Puede que después del 7 de octubre, en la isla resuenen los versos
del melancólico Pablito Milanés: "El tiempo, el implacable, el que pasó,
solo una huella triste nos dejó".
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Me entero a través de un twitter del fallecimiento de la trovadora cubana
Sara González, ocurrido el 1º de febrero recién pasado. Por cierto, en el
Cimeq, clínica reservada a la élite cubana a la que ella pertenecía
por derecho propio y en donde fuera operada en septiembre del 2011 de
un cáncer de colon. ¿Habrá tenido ocasión de encontrarse casualmente con el
huésped y habitué privilegiado del Cimeq, o las medidas de seguridad que
rodean al mecenas de la tambaleante economía cubana anulan la posibilidad
de casualidad ninguna, así se trate de "la gorda", como los cubanos que la
amaban llamaban cariñosamente a la primera figura femenina de la trova cubana?
Conocí y disfruté de la avasalladora simpatía de Sara González en sus idas y
venidas gracias a la gran amistad que la unía a mi esposa (Soledad Bravo).
Eran otros tiempos: aquí y allá. Allá todavía quedaban rescoldos de los fuegos
de artificio y aquí resplandecía la libertad. Y llevado por la curiosidad de saber las
circunstancias de su deceso me he zambullido en Google, que me ha
empujado de un solo golpe a ese universo esclerótico y ya sacralizado constituido
por lo que podríamos llamar "la cultura" cubana. O si se quiere, visto desde una
perspectiva ideológica, la Hegemonía: el mundo de los protagonistas del
enmascaramiento dominante en la isla.
Nunca mejor dicho: la isla. Pues si algo caracteriza a la sociedad cubana,
y muy en particular a quienes dan sostén ideológico al régimen imperante,
es una insularidad absoluta, rayana en el autismo. Un mar infestado de
tiburones, redoblado por la absoluta insularidad policiaca impuesta a sangre
y fuego por la tiranía de los hermanos Castro, ha permitido un extraño
fenómeno digno de ser catalogado de autismo inducido: la paralización de
la historia. Los cubanos detuvieron el reloj de sus corazones en Playa Girón
y fijaron para siempre la épica de la cubanía a la Sierra Maestra. Hoy, a
53 años de la toma del Poder por Fidel Castro, la única realidad que les da
consistencia social y colectiva, yace varada en las playas de la Bahía Cochinos.
Una película sinfín de un Castro montado en un tanque que rueda y rueda sobre
sí misma. En blanco y negro.
El mundo de los cubanos, sólida y densamente articulado en un pétreo y
esclerotizado discurso hegemónico, pareciera haber nacido de un glorioso Big Bang,
como el universo. Nada existió antes. Nada existirá después. Con una insólita y
aberrante consecuencia: salvo las penurias infinitas y las tribulaciones causadas
por el esfuerzo casi mítico de tener que rebobinar la película contra viento y marea,
nada ha ocurrido desde entonces. El tiempo se ha detenido como en un cuento de
hadas. La historia, que ha arrollado al planeta desde el 1º de enero de 1959 – más de
una decena de presidentes en varios países del mundo, cinco Sumo Pontífices,
descubrimientos cósmicos escalofriantes, avances tecnológicos inimaginables,
viajes espaciales, la llegada del hombre a la luna y la exploración robótica de Marte,
una revolución telemática, el progreso avasallador que sacude al otrora
conocido como misérrimo Tercer Mundo, el derrumbe del bloque soviético y la
emergencia de China como primera potencia económica mundial – nada ha tenido
el más mínimo efecto sobre la bloqueada y detenida conciencia cubana. Ni siquiera
la primavera árabe, que debiera haberla conmovido.
Es lo que saco en limpio de esta zambullida en la vida especular de quienes
fueran nuestros amigos, hace cuarenta años. Siguen varados en la congelada
emoción de Playa Girón. No hacen otra cosa que recordar una epopeya que
yace, amarillenta y deshojada, en las olvidadas hemerotecas de ninguna parte.
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Este prodigioso trabajo de congelación idiosincrática, esta homogeneización del
espíritu y de las voluntades hasta lograr la absoluta unidimensionalidad de la
adhesión al régimen no se ha producido, naturalmente, de buen grado y sin la
brutal represión de un Estado totalitario. Así la perfección del trabajo de amaestramiento
y dependencia, la hondura de sus efectos y la cristalización de sus amenazas
aniquiladoras desaparezcan como por encanto tras un himno a La Victoria, el tema
emblemático de Sara González. Y las víctimas crean de buen grado ser protagonistas
de una batalla que todavía imaginan estar librando, digna de figurar en los anales
de los actos heroicos de la humanidad, como se lo oigo decir a la querida
Sara en entrevista con Amaury Pérez, otro sobreviviente después de muchos
tiras y encojes. Y como sin duda lo dirían todos los creadores cubanos
sometidos de buen o mal grado al poder cohesionador y paralizante del
caudillismo patriarcal de los Castro. Si no es el terror que enmudece, es la hipocresía
del doble lenguaje, en el que hasta los más conspicuos funcionarios del régimen
se han hecho expertos, como lo revelaran acompañantes de Benedicto XVI.
