¿NINGUN DESEO?... ■
En mi experiencia personal escogí el camino de Jesús de Nazareth,
que paragono al del Buda que aqui se nombra, pues encontré eso
mismo en las Escrituras que cayeron en mis manos cuando inicié
mi papel discipular en Venezuela, país de cultura occidental
y de una mezcla maravillosa de razas y culturas que me permitían
escoger el Camino que quisiera. Seguí el de mis mayores, por eso
caí en mi búsqueda del deseo y de la realización a como fuere de mi
Ego personal y colectivo, pues nací en Caracas en un país caribeño
dentro del marco de Latinoamérica, cuyo estudio de sus culturas
originales que dieran respuesta a mis preguntas esenciales, no me ha
defraudado...Por tanto esta página dedicada a Valencia, ciudad del
vasto mapa venezzolano, que aunque no es la de mi nacimiento, si es
la que escogí en un tiempo que ejercí mi mayor grado de consciencia,
para realizar mi camino en esta vida.
El Buda dijo que la vida es sufrimiento, y que la causa de éste, es el deseo. Pocas cosas se han dicho conteniendo una mayor verdad y rotundidad; pero también pocas cosas dichas, han tenido un paralizante efecto negativo, por ser parcialmente comprendidas, o mal interpretadas.
Y decimos paralizante a propósito; porque tal idea, convertida en una máxima con carácter absoluto, genera una actitud tendente a la inercia, que finalmente puede derivar en una parálisis en términos de progreso: porque querer progresar, significa, “tener que desear”.
Sri. Aurobindo, hablando del carácter o actitud de las gentes en su país, del indio promedio, dice que el tamas o inercia, fue instalándose en su psicología a tal grado, que incluso la facultad de pensar, ligada a la idea de conseguir o mejorar, quedó mermada. Y sobra decir, que aunque India haya podido constituirse en paradigma del fenómeno que tratamos, de ningún modo es en el único lugar o en la única cultura donde ha ocurrido.
Obviamente, la no comprensión, “del no deseo”, ha influido y mucho en el desarrollo de ese carácter tamásico del que hablamos. Varias preguntas podemos formularnos entonces, en torno a esta cuestión: ¿es posible la vida, y el progreso en la misma, sin ningún deseo; ¿no “deseó” Dios la creación?; ¿pudiera ser que el problema fuese, el apego al objeto de deseo, y no tanto el deseo mismo?. Tal vez, reflexionando sobre la respuesta a estas preguntas, podamos hallar la solución; y para ello, vamos a citar unas palabras de Sri. Aurobindo, que en sí mismas apuntan en la dirección de las respuestas que buscamos: “Un SÓLO DESEO tenéis que tener; la Aspiración sincera y perfecta a que la VIDA DIVINA se materialice en la tierra, para ti y todos los demás, para aquellos que serán los llamados y elegidos, y por la completa victoria sobre las fuerzas adversas que se oponen a ello”.
SRI AUROBINDO
Obviamente, el Maestro no se refiere aquí, a lo que, para entendernos podríamos titular como deseos de orden o grado inferior, como por ejemplo los de carácter sensual; y por otra parte, sus declaraciones son rotundas y no dejan lugar a dudas, en cuanto a que los deseos de lo que denomina, “el vital inferior”, que comprende los citados anteriormente, son, afirma, un muy serio obstáculo, para el progreso en la sadhana del yoga integral.
Ahora bien, Él también nos dice que hay en nosotros, “un vital superior”; un aspecto o “parte” de nuestra constitución total, donde está contenido el mayor acopio energético. Es esa parte de nosotros que “desea” siempre lo mejor, lo más grande, la mayor conquista; y sin la cual, sin su intervención nos dice el Maestro, no es posible conseguir nada que requiera determinación, energía y entusiasmo; porque todas estas cualidades, es ahí, desde donde se accionan y despliegan.
¿Qué ocurre entonces, si cercenamos ese vital superior, por instalarnos en una actitud, en términos absolutos, de no deseo?. Como poco, puede ocurrir que por un exceso de celo, queriendo suprimir los deseos inferiores, suprimamos también los superiores, del vital superior, incluyendo el deseo/aspiración a la Vida Divina, como nos dice el Maestro. Y decimos como poco; porque como queda suscitado en las líneas de arriba, si por ese exceso de celo anulamos la acción del vital en su totalidad, podemos caer en la más degradante inercia tamásica.
Pero el Buda mismo, con quien hemos empezado este escrito, nos exhorta a utilizar el discernimiento, y con ello, a descubrir como apuntábamos más arriba, que el problema está en el apego al objeto de deseo y no en el deseo mismo.
