Innumerables son los recuerdos que tengo de la Valencia de ayer. Entonces era una ciudad tranquila, amorosa, romántica y celosa de su gentilicio. La capital carabobeña que el pasado 25 de marzo celebró sus 457 años, ya no es la misma. La inseguridad, la contaminación y el ruido ensordecedor se han adueñados de sus calles y avenidas, cubiertas de hueco, aunado a las aceras en mal estado y a los cuellos de botellas que entorpecen el tráfico en las horas picos por la falta de una vialidad moderna acorde al crecimiento poblacional y del tránsito automotor. La Valencia de hoy es una ciudad estresada por la prisa del día a día y los múltiples problemas que la aquejan. Son tiempos del siglo XXI y tanto la ciudad como sus habitantes hemos tenido que adaptarnos a los vertiginosos cambios. Indiscutiblemente antes la vida era más sencilla, sosegada y amable.
En la ciudad que conocí -llegué a Valencia en 1956 por cierto que el miércoles 4 de abril cumplí 56 años en este gran país- las familias y los jóvenes podíamos irnos caminando, sin temor a ser atracado, desde la Candelaria hasta la Plaza Bolívar, lugar preferido para las tertulias y la sana distracción. Los domingos, la gente, nativos e inmigrantes, se daba cita en la plaza para escuchar las bandas musicales que eran patrocinadas por la Gobernación. A los actos trascendentales de nuestra nacionalidad, se asistía con gran respeto y consideración, escuchando a los distinguidos oradores de la época que revivían, con emocionadas palabras, el pasado glorioso de la ciudad y de la nación venezolana. Era la época en la que los hombres se quitaban el sombrero para saludar y nadie osaba presentarse en la Plaza Bolívar, corazón de la ciudad, en manga de camisa o recorrerla con algún paquete en las manos. Aprovechando este mi espacio quiero dar las gracias a Dios, a este gran diario y de manera muy especial a mis lectores que siempre se recuerdan de uno, me llaman por teléfono felicitándome, comentando lo que les gusto o haciendo una crítica constructiva, y siempre aportando un granito de arena a los periodistas y columnistas para que Venezuela crezca. Eso era un irrespeto y los ciudadanos que incurrían en esa falta eran sancionados por las autoridades. Hoy, la ciudad ha perdido parte de su identidad y memoria, y a nadie extraña ver personas caminar por la Plaza Mayor en chancletas o con ropa inadecuada u observar conductas inapropiadas a las que no voy a referirme, pues son conocidas por los valencianos. En pleno centro está la Catedral de Valencia, de gran valor histórico y religioso, dedicada a la veneración de la Virgen del Socorro, patrona de Valencia. En el año 1962 fue declarada Basílica de la ciudad por el Papa Juan XXIII. Está a la espera de la recuperación de su fachada, compromiso adquirido por la Alcaldía de Valencia.
Un personaje popular de ese entonces lo fue don Pedro Rojas, considerado como un cronista anónimo, pues a pesar de no haber nacido en Valencia, era un gran conocedor de la ciudad y siempre tenía a flor de labios una anécdota que contar. Claro está que el cronista era nada más y nada menos que Don Alfonso Marín (†) nacido en otros lares de este país, un gran orador de orden, ciudadano disciplinado con su ciudad, un hombre honesto y culto. Hoy tenemos como cronista al Dr. Guillermo Mujica un gran médico cirujano "Aquí, la gente era muy conservadora, nos decía. Cuando se hacían grandes fiestas en las décadas de los 30 y 40, era mal visto que trabajadores alternarán con sus patronos o dueños de los eventos en los clubes. En muchas ocasiones, los víveres eran traídos desde Puerto cabello para los grandes festejos. Las viejitas, al ver entrar a los camioneros a un determinado club, de inmediato exclamaban, ajustándose los lentes: "¡Qué horror. Ahora si se va a acabar este club!". En las décadas posteriores, la situación no fue muy distinta. A los clubes y sitios exclusivos no entraba todo el mundo y si alguien se mostraba interesado en ingresar a unos de esos centros, se sometía a votación. En algunas ocasiones, el color de una bolita decidía, si te aceptaban o no. Mucha gente trabajadora y honesta se sentía menospreciada e incomoda por este comportamiento. Con el pasar de los años, las cosas fueron cambiando y puede decirse que se han democratizado, lo cual me parece muy bien, pues a los ojos de Dios todos somos iguales.
Cuanto ha cambiado mi querida Valencia. En 1974 fue demolida la sede del Palacio Municipal, construido en 1926, hermoso símbolo de la ciudad del Cabriales, ubicado frente a la Plaza Bolívar, donde actualmente está la sede de la Policía Municipal de Valencia. También desaparecieron el viejo Mercado principal, hermosas casonas coloniales y cines como el Tropical y el Imperio, que por cierto que pasara con ellos ? Otros inmuebles han sido abandonados y convertidos en ruinas, sirven de guaridas a gente de mal vivir. Sin duda, constituyen testimonio fehaciente de la indiferencia y apatía por la conservación del patrimonio histórico-cultural de la ciudad que parió a Venezuela, como lo dijo el escritor valenciano José Rafael Pocaterra, en su discurso con motivo de los cuatrocientos años de la ciudad, en 1955.
La capital carabobeña, escenario de importantes hechos históricos y cuna de ilustres personajes, que con sus aportes en la cultura, la economía, la educación, la política, la medicina, la música, etc., han contribuido a su progreso y avance, merece una mayor atención para garantizarle a sus habitantes una mejor calidad de vida en todos los aspectos: servicios públicos, vialidad, seguridad, recreación, aseo, transporte, etc. Los valencianos lo que quieren y anhelan es una ciudad humanizada y amada, que influya positivamente en el bienestar colectivo. Hasta el próximo lunes. ¡Qué Dios los bendiga a todos y todas!
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