Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
lunes, 31 de octubre de 2011
EL SER HUMANO ES UN SER DE TRANSICION ░ LA EVOLUCION HASTA EL HOMBRE ░
EL SER HUMANO ES UN SER DE TRANSICION
░ LA EVOLUCION HASTA EL HOMBRE ░
En las prístinas etapas de la Naturaleza evolutiva nos encontramos con la muda intimidad de su inconciencia; no hay revelación de significado o propósito alguno en sus obras, ni sugestión de cualquier otro principio del ser que esa primera formulación, que es su primera preocupación inmediata y parece ser por siempre su único cometido: pues en sus primeras obras aparece la Materia sola, la única realidad muda y rígida. Un Testigo de la creación, si hubiese habido uno consciente pero no ininstruido, sólo habría visto aparecer de un vasto abismo de una aparente no-existencia una Energía ocupada en la creación de la Materia, un mundo material y objetos materiales, organizando la infinitud del Inconsciente dentro del esquema de un ilimitado universo, o sistema de incontables universos expandiéndose en su torno, en el Espacio sin ningún fin ni límite ciertos, una infatigable creación de nebulosas galaxias, soles y planetas, existentes solos por sí, sin sentido en sí, vacíos de causa o propósito. Podría haberle parecido una estupenda maquinaria sin uso, un potente movimiento ininteligible, un eonico espectáculo sin testigo, un cósmico edificio sin habitante; pues no habría visto señal de un Espíritu inmanente, ni al ser para cuyo deleite fue constituido. Una creación de esta índole podría ser solamente juego de sombras o de marionetas de formas reflejadas en un indiferente Absoluto superconsciente. No habría visto la evidencia de un alma ni una sugestión de la mente, o la vida en este inmensurable e indeterminable despliegue de la Materia. No le habría parecido posible ni imaginable que pudiese existir en este desierto universo, por siempre inanimado e insensible, una eclosión de vida en abundancia, una vibración primera de algo oculto e incalculable, vivo y consciente, una secreta entidad espiritual haciendo rumbo hacia la superficie.
Pero tras algunos eones, observando una vez más ese vano panorama, podría haber detectado al menos en un pequeño rincón del universo este fenómeno, un rincón donde la Materia se hubiese preparado sus operaciones suficientemente fijas, organizadas, estables, adaptadas como escenario de un nuevo desarrollo, el fenómeno de una materia viviente, una vida en las cosas, que emergió y se tornó visible: pero el Testigo aún no habría entendido nada, pues la Naturaleza preocupada solamente de establecer su eclosión vital, esta nueva creación, la vida viviendo por sí sin significación alguna en ella – una traviesa y abundante creadora ocupada en esparcir la semilla de su nuevo poder y estableciendo una multitud de sus formas en una bella y exuberante profusión, o después, multiplicando interminablemente género y especie por el puro placer de la creación, como si en el inmenso desierto cósmico se hubiese ensayado un pequeño toque de vívido color y movimiento y nada más. El Testigo no podría haber imaginado que una mente pensante aparecería en esta diminuta isla de vida, que una conciencia despertaría en el Inconsciente, que una nueva y mayor vibración más sutil llegaría a la superficie y delataría claramente la existencia del Espíritu sumergido. Al principio le hubiese parecido que la Vida había tomado consciencia, de algún modo, de sí misma y de que era todo; pues esta escasa mente recién nacida parecería ser solamente sierva de la vida, un artificio para ayudar a la vida a vivir, una maquinaria para mantenimiento, para ataque y defensa, para ciertas necesidades y satisfacciones vitales, para la liberación del instinto-vital y del impulso-vital. No podría haberle parecido posible que en esta pequeña vida, tan inconspícua en medio de las inmensidades, en una sola especie de esta insignificante multitud, un ser mental emergería, una mente sirviendo a la vida pero también convirtiendo a la vida y la materia en sus siervas, usándolas para el logro de sus propias ideas, voluntad, deseos – un ser mental que crearía todo género de utensilios, herramientas, instrumentos de la Materia para toda la clase de utilidades, erigiría con ellas ciudades, casas, templos, teatros, laboratorios, fábricas, cincelaría en ella las estatuas y esculpiría catedrales, inventaría la arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía de cientos de artesanías y artes, descubrirá la matemática y la física del universo, y el secreto oculto de su estructura, viviría merced a la mente y sus intereses, pues el pensamiento y el conocimiento, se desarrollan en el pensador, el filósofo y el científico y, como supremo desafío al reino de la Materia, despiertan en él la Deidad oculta convirtiéndolo en el que está a la caza de lo invisible, en el místico y el indagador espiritual.
