I
Comencé hace tres días un precipitado recuento histórico sobre el origen
de esas fuerzas civiles y militares que hoy se expresan en nuestras
calles de manera tan dramática, y, sin haber establecido un rumbo y
punto de llegada, decidí partir de las remotas y permanentes Ilíada yOdisea.
En un afán de apurar el paso, releí sus comienzos y finales, como un
estudiante que tiene poco tiempo para terminar su tarea, y estos
extremos me han resultado tan conmovedores que he decidido quedarme
varado por un tiempo entre sus lecciones.
Quizás deba aceptar que me estoy refugiando en los clásicos, como un
explorador que en realidad quiere perderse, pero tengo como excusa lo
que dijo una vez Dostoievski: “Homero confirió a la ordenación de la
vida terrestre y espiritual del mundo antiguo una estructura semejante a
la que dio el cristianismo al mundo moderno”.
II
Como bien saben, la Ilíada trata sobre la Guerra de Troya y el poeta comienza anunciando su furia como si quisiera darnos un susto:
Canta,
oh diosa, la cólera de Aquiles, una cólera funesta que causó infinitos
males a los griegos y precipitó al pozo de los muertos a muchas almas
valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y aves de rapiña.
Es tan intensa esta cólera que la salidas ingeniosas de Ulises no
aparecen en los veinticuatro cantos. Nada se nos dice del ardid del gran
caballo de madera, tampoco de la flecha envenenada que se clava en el
talón de Aquiles. El ingenio y la exactitud ahorran violencia y sólo los
hechos sangrientos tiene cabida en esta epopeya. Aristóteles nos
explica que Homero no intentó abarcar toda la guerra, pues advirtió que
era un relato demasiado extenso y complicado por la variedad de sus
incidentes, de manera que se centró en lo necesario para configurar lo
que Simone Weil llamó en un ensayo el “Poema de la fuerza”.
Weil sostiene que el centro de La Ilíada es
la fuerza que sin cesar modifica el alma humana, tanto por creer que se
dispone de ella sin límites como por pensar que estamos sometidos a su
yugo para siempre; y nos previene: “Quienes saben que la fuerza, hoy
como antes, está en el centro de toda historia humana, encuentran en la Ilíada el más bello, el más puro de los espejos”.
Como me he limitado a comienzos y finales, acudamos de una vez a la
muerte atroz de Héctor a manos de Aquiles. Aquí estamos ante un héroe
tan humano que es capaz de sentir miedo. Aún así, enfrenta a su enemigo y
le anuncia:
–
No huiré más de ti. Tres veces di la vueltaen torno a Troya, sin
atreverme a esperar tu acometida. Ahora mi ánimo me obliga a alzarme
ante ti y matarte o morir. Pongamos a los dioses por testigos. Nadie
mejor que ellos para vigilar que se cumplan nuestros pactos: Yo no
profanaré cruelmente tu cuerpo, si Zeus me concede la victoria, pues tan
pronto te haya despojado de tu gloriosa armadura, entregaré tu cadáver a
los griegos. Pórtate tú conmigo de la misma manera.
Aquiles no está de acuerdo con esta propuesta de una paz tan inútil que
parte de la muerte y se lanza sobre su presa. Homero es quirúrgico en la
descripción del combate:
Aquiles
miraba cuál parte ofrecería menos resistencia en el hermoso cuerpo de
Héctor, quien se protegía con la excelente armadura de bronce que le
quitó a Patroclo después de matarlo. Y observó que solo quedaba al
descubierto la garganta, que es el punto por donde más pronto se escapa
el alma.Por allí el divino Aquiles atravesó el tierno cuello y la punta
de la lanza se asomó por la nuca, pero sin sesgarle la garganta del
todo, para que Héctor pueda hablar mientras muere:
– Te
lo ruego por tu alma y por tus padres: ¡No permitas, Aquiles, que los
perros me despedacen y devoren. Acepta el bronce y el oro que en
abundancia te darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega a los míos
el cadáver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo
entreguen al fuego y honren mi muerte.
Aquiles le contesta:
–
¡No me supliques! Ojalá la furia y el coraje me inciten a cortar tus
carnes y a comérmelas crudas, por los agravios que me has infringido.Ya
nadie podrá apartar los perros de tu cabeza ni a las aves de rapiña de
tu cuerpo.Aunque me traigan diez o veinte veces el debido rescate y me
prometan más, ni aun así la veneranda madre que te parió te pondrá en un
lecho para llorarte.
