando una declaración pero el candidato se embarcó rápido en una lujosa camioneta y el intento fue en vano. A nuestro lado siempre estuvo, como marcándonos, uno de los vigilantes. Cuando pasó el bululú, nos dimos cuenta de que nos habían sacado del bolsillo del pantalón la cartera con nuestra documentación y 1.500 bolívares que habíamos retirado de un cajero automático. Estamos seguros que no fue un simple hurto sino un intento por encontrar alguna confidencialidad. Regresamos al edificio, a ver si alguien había encontrado la cartera, pero fue tiempo perdido.
Por razones, que aún no nos explicamos, el aeropuerto quedó casi solo y se suspendió la entrada y salida de automóviles, incluso los de las líneas de taxi que allí prestan servicio. Estábamos limpios, sin dinero, ni siquiera para tomarnos un refresco. Cuando estábamos sentados en uno de los bancos que utilizan los taxistas, se nos acercó el joven vestido deportivamente, que nos había vigilado, montado en una lujosa moto, nos pareció una Halley Davison. "Soy mototaxista, si quieres te llevo gratis hasta la salida”, dijo. Era imposible que fuese mototaxista con aquella pinta y costosos lentes de sol. Nos asustamos pero tuvimos el acierto de decirle: estamos muy gordos y nos podemos caer. “Te salvaste”, escuchamos decir al motorizado que arrancó, sobre una sola rueda, despidiendo destellos de luces plateadas que salían de los pulidos metales de la costosa nave.
A las puertas del aeropuerto decenas de pasajeros, con sus equipajes, esperaban salir de aquel aeropuerto cerrado .¿Qué está pasando? ¿Dieron un golpe de Estado?, preguntaron viajeros extranjeros que no entendían aquel irrespeto a normas internacionales de la Aviación.
Allí estuvimos hasta las 6 de la tarde cuando pasó una de las camionetas que nos había trasladado, hasta la Alcaldía de Valencia, donde pudimos tomar un taxi para regresar a El Carabobeño. La carrera costó 300 bolívares porque nos agarró una cola de casi hora y media.
Agresión a la prensa
Lo que nos ocurrió es algo anecdótico, narrado como un ejercicio periodístico. Lo indignante son los atropellos que sufrieron los jóvenes periodistas Luis Guillermo Carvajal, de DAT TV y Kervin García, de Noticias24. A ellos se les impidió el acceso al aeropuerto y, como protestaron, les arrebataron sus instrumentos de trabajo y los insultaron. Carvajal aseguró que lo golpearon y uno de los guardias le vació un buche de agua en la cara. No conforme con eso lo ruletearon y lo llevaron detenido a un destacamento castrense hasta que lo pusieron en libertad, sin que hasta el momento ninguna autoridad haya dado explicación de esta violación a derechos constitucionales.
Este es un nuevo atropello a la libertad de expresión de un gobierno, que se indigna cuando le dicen que está actuando como estuviéramos en una dictadura. Kervin García y Luis Guillermo Carvajal, dos de los periodistas más talentosos de las nuevas generaciones, no podían ser detenidos sin una orden judicial, a menos que hubiesen sido sorprendidos cometiendo un delito, que no es buscar una información.
Por lo tanto, a ellos, se les privó del derecho fundamental de deambular libremente. El Ministerio Público, donde fue puesta la denuncia, está en la obligación de pronunciarse sobre esta situación que debería causar vergüenza en un sistema democrático.
Además, el exagerado despliegue militar, para tratar de impedir que, un candidato de oposición a alcalde de Valencia, fuese recibido por sus simpatizantes debería tener explicación, mucho más cuando, estando en una campaña electoral, la Fuerza Armada Nacional debe demostrar que respeta el artículo 44 de la Constitución que le prohíbe cumplir órdenes de una parcialidad política.
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