lunes, 3 de agosto de 2015
El gran fracaso de Hugo Chávez es que creía que la plata lo resolvía todo (I)
Fuente: KonZapata.com
Chávez es el mejor vendedor de petróleo del mundo –me decía un empresario en 2006.
Desde su punto de vista, Chávez era un pragmático del capital.
–Todos sus problemas los ha resuelto a realazos –insistía este empresario.
Los problemas nacionales. La desconfianza internacional. Los aliados internacionales.
–Nadie ha sido mejor cliente de la banca que el gobierno, nadie ha garantizado como el gobierno de Chávez las ganancias de la banca. Los banqueros lo saben y Chávez explota y se aprovecha de tal condición.
–Su argumento para desprestigiar a la oposición en Washington es que sus líderes, unidos a los empresarios, son los culpables de la única interrupción del flujo petrolero en la historia de un siglo de comercio continuo entre Estados Unidos y Venezuela –se refiere el empresario al corte petrolero a raíz del paro de Pdvsa.
–Al mismo tiempo que denunciaba la irresponsabilidad opositora –naturales aliados de la Casa Blanca– se colocaba, pese a todas las amenazas de su discurso dirigido más a las masas, como garantía segura del petróleo. Más pragmatismo que esto, no hay.
-Compras, contratos millonarios, con empresas de Brasil, Argentina, España, Portugal, perseguían el objetivo de ganar aliados. Y todo era dinero.
Por otra parte, ¿quién se atreve a negar que Diosdado sea un sujeto más convencido que Chávez de las bondades de la empresa privada y el capital, del mercado y el capitalismo?
La conjetura, en todo caso, proviene más de mensajes parciales que de un discurso que el personaje haya estructurado sobre el tema, pese a que en los tiempos de Maduro se alinee con el torniquete verbal contra los empresarios, llamándolos usureros, especuladores y antipatriotas.
De cómo piensa, lo saben los empresarios que lo conocen y se han reunido con él y terminan convencidos de que «es el hombre».
Y lo saben los aliados políticos que han podido escucharlo a solas, en la intimidad.
Lo afirman los adversarios que le siguen la pista, que lo bautizaron y lo siguen llamando el jefe de la derecha endógena.
Y lo señala la intriga que, atribuyéndole una fortuna de niveles de la lista Forbes, y haciéndolo dueño o socio de medio país, deduce, lógicamente, que nadie puede atentar contra sí mismo; contra lo que posee.
Sin embargo, ¿en qué auditorio se le ha escuchado analizar, meditar, sobre el capital y los empresarios? Frases sueltas, por aquí, por allá. Una declaración. Poco es lo que hay.
¿Y Chávez? En su caso, todo está grabado. Todo está escrito. Nada está oculto. Y sin embargo no hay especialista que pueda elaborar con los discursos de Chávez un cuerpo teórico coherente. Quien se tome la molestia de leer –no escuchar– una muestra de los discursos se va a dar cuenta de este vacío.
Era un gran agitador pero bien lejos de ser un ideólogo, tampoco un teórico y hay quienes señalan que no era ese su rol sino el de conducir y consolidar el proceso. Pero Chávez quería serlo todo al mismo tiempo e intentaba sustituir carencias con citas de libros, presentándose en algunos de sus programas televisivos con una biblioteca ambulante de la que extraía y leía párrafos completos, o frases como las citas citables de la Selecciones de Reader’s Digest. Buscaba impresionar, haciendo gala de las fuentes en las que abrevaba. Eso sí, poseía una memoria prodigiosa.
Alí Rodríguez, ex ministro de Finanzas, Petróleo y Electricidad, ex presidente de Pdvsa, ex presidente de la Opep, ex embajador en Cuba y primer secretario de la Unasur, señala en su libro Antes de que se me olvide que quien “trabaja solamente en el campo de la teoría, le cuesta mucho hacerse entender por el común de la gente”. Chávez no era, por cierto, ese hombre puramente teórico.
Sin embargo, se quería mostrar como una figura de avanzada, un líder que descubría una nueva vía hacia el socialismo. Si se le escuchaba, podía alcanzar el cometido de impresionar en virtud de la fuerza y la convicción puesta en las palabras. Es en 2010 que se declara marxista, pero antes y después de esa fecha su discurso y accionar siguen más de cerca los lineamientos del fascismo. En cuanto lector de Mi Lucha de Hitler y sus adláteres ideológicos, alumno aventajado de Norberto Ceresole –ideólogo argentino filonazista quien negaba el holocausto judío-, admirador de Perón, de JuanVelasco Alvarado, Gadaffi, Saddam Hussein, Robert Mugabe, Alexander Lukashenko, entre otros, la declaración marxista puede observarse más como una “contribución” necesaria de Fidel y Raúl Castro que como convicción propia.
La definición puede hallarse en una “necesidad” pragmática de inclinar la balanza del poder ya no hacia el sector militar con mayores expresiones de centro derecha sino hacia los civiles con antigua militancia en los desaparecidos partidos de izquierda. De allí los Jaua, los Maduro, los Ramírez, Cilia Flores, etc.
En su libro El chavismo como problema, (2010), Teodoro Petkoff señala que la impresión del Chávez de izquierda es “una tautología”. Petkoff encuentra en Chávez claros signos del líder fascista, entre otros la adopción, “plenamente consciente” del concepto “amigo-enemigo”, acuñado por Carl Schmitt, ideólogo del nazismo, que en política significa aniquilar al contrario que ni por asomo es adversario sino enemigo, aun cuando este haya tenido origen en una rama disidente.
En mi libro Plomo más Plomo es guerra escrito en el año 2000, aplicábamos a Chávez, casi como un traje a la medida, la definición de Umberto Eco sobre el Ur Facismo.
“Todo a conduce a pensar que ha sido la influencia de Fidel Castro la que llevó a Chávez a asumir el “socialismo” y posteriormente, en enero de 2010, a declararse “marxista”’, apunta Petkoff, quien agrega: “No es improbable que Fidel, más que haber hecho de Chávez un catecúmeno de la Buena Nueva, haya logrado convencerlo de que su gobierno y su partido necesitaban un cemento ideológico más consistente que la doctrina bolivariana y que la manipulación del mito bolivariano e independentista”.