Así, el problema no está en el deseo a la Vida Divina, si la aspiración va dirigida a Dios y a Él le entregamos su consumación. De igual modo, el problema tampoco está en cuantas acciones podamos emprender encaminadas en esa dirección; sino en el apego al fruto de las mismas. Actúa, nos dice el Bhagavad Gita, pero entrégame a Mí, el resultado y fruto de tus acciones, porque sólo a Mí me pertenecen.
A esto último podría objetarse, que tal deseo, el de la Vida Divina, es legítimo, pero ningún otro que sea inferior a él, tales como el deseo de progreso en las distintas áreas de la vida. Pero la Vida Divina no es una abstracción; no puede realizarse sin el progreso y la transformación de todo lo que conforma nuestra vida, tanto individual como colectivamente. “Desear” pues, el progreso en todas esas áreas, aspirando a su Divinización, es entonces igual de legítimo: porque, “nada será realizado, hasta que todo sea realizado”, nos dice también Sri. Aurobindo.
Y no podrá ser todo realizado, hasta que todo haya sido transformado. Pero no se transforma aquello que es reprimido u ocultado; y no transformarlo significa, por un lado, seguir bajo la influencia de sus efectos negativos; y por otro, perder la oportunidad de utilizar los posibles positivos, una vez transformado. Nos ilustra en este sentido, las palabras del Cristo a sus discípulos, cuando les hablaba del riesgo que hay al cortar la cizaña, de arrancar también el trigo.
Concluiremos, transcribiendo de nuevo palabras de Sri. Aurobindo, en las cuales es tratado el tema que nos ocupa; que como es habitual en Él, aportan amplitud y profundidad de comprensión sobre ello.
MUERTE, DESEO E INCAPACIDAD
En el principio, todo estaba cubierto por el Hambre que es la Muerte; la Mente hizo eso por ella misma de modo que pudiera alcanzar la posesión del ser-en-sí.
Brihadaranyaka Upanishad
Este es el Poder descubierto por el mortal que tiene la multitud de sus deseos de modo tal que pueda sostener todas las cosas; prueba el sabor de todos los alimentos y construye una casa para el ser.
Rig Veda
En nuestro último capitulo hemos considerado la Vida desde el punto de vista de la existencia material, y la apariencia y actividad del principio vital en la Materia, y hemos razonado partiendo de los datos que ofrece esta evolutiva existencia terrestre. Pero es evidente que dondequiera pueda aparecer y como quiera pueda trabajar, bajo cualquier condición, el principio general debe ser el mismo por doquier. La Vida es la Fuerza universal que trabaja de tal modo para crear, dinamizar, mantener y modificar, incluso hasta el punto de disolver y reconstruir las formas sustanciales con el juego e intercambio mutuos de una energía abierta o secretamente consciente como su carácter fundamental. En el mundo material que habitamos la Mente está envuelta y subconsciente en la Vida, así como la Supermente está envuelta y subconsciente en la Mente, y este instinto Vital con una envuelta Mente subconsciente está, a su vez, envuelto en la Materia. Por lo tanto, la Materia es aquí la base y el principio aparente; en el lenguaje de los Upanishads, Prithivi, el principio-Tierra, es nuestro fundamento. El universo material parte del átomo formal sobrecargado de energía, imbuido de la informe materia de un subconsciente deseo, voluntad e inteligencia. A partir de esta Materia aparente la Vida se manifiesta, y libera a partir de sí misma, por medio del cuerpo viviente, a la Mente que contiene aprisionada dentro de ella; la Mente, asimismo, todavía ha de liberar a partir de sí, a la Supermente oculta en sus actividades. Pero podemos concebir un mundo constituido de otro modo, en el que la Mente no esté envuelta al principio sino que use conscientemente su innata energía para crear originales formas de sustancia y que no sea, como aquí, sólo subconsciente al comienzo. Aunque la actividad de un mundo así sería muy diferente del nuestro, el vehículo intermedio de la operación de esa energía sería siempre la Vida. La cosa en sí sería la misma incluso si el proceso fuera enteramente invertido.