Castristas hasta la médula dientes afuera. En la confianza de la intimidad,
amargados críticos de un sistema que los paraliza. Incluso a ellos, los responsables.
Pues a juzgar por las declaraciones de los creadores que siguen afiliados a las
huestes del castrismo, nada tienen que no sea una epopeya, nada los une que
no sea un mito, nada los resguarda que no sea el pasado. Vivo, presente y
actuante en las figuras de dos octogenarios feroces e implacables como los ogros
de nuestra infancia. De la que ninguno de ellos parece haberse zafado. Un par
de ogros capaces de la obra de magia superlativa que supone detener el curso de
la historia.
No es magia, por supuesto. Es terror y estafa. Y sobre todo mecenazgo de quienes
posibilitan ese reino encantado de un levantamiento armado que ocurrió hace 53
años y desde entonces no ha sido capaz ni siquiera de alimentar a sus
desarrapados. Primero de los rusos y luego de nosotros, los venezolanos. O dicho
con mayor propiedad: del gobierno de un teniente coronel que usurpa el poder y
saquea nuestras riquezas a cambio del know how de dos expertos en tiranías.
Detrás de esa fe aparentemente invencible en su revolución fluyen los huevos,
el pan, la leche, el trigo y la carne comprados fuera de Cuba con divisas regaladas
por el gobierno venezolano con que se alimentan los zombis privilegiados del
presente. Si no fuera por el desfalco del teniente coronel, Cuba estaría al borde del
canibalismo y se alumbraría con velas.
Venezuela, bajo el arbitrio inconstitucional de un gobernante tan tiránico como los
Castro, pero infinitamente menos dotado, hace posible la permanencia de la
ficción revolucionaria cubana. No son los millones que aporta el turismo de los
trasnochados revolucionarios europeos en busca de jineteras, ni los derechos
autorales de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. Ni los gobiernos de Bielorrusia,
China o Corea del Norte. Es el Estado venezolano, son las remesas mil millonarias
en dólares de los más de 30 mil cubanos que fungen de trabajadores de la salud.
En total, miles y miles de millones de dólares anuales que les son escamoteados a
sus legítimos propietarios en el acto de exacción colonialista jamás vista en la
historia de América Latina. Un gran país entregado de pies y manos a una
isla misérrima, a la que en el colmo de la aberración alimenta y mantiene con vida.
Algo más absurdo, imposible.
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Dicho escuetamente: la mitad de las importaciones cubanas dependen de la
donación de quien paga miles de millones de dólares por el servicio político
policial de mantenerlo en el Poder. Más seis mil millones de dólares que fluyen
de Venezuela a Cuba a través de las remesas personales de sus decenas de
miles de invasores. Con lo cual la siempre crítica balanza de pagos de una isla en
la miseria puede sortear la amenaza de la bancarrota y mantener viva la ficción
del heroísmo cubano.
Esta dependencia existencial es tan absoluta, que ante la posibilidad de que se
corte el cordón umbilical en caso de triunfar el candidato de la Alternativa
Democrática el 7 de octubre próximo, se han desatado en la Plaza de la
Revolución todas las alarmas. Al ejército de esclavos invasores, a los cientos
de altos oficiales del ejército revolucionario cubano que controlan todas las
instancias de combate de "nuestras" fuerzas armadas, a los burócratas cubanos
que tienen bajo su mando notarías y oficinas de identificación y registro civil de
nuestra ciudadanía, se han venido a sumar cientos y cientos de espías especialmente
entrenados del G2 que, junto a los anillos de seguridad también cubanos que "protegen"
al siempre presente huésped del Cimeq husmean hasta en los últimos rincones de los
laberintos del poder de gobierno y oposición venezolanos. Son el aparato de control
con que Raúl Castro mantiene bajo su implacable dominio al gobierno venezolano.
Es la tragedia que se vive en Caracas y en La Habana. Es el devenir que se
anuncia sombrío y tenebroso para una revolución que se extingue. Es la amenaza
del telón que baja sobre una tribu de segundones, cantantes, actores y saltimbanquis
que siguen representando la opereta del 26 de julio.
Puede que después del 7 de octubre, en la isla resuenen los versos del
melancólico Pablito Milanés: "El tiempo, el implacable, el que pasó, solo
una huella triste nos dejó".
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés - Yolanda
Subido por arturolin el 26/03/2008
Video musical
PULSE EN EL EXTREMO DERECHO DONDE DICE YOU TUBE
Y ESCUCHARA A PABLO MILANES Y A SILVIO RODRIGUEZ
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