No es casual que es a finales de 2009 y principios de 2010 cuando Chávez arremete contra la boliburguesía –su hechura- y los operadores financieros y comience a entregar más poder a Elías Jaua y su grupo y aliados, en desmedro de la posición de Diosdado Cabello. Hay quienes atribuyen a Jorge Giordani la arremetida definitiva contra la boliburguesía y Ricardo Fernández Barrueco, por ejemplo. Que Chávez, quien veía por los ojos de su ex ministro de Planificación, le compró la idea. Por otra parte, sería de Jaua la arremetida contra Agroisleña. Entonces, era ministro de Agricultura. Pero Chávez los oyó, y se limitó a decir: ojalá y funcione.
En fin, Petkoff concluye que el izquierdismo de Chávez, en todo caso, estaría más cerca de los totalitarismos tipo Cuba y URSS, dada las características autoritaria, militarista y personalista (culto a la personalidad, miedo y adulancia), del modelo en que se afanaba.
La historiadora Margarita López Maya ha husmeado otras fuentes y ha encontrado una ruta. Que el Chávez que llegó al poder en 1999 era un populista sin un proyecto claro y de allí que la Constitución Bolivariana sostenga el espíritu de la democracia liberal con agregados novedosos como el de la democracia participativa y justicia social. En el libro El Estado Descomunal –entrevista con David González-, López Maya admite que “el de Chávez fue un movimiento populista que no presentó nuevas ideas cuando llegó al poder, porque no había tenido tiempo de diseñarlas”.
Es por ello que entre 1999 y 2007, Chávez sigue la pauta de la democracia liberal expresada en el espíritu constitucional, aunque los sucesos de abril de 2002 y el paro de diciembre de 2002 y enero de 2003, lo ponen sobreaviso, inclinando la búsqueda de un modelo que lo acerca más al poder popular tipo cubano. De allí la propuesta de reforma constitucional de 2007 cuando plantea el poder comunal.
Según López Maya, Chávez emergió de 2002-2003 completamente legitimado, por encima de los movimientos que lo respaldaban y de la propia Fuerza Armada. “Poco a poco se transformó en una persona más instruida, mejor formada y mejor asesorada…El golpe y el paro lo marcaron y le generaron desconfianza sobre la sociedad venezolana, sobre cualquiera con algún grado de instrucción”.
Pese a que la reforma fue derrotada, Chávez comienza a separarse de “la matriz conceptual de la Constitución”, aceptando la idea del nuevo Estado comunal, que “tiene gran influencia cubana y de los intelectuales internacionales de izquierda”, señala López Maya. Es la época en la cual se meten de lleno en calidad de asesores y cobrando altas sumas de euros, los catedráticos españoles Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias, entre otros, fundadores más tarde del partido Podemos. En este contexto no cabía la boliburguesía. Tampoco era espacio para la derecha endógena. Ni mucho menos era un escenario en el que pueda moverse una fuerza militar que no se declare chavista.
López Maya ubica que el concepto poder popular comenzó a usarse en 2002. Pionera de la propuesta habría sido la dirigente radical Lina Ron, quien lanzó la idea de lo “que llamó “Redes del Poder Popular”’. Luego, en 2005, López Maya ubica que son los diputados Nicolás Maduro y Cilia Flores quienes asumen la bandera, señalando que para aprobar leyes en la Asamblea Nacional –foro en el que la oposición no estaba representada por haberse abstenido en las elecciones anteriores- solo se necesitaba el apoyo popular, expresado en el parlamentarismo de calle, el cual sustituiría los elementos del pluralismo liberal.
Léase en detalle el dato aportado por López Maya. Es 2005 y son Maduro y Flores quienes se ponen al frente de la propuesta, por lo cual no resulta nada casual que una década más tarde, siendo Maduro el Presidente, cree el Ministerio del Poder Popular, poniéndolo en manos de Jaua y dotándolo de recursos y facultades, pese a la estrechez económica con la que se enfrentaba.
En 2005, Diosdado Cabello es ya gobernador de Miranda. Maduro y Flores ascienden a la cúspide del Parlamento. Cabello comienza a confrontar problemas de opinión pública; es la época en que los rumores en torno a su presunta fortuna se exacerban. Chávez sigue girando hacia la izquierda. Llega 2007 y se pierde la reforma constitucional con la que se formalizaría el poder popular, con el agravante de que Miranda ha sido clave en la derrota, según dirán desde adentro del propio chavismo. Pero la derrota no detiene a Chávez. Sigue avanzando y es entre 2009 y 2010 que pasan las leyes por la Asamblea “que la dan forma al Estado Comunal” y que “se aprobaron sin consulta”, señala López Maya.
De nuevo coinciden las fechas. Es 2009, el momento del descabezamiento de la boliburgesía en tanto que el grupo más procubano, más de izquierda, acumula mayores espacios de poder, va creando un anillo alrededor de Chávez, y va introduciendo la cizaña contra Cabello, cada vez más aislado. Es el momento en que Chávez se declara marxista. Estas leyes cambian el concepto de Estado. Y este puede ser el gran aporte del Chávez en cuanto constructor de un modelo.
Señala Margarita López Maya que “el Estado Comunal es una fórmula que inclina la balanza de esa tensión hacia el costado menos liberal”. En todo caso, identifica a Venezuela con las características del petroestado en el cual lo medular es “la concentración de poder”. En lo que refiere al ejemplo venezolano, sería un territorio sembrado de comunas mantenidas por el petroestado; un petroestado con abundantes recursos, pues al fin y al cabo, López Maya pone la resolución exacta: “la utopía de un millonario”.
Volvemos al principio. El poder sobre la base de dinero. Lo que ocurre es que, lo dice claramente la historiadora, “el petroestado tiene el problema de que las élites se van haciendo cada vez más ávidas y quieren quedarse con una parte más grande de la torta”. Agrega que “hay una tendencia general de todo el que llega al poder de repartir recursos a su favor, pero en el petroestado eso es más fuerte por la debilidad de la sociedad de controlarlo. Terry Karl llamó a ese fenómeno la petrificación de las élites. Hay un principio liberal muy claro: si pagas impuestos, exiges la retribución y haces contraloría. Los que están en el poder, sin embargo, se sienten menos obligados a rendir cuentas si manejan ingresos como los petroleros”.