Mas entonces se nos muestra de inmediato que así como la Mente es sólo una operación final de la Supermente, de igual manera la Vida es sólo una operación final de la Conciencia-Fuerza de la cual la Real-Idea es la forma determinativa y el agente creador. La Conciencia que es Fuerza, es la naturaleza del Ser y este Ser consciente, manifestado como un creador Conocimiento-Voluntad, es la Real-Idea o Supermente. El Conocimiento-Voluntad supramental es la Conciencia-Fuerza que se hace operativa para la creación de formas del ser unido en una ordenada armonía a la que damos el nombre de mundo o universo; de esa manera también la Mente y la Vida son la misma Conciencia-Fuerza, el mismo Conocimiento-Voluntad, pero operando para el mantenimiento de formas distintamente individuales en una suerte de demarcación, oposición e intercambio en los que el alma, en cada forma del ser, estructura su vida y mente propias como si estuvieran separadas de los demás, aunque de hecho nunca están separadas sino que son el juego de la única Alma, Mente, Vida en diferentes formas de su singular realidad. En otras palabras, así como la Mente es la individualizadora operación final de la omni-comprehensiva y omni-aprehendente Supermente, es decir, el proceso por el que su conciencia actúa individualizada en cada forma desde el punto de asiento propio de ella y con las relaciones cósmicas que proceden desde ese punto de asiento, de igual manera la Vida es la operación final por la que la Fuerza del Ser-Consciente, actuando a través de la omni-posesora y omni-creadora Voluntad de la Supermente universal, mantiene e infunde energía, constituye y reconstituye formas individuales, y actúa en ellas como la base de todas las actividades del alma así encarnada. La vida es la energía del Divino generándose continuamente en las formas como en una dínamo y no sólo jugando con la resultante batería de sus impactos en las circundantes formas de cosas sino también, a su vez, recibiendo ella misma los impactos procedentes de toda vida en derredor en la medida en que se esparcen y penetran la forma desde el exterior, desde el universo circundante.
En esta visión, la Vida se presenta como forma de energía de la conciencia intermediaria y apropiada a la acción de la Mente en la Materia; en un sentido, puede decirse que es un enérgico aspecto de la Mente cuando crea y se relaciona no ya solo a ideas sino a mociones de fuerza y a formas de sustancia. Pero inmediatamente debe añadirse que así como la Mente no es una entidad separada, sino que tiene toda la Supermente detrás y es la Supermente la que crea con la Mente sólo como su individualizadora operación final, de igual modo la Vida tampoco es una entidad o movimiento separados, pues tiene toda la Conciencia-Fuerza detrás de ella en todas sus actividades y esa es la única Conciencia-Fuerza que existe y actúa en las cosas creadas. La Vida es sólo su final operación intermedia entre la Mente y el Cuerpo. Todo lo que decimos de la Vida debe, por lo tanto, ajustarse a las calificaciones que se suscitan de esta dependencia. En realidad no conocemos la Vida en su naturaleza ni en su proceso a menos que y hasta que seamos conscientes y crezcamos conscientes de esa Fuerza-Consciente que actúa en ella, de la cual es sólo el aspecto e instrumentación externos. Entonces sólo podemos percibir y ejecutar con conocimiento, --(como alma-formas individuales e instrumentos corporales y mentales del Divino)--, la voluntad de Dios en la Vida; sólo entonces la Vida y la Mente pueden seguir senderos y movimientos de una siempre-en-aumento rectitud de la verdad en nosotros y en las cosas, mediante una constante disminución de las tortuosas perversiones de la Ignorancia. Así como la Mente ha de unirse conscientemente con la Supermente de la que está separada por la acción de Avidya, de igual modo la Vida ha de llegar a ser consciente de la Fuerza-Consciente que opera en ella para sus fines y con un significado del cual la vida en nosotros, debido a que está absorbida en el mero proceso de vivir como nuestra mente está absorbida en el mero proceso de mentalizar la vida y la materia, está inconsciente en su oscurecida acción de modo que las sirve ciega e ignorantemente y no, como debe ser y será en su liberación y realización, luminosamente o con un auto-realizador Conocimiento, poder y bienaventuranza.
De hecho, nuestra vida, debido a que está sometida a la oscurecida y divisora operación de la Mente, ella misma está oscurecida y dividida, y padece toda esa sujeción a la muerte, limitación, debilidad, sufrimiento y funcionamiento ignorante, de los cuales la limitada y restringida Mente-criatura es progenitora y causa. La fuente original de la perversión fue, ya hemos visto, la auto-limitación del alma individual atada a la auto-ignorancia debido a que se considera, mediante una exclusiva concentración, como auto-existente individualidad separada y considera toda la acción cósmica sólo como se presenta ante su propia conciencia individual, conocimiento, voluntad, fuerza, disfrute y ser limitado en lugar de verse como forma consciente del Uno y abarcar toda conciencia, todo conocimiento, toda voluntad, toda fuerza, todo disfrute y todo ser como uno solo con el suyo propio. La vida universal en nosotros, obedeciendo esta directiva del alma cautiva en la mente, llega a ser aprisionada en una acción individual. Existe y actúa como una vida separada con una insuficiente capacidad limitada que sufre y no abraza libremente el impacto y la presión de toda la vida cósmica que la rodea. Lanzada dentro del constante intercambio cósmico de Fuerza en el universo como una existencia pobre, limitada e individual, la Vida sufre al principio desamparadamente y obedece el gigantesco intercambio con sólo una mecánica reacción hacia todo aquello por lo que es atacada, devorada, disfrutada, usada, conducida. Pero tan pronto se desarrolla la conciencia, tan pronto la luz de su propio ser emerge de la inerte oscuridad del sueño involutivo, la existencia individual llega a ser débilmente consciente del poder que hay en ella y busca, primero nerviosamente y luego mentalmente, dominar, usar y disfrutar el juego. Este despertar a el Poder en ella es el gradual despertar al ser (yo). Pues la Vida es Fuerza y la Fuerza es Poder y el Poder es Voluntad y la Voluntad es la actividad de la Conciencia-Maestra. La Vida en el individuo llega a ser cada vez más y más consciente en sus profundidades de que ella también es la Voluntad-Fuerza de Sachchidananda que es dueño del universo y ella aspira a ser individualmente dueña de su propio mundo. Realizar su propio poder y dominar al igual que conocer su mundo es, por lo tanto, el creciente impulso de toda vida individual; ese impulso es una característica esencial de la creciente auto-manifestación de lo Divino en la existencia cósmica.