Pero si tras diversas edades o ciclos el Testigo hubiese mirado otra vez y visto este milagro en pleno proceso, incluso entonces quizás, oscurecido por su experiencia original de la realidad única de la Materia en el universo, todavía no habría entendido, aún le parecería imposible que el Espíritu oculto, pudiese emerger plenamente, completarse en su conciencia, y morar en la tierra como el autoconocedor y el conocedor del mundo, el regidor y el dueño de la naturaleza. “¡Imposible!”, diría “todo lo ocurrido no es nada, una burbujita de sensitiva materia gris cerebral, un raro capricho en una porción de Materia inanimada que se desplaza en un motivo del universo”. Por el contrario, un nuevo Testigo que interviniera al fin de la historia, informado de los pasados desarrollos pero no obsesionado por la decepción del principio, gritaría: “Ah, entonces este fue el milagro que se intentaba, el último de muchos – el Espíritu que estaba sumergido en la Inconsciencia, salió de ella y ahora habita revelado, la forma de las cosas, que veladas, creó como su residencia y escenario de su emerger”. Pero de hecho, un Testigo más consciente, podría haber descubierto la clave en este periodo primitivo de desenvolvimiento, incluso en cada paso de su proceso; pues en cada etapa, el mudo secreto de la naturaleza, aunque todavía allí, disminuye; se aporta una sugerencia del paso siguiente; resulta visible una preparación más abiertamente significativa. Ya son visibles, en lo que parece estar inconsciente en la vida, los signos de la sensación que llegan a la superficie; al moverse y respirar vida, el emerger de la mente sensitiva es aparente y la preparación de la mente pensante no está enteramente oculta, mientras que la mente pensante, cuando se desarrolla, aparecen en una primitiva etapa pujas rudimentarias y después las más desarrolladas búsquedas de una conciencia espiritual. Así como la vida vegetal contiene en sí la oscura posibilidad del animal consciente, así como la mente animal acciona con los movimientos de la sensación y percepción y los rudimentos de la concepción que son primer cimiento del hombre que piensa, de igual manera el hombre, el ser mental, es sublimado por el esfuerzo de la Energía evolutiva para desarrollar en él al hombre espiritual, al ser plenamente consciente, el hombre que supera su primer yo material y que es descubridor de su verdadero yo y su naturaleza más excelsa.
☼ EL SER HUMANO ES UN SER DE TRANSICION ☼
░ LA EVOLUCION HASTA EL HOMBRE ░
En las prístinas etapas de la Naturaleza evolutiva nos encontramos con la muda intimidad de su inconciencia; no hay revelación de significado o propósito alguno en sus obras, ni sugestión de cualquier otro principio del ser que esa primera formulación, que es su primera preocupación inmediata y parece ser por siempre su único cometido: pues en sus primeras obras aparece la Materia sola, la única realidad muda y rígida. Un Testigo de la creación, si hubiese habido uno consciente pero no ininstruido, sólo habría visto aparecer de un vasto abismo de una aparente no-existencia una Energía ocupada en la creación de la Materia, un mundo material y objetos materiales, organizando la infinitud del Inconsciente dentro del esquema de un ilimitado universo, o sistema de incontables universos expandiéndose en su torno, en el Espacio sin ningún fin ni límite ciertos, una infatigable creación de nebulosas galaxias, soles y planetas, existentes solos por sí, sin sentido en sí, vacíos de causa o propósito. Podría haberle parecido una estupenda maquinaria sin uso, un potente movimiento ininteligible, un eonico espectáculo sin testigo, un cósmico edificio sin habitante; pues no habría visto señal de un Espíritu inmanente, ni al ser para cuyo deleite fue constituido. Una creación de esta índole podría ser solamente juego de sombras o de marionetas de formas reflejadas en un indiferente Absoluto superconsciente. No habría visto la evidencia de un alma ni una sugestión de la mente, o la vida en este inmensurable e indeterminable despliegue de la Materia. No le habría parecido posible ni imaginable que pudiese existir en este desierto universo, por siempre inanimado e insensible, una eclosión de vida en abundancia, una vibración primera de algo oculto e incalculable, vivo y consciente, una secreta entidad espiritual haciendo rumbo hacia la superficie.