Ahora, tanto en la teoría como en la práctica, las costuras estaban a la vista. Lo que había comenzado como una iniciativa de espacios de organización y protagonismo popular, pasó a convertirse en apéndice del gobierno, del partido de gobierno y del líder comandante presidente. Rodríguez Araque apunta como momento crucial del nuevo modelo “solo cuando los consejos comunales y las comunas estén plenamente asentadas en la geografía nacional y dejado atrás el modelo estatal que fue vaciado en los moldes de la Cuarta República y que, en mi opinión, es el mayor obstáculo a vencer para poder avanzar hacia los grandes objetivos”. Pero al cabo del tiempo había más Estado y el poder comunal estaba plagado de errores, corrupción y oportunismo a pesar de la inmensa cantidad de recursos destinado a crearlo y consolidarlo.
David González y López Maya ofrecen el espectro de cómo el mismo Chávez desvirtuó el poder popular que en los comienzos del proceso estimuló: “Cuando la participación comienza ser una iniciativa del Ejecutivo Nacional y no del ciudadano, se transforma en otra cosa, se convierte en una herramienta de democracia plebiscitaria que tiende a lo que se conoce como un autoritarismo electoral”, señala López Maya.
Chávez empezó identificándose con el poder popular y terminó manipulándolo para sus propósitos de consolidarse en el poder, abrogándose para sí la designación de los centros de coordinación y la asignación directa de recursos. En las nuevas leyes se cambia el espíritu de participación hasta el punto –explica López Maya- de diseñarse “los lineamientos que se le daban a los consejos comunales”. Los dineros bajaban, pero lo hacían con la intención definida de hacerlos dependientes de los propósitos del caudillo aunque los líderes en la barriadas de lo que estaban más pendientes era de aquello, del dinero, de los recursos, pese a que tuvieran que hacer lo que señalara el gobierno.
Al final, señala López Maya, “los consejos comunales son más del Estado que de la sociedad”, “una superestructura clientelar que exige lealtad política a cambio de los servicios que presta”. En el curso, aparecieron las salas de batalla, “un brazo del Partido Socialista Unido de Venezuela de Chávez”. Estas, “recibían las propuestas y demandas de los consejos comunales, pero también le daban charlas ideológicas que no dejaban ser aburridas para algunas personas según pude registrar”, explica López Maya.
En la última campaña, la de 2012, Chávez deja un programa de gobierno, el llamado Plan de la Patria, que luego Diosdado y Maduro hacen ley de la República de estricto cumplimiento. El texto es un enredo de propuestas aunque, sin embargo, se asoma la vía del poder comunal y el socialismo que al fin y al cabo venía imponiéndose apelando al recurso de leyes y decretos, por lo cual, el Plan de la Patria, Ley, pasaba a ser una cortina de humo mientras Maduro aprobaba con los poderes especiales conferidos en la Asamblea Nacional, leyes de mayor control, y le daba rango y vocería al poder militar, a la jerarquía militar, como si Venezuela, le escuché decir una vez a alguien, fuera un país secuestrado. Ya el chavismo se había terminado de quitar la careta en cuanto a la imposición del modelo.
Cualquier otra de las banderas de Chávez se originaba en el cometido efectista, propagandista, movilizador antes que la resultante de un programa coherente; de allí que se abandonara, con suma facilidad, un sinnúmero de sus «líneas» en las filas de militantes, subordinados y funcionarios. Venezuela será una potencia económica, repetía, pero ni en el discurso ni en la realidad aparecían las directrices. Burocracia no socialismo, le advertiría el presidente de Uruguay, Pepe Mujica: burocracia es lo que estás creando Chávez. De pronto le llevaban un huevo de avestruz y se lanzaba una perorata sobre las bondades de la producción en masa. De pronto, como el coplero que improvisa, sacaba de la nada los gallineros verticales, gallineros en los techos para el autoabastecimiento. Hubo otro tiempo en que se quedó pegado, como un viejo disco rayado, a la idea de sembrar el país de plantas para la fabricación de harina de yuca. En otra época habló hasta el cansancio del eje fluvial Apure- Orinoco, el cual uniría los ríos más grandes del país, dándole forma a una autopista de dimensiones colosales que aunada a la carretera de los libertadores, empalmaría América del Sur. No se diga de la fantasía de montar refinerías en diversos puntos del territorio nacional y más allá de la frontera, en Brasil, y de tejer a Venezuela con la red más moderna de tuberías de gas doméstico.
La verdad es que no podía concretar anuncios pues no manejaba un plan de gobierno ni un plan de la nación y siendo como era, un hombre cambiante, prisionero de ilusiones, lleno de verborrea. Para un grueso de seguidores no eran las líneas de Chávez sino las vainas y las cosas de Chávez. Tal vez ello explique por qué el chavismo duro –militancia convencida- de Chávez se movía en una franja del 30% y el 35% . Y si ganaba elecciones era más sobre la base del ventajismo, del peso institucional puesto a su favor, del uso del dinero público transformado en ayudas, becas, dádivas. Eso sí, nadie le negaba el verbo, el carisma, su mejor arma.
“Necesitamos un cuerpo de ideas”, señala Rodríguez Araque en su libro. “Necesitamos trabajos teóricos que vayan elaborando una síntesis de la propia experiencia y las lecciones que arroja el proceso revolucionario venezolano… Antes de que se nos olvide”. Este clamor proviene de uno de los hombres más curtidos tanto en la lucha guerrillera como en la cantera ideológica. Fue de los primeros en proponer la conformación de un partido revolucionario, y el PSUV, al cabo de cumplir una década en el poder, era más una maquinaria para ganar elecciones disponiendo de la ayuda y de los recursos del Estado y el gobierno. Es un partido hecho en el gobierno, acostumbrado a disfrutar de las bondades del poder. Un poder que con Maduro se pone a prueba, y aunque el PSUV celebra su III Congreso en julio de 2014, en el que alcanza mantenerse unido, la disidencia interna es un hecho; disidencia que se expresa en voces y corrientes como Marea Socialista y el Grupo Garibaldi de Jorge Giordani, que enjuician la conducción económica, la corrupción y el liderazgo de Maduro, Cabello y Rafael Ramírez.