Aquí debemos detenernos y pensar en el “más puro de los espejos”,
porque, aunque son otras las armas, hemos visto ese mismo odio y furor
en las calles de nuestra ciudad, y ante edificios que se convierten en
murallas con orificios donde las familias contemplan espantadas.
Una vez que la muerte “cubrió a Héctor con su manto” y “su alma voló de
sus miembros”, y “dejó atrás su juventud y fuerza viril”, Aquiles
procedió al más vil de los actos: arrastrar a la victima sometida,
aniquilada.
Le
horadó a Héctor los tendones de ambos pies desde el tobillo hasta el
talón, introdujo correas de piel de buey y lo ató al carro, de modo que
fuese arrastrando la cabeza; luego picó a los caballospara que
arrancaran y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver
mientras la negra cabellera se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes
tan graciosa, se hundía toda en el polvo, pues Zeus la había entregado a
los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.
Ahora que Héctor ha muerto, después de correr, detenerse y proponer un
pacto, podemos asomarnos a un tema que no es bien recibido en tiempos de
conflicto: los héroes hacen sufrir a sus familias y solo pueden volver a
hacer felices a los suyos renunciando a su heroicidad. Veamos como la
esposa de Héctor se lamenta de una gesta que va a traer más desolación a
los hogares:
-¡Marido!
Saliste de la vida cuando aún eras joven, y me dejas viuda en el
palacio. El hijo que hemos engendrado es todavía infante y no creo que
llegue a la mocedad; antes será la ciudad arruinada desde su cumbre,
porque has muerto tú que eras su defensor, el que la salvaba, el que
protegía a las venerables matronas y a los tiernos infantes.
Gracias a esta elegía, con su buena dosis de reclamo, nos asomamos a un
protagonista más que está en juego: la ciudad. En la guerra de Troya se
enfrentan militares de ambos bandos, pero los troyanos se van a
debatir,además, en una lucha interna, pues también son ciudadanos que
deben optar entre las negociaciones (o la imposibilidad de ellas) y esa
fuerza que “transforma el peligro en abstracción, las vidas destruidas
en juguetes que un niño rompe, el heroísmo en una actitud teatral
manchada por la jactancia”.
III
La Ilíada hubiese estado incompleta, ebria y harta de su excesiva fuerza, si no se hubiera equilibrado con los siguientes diez años de la Odisea.
Esta épica se centra en el regreso a Ática de un guerrero que peleó en
Troya y quiere imponer el orden y la justicia en su propio hogar, y,
así, volverlo a hacer próspero y feliz. Podemos también decir que trata
de un militar que se convierte en un civil. Estas son las primeras
líneas:
Háblame,
Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir a
la sagrada Troya, anduvo peregrinando largo tiempo, y conoció las
ciudades y las costumbres de muchos hombres, y padeció en su ánimo gran
número de trabajos durante su navegación por el mar, procurando salvar
su vida y el regreso de sus compañeros a la patria. Sin poder librarlos
como deseaba, pues todos perecieron por locos e insensatos.
Se nos anuncia que esta segunda parte no será tan trágica. Ya no se le
pide a una Diosa que cante sino a una Musa que nos hable y cuente sin
exaltarse.
“Multiforme” parece un adjetivo propio de una enfermedad eruptiva y no
de un hombre ingenioso, pero en el caso de Ulises se está alabando sus
facultades de adaptación y armonía. Yo prefiero otra traducción que lo
presenta como un “hombre de muchos senderos”, asomándonos a su capacidad
de evaluar alternativas y cambiar de rumbo; algo que no estaba en el
impetuoso arsenal de Aquiles, por más que sus pies fueran ligeros.
La referencia a Troya como una ciudad sagrada que ha sido
destruida,sugiere que sobre Ulises pesa un pecado, incluso un
sacrilegio. Él era el más inteligente de los invasores, el hombre de las
ideas, de los acuerdos, luego es el más culpable de una total
destrucción. Esto explica que haya sido el último en regresar a su
propia ciudad, y solo después de una expiación, de una tortuosa
peregrinación. Y lo hará como un exilado, un expatriado, un ser
desconocido y errante que, como decía Cesare Pavese de todo viajero,
depende de la piedad de los extraños.