Pero tras algunos eones, observando una vez más ese vano panorama, podría haber detectado al menos en un pequeño rincón del universo este fenómeno, un rincón donde la Materia se hubiese preparado sus operaciones suficientemente fijas, organizadas, estables, adaptadas como escenario de un nuevo desarrollo, el fenómeno de una materia viviente, una vida en las cosas, que emergió y se tornó visible: pero el Testigo aún no habría entendido nada, pues la Naturaleza preocupada solamente de establecer su eclosión vital, esta nueva creación, la vida viviendo por sí sin significación alguna en ella – una traviesa y abundante creadora ocupada en esparcir la semilla de su nuevo poder y estableciendo una multitud de sus formas en una bella y exuberante profusión, o después, multiplicando interminablemente género y especie por el puro placer de la creación, como si en el inmenso desierto cósmico se hubiese ensayado un pequeño toque de vívido color y movimiento y nada más. El Testigo no podría haber imaginado que una mente pensante aparecería en esta diminuta isla de vida, que una conciencia despertaría en el Inconsciente, que una nueva y mayor vibración más sutil llegaría a la superficie y delataría claramente la existencia del Espíritu sumergido. Al principio le hubiese parecido que la Vida había tomado consciencia, de algún modo, de sí misma y de que era todo; pues esta escasa mente recién nacida parecería ser solamente sierva de la vida, un artificio para ayudar a la vida a vivir, una maquinaria para mantenimiento, para ataque y defensa, para ciertas necesidades y satisfacciones vitales, para la liberación del instinto-vital y del impulso-vital. No podría haberle parecido posible que en esta pequeña vida, tan inconspícua en medio de las inmensidades, en una sola especie de esta insignificante multitud, un ser mental emergería, una mente sirviendo a la vida pero también convirtiendo a la vida y la materia en sus siervas, usándolas para el logro de sus propias ideas, voluntad, deseos – un ser mental que crearía todo género de utensilios, herramientas, instrumentos de la Materia para toda la clase de utilidades, erigiría con ellas ciudades, casas, templos, teatros, laboratorios, fábricas, cincelaría en ella las estatuas y esculpiría catedrales, inventaría la arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía de cientos de artesanías y artes, descubrirá la matemática y la física del universo, y el secreto oculto de su estructura, viviría merced a la mente y sus intereses, pues el pensamiento y el conocimiento, se desarrollan en el pensador, el filósofo y el científico y, como supremo desafío al reino de la Materia, despiertan en él la Deidad oculta convirtiéndolo en el que está a la caza de lo invisible, en el místico y el indagador espiritual.
Pero si tras diversas edades o ciclos el Testigo hubiese mirado otra vez y visto este milagro en pleno proceso, incluso entonces quizás, oscurecido por su experiencia original de la realidad única de la Materia en el universo, todavía no habría entendido, aún le parecería imposible que el Espíritu oculto, pudiese emerger plenamente, completarse en su conciencia, y morar en la tierra como el autoconocedor y el conocedor del mundo, el regidor y el dueño de la naturaleza. “¡Imposible!”, diría “todo lo ocurrido no es nada, una burbujita de sensitiva materia gris cerebral, un raro capricho en una porción de Materia inanimada que se desplaza en un motivo del universo”. Por el contrario, un nuevo Testigo que interviniera al fin de la historia, informado de los pasados desarrollos pero no obsesionado por la decepción del principio, gritaría: “Ah, entonces este fue el milagro que se intentaba, el último de muchos – el Espíritu que estaba sumergido en la Inconsciencia, salió de ella y ahora habita revelado, la forma de las cosas, que veladas, creó como su residencia y escenario de su emerger”. Pero de hecho, un Testigo más consciente, podría haber descubierto la clave en este periodo primitivo de desenvolvimiento, incluso en cada paso de su proceso; pues en cada etapa, el mudo secreto de la naturaleza, aunque todavía allí, disminuye; se aporta una sugerencia del paso siguiente; resulta visible una preparación más abiertamente significativa. Ya son visibles, en lo que parece estar inconsciente en la vida, los signos de la sensación que llegan a la superficie; al moverse y respirar vida, el emerger de la mente sensitiva es aparente y la preparación de la mente pensante no está enteramente oculta, mientras que la mente pensante, cuando se desarrolla, aparecen en una primitiva etapa pujas rudimentarias y después las más desarrolladas búsquedas de una conciencia espiritual. Así como la vida vegetal contiene en sí la oscura posibilidad del animal consciente, así como la mente animal acciona con los movimientos de la sensación y percepción y los rudimentos de la concepción que son primer cimiento del hombre que piensa, de igual manera el hombre, el ser mental, es sublimado por el esfuerzo de la Energía evolutiva para desarrollar en él al hombre espiritual, al ser plenamente consciente, el hombre que supera su primer yo material y que es descubridor de su verdadero yo y su naturaleza más excelsa.
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