Mas aunque la Vida es Poder y el crecimiento de la vida individual significa el crecimiento del Poder individual, todavía el mero hecho de su ser, una dividida individualizada vida y fuerza, le impide llegar a ser realmente dueña de su mundo. Pues eso significaría ser dueña de la Omni-Fuerza, y es imposible para una conciencia dividida e individualizada con un dividido, individualizado y, por lo tanto, limitado poder y voluntad, ser dueña de la Omni-Fuerza; sólo la Omni-Voluntad puede ser eso y el individuo sólo puede serlo mediante el logro de llegar a ser nuevamente uno con la Omni-Voluntad y, por lo tanto, con la Omni-Fuerza. De otro modo, la vida individual en la forma individual debe siempre estar sujeta a los tres distintivos de su limitación: Muerte, Deseo e Incapacidad.
La muerte es impuesta a la vida individual por las condiciones de su propia existencia y por sus relaciones con la Omni-Fuerza que se manifiesta en el universo. Pues la vida individual es un juego particular de energía especializada en constituir, mantener, dinamizar y finalmente disolver, cuando termina su utilidad, una de las miríadas de formas, las cuales todas sirven, cada una en su propio lugar, tiempo y ámbito, al juego total del universo. La energía de la vida en el cuerpo ha de soportar el ataque de las energías externas a ella en el universo; ha de atraerlas, alimentarlas y a su vez ser constantemente devorada por ellas. Todo la Materia, según el Upanishad, es alimento, y ésta es la fórmula del mundo material: "el comedor comiendo es a su vez comido”. La vida organizada en el cuerpo está constantemente expuesta a la posibilidad de ser interrumpida por el ataque de la vida externa a ella o, al ser insuficiente su capacidad de devorar, o no satisfecha apropiadamente, o de no mediar el correcto equilibrio entre la capacidad de devorar y la capacidad o necesidad de proveer alimento para la vida exterior, es incapaz de protegerse, y es devorada o es incapaz de renovarse y, por lo tanto, desechada o destruida a través del proceso de la muerte para una nueva construcción o renovación.
No sólo eso sino que, según el lenguaje del Upanishad, la fuerza-vital es el alimento del cuerpo y el cuerpo el alimento de la fuerza-vital; en otras palabras, la energía vital en nosotros suministra el material por el que la forma se construye y constantemente se mantiene y se renueva, y al mismo tiempo usa constantemente la forma sustancial de sí misma que de esa forma crea y mantiene en la existencia. Si el equilibrio entre estas dos operaciones es imperfecto o está perturbado, o si el ordenado juego de las diferentes corrientes de fuerza-vital es arrancado de su engranaje, entonces se presentan la enfermedad y la decadencia, y comienza el proceso de desintegración. Y la lucha misma por el dominio consciente e incluso el crecimiento de la mente hace más difícil el mantenimiento de la vida. Pues hay una creciente demanda de energía-vital en la forma, una demanda que radica en el exceso del sistema original de suministro y perturba el equilibrio original de oferta y demanda, y antes que pueda establecerse un nuevo equilibrio, se presentan múltiples desórdenes hostiles a la armonía y a la prolongación del mantenimiento de la vida; además, el intento de dominio crea siempre una reacción correspondiente al entorno, que está lleno de fuerzas que también desean realizarse y, por lo tanto, son intolerantes, se alzan y atacan a la existencia que procura dominarlas. Allí también se altera un equilibrio, se genera una lucha más intensa; aunque fuerte la vida dominante, a no ser que sea ilimitada o logre establecer una nueva armonía con su entorno, no puede siempre resistir y triunfar, pues debe un día ser vencida y desintegrada.