Vemos también que Ulises continúa estando al mando de sus hombres, pero
ahora no avanzan a la búsquedade enemigos, solo quieren dejar atrás los
peligros y sobrevivir. Buscan la paz, el reencuentro con sus orígenes,
alivio para un deseo de regresar que se ha transformado en dolor
punzante. Sienten “nostalgia”, una palabra que aún no ha sido inventada.
Desde las primeras líneas ya sabemos que no van a lograrlo. La locura
será el latente enemigo que acabará con los compañeros de Ulises, quien
cuenta con una sola arma confiable: su inextinguible sensatez.
Estamos,por lo tanto,ante la aventura de la psiquis sometida a una
relación incesante con monstruos internos y oscuras pasiones
insatisfechas.
Y lo más importante, Ulises estará cada vez más aislado. Si en la Ilíada fue uno de los jefes más importantes de un ejército invasor, en la Odisea llegara a su tierra disfrazado de pordiosero solitario, un atuendo que no le exige mucho, pues nada tiene.
Algunos de los lances de Ulises son tan dolorosos como envidiables. Tal
es el caso de su renuncia a la bella Calipso, la “ninfa de lindas
trenzas” que le promete la inmortalidad si continúa amándola en su isla.
Es tan dulce e indulgente, que aún cuando Ulises la abandona…
Lo
dejó marchar de la isla después de lavarlo y ponerle ropas perfumadas, y
entregarle un odre de negro vino, otro grande de agua y un saco de
víveres en el que añadió abundantes golosinas, y le envió un viento
próspero y cálido.
Las aventuras de Ulises parecen el presagio de una literatura más oriental, como un vínculo que desde la mitología anuncia Las mil y una noche. En cada fantástico episodio aflora una de las debilidades humanas, como lo ocurrido en la isla de los lotófagos:
Éstos
decidieron no matar a nuestros compañeros, sino que les dieron a comer
loto, y quien comía el dulce fruto del loto ya no quería volver al barco
ni regresar a la patria, sino que preferían quedarse allí con los
Lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso. Pero yo los
conduje a la fuerza, aunque lloraban, y en las cóncavas naves los
arrastré y até bajo los bancos.
Dejemos atrás la astucia con que logra vencer al cíclope Polifemo, huir
de gigantescos caníbales (otra palabra que aún no existía), seducir a
Circe, la maga que podía transformar a los hombres en cochinos mediante
drogas deliciosas, descender a los infiernos, navegar entre perversas
sirenas, y vamos más allá del encuentro con su hijo y con su padre, para
detenernos en el momento en que vuelve a tener entre sus brazos a su
esposa.
Penélope al principio desconfía. Tiene veinte años sin verlo y ha estado
acosada por pretendientes que la engañan y la confunden con acosos cada
vez más agresivos, por lo que va a poner a prueba al que dice ser su
marido pidiéndole a su doncella que ruede el lecho nupcial a otro sitio.
Resumo la respuesta de Ulises:
Ningún
mortal podría cambiar de sitio nuestro lecho. Lo labré yo mismo de un
tronco de olivo robusto y floreciente, ancho como una columna, que
creció en un patio, y edifiqué el dormitorio en torno a él, y lo cubrí
bien con un techo y le añadí puertas habilidosamente trabadas.
Aquí tenemos otro aspecto de su ingenio “multiforme”: las labores del
hogar. Penélope recordaba con pasión intacta sus destrezas y,corriendo
hacia él,rodeo su cuello con sus brazos, besó su cabeza y le dijo:
No
te enojes conmigo porque al principio, nada más verte, no te acogiera
con amor. Pues continuamente mi corazón se estremecía dentro del pecho
por temor a que alguno de los mortales se acercase a mí y me engañara
con sus palabras.
Y después de gozar del amor placentero, los dos esposos se contaron
mutuamente lo que había sucedido durante los veinte años que habían
estado separados. Para entonces ya había comenzado la venganza de Ulises
contra los pretendientes que invadieron su casa. Por sobre los ardides
ingeniosos, ahora prevalecerá una matanza a puertas cerradas con la
fuerza desatada y sin límites que en la Ilíada fue
la norma.Solo falta un último combate contra los familiares de los
pretendientes. El ejército de Ulises consta de su hijo y de su padre.
