Gloria a Dios en el cielo y... ¿en la tierra?
La Semana Santa es una oportunidad propicia para la reflexión de propios y extraños, recordando la gesta de un hombre que difundió un mensaje de eterna vigencia. Sin los recursos on-line, este hombre, con una extraordinaria capacidad para motivar espíritus, movilizar multitudes, convocar diferencias, logró crear una gran institución génesis de organizaciones religiosas y laicas.
Los componentes fundamentales del mensaje eran el amor, el respeto y la humana solidaridad, la equidad en el acceso a los bienes terrenales y la justicia en las relaciones sociales. El mensaje fue complementado con una visión de largo plazo a cuya meta se llega mostrando los logros habidos en una vida orientada por tales principios.
Este mensaje, por demás inagotable, es asumido por los hombres basados en su libre albedrío. Algunos optan por seguir sus pautas, mientras que otros, voluntariamente, lo distorsionan o lo tratan de destruir. No obstante estos esfuerzos para socavar los valores de la sociedad, ellos, aunque luzca paradójico, se convierten en estímulo para que muchos continúen luchando por la vida que el mensaje augura.
Un breve repaso por el acontecer mundial, da cuenta de conflictos que adolecen de los componentes fundamentales del mensaje del enviado de Dios. Pareciera existir una voluntad expresa en algunos y un aparente descuido en otros, de ignorar los símbolos de integración que garantizan una convivencia tolerante entre quienes provienen de diferentes orígenes, comulgan con diferentes creencias y son socializados en diferentes culturas.
Normalmente estas tendencias disociadas están vinculadas con procesos políticos cuyos liderazgos tienden a perpetuarse y a manipular el poder, procurando legalizar la utopía de la sociedad de iguales. Tales intentos nacen con el fracaso incorporado y en su transcurrir van acumulando descontentos cuya combustión, tarde o temprano, se hará presente. Sin embargo, frente a la cantidad de evidencias históricas del fracaso de la opresión autoritaria, aún persisten liderazgos empeñados en conducir a las sociedades por este camino de norte inalcanzable, costo incalculable e inversión irrecuperable.
Venezuela no escapa a esta propensión y si bien evitamos las referencias a un régimen que ya entró en su fase declinante, queremos aprovechar la ocasión para poner en perspectiva los valores que copan la escena durante la "Semana mayor".
Los valores antes enunciados no se decretan. Deben ser internalizados por los seres humanos, formar parte de sus creencias y fundamentar las razones de su conducta. El bienestar de los ciudadanos no se logra sumando los bienestares individuales. ¡No! Se logra creando las condiciones sociales para que exista justicia, equidad y acceso sin exclusión a las finalidades públicas. Es decir, un marco de actuación en donde la participación ciudadana suponga conductas ajustadas a la justicia, que contribuyan con la equidad social y hagan del amor al prójimo una práctica cotidiana y no un eslogan para generar imagen y ganar adeptos.
El resurgimiento de este país se logrará en la medida que la mayoría de los ciudadanos orienten sus actuaciones por los principios rectores, unificadores y colectivos del mensaje cristiano. Sin embargo, cuando los líderes tratan de alterar estos preceptos, la responsabilidad ciudadana es deponer tales liderazgos.
¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena (y decidida) voluntad!
Mayora.j@gmail.com
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