Pero, aparte de todas estas necesidades, existe la fundamental necesidad de la naturaleza y objeto de la corporizada vida misma, que consiste en buscar la experiencia infinita sobre una base finita; y dada la forma, --(la base por su misma organización limita la posibilidad de la experiencia)--, esto sólo puede hacerse disolviéndola y buscando nuevas formas. Pues el alma, habiéndose limitado una vez mediante la concentración sobre el momento y el campo, es llevada a buscar nuevamente su infinitud mediante el principio de sucesión, sumando momento a momento y, de esa manera, almacenando una experiencia-Temporal que ella llama su pasado; en ese Tiempo se desplaza a través de sucesivos campos, sucesivas experiencias o vidas, sucesivas acumulaciones de conocimiento, capacidad y disfrute, y todo esto lo retiene en la memoria subconsciente o superconsciente como su fondo de pasado adquirido en el Tiempo. Para este proceso el cambio de forma es esencial, y para el alma envuelta en el cuerpo individual, el cambio de forma significa disolución del cuerpo por el cumplimiento de la ley y por la compulsión de la Omni-vida en el universo material, a su ley de suministro y demanda del material de la forma, a su principio de constante entrechoque y a la lucha de la vida corporizada para existir en un mundo de mutuo devorarse. Y esta es la Ley de la Muerte.
Esta es entonces la necesidad y justificación de la Muerte, no como negación de la Vida, sino como proceso de la Vida; la muerte es necesaria porque el eterno cambio de la forma es la única inmortalidad a la que la finita sustancia viviente puede aspirar y el eterno cambio de la experiencia la única infinitud que el alma finita, envuelta en el cuerpo viviente, puede lograr. Esta mutación de la forma no puede admitirse que sea mera renovación constante de la misma forma-típica como la que constituye nuestra vida corporal entre el nacimiento y la muerte; pues a menos que la forma-típica se modifique y la mente experimentadora sea proyectada dentro de nuevas formas en nuevas circunstancias de tiempo, lugar y entorno, no puede efectuarse la necesaria variación de la experiencia que exige la naturaleza misma de la existencia en el Tiempo y el Espacio. Y es sólo el proceso de la Muerte por disolución en que la vida es devorada por la Vida, es sólo la ausencia de libertad, la compulsión, la lucha, el dolor, la sujeción a algo que parece consistir en No-Ser, lo que hace que este necesario y salutífero cambio parezca terrible e indeseable para nuestra mentalidad mortal. Es el sentido de ser devorado, destruido, o forzado lo que constituye el aguijón de la Muerte, y lo que ni siquiera la creencia en la personal supervivencia sobre la muerte puede eliminar por completo.
Mas este proceso es una necesidad de ese devorarse mutuamente que vemos que es la ley inicial de la Vida en la Materia. La Vida, dice el Upanishad, es Hambre que es Muerte, y mediante este Hambre que es Muerte, asanaya mrtyuh, ha sido creado el mundo material. Pues la Vida asume aquí como molde la sustancia material, y la sustancia material es el Ser infinitamente dividido y procurando infinitamente agregarse; entre estos dos impulsos de infinita división y agregación infinita, está constituida la existencia material del universo. El intento del individuo, del átomo viviente, de mantenerse y agrandarse es el sentido total del Deseo; un físico, vital, moral y mental aumento mediante una cada vez mayor experiencia omniabarcante, una cada vez mayor omni-abarcante posesión, absorción, asimilación y disfrute, es el inevitable, fundamental e indestructible impulso de la Existencia, una vez dividida e individualizada con todo siempre secretamente consciente de su omni-abarcante y omniposeedora infinitud. El impulso de realizar esa secreta conciencia es la espuela del Divino cósmico, el deseo vehemente del corporizado Ser-en-sí (Yo) dentro de toda criatura individual; y es inevitable, justo y saludable que busque primero realizarlo en los términos de la vida mediante un creciente desarrollo y expansión. En el mundo físico esto sólo puede hacerse alimentándose en el entorno, agrandándose a través de la absorción de otros o de lo que los demás poseen; y esta necesidad es la justificación universal del Hambre en todas sus formas. Lo que devora debe asimismo ser devorado; pues la ley de intercambio, de acción y reacción, de limitada capacidad y, por lo tanto, de extinguirse y sucumbir finalmente, gobierna toda la vida del mundo físico.
