DOMINGO, 28 DE JULIO DE 2013
Tomado del blog "Termómetro Zodiacal" de Pedro Gonzalez Silva
Las configuraciones astrológicas que se están dibujando en el cielo son fiel reflejo del intenso proceso de transmutación que vive la humanidad por estos tiempos; el cielo sigue enviando señales mediante posiciones planetarias poco comunes que indican un momento muy especial que podemos aprovechar conscientemente para subir un peldaño más en nuestra evolución como seres humanos.
Este lunes 29 de julio, seis planetas dibujan en el cielo una “Estrella de David”, la estrella de seis puntas de la tradición cabalística hebrea, cuya punta superior señala nuestra conexión con el cielo, y la inferior con la tierra, para darnos a entender que somos espíritu y materia, y por tanto, ambas cualidades deben estar equilibradas en nuestras vidas.
No podemos ser seres “espirituales” si no vivimos la realidad del cuerpo físico y de la vida cotidiana, pues para algo Dios nos puso en este mundo, pero tampoco podemos ser sólo materia y desligarnos de las inquietudes espirituales que como seres hechos a imagen y semejanza del Creador, tenemos de manera innata.
La Luna, que mueve el inconsciente colectivo, la marea emocional, la memoria del tiempo, exaltada en Tauro, se conecta y forma un gran triángulo con Venus, el astro del amor y las relaciones humanas, en Virgo, y con Plutón, el planeta de la transmutación, en Capricornio.
A su vez, Saturno, el que marca el tiempo, la estructura y la disciplina, en Escorpio, se conecta para formar el otro gran triángulo con Júpiter, el gran benefactor, en Cáncer, y con Neptuno, el de los mundos sutiles, misteriosos e inasibles, desde Piscis.
Estos dos triángulos forman la Estrella de David, con los signos de tierra y agua, de cuya compatibilidad surge el barro cósmico, símbolo bíblico de la creación del ser humano, indicio de una nueva humanidad que está naciendo.
Todos estos astros interconectados forman un “gran sextil”, conexión astrológica que indica fluidez mental, ebullición de ideas, armonía celeste para crear, para tomar en cuenta la primera ley universal que nos dice: “Todo es Mente, el universo es mental”, y que por tanto todo el proceso de la creación comienza con un pensamiento de Dios, y que nosotros, a su imagen y semejanza, también lo hacemos.
El gran sextil es también una oda a la palabra, la fluidez de la comunicación. Y nos lleva a recordar que “en el principio era el Verbo…”. O como dijo el gran poeta libanés Khalil Gibrán: “El primer pensamiento de Dios fue un ángel; la primera palabra de Dios fue un hombre”.
La Mente al pensar se recrea a sí misma a través de un proceso dinámico, de un “big-bang”, de una “tormenta de ideas” que en el cielo es una gran explosión cósmica. Ese proceso también se manifiesta en el cielo junto a la Estrella del David, pues nuestro Sol en Leo, esencia de vida, centro de nuestro sistema planetario, se conecta con Saturno (uno de los astros del triángulo de agua) y con la Luna (que integra el triángulo de tierra) y forma una semi-cruz, una “cuadratura T”, una configuración de alta tensión que le da fuego, acción, dinamismo, a la Estrella de David, y nos dice así que “el pensamiento sin la acción, es estéril”, pero nos recuerda a la vez que “la acción sin el pensamiento, es ciega”.
Y si esto no bastara, Urano, el astro de la renovación a fondo, el Caos del cual surge el infinito campo de probabilidades que da el universo para crear, desde Aries se conecta y forma otra "cuadratura T" con Júpiter (integrante del triángulo de agua) y Marte, ambos en Cáncer, y con Plutón (integrante del triángulo de tierra) en Capricornio. Toda la energía universal pugna por transformarse y renacer, tal y como ocurre en el amanecer de una Nueva Era.
Y si esto no bastara, Urano, el astro de la renovación a fondo, el Caos del cual surge el infinito campo de probabilidades que da el universo para crear, desde Aries se conecta y forma otra "cuadratura T" con Júpiter (integrante del triángulo de agua) y Marte, ambos en Cáncer, y con Plutón (integrante del triángulo de tierra) en Capricornio. Toda la energía universal pugna por transformarse y renacer, tal y como ocurre en el amanecer de una Nueva Era.
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