Imposible concebir una tropa más hogareña.
El combate ha podido ser sangriento, pero Homero, o los poetas de las
escarpadas colinas de Quíos, ya están cansados de tanta violencia y le
imploran a Atenea que intervenga. La diosa contuvo a los guerreros con
sus gritos:
– ¡Abandonen, hombres de Ítaca, la dura contienda, para que puedan separarse sin derramar sangre!
Así
habló Atenea y el pálido terror se apoderó de ellos. Volaron las armas
de sus manos y se volvieron a la ciudad deseosos de vivir.
Ulises quiere seguir luchando, pero cae frente a él un rayo y Atenea le grita con más fuerza:
–¡Ulises rico en ardides, contente! Haz que termine este combate igualmente funesto para todos.
Así
habló Atenea. Ulises obedeció y se alegró en su ánimo. Y Palas Atenea,
la hija de Zeus, estableció en Ítaca un pacto para el futuro.
IV
La frase, “volvieron a la ciudad deseosos de vivir”, parece dedicada a
los caraqueños. Es en las calles y plazas de nuestras ciudades donde se
han dado tanto los combates frente a una represiva expresión de lo
militar como los más civiles deseos por una vida mejor.
También nos estremece la idea de establecer “un pacto de futuro”. A través de la Ilíada y la Odisease va profundizando la diferencia entre la “fuerza” y el “pacto”, dos potencias que definen bien a lo militar y a lo civil.
Con esta relectura no he pretendido señalar con el dedo y decir: “Estos
hacen de griegos y estos de troyanos”, “Este es Aquiles y aquel Héctor”.
Me interesa lo que los poemas tienen de vibración, de campo para la
reflexión. Es una tradición ancestral el utilizarlos para entender qué
diablos nos pasa, pero sin que nadie nos imponga sus hallazgos. Bajo
esta premisa los invito a leer estos clásicos, el extremo opuesto a las
noticias que hoy nos inundan como ríos que rebasan los diques de la
censura del gobierno. Espero que encuentren sus propias conclusiones
sobre dónde están la cólera y las salidas ingeniosas, los caballos de
Troya y las flechas envenenadas, los talones de Aquiles, la fuerza que
somete a los hombres por creer que estamos sometidos a su yugo para
siempre, los espejos y espejismos de la historia, los que enfrentan un
combate imposible, los acuerdos sobre los despojos, las heridas en la
garganta que apenas nos permiten balbucear unas cuantas peticiones, los
ocultos funerales mientras se cambian las verdaderas razones de los
asesinatos, las victimas arrastradas después de sometidas, los
ultrajados en su propio país por extranjeros, los héroes que no pueden
evitar el hacer sufrir a sus familias, los que esconden en esta ecuación
su cobardía,la ciudad arruinada desde su cumbre, lo que Caracas tiene
de sagrado,la
falta de orden en la vida espiritual y terrestre, la ausencia de
equilibrio entre lo civil y lo militar, los regresos infructuosos a la
patria, la locura y la insensatez,los sacrilegios, las expiaciones,los
exiliados y expatriados, la nostalgia por un futuro que parece estar en
el pasado, la locura latente y la presente, el aislamiento, ese manjar
que regalan los lotófagos y apacigua,los hombres transformados en
cochinos, los cochinos transformados en hombres, el canto de las
sirenas, los que se amarran a un poste y los que se tapan los oídos, los
brutos cíclopes que miran a la patria con un solo ojo, los acosos
flagrantes, las mentiras constantes, la matanza en la propia calle, los
deseos de vivir y los pactos para el futuro en que ya nadie cree. Y
luego agreguen muchas otras preguntas a las que también debemos
encontrar respuesta.
De mis inmersiones en esta ceremonia íntima y escapista que es la
lectura de un libro, nunca podré olvidar ese tronco de un olivo
convertido en lecho nupcial, como una señal que brota del centro de la
tierra y se convierte en pacto secreto y en el epicentro de nuestro
amor. ¿Quién no sueña con ese hogar donde nuestros hijos y nietos puedan
entrar, partir y regresar de sus propias aventuras sin miedo?Parece un
pecado el tener un anhelo tan simple entiempos tan complejos y
desquiciados.
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