En la mente consciente lo que todavía era sólo hambre vital en la vida subconsciente, se transforma en formas superiores; el hambre en las partes vitales se convierte en anhelo de Deseo en la vida mentalizada, en tensión de la Voluntad en la vida intelectual o pensante. Este movimiento del deseo debe continuar hasta que el individuo haya crecido lo suficiente como para que pueda, al fin, ser dueño de sí mismo y, mediante creciente unión con el Infinito, poseedor de su universo. El Deseo es la palanca mediante la cual el divino principio-Vital, efectúa su objetivo de autoafirmación en el universo y el intento de extinguirlo en pro de la inercia es una negación del divino principio-Vital, un Querer-no-ser que necesariamente es ignorancia; pues uno no puede dejar de ser individualmente excepto para ser infinitamente. El Deseo también solo puede cesar correctamente, convirtiéndose en deseo del infinito y satisfaciéndose con un logro celestial y una satisfacción infinita en la omni-poseedora bienaventuranza del Infinito. Mientras tanto ha de progresar desde el tipo de una mutuamente devoradora hambre hacia el tipo de donante mutuo, de crecientemente jubiloso sacrificio de intercambio; -(el individuo se brinda a los otros individuos y los recibe en intercambio; el inferior se entrega al superior y el superior al inferior de modo que se realicen uno en el otro; lo humano se entrega a lo Divino y lo Divino a lo humano; el Todo en el individuo se entrega al todo en el universo y recibe su realizada universalidad como una recompensa divina)--. Así la ley del Hambre debe dar lugar progresivamente a la ley del Amor; la ley de la División a la ley de la Unidad; la ley de la Muerte a la ley de la Inmortalidad. Esa es la necesidad, esa es la justificación, esa la culminación y auto-realización del Deseo que está actuando en el universo.
Y esta máscara de la Muerte que asume la Vida es producto del movimiento de la búsqueda finita en pro de la afirmación de su inmortalidad, de modo que el Deseo es el impulso de la Fuerza del Ser individualizado en la Vida para afirmar progresivamente en los términos de la sucesión del Tiempo y de la auto-extensión en el Espacio, en la estructura de lo finito, su Bienaventuranza infinita, el Ananda de Sachchidananda. La máscara del Deseo que ese impulso asume proviene directamente del tercer fenómeno de la Vida, su ley de incapacidad. La Vida es una Fuerza infinita que trabaja en los términos de lo finito; inevitablemente, a través de su abierta acción individualizada en lo finito, su omnipotencia debe aparecer y actuar como una capacidad limitada y una parcial impotencia, aunque detrás de todo acto del individuo, por más débil que sea, por más fútil que sea, por más titubeante que sea, debe estar la total presencia superconsciente y subconsciente de la infinita Fuerza omnipotente; sin esa presencia detrás de ella, no puede producirse el menor movimiento singular en el cosmos; en su suma de acción universal cada singular acto y movimiento se desprende del mandato de la omnisciencia omnipotente que trabaja como la Supermente inherente a las cosas. Mas la individualizada fuerza-vital está limitada a su propia conciencia y plena de incapacidad; pues ha de trabajar no sólo contra la masa de otras circundantes fuerzas-vitales individualizadas, sino también someterse al control y negación por parte de la Vida infinita con cuya voluntad y tendencia totales su propia voluntad y tendencia pueden no coincidir de inmediato. Por lo tanto, la limitación de la fuerza, el fenómeno de la incapacidad es la tercera de las tres características de la Vida individualizada y dividida. Por otra parte, el impulso de auto-agrandamiento y omni-posesión permanece y de ningún modo significa medirse ni limitarse por el límite de su actual fuerza o capacidad. De ahí que, del abismo existente entre el impulso de poseer y la fuerza de posesión, surja el deseo; pues de no haber tal discrepancia, si la fuerza siempre pudiese tomar posesión de su objeto, siempre alcanzase su fin con seguridad, el deseo no llegaría a existir sino sólo una calma y auto-poseída Voluntad sin anhelos tal como es la Voluntad del Divino.
Si la fuerza individualizada fuera la energía de una mente libre de la ignorancia, no tendría lugar tal limitación ni tal necesidad de deseo. Pues una mente no separada de la supermente, una mente de conocimiento divino conocería la intención, ámbito e inevitable resultado de todo acto y no anhelaría ni lucharía sino que pondría en ejecución una asegurada fuerza auto-limitada en orden al inmediato objetivo a la vista. Extendiéndose más allá del presente, incluso emprendiendo movimientos que no tienden a suceder de inmediato, con todo no estaría sujeta a deseo o limitación. Pues los fallos del Divino son también actos de su omnisciente omnipotencia que conoce el tiempo y la circunstancia correctos para el inicio, las vicisitudes, los resultados inmediatos y finales de todas sus empresas cósmicas. La mente de conocimiento, al estar al unísono con la Supermente divina, participaría de esta ciencia y de este poder omni-determinante. Pero como hemos visto, la fuerza-vital individualizada aquí es una energía de la Mente individualizadora e ignorante, Mente que ha caído del conocimiento de su propia Supermente. Por lo tanto, la incapacidad es necesaria para sus relaciones en la Vida e inevitable en la naturaleza de las cosas; pues la omnipotencia práctica de una fuerza ignorante incluso en una limitada esfera es inconcebible, dado que en esa esfera una fuerza tal se asentaría contra la actividad de la divina y omnisciente omnipotencia y desajustaría la fijada finalidad de las cosas, —(una situación cósmica imposible)--. Por lo tanto, la primera ley de la Vida es la lucha de las fuerzas limitadas que aumentan su capacidad mediante esa lucha bajo el ímpetu conductor del deseo instintivo o consciente. Así como con el deseo, sucede igual con esta contienda; debe elevarse a una prueba de fuerza mutuamente auxiliadora, una lucha consciente de fuerzas hermanas en la que vencedor y vencido, o más bien el que influencia por la acción desde arriba y el que influencia por la replica de la fuerza desde abajo, deben ecuánimemente ganar y crecer. Y esto nuevamente ha de convertirse a su debido tiempo, en el choque feliz del intercambio divino, el vigoroso abrazo del Amor reemplazando al convulso abrazo de la contienda. Con todo, la contienda es el principio necesario y saludable. La Muerte, el Deseo y la Contienda son la trinidad de la vida dividida, la triple máscara del divino principio-Vital en su primer ensayo de autoafirmación cósmica.
