Señor Tin Marín, ¡que bueno es verlo! Soy el mocito viviente del cielo, ese,
que usted y todos los niños, y todos los seres construyen en el aire cuando
sueñan, dibujan, escriben, cantan, rezan y cuelgan papagayos de colores
para intentar rozar el azul, todavía indescifrable en sus vidas.
Celebro su tierna edad en este planeta humano. Nada más genuino para
volar que un corazón libre de las tóxicas emociones que perturban, que viajan
como espíritus dentro del cuerpo y el alma humana, ofrecen tentaciones y buscan
quedarse allí, en ese músculo que irradia toda su energía hacia el sol o se hunde
en un vacío pegajoso como chicle.
Todos los que vuelan papagayos me llenan de deseos y créame si le digo que
son buenos, que a lo largo de los más de 4 mil millones de longevos años
que tiene el planeta tierra han llegado a mí las más hermosas peticiones
que ya están cumplidas en mi cielo.
Nadie se pone a volar una cometa para pedir cosas malas, todos me
ofrecen lo mejor de sí. Nada más basta verlos planeando la jornada, los
hilos, las colas, el papel, la caña, la pega, el tiempo, los roncadores;
las combinaciones de colores, las correderas y las excitaciones alrededor
de este oficio antiguo y dichoso, para saber que siempre en la vida sobran
oportunidades y amor.
De lo único que pueden acusarme es de haberme llevado papagayos porque
soy travieso, glotón y burlón. Los que desaparecen en el cielo, son míos.
Los que caen, tienen que levantarse. Los que se desbaratan, romperse o
reconstruirse. No aguanto la tentación de atraer para mí esos sueños, esas
ideas, esos momentos que llenan de alegría a las aguas que están contenidas
en el espacio y que requieren la vibración de la alegría; del sonar del aire;
de la fuerza del sol; para ser y estar.
Siempre estoy a su lado, Tin Marín, porque siempre coloca mi cielo en todas
partes y él está cargado de las aspiraciones conectadas con los universos.
Los niños te sonríen, te aplauden cuando terminas el cuento, porque les has
dejado una ilusión en forma de palabra, de aprendizaje, de movimiento;
de risas. Lecciones que se olvidarán momentáneamente para recordarse
para siempre.
Así como atrapo esa devoción por la vida en el cerro La Guacamaya como
en otros de los millones de lugares del planeta, que desde China hasta la
baja Antártida colocan las mujeres, los niños y los hombres para mí, también
devuelvo los dulces caramelos con que todos los días lleno mis alforjas de
rotunda satisfacción.
Por eso ves a la gente sonreír y mirar con verdadero interés y con oídos
capaces de escuchar las más sinceras respuestas. Por eso observas gente
alerta para hacer, para luchar. Por eso siempre me sientes a tu lado: lo
estoy, visible e invisible a la vez. Nunca fatigado. Siempre despierto y
viajando por las alteraciones del alma.
Nadie va despacito, todos van apuraditos. Todos quieren ser el primero.
Todos quieren llegar a mi cielo en forma de papalotes. Nada como la sensación
de la vez primera, del primer sabor; del primer pensamiento al ver el azul;
de la cohabitación de la luz en nuestros ojos, antes cerrados.
Planeta radiante, turbulento; fervoroso. Se recogen en el cielo las cometas
y puedo leer la enorme sed que tiene este mundo cargado de agua.
Todo volverá a su origen de allí la necesidad de trascenderlo.
"De tin marín de do pingüe, cucara macara títere fue", siguen diciendo los
cuentos, los niños, las gallinas y las tizas. Las maestras siguen dando, los
colores combinándose; comienzo perpetuo.
Desde mi rendija veo el ancho del amor. La ilusión es un viaje, es la partida
hacia el puerto del deseo que termina consolidándose con la perseverancia.
Alguien por allí puso el límite en el cielo pero le aseguro que va mucho más
allá, aunque sea inentendible. Un arcoíris es un tesoro en sí mismo, no hay
que buscar su principio ni su final. Así también son todos los niños,
descontaminados y felices.
¿Quiere que le revele un secreto? Siempre bailo al son de un tambor. Suave
y rápido como el corazón. Así consigo que todo marche, que todo tenga
el mágico efecto de la cercanía, de sabernos amados; apreciados y queridos.
Mi corazón suena por ti y con ello le hablo a mamá, a papá, a todos mis ancestros;
a todos los que me acompañan en la vida.
Me siento orgulloso del hombre que vive sereno porque no le ha deseado
mal a nadie. Me siento orgulloso de saber corazones como el suyo que se
entregan con nobleza sin otra pretensión de saber que llegó el mensaje del
hombre bueno, por lo tanto sabio; por lo tanto dueño del más dulce poder.
E-mail: mpradass@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario