Pésima manera de terminar
...Una carrera de ensueño, que busca la perennidad, pero a la que todos no están llamados
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
jueves 5 de noviembre de 2015 12:00 AM
El tiempo, que nos destruye, vuelve basura todo lo que no es genial", nos dice con sarcasmo Harold Bloom en su libro Genios. "Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares" (2005). Este lapidario aserto nos mueve en lo interno, nos impele a tomar partido por todo aquello que deje una auténtica impronta en su momento, nos empuja a voltear la mirada hacia aquellas obras que el correr o el paso del tiempo ha mantenido incólumes, impertérritas, moviéndose con holgura en medio de la noción de tiempo y de espacio. Es difícil decir desde el ahora cuál o cuáles obras cruzarán el umbral de la perpetuidad; pero lo que sí es posible en el día presente es escudriñar precisamente con verdadero interés en torno al legado de los genios de la humanidad, que nos deberá servir de estímulo frente a la inmensa tarea que tenemos por delante quienes creamos en diversas artes: hallar la obra maestra que nos trascienda, que nos interpele en nuestra propia finitud.
Se publica en exceso en nuestra época, pero cuánta basura sale a cada instante de las casas editoriales de todo el planeta, con el fin último de saciar un apetito de momento, de llenar un espacio de ocio, de responder a decenas y decenas de interrogantes que vemos respondidas en todas partes, pero cuando las hallamos en un libro creemos que estamos frente a un inmenso hallazgo y una verdad inconmensurable, de allí el boom del subgénero de la autoayuda. Se publica en exceso para llenar los bolsillos de los hacedores de lo fácil, de los que buscan llegar a millones de personas convertidas en masa, en vulgares consumidores de libros sin alma: de meros cascarones sin sentido ni sustancia.
Volver a los clásicos se hace urgente, en la medida en que nos ofrecen el tono adecuado que requerimos para tener de nuevo en nuestras manos la noción de eternidad. Y no nos referimos acá a los clásicos pensando tan sólo en aquellas obras maestras que se convirtieron en tortura en nuestros años juveniles, cuando de la mano de un rígido profesor se nos imponían autores y textos que se erigieron en horas de tedio y de horror, en pesadas tareas que trastocaron en muchos (posiblemente para siempre) el gusto y el amor por la lectura. El clásico contemporáneo podría ser una estupenda forma remedial, que les permitan a nuestros niños y jóvenes tener vasos comunicantes con el universo literario. Yendo más lejos, propondríamos la lectura de nuestros clásicos (creo que no tenemos que mirar mucho para los lados con los genios que han prestigiado nuestras letras): Las lanzas coloradas y Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri; Cubagua de Enrique Bernardo Núñez; Doña Bárbara yCantaclaro de Rómulo Gallegos; Viaje al amanecer y Regreso de tres mundosde Mariano Picón-Salas; Casas muertas de Miguel Otero Silva; El falso cuadernode Narciso Espejo de Guillermo Meneses; Memorias de un muchacho y Don Quijote en América de Tulio Febres Cordero; Los pequeños seres de Salvador Garmendia; El invencionero, Tonatio Castilán o un tal Dios Sol, y La esposa del Dr. Thorne de Denzil Romero; Guzmán Blanco, tragedia en seis partes y un epílogo de Tomás Polanco Alcántara; Fidelia de Gonzalo Picón Febres, y Las memorias de Mamá Blanca de Teresa de la Parra, entre otros. De nuestros autores a los clásicos universales, sólo hay un salto, y lo damos sin siquiera percatarnos. Nos recuerda Bloom en su obra que "Si existe la inmortalidad secular, ésta le pertenece al genio", y es lógico que así sea. Muchos autores quedarán sepultados bajo el peso de su propia obra. Pésima manera de terminar una carrera de ensueño, que busca la perennidad, pero a la que todos no están llamados.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
Se publica en exceso en nuestra época, pero cuánta basura sale a cada instante de las casas editoriales de todo el planeta, con el fin último de saciar un apetito de momento, de llenar un espacio de ocio, de responder a decenas y decenas de interrogantes que vemos respondidas en todas partes, pero cuando las hallamos en un libro creemos que estamos frente a un inmenso hallazgo y una verdad inconmensurable, de allí el boom del subgénero de la autoayuda. Se publica en exceso para llenar los bolsillos de los hacedores de lo fácil, de los que buscan llegar a millones de personas convertidas en masa, en vulgares consumidores de libros sin alma: de meros cascarones sin sentido ni sustancia.
Volver a los clásicos se hace urgente, en la medida en que nos ofrecen el tono adecuado que requerimos para tener de nuevo en nuestras manos la noción de eternidad. Y no nos referimos acá a los clásicos pensando tan sólo en aquellas obras maestras que se convirtieron en tortura en nuestros años juveniles, cuando de la mano de un rígido profesor se nos imponían autores y textos que se erigieron en horas de tedio y de horror, en pesadas tareas que trastocaron en muchos (posiblemente para siempre) el gusto y el amor por la lectura. El clásico contemporáneo podría ser una estupenda forma remedial, que les permitan a nuestros niños y jóvenes tener vasos comunicantes con el universo literario. Yendo más lejos, propondríamos la lectura de nuestros clásicos (creo que no tenemos que mirar mucho para los lados con los genios que han prestigiado nuestras letras): Las lanzas coloradas y Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri; Cubagua de Enrique Bernardo Núñez; Doña Bárbara yCantaclaro de Rómulo Gallegos; Viaje al amanecer y Regreso de tres mundosde Mariano Picón-Salas; Casas muertas de Miguel Otero Silva; El falso cuadernode Narciso Espejo de Guillermo Meneses; Memorias de un muchacho y Don Quijote en América de Tulio Febres Cordero; Los pequeños seres de Salvador Garmendia; El invencionero, Tonatio Castilán o un tal Dios Sol, y La esposa del Dr. Thorne de Denzil Romero; Guzmán Blanco, tragedia en seis partes y un epílogo de Tomás Polanco Alcántara; Fidelia de Gonzalo Picón Febres, y Las memorias de Mamá Blanca de Teresa de la Parra, entre otros. De nuestros autores a los clásicos universales, sólo hay un salto, y lo damos sin siquiera percatarnos. Nos recuerda Bloom en su obra que "Si existe la inmortalidad secular, ésta le pertenece al genio", y es lógico que así sea. Muchos autores quedarán sepultados bajo el peso de su propia obra. Pésima manera de terminar una carrera de ensueño, que busca la perennidad, pero a la que todos no están llamados.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
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