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*Extracto del “Mensaje de la Gîtâ”
LA LEY DE LA UNION
Todo amor verdadero y todo sacrificio son, en su esencia, una contradicción impuesta por la Naturaleza para enfrentarnos con nuestro egoísmo primario y su error separativo (nuestra consciencia relativa nos presenta la realidad como si estuviéramos separados de los demás, nos identificamos con nuestro yo individual; no podemos concebir una realidad en la que todos somos uno);no obstante, la Naturaleza persiste en su intento de volver a recuperar la unidad desde una primera fragmentación necesaria, todo choque entre egos con conciencia separada, es parte de la experiencia que nos lleva de una forma inconsciente para nosotros hacia un despertar a la realidad mayor. Toda unidad entre las criaturas es, en su esencia, un auto-encuentro, una fusión con aquello de lo que estábamos separados y un descubrimiento del propio yo en los demás.
Pero sólo un amor y unidad divinos pueden poseer en la luz lo que las formas humanas buscan en la oscuridad. Los seres humanos engañados por su naturaleza viven en la oscuridad, buscan la luz y la luz despertará dentro de ellos como consecuencia de la experiencia y empezará por la comprensión de que los demás son su verdadero yo. Pues la verdadera unidad no es meramente una asociación y aglomeración como la de las células físicas, unidas por una vida de intereses comunes: tampoco es entendimiento emotivo, simpatía, solidaridad ni estrecha aproximación. Entonces sólo estaríamos realmente unificados con los que se hallan separados de nosotros por las divisiones de la Naturaleza, cuando anulamos la división y nos descubrimos en lo que nos parecía ajeno a nosotros. La asociación es una unidad vital y física; su sacrificio es de ayuda y concesiones mutuas. La proximidad, la simpatía y la solidaridad crean una unidad mental, moral y emocional; les corresponde un sacrificio de mutuo apoyo y mutuas gratificaciones. Pero la verdadera unidad es espiritual; su sacrificio es una autoentrega mutua, una interfusión de nuestra sustancia interior. La ley del sacrificio viaja en la Naturaleza hacia su culminación en su autoentrega completa y sin reservas; despierta en el dador y en el objeto del sacrificio la conciencia de un yo común. Esta culminación del sacrificio es hasta la cima del amor y devoción humanos cuando procuran convertirse en divinos; pues también allí la cima más excelsa del amor se proyecta en un cielo de autoentrega completa y mutua, y su cúspide es la arrobada fusión de las almas.
Esta idea más honda de la ley terrestre está en el meollo de la doctrina que sobre las obras (trabajar para el Divino) da el Gita; el núcleo de su doctrina es una unión espiritual con el Supremo mediante el sacrificio, una autoentrega sin reservas al Eterno. La concepción vulgar del sacrificio es un acto de dolorosa autoinmolación, de austera mortificación, de autoanulación difícil: este género de sacrificio puede llegar incluso hasta la automutilación y la autotortura. Estas cosas pueden ser temporariamente necesarias en el duro esfuerzo humano por superar el yo natural; si el egoísmo es violento y obstinado, a veces ha de encontrar como respuesta una fuerte represión interna y una violencia que lo contrabalancee. Pero el Gita no anima a ninguna clase de abuso de violencia sobre uno mismo; pues el yo interior es realmente la Deidad que evoluciona, es Krishna, es la Divinidad; no ha de ser perturbado ni torturado como los Titanes del mundo lo perturban y torturan (se refiere a las Fuerzas de la oscuridad que tientan y someten al ego humano, haciéndolo presa de sus apetencias), sino crecientemente fomentado, apreciado, abierto luminosamente a una Luz, fortaleza, dicha y amplitud divinas. No es al propio yo sino a la banda de enemigos interiores del espíritu que tenemos que desanimar, desalojar, eliminar sobre el altar de la evolución espiritual; éstos pueden ser extirpados sin miramientos; sus nombres son: deseo, ira, fanatismo, dogmatismo, codicia y apego a los goces y dolores externos; son la cohorte de demonios usurpadores causantes de los errores y sufrimientos del alma. Han de considerarse no como parte nuestra sino como intrusos y pervertidores de la naturaleza real y más divina de nuestro yo; han de ser sacrificados en el más severo sentido de la palabra, cualquiera que sea el dolor que, por reflejo, puedan lanzar sobre la conciencia de quien busca la perfección.