Cabalgando sobre los triunfos electorales, Chávez quería llegar a esta probable meta: el poder autoritario en las solas manos de un líder reelecto hasta el final de los tiempos, asentado en un capitalismo de Estado financiado por los ingresos petroleros, el petroestado; un modelo al que podía bautizar bien socialismo del siglo XXI, bien socialismo humanitario, o bien chavismo a secas. ¿O tal vez le calzaba mejor este?: el modelo postautoritario, y aquí sigo el concepto postotalitario acuñado por Václav Havel.
Explica Havel en su reconocido texto El poder de los sin poder que “con ese ‘post’ no intento decir que se trata de un sistema que ha dejado de ser totalitario; todo lo contrario, quiero decir que es totalitario de modo sustancialmente distinto de las dictaduras clásicas a las que normalmente va unido en nuestra conciencia el concepto totalitario”.
Respecto a Chávez y al chavismo es lo mismo en el fondo. Pues el fondo son los poderes públicos subordinados, la sociedad subordinada y el capital privado –lo que quede– subordinado. Inclusive, el ciudadano no lo era en el concepto universal; lo atendía como se atiende a un cliente, a un consumidor; ni siquiera los electores eran tales, sino votantes; los que votaban por el líder imbatible, sobornados por las ayudas del gobierno.
En este punto del consumidor quiero enfatizar. Y es que no hay duda de que desde 2004 y hasta 2012 lo que hubo en el país fue una gran borrachera de consumo. Lo habíamos advertido en Descifrado en la Calle: una burbuja de consumo favorecida por los altos precios del petróleo, el endeudamiento externo e interno y por los impuestos pagados por la clase media y los empresarios. La burbuja es expresión de la ausencia del proyecto, del cuerpo teórico, de la ideología, del cemento del que habla Petkoff. Puede decirse que Chávez jamás logró vender una épica ni una utopía, tal cual lo hicieron los comunistas en la Unión Soviética, en Europa Oriental y Cuba. Jerónimo Carrera, el último secretario general del Partido Comunista de Venezuela admirador de Stalin, calificaba al modelo chavista de “asistencialismo”, y encendía el alerta señalando que de esa manera no era posible construir ninguna clase obrera y tampoco conducir un país hacia la industrialización.
El mismo Rodríguez Araque, citando a Marx, asume que la premisa del hecho histórico es la producción de los medios indispensables para la existencia del hombre, y tal afirmación –debe saberlo quien estuvo en puestos clave de la economía- es contradictoria con el carácter rentista e improductivo del modelo chavista. Hay que tomar nota de que, justamente, cuando en el Estado soviético se acaba la utopía, por allá en los años setenta, es cuando comienza el quiebre del nexo entre ciudadanos y poder, por lo cual, para sostener el entramado, la nomenklatura y el partido se vieron forzados a alentar el consumo, con la desgracia de que la URSS era más lo que importaba que lo que producía, -y de pésima calidad- y así pasó a ser un consumo “administrado” desde arriba –igual que Mercal, Pdval, los Abastos Bicentenario- que irremediablemente originó la aparición de mercados paralelos clandestinos. Anótese el dato. En la Venezuela de la escasez -2014, 2015- era más fácil conseguir los productos de la dieta diaria en mercados paralelos –no clandestinos- de la economía informal y el llamado “bachaqueo”; eso sí, a precios exorbitantes.
A finales de 2013, cuando el gobierno de Maduro alienta la toma de los anaqueles de comercios de electrodomésticos –que era lo que más regalaba Chávez en las campañas electorales-; en ese momento, digo, no solo está reconociendo desesperadamente la necesidad de que la burbuja de consumo se sostenga sino que en paralelo termina de borrar cualquier vestigio de idea o ilusión en un sistema mejor, pues quedaba claro que el chavismo poco tenía que ofrecer que no fueran lavadoras o televisores plasma y de allí la urgencia de aplicar controles por la vía de los poderes especiales.
En todo caso, el modelo se basaba en el rentismo; era el clentelismo en su máxima expresión. La base: los millones de petrodólares. ¿Y cuántas veces Chávez no se rasgó las vestiduras atacando el consumo capitalista? En el espejo observaba que consumo y más mercado es lo que ofrece el sistema chino para seguir sosteniendo el modelo, aunque cubran las apariencias con aquello de “mercado socialista”, expresión a la que Chávez también apelaba. Lo que termina ocurriendo es que la burbuja de consumo -o el asistencialismo- se convierte en un arma de doble filo si no va acompañada de una oferta de sociedad que incorpore producción, productividad y creación de riqueza de la mano de la iniciativa privada.
En el gobierno de Maduro, se atacaba a la propiedad privada mientras se alentaba de manera infructuosa la producción en al menos 122 empresas estatales. Eran empresas que no podían salir del atolladero en que las había sumido la corrupción y la falta de gerencia. El mal del estatismo soviético y cubano. Pero en esas empresas se le daba rigor oficial a un nuevo burócrata: el empresario socialista. El discurso de este y la jerarquía gubernamental era que se aumentaba la producción cuando en realidad era que se seguía dependiendo de las importaciones.
En 2015, cuando Cuba perfila su nuevo ciclo de reformas, Raúl Castro asume la máxima liberal de que no se puede repartir la riqueza que no se ha producido; en cambio, Maduro y su gobierno seguían atollados en un modelo de asistencialismo, aunque cada vez más estrecho, debido a que los precios del petróleo se habían derrumbado de más de 100 dólares a menos de 50. Pese a todo, no dejaban de reconocer que en la medida en que el consumidor recibe, aumenta su exigencia. De allí la borrachera de las divisas traducida en la aparición del cadivismo en todas sus versiones, desde cupos de viajeros hasta remesas para familiares de mentira. De allí el volumen de importaciones de alimentos, la espiral de endeudamiento vía emisiones de bonos y, lo peor, el cambio de petróleo por chatarra china para cubrir el clientelismo electoral.
Del libro de Tony Judt, Postguerra: una historia de Europa desde 1945, tomo esta frase atribuida a Niklós Németh, el último primer ministro de la Hungría comunista: “Gastamos dos tercios en pagar intereses y el resto en importar bienes de consumo para aliviar la impresión de crisis económica”. La frase le calza al chavismo de 2012 y 2013, 2014 y 2015. Se gastaba para mantener una ilusión. Se gastó al extremo en 2012 para reelegir al Chávez moribundo y se gastó nuevamente al extremo para hacer presidente de maduro. La consecuencia fue un Estado seco de recursos. Un estado sin fondos de ahorros, sin capacidad de endeudamiento y con reservas internacionales menguadas, alta inflación y un sistema cambiario de propósito endemoniado.
Desde su punto de vista, Chávez era un pragmático del capital.
–Todos sus problemas los ha resuelto a realazos –insistía este empresario.
Los problemas nacionales. La desconfianza internacional. Los aliados internacionales.
–Nadie ha sido mejor cliente de la banca que el gobierno, nadie ha garantizado como el gobierno de Chávez las ganancias de la banca. Los banqueros lo saben y Chávez explota y se aprovecha de tal condición.
–Su argumento para desprestigiar a la oposición en Washington es que sus líderes, unidos a los empresarios, son los culpables de la única interrupción del flujo petrolero en la historia de un siglo de comercio continuo entre Estados Unidos y Venezuela –se refiere el empresario al corte petrolero a raíz del paro de Pdvsa.
–Al mismo tiempo que denunciaba la irresponsabilidad opositora –naturales aliados de la Casa Blanca– se colocaba, pese a todas las amenazas de su discurso dirigido más a las masas, como garantía segura del petróleo. Más pragmatismo que esto, no hay.
-Compras, contratos millonarios, con empresas de Brasil, Argentina, España, Portugal, perseguían el objetivo de ganar aliados. Y todo era dinero.
Por otra parte, ¿quién se atreve a negar que Diosdado sea un sujeto más convencido que Chávez de las bondades de la empresa privada y el capital, del mercado y el capitalismo?
La conjetura, en todo caso, proviene más de mensajes parciales que de un discurso que el personaje haya estructurado sobre el tema, pese a que en los tiempos de Maduro se alinee con el torniquete verbal contra los empresarios, llamándolos usureros, especuladores y antipatriotas.
De cómo piensa, lo saben los empresarios que lo conocen y se han reunido con él y terminan convencidos de que «es el hombre».
Y lo saben los aliados políticos que han podido escucharlo a solas, en la intimidad.
Lo afirman los adversarios que le siguen la pista, que lo bautizaron y lo siguen llamando el jefe de la derecha endógena.
Y lo señala la intriga que, atribuyéndole una fortuna de niveles de la lista Forbes, y haciéndolo dueño o socio de medio país, deduce, lógicamente, que nadie puede atentar contra sí mismo; contra lo que posee.
Sin embargo, ¿en qué auditorio se le ha escuchado analizar, meditar, sobre el capital y los empresarios? Frases sueltas, por aquí, por allá. Una declaración. Poco es lo que hay.
¿Y Chávez? En su caso, todo está grabado. Todo está escrito. Nada está oculto. Y sin embargo no hay especialista que pueda elaborar con los discursos de Chávez un cuerpo teórico coherente. Quien se tome la molestia de leer –no escuchar– una muestra de los discursos se va a dar cuenta de este vacío.
Era un gran agitador pero bien lejos de ser un ideólogo, tampoco un teórico y hay quienes señalan que no era ese su rol sino el de conducir y consolidar el proceso. Pero Chávez quería serlo todo al mismo tiempo e intentaba sustituir carencias con citas de libros, presentándose en algunos de sus programas televisivos con una biblioteca ambulante de la que extraía y leía párrafos completos, o frases como las citas citables de la Selecciones de Reader’s Digest. Buscaba impresionar, haciendo gala de las fuentes en las que abrevaba. Eso sí, poseía una memoria prodigiosa.
Alí Rodríguez, ex ministro de Finanzas, Petróleo y Electricidad, ex presidente de Pdvsa, ex presidente de la Opep, ex embajador en Cuba y primer secretario de la Unasur, señala en su libro Antes de que se me olvide que quien “trabaja solamente en el campo de la teoría, le cuesta mucho hacerse entender por el común de la gente”. Chávez no era, por cierto, ese hombre puramente teórico.
Sin embargo, se quería mostrar como una figura de avanzada, un líder que descubría una nueva vía hacia el socialismo. Si se le escuchaba, podía alcanzar el cometido de impresionar en virtud de la fuerza y la convicción puesta en las palabras. Es en 2010 que se declara marxista, pero antes y después de esa fecha su discurso y accionar siguen más de cerca los lineamientos del fascismo. En cuanto lector de Mi Lucha de Hitler y sus adláteres ideológicos, alumno aventajado de Norberto Ceresole –ideólogo argentino filonazista quien negaba el holocausto judío-, admirador de Perón, de JuanVelasco Alvarado, Gadaffi, Saddam Hussein, Robert Mugabe, Alexander Lukashenko, entre otros, la declaración marxista puede observarse más como una “contribución” necesaria de Fidel y Raúl Castro que como convicción propia.
La definición puede hallarse en una “necesidad” pragmática de inclinar la balanza del poder ya no hacia el sector militar con mayores expresiones de centro derecha sino hacia los civiles con antigua militancia en los desaparecidos partidos de izquierda. De allí los Jaua, los Maduro, los Ramírez, Cilia Flores, etc.
En su libro El chavismo como problema, (2010), Teodoro Petkoff señala que la impresión del Chávez de izquierda es “una tautología”. Petkoff encuentra en Chávez claros signos del líder fascista, entre otros la adopción, “plenamente consciente” del concepto “amigo-enemigo”, acuñado por Carl Schmitt, ideólogo del nazismo, que en política significa aniquilar al contrario que ni por asomo es adversario sino enemigo, aun cuando este haya tenido origen en una rama disidente.
En mi libro Plomo más Plomo es guerra escrito en el año 2000, aplicábamos a Chávez, casi como un traje a la medida, la definición de Umberto Eco sobre el Ur Facismo.
“Todo a conduce a pensar que ha sido la influencia de Fidel Castro la que llevó a Chávez a asumir el “socialismo” y posteriormente, en enero de 2010, a declararse “marxista”’, apunta Petkoff, quien agrega: “No es improbable que Fidel, más que haber hecho de Chávez un catecúmeno de la Buena Nueva, haya logrado convencerlo de que su gobierno y su partido necesitaban un cemento ideológico más consistente que la doctrina bolivariana y que la manipulación del mito bolivariano e independentista”.