Mas la verdadera esencia del sacrificio no es la autoinmolación, es la autoentrega; su objeto no es la autoeliminación sino la autorrealización; su método no es la automortificación sino una vida mayor; no es una automutilación sino una transformación consciente de nuestras partes humanas naturales en miembros divinos, no es una autotortura sino un pasaje de una satisfacción inferior a una Bienaventuranza o Ananda mayor. Para una parte inmadura o turbia de nuestra naturaleza superficial hay solo una cosa dolorosa al comienzo; es la disciplina que debemos exigirnos indispensablemente, la necesaria negación de toda forma de impulsos egóicos, para realizar la fusión del ego incompleto; mas para eso puede haber una rápida y enorme compensación en el descubrimiento de completarnos de una forma real, mayor y última, en los demás, en todas las cosas, en la unidad cósmica, en la libertad del Yo y Espíritu trascendentales, en el arrobamiento del contacto de la Divinidad. Nuestro sacrificio no es una entrega sin devolución alguna ni una aceptación fructífera de la otra parte; es un intercambio entre el alma encarnada y la Naturaleza consciente en nosotros y el Espíritu eterno. Pues aunque no debemos exigir compensación o ganancia, en nosotros existe un conocimiento profundo de que es inevitable una maravillosa compensación y Gracia obtenidas por regreso o reintegro en el Yo Real. El alma sabe que no se entrega a Dios en vano; sin reclamar nada, recibe, con todo, la riqueza infinita del Poder y Presencia divinos.
Por último, ha de considerarse el receptor del sacrificio y el modo del sacrificio. El sacrificio puede ofrecerse a los demás o a los Poderes divinos; puede ofrecerse al Todo cósmico o al supremo Trascendente. El culto tributado pude asumir cualquier forma, desde la consagración de una hoja o una flor, un vaso de agua, un puñado de arroz, una rebanada de pan, hasta la de todo lo que poseemos y la sumisión de todo lo que somos. Cualquiera que sea el receptor, cualquiera que sea el don, es el Supremo, el Eterno en las cosas, quien lo recibe y acepta, aunque sea rechazado o ignorado por el receptor inmediato. Pues el Supremo que trasciende al universo, está también aquí, aunque velado, en nosotros, en el mundo y en sus sucesos: está allí como Testigo y Receptor omnisciente de todas nuestras obras y su Maestro secreto. Todas nuestras acciones, todos nuestros esfuerzos, incluso nuestros pecados, tropiezos, sufrimientos y luchas, independientemente de que seamos conscientes o inconscientes de ellos, son gobernados en última instancia por el Uno. Todo se vuelve hacia él en sus innumerables formas y es ofrecido, mediante ellas, a la Omnipresencia única. Tal como sea la forma y el espíritu con que nos aproximamos a él, de esa forma y con ese espíritu recibe el sacrificio.
Asimismo, el fruto del sacrificio de las obras (trabajar para el Divino) varía de acuerdo con la obra, de acuerdo con la intención en la obra y de acuerdo con el espíritu que está detrás de la intención. Pero todos los demás sacrificios son parciales, egoístas, mixtos, temporales e incompletos, (incluso los ofrecidos a los Poderes y Principios supremos mantienen este carácter: el resultado también es parcial, limitado, temporal, mixto en sus reacciones, sólo efectivo para una finalidad menor o intermedia. El único sacrificio enteramente aceptable es una última, suprema y suma autoentrega ), es esa sumisión ofrendada, con devoción y conocimiento, libremente y sin reservas, al Uno que es a la vez nuestro Yo inmanente, el circundante Todo constitutivo, la Realidad suprema más allá de ésta o cualquier manifestación y, secretamente, todas estas juntas, ocultas por doquier, la Trascendencia inmanente. Pues al alma que se le brinda totalmente, Dios también se le entrega por completo. Sólo quien ofrenda su naturaleza toda, halla al Yo. Sólo quien puede darlo todo, disfruta por doquier al Todo Divino. Sólo un supremo autoabandono confiado en el Supremo, alcanza al Supremo. Sólo la sublimación mediante sacrificio de todo cuanto es nuestra naturaleza, puede capacitarnos para encarnar al Supremo y vivir así en la conciencia inmanente del Espíritu trascendente.
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