No es casual que es a finales de 2009 y principios de 2010 cuando Chávez arremete contra la boliburguesía –su hechura- y los operadores financieros y comience a entregar más poder a Elías Jaua y su grupo y aliados, en desmedro de la posición de Diosdado Cabello. Hay quienes atribuyen a Jorge Giordani la arremetida definitiva contra la boliburguesía y Ricardo Fernández Barrueco, por ejemplo. Que Chávez, quien veía por los ojos de su ex ministro de Planificación, le compró la idea. Por otra parte, sería de Jaua la arremetida contra Agroisleña. Entonces, era ministro de Agricultura. Pero Chávez los oyó, y se limitó a decir: ojalá y funcione.
En fin, Petkoff concluye que el izquierdismo de Chávez, en todo caso, estaría más cerca de los totalitarismos tipo Cuba y URSS, dada las características autoritaria, militarista y personalista (culto a la personalidad, miedo y adulancia), del modelo en que se afanaba.
La historiadora Margarita López Maya ha husmeado otras fuentes y ha encontrado una ruta. Que el Chávez que llegó al poder en 1999 era un populista sin un proyecto claro y de allí que la Constitución Bolivariana sostenga el espíritu de la democracia liberal con agregados novedosos como el de la democracia participativa y justicia social. En el libro El Estado Descomunal –entrevista con David González-, López Maya admite que “el de Chávez fue un movimiento populista que no presentó nuevas ideas cuando llegó al poder, porque no había tenido tiempo de diseñarlas”.
Es por ello que entre 1999 y 2007, Chávez sigue la pauta de la democracia liberal expresada en el espíritu constitucional, aunque los sucesos de abril de 2002 y el paro de diciembre de 2002 y enero de 2003, lo ponen sobreaviso, inclinando la búsqueda de un modelo que lo acerca más al poder popular tipo cubano. De allí la propuesta de reforma constitucional de 2007 cuando plantea el poder comunal.
Según López Maya, Chávez emergió de 2002-2003 completamente legitimado, por encima de los movimientos que lo respaldaban y de la propia Fuerza Armada. “Poco a poco se transformó en una persona más instruida, mejor formada y mejor asesorada…El golpe y el paro lo marcaron y le generaron desconfianza sobre la sociedad venezolana, sobre cualquiera con algún grado de instrucción”.
Pese a que la reforma fue derrotada, Chávez comienza a separarse de “la matriz conceptual de la Constitución”, aceptando la idea del nuevo Estado comunal, que “tiene gran influencia cubana y de los intelectuales internacionales de izquierda”, señala López Maya. Es la época en la cual se meten de lleno en calidad de asesores y cobrando altas sumas de euros, los catedráticos españoles Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias, entre otros, fundadores más tarde del partido Podemos. En este contexto no cabía la boliburguesía. Tampoco era espacio para la derecha endógena. Ni mucho menos era un escenario en el que pueda moverse una fuerza militar que no se declare chavista.
López Maya ubica que el concepto poder popular comenzó a usarse en 2002. Pionera de la propuesta habría sido la dirigente radical Lina Ron, quien lanzó la idea de lo “que llamó “Redes del Poder Popular”’. Luego, en 2005, López Maya ubica que son los diputados Nicolás Maduro y Cilia Flores quienes asumen la bandera, señalando que para aprobar leyes en la Asamblea Nacional –foro en el que la oposición no estaba representada por haberse abstenido en las elecciones anteriores- solo se necesitaba el apoyo popular, expresado en el parlamentarismo de calle, el cual sustituiría los elementos del pluralismo liberal.
Léase en detalle el dato aportado por López Maya. Es 2005 y son Maduro y Flores quienes se ponen al frente de la propuesta, por lo cual no resulta nada casual que una década más tarde, siendo Maduro el Presidente, cree el Ministerio del Poder Popular, poniéndolo en manos de Jaua y dotándolo de recursos y facultades, pese a la estrechez económica con la que se enfrentaba.
En 2005, Diosdado Cabello es ya gobernador de Miranda. Maduro y Flores ascienden a la cúspide del Parlamento. Cabello comienza a confrontar problemas de opinión pública; es la época en que los rumores en torno a su presunta fortuna se exacerban. Chávez sigue girando hacia la izquierda. Llega 2007 y se pierde la reforma constitucional con la que se formalizaría el poder popular, con el agravante de que Miranda ha sido clave en la derrota, según dirán desde adentro del propio chavismo. Pero la derrota no detiene a Chávez. Sigue avanzando y es entre 2009 y 2010 que pasan las leyes por la Asamblea “que la dan forma al Estado Comunal” y que “se aprobaron sin consulta”, señala López Maya.
De nuevo coinciden las fechas. Es 2009, el momento del descabezamiento de la boliburgesía en tanto que el grupo más procubano, más de izquierda, acumula mayores espacios de poder, va creando un anillo alrededor de Chávez, y va introduciendo la cizaña contra Cabello, cada vez más aislado. Es el momento en que Chávez se declara marxista. Estas leyes cambian el concepto de Estado. Y este puede ser el gran aporte del Chávez en cuanto constructor de un modelo.
Señala Margarita López Maya que “el Estado Comunal es una fórmula que inclina la balanza de esa tensión hacia el costado menos liberal”. En todo caso, identifica a Venezuela con las características del petroestado en el cual lo medular es “la concentración de poder”. En lo que refiere al ejemplo venezolano, sería un territorio sembrado de comunas mantenidas por el petroestado; un petroestado con abundantes recursos, pues al fin y al cabo, López Maya pone la resolución exacta: “la utopía de un millonario”.
Volvemos al principio. El poder sobre la base de dinero. Lo que ocurre es que, lo dice claramente la historiadora, “el petroestado tiene el problema de que las élites se van haciendo cada vez más ávidas y quieren quedarse con una parte más grande de la torta”. Agrega que “hay una tendencia general de todo el que llega al poder de repartir recursos a su favor, pero en el petroestado eso es más fuerte por la debilidad de la sociedad de controlarlo. Terry Karl llamó a ese fenómeno la petrificación de las élites. Hay un principio liberal muy claro: si pagas impuestos, exiges la retribución y haces contraloría. Los que están en el poder, sin embargo, se sienten menos obligados a rendir cuentas si manejan ingresos como los petroleros”.
Ahora, tanto en la teoría como en la práctica, las costuras estaban a la vista. Lo que había comenzado como una iniciativa de espacios de organización y protagonismo popular, pasó a convertirse en apéndice del gobierno, del partido de gobierno y del líder comandante presidente. Rodríguez Araque apunta como momento crucial del nuevo modelo “solo cuando los consejos comunales y las comunas estén plenamente asentadas en la geografía nacional y dejado atrás el modelo estatal que fue vaciado en los moldes de la Cuarta República y que, en mi opinión, es el mayor obstáculo a vencer para poder avanzar hacia los grandes objetivos”. Pero al cabo del tiempo había más Estado y el poder comunal estaba plagado de errores, corrupción y oportunismo a pesar de la inmensa cantidad de recursos destinado a crearlo y consolidarlo.
David González y López Maya ofrecen el espectro de cómo el mismo Chávez desvirtuó el poder popular que en los comienzos del proceso estimuló: “Cuando la participación comienza ser una iniciativa del Ejecutivo Nacional y no del ciudadano, se transforma en otra cosa, se convierte en una herramienta de democracia plebiscitaria que tiende a lo que se conoce como un autoritarismo electoral”, señala López Maya.
Chávez empezó identificándose con el poder popular y terminó manipulándolo para sus propósitos de consolidarse en el poder, abrogándose para sí la designación de los centros de coordinación y la asignación directa de recursos. En las nuevas leyes se cambia el espíritu de participación hasta el punto –explica López Maya- de diseñarse “los lineamientos que se le daban a los consejos comunales”. Los dineros bajaban, pero lo hacían con la intención definida de hacerlos dependientes de los propósitos del caudillo aunque los líderes en la barriadas de lo que estaban más pendientes era de aquello, del dinero, de los recursos, pese a que tuvieran que hacer lo que señalara el gobierno.
Al final, señala López Maya, “los consejos comunales son más del Estado que de la sociedad”, “una superestructura clientelar que exige lealtad política a cambio de los servicios que presta”. En el curso, aparecieron las salas de batalla, “un brazo del Partido Socialista Unido de Venezuela de Chávez”. Estas, “recibían las propuestas y demandas de los consejos comunales, pero también le daban charlas ideológicas que no dejaban ser aburridas para algunas personas según pude registrar”, explica López Maya.
En la última campaña, la de 2012, Chávez deja un programa de gobierno, el llamado Plan de la Patria, que luego Diosdado y Maduro hacen ley de la República de estricto cumplimiento. El texto es un enredo de propuestas aunque, sin embargo, se asoma la vía del poder comunal y el socialismo que al fin y al cabo venía imponiéndose apelando al recurso de leyes y decretos, por lo cual, el Plan de la Patria, Ley, pasaba a ser una cortina de humo mientras Maduro aprobaba con los poderes especiales conferidos en la Asamblea Nacional, leyes de mayor control, y le daba rango y vocería al poder militar, a la jerarquía militar, como si Venezuela, le escuché decir una vez a alguien, fuera un país secuestrado. Ya el chavismo se había terminado de quitar la careta en cuanto a la imposición del modelo.
Cualquier otra de las banderas de Chávez se originaba en el cometido efectista, propagandista, movilizador antes que la resultante de un programa coherente; de allí que se abandonara, con suma facilidad, un sinnúmero de sus «líneas» en las filas de militantes, subordinados y funcionarios. Venezuela será una potencia económica, repetía, pero ni en el discurso ni en la realidad aparecían las directrices. Burocracia no socialismo, le advertiría el presidente de Uruguay, Pepe Mujica: burocracia es lo que estás creando Chávez. De pronto le llevaban un huevo de avestruz y se lanzaba una perorata sobre las bondades de la producción en masa. De pronto, como el coplero que improvisa, sacaba de la nada los gallineros verticales, gallineros en los techos para el autoabastecimiento. Hubo otro tiempo en que se quedó pegado, como un viejo disco rayado, a la idea de sembrar el país de plantas para la fabricación de harina de yuca. En otra época habló hasta el cansancio del eje fluvial Apure- Orinoco, el cual uniría los ríos más grandes del país, dándole forma a una autopista de dimensiones colosales que aunada a la carretera de los libertadores, empalmaría América del Sur. No se diga de la fantasía de montar refinerías en diversos puntos del territorio nacional y más allá de la frontera, en Brasil, y de tejer a Venezuela con la red más moderna de tuberías de gas doméstico.
La verdad es que no podía concretar anuncios pues no manejaba un plan de gobierno ni un plan de la nación y siendo como era, un hombre cambiante, prisionero de ilusiones, lleno de verborrea. Para un grueso de seguidores no eran las líneas de Chávez sino las vainas y las cosas de Chávez. Tal vez ello explique por qué el chavismo duro –militancia convencida- de Chávez se movía en una franja del 30% y el 35% . Y si ganaba elecciones era más sobre la base del ventajismo, del peso institucional puesto a su favor, del uso del dinero público transformado en ayudas, becas, dádivas. Eso sí, nadie le negaba el verbo, el carisma, su mejor arma.
“Necesitamos un cuerpo de ideas”, señala Rodríguez Araque en su libro. “Necesitamos trabajos teóricos que vayan elaborando una síntesis de la propia experiencia y las lecciones que arroja el proceso revolucionario venezolano… Antes de que se nos olvide”. Este clamor proviene de uno de los hombres más curtidos tanto en la lucha guerrillera como en la cantera ideológica. Fue de los primeros en proponer la conformación de un partido revolucionario, y el PSUV, al cabo de cumplir una década en el poder, era más una maquinaria para ganar elecciones disponiendo de la ayuda y de los recursos del Estado y el gobierno. Es un partido hecho en el gobierno, acostumbrado a disfrutar de las bondades del poder. Un poder que con Maduro se pone a prueba, y aunque el PSUV celebra su III Congreso en julio de 2014, en el que alcanza mantenerse unido, la disidencia interna es un hecho; disidencia que se expresa en voces y corrientes como Marea Socialista y el Grupo Garibaldi de Jorge Giordani, que enjuician la conducción económica, la corrupción y el liderazgo de Maduro, Cabello y Rafael Ramírez.
Cabalgando sobre los triunfos electorales, Chávez quería llegar a esta probable meta: el poder autoritario en las solas manos de un líder reelecto hasta el final de los tiempos, asentado en un capitalismo de Estado financiado por los ingresos petroleros, el petroestado; un modelo al que podía bautizar bien socialismo del siglo XXI, bien socialismo humanitario, o bien chavismo a secas. ¿O tal vez le calzaba mejor este?: el modelo postautoritario, y aquí sigo el concepto postotalitario acuñado por Václav Havel.
Explica Havel en su reconocido texto El poder de los sin poder que “con ese ‘post’ no intento decir que se trata de un sistema que ha dejado de ser totalitario; todo lo contrario, quiero decir que es totalitario de modo sustancialmente distinto de las dictaduras clásicas a las que normalmente va unido en nuestra conciencia el concepto totalitario”.
Respecto a Chávez y al chavismo es lo mismo en el fondo. Pues el fondo son los poderes públicos subordinados, la sociedad subordinada y el capital privado –lo que quede– subordinado. Inclusive, el ciudadano no lo era en el concepto universal; lo atendía como se atiende a un cliente, a un consumidor; ni siquiera los electores eran tales, sino votantes; los que votaban por el líder imbatible, sobornados por las ayudas del gobierno.
En este punto del consumidor quiero enfatizar. Y es que no hay duda de que desde 2004 y hasta 2012 lo que hubo en el país fue una gran borrachera de consumo. Lo habíamos advertido en Descifrado en la Calle: una burbuja de consumo favorecida por los altos precios del petróleo, el endeudamiento externo e interno y por los impuestos pagados por la clase media y los empresarios. La burbuja es expresión de la ausencia del proyecto, del cuerpo teórico, de la ideología, del cemento del que habla Petkoff. Puede decirse que Chávez jamás logró vender una épica ni una utopía, tal cual lo hicieron los comunistas en la Unión Soviética, en Europa Oriental y Cuba. Jerónimo Carrera, el último secretario general del Partido Comunista de Venezuela admirador de Stalin, calificaba al modelo chavista de “asistencialismo”, y encendía el alerta señalando que de esa manera no era posible construir ninguna clase obrera y tampoco conducir un país hacia la industrialización.
El mismo Rodríguez Araque, citando a Marx, asume que la premisa del hecho histórico es la producción de los medios indispensables para la existencia del hombre, y tal afirmación –debe saberlo quien estuvo en puestos clave de la economía- es contradictoria con el carácter rentista e improductivo del modelo chavista. Hay que tomar nota de que, justamente, cuando en el Estado soviético se acaba la utopía, por allá en los años setenta, es cuando comienza el quiebre del nexo entre ciudadanos y poder, por lo cual, para sostener el entramado, la nomenklatura y el partido se vieron forzados a alentar el consumo, con la desgracia de que la URSS era más lo que importaba que lo que producía, -y de pésima calidad- y así pasó a ser un consumo “administrado” desde arriba –igual que Mercal, Pdval, los Abastos Bicentenario- que irremediablemente originó la aparición de mercados paralelos clandestinos. Anótese el dato. En la Venezuela de la escasez -2014, 2015- era más fácil conseguir los productos de la dieta diaria en mercados paralelos –no clandestinos- de la economía informal y el llamado “bachaqueo”; eso sí, a precios exorbitantes.
A finales de 2013, cuando el gobierno de Maduro alienta la toma de los anaqueles de comercios de electrodomésticos –que era lo que más regalaba Chávez en las campañas electorales-; en ese momento, digo, no solo está reconociendo desesperadamente la necesidad de que la burbuja de consumo se sostenga sino que en paralelo termina de borrar cualquier vestigio de idea o ilusión en un sistema mejor, pues quedaba claro que el chavismo poco tenía que ofrecer que no fueran lavadoras o televisores plasma y de allí la urgencia de aplicar controles por la vía de los poderes especiales.
En todo caso, el modelo se basaba en el rentismo; era el clentelismo en su máxima expresión. La base: los millones de petrodólares. ¿Y cuántas veces Chávez no se rasgó las vestiduras atacando el consumo capitalista? En el espejo observaba que consumo y más mercado es lo que ofrece el sistema chino para seguir sosteniendo el modelo, aunque cubran las apariencias con aquello de “mercado socialista”, expresión a la que Chávez también apelaba. Lo que termina ocurriendo es que la burbuja de consumo -o el asistencialismo- se convierte en un arma de doble filo si no va acompañada de una oferta de sociedad que incorpore producción, productividad y creación de riqueza de la mano de la iniciativa privada.
En el gobierno de Maduro, se atacaba a la propiedad privada mientras se alentaba de manera infructuosa la producción en al menos 122 empresas estatales. Eran empresas que no podían salir del atolladero en que las había sumido la corrupción y la falta de gerencia. El mal del estatismo soviético y cubano. Pero en esas empresas se le daba rigor oficial a un nuevo burócrata: el empresario socialista. El discurso de este y la jerarquía gubernamental era que se aumentaba la producción cuando en realidad era que se seguía dependiendo de las importaciones.
En 2015, cuando Cuba perfila su nuevo ciclo de reformas, Raúl Castro asume la máxima liberal de que no se puede repartir la riqueza que no se ha producido; en cambio, Maduro y su gobierno seguían atollados en un modelo de asistencialismo, aunque cada vez más estrecho, debido a que los precios del petróleo se habían derrumbado de más de 100 dólares a menos de 50. Pese a todo, no dejaban de reconocer que en la medida en que el consumidor recibe, aumenta su exigencia. De allí la borrachera de las divisas traducida en la aparición del cadivismo en todas sus versiones, desde cupos de viajeros hasta remesas para familiares de mentira. De allí el volumen de importaciones de alimentos, la espiral de endeudamiento vía emisiones de bonos y, lo peor, el cambio de petróleo por chatarra china para cubrir el clientelismo electoral.
Del libro de Tony Judt, Postguerra: una historia de Europa desde 1945, tomo esta frase atribuida a Niklós Németh, el último primer ministro de la Hungría comunista: “Gastamos dos tercios en pagar intereses y el resto en importar bienes de consumo para aliviar la impresión de crisis económica”. La frase le calza al chavismo de 2012 y 2013, 2014 y 2015. Se gastaba para mantener una ilusión. Se gastó al extremo en 2012 para reelegir al Chávez moribundo y se gastó nuevamente al extremo para hacer presidente de maduro. La consecuencia fue un Estado seco de recursos. Un estado sin fondos de ahorros, sin capacidad de endeudamiento y con reservas internacionales menguadas, alta inflación y un sistema cambiario de propósito endemoniado.
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