Pienso a diario en esa dramática expresión paulina: "el tiempo que resta", "el tiempo que urge".
Pues también nosotros, los venezolanos, a la medida de nuestras circunstancias, estamos
conminados a cumplir el mandato que nos ha sido encomendado: reunir nuestro dispersado
pueblo y lograr que vuelva a reinar el amor por sobre el odio, la fe por sobre el descreimiento
y la esperanza por sobre el pesimismo. En el tiempo que resta.
Fe, esperanza y caridad. Hay un camino. Sigámoslo.
1
Saulo de Tarso por Caravaggio
Releo la Epístola a los Romanos, de Pablo de Tarso, y vuelvo a descubrir nuevos aspectos,
algunos asombrosos y casi desconcertantes por su insólita actualidad, como cada vez que
releo Hechos y las Epístolas de Pedro. Son tiempos turbulentos, de persecuciones y
enfrentamientos, de prédica y martirios, de éxitos y derrotas, de conversiones y renuncias
los que viven los Apóstoles en esos años cruciales en que tras la crucifixión de Jesús
se hacen a la ciclópea tarea de fundar un nuevo pueblo, enfrentados a judíos – su matriz originaria -,
a romanos – el imperio entonces más poderoso y extenso de la tierra - y a gentiles.
No un pueblo cualquiera, ni siquiera un imperio a la medida cesárea, sino la ecúmene,
un pueblo universal, que abarque y habite la tierra entera: el cristianismo.
Muy profunda ha de haber sido la crisis que sacudía a la comunidad de Israel, muy graves
sus disensiones internas y muy honda las aspiraciones mesiánicas como para que un
puñado de hombres, judíos casi todos y en el caso de Pablo, el Saulo de los fariseos,
un hombre perteneciente a la estirpe más ortodoxa y obediente de la Ley mosaica, posiblemente
un Zelote, como para que encontraran oídos receptivos entre los pueblos sometidos a la
influencia religiosa y cultural grecorromana – ya en franca aunque no visible decadencia -
y pudieran echar a andar el proyecto más ambicioso de la historia de la humanidad.
Unificar todas las razas y todas las etnias bajo un solo mensaje, el del Cristo Redentor.
Armados de esa trilogía espiritual que demostraría ser invencible a través de dos
milenios de historia verdaderamente universal: la fe, la esperanza y la caridad.
Esta última, en Pablo, bajo el concepto del amor, tan reiterado en sus epístolas.
2
Pocas enseñanzas más a propósito para enfrentar tiempos de desajustes existenciales y
tribulaciones sociales y políticas, como las que hoy vivimos, que la de los Evangelios.
Desde la proeza de Saulo tras su conversión camino de Damasco, se han sucedido
las más espantosas guerras entre naciones, se han creado reinos e imperios, se han
devastado regiones y continentes enteros, se ha desafiado el mensaje de fe, esperanza y
caridad, se ha malinterpretado el mensaje mismo de Jesús, llevando la saña contra el
pueblo de Israel, el pueblo de su carne y sus designios, al más ominoso de los crímenes
cometidos por la humanidad, la Shoah. Sin que ninguna de esas tribulaciones,
impulsadas por la vanidad – vanidad, vanidad, todo es vanidad, escribió Cohelet -
pusiera realmente en entredicho la Ecúmene. Ni la vocación salvífica de la Iglesia.
Pablo estaba urgido. En su epístola a los romanos cuenta de su deseo de llegar al
confín del mundo: España. Había realizado tres viajes que lo llevaran desde Tarso a Jerusalén
y desde allí, pasando por toda el Asia Menor y Grecia a Roma, donde bajo el reinado de
Nerón sería decapitado. Su temor no era la muerte, como no lo era el de ninguno de los
convertidos al cristianismo, llenos de fe en Jesús y la resurrección de la carne. Era no
terminar su obra de cristianización. A esa tarea dedica todos los esfuerzos de su
tiempo, al que llamó, lleno de preocupaciones apocalípticas y mesiánicas, "el tiempo
que resta". El Kairós, el momento culminante de lo trascendente.
Pienso a diario en esa dramática expresión paulina: "el tiempo que resta", "el tiempo
que urge". Nuestro tiempo. Pues también nosotros, los venezolanos, a la medida de
nuestras circunstancias, estamos conminados a cumplir el mandato que nos ha sido
encomendado por nuestra fe: reunir nuestro dispersado pueblo y lograr que vuelva a reinar
el amor por sobre el odio, la fe por sobre el descreimiento y la esperanza por sobre
la derrota. En el tiempo que resta. Cuanto antes.
3
Hay demasiadas razones para no ver en este apocalíptico jolgorio de fin de mundo ni el
más mínimo atisbo de socialismo. Ni del utópico ni del científico. Ni una sola gota de
marxismo leninismo. Ni nada que pueda relacionar este abracadabra de despilfarro,
juerga, analfabetismo, autocracia, militarismo y velorio, con el proyecto que echara a
andar Carlos Marx a mediados del siglo XIX y llevaran a la práctica en el siglo XX varios
países del Tercer Mundo, incluidos Rusia y China. Y al que bien se puede adosar incluso
el caudillismo castrista, que de la mano del Che Guevara quiso estatizar la economía
en el más riguroso y estalinista sentido del término. Con consecuencias obviamente catastróficas.
El marxismo leninismo partía de un presupuesto de alta filosofía: la realización objetiva del
espíritu universal en el Estado burgués – Hegel – y la del cumplimiento mesiánico y milenarista
en su apropiación por el proletariado (Marx). O, en su defecto, por el Partido que asumiera su
representación (Lenin). Visto que en Rusia y en China el proletariado industrial era una
minoría ínfima en medio de sociedades feudales o semifeudales.
Cuando Hegel escribía La Fenomenología del Espíritu, en la que describiera con minuciosidad
germánica al Estado como objetivación mediatizada de la historia universal, en Venezuela
gobernada Emparan. Y el Estado era una quisicosa gelatinosa envuelta en un débil aparato
de administración colonial. Según nos cuenta Fernando Coronil en su estupendo libro
EL ESTADO MÁGICO, - vale decir, el petrolero -, no se puede hablar en rigor de Estado
en Venezuela hasta que se lo sacara de la manga el tirano Juan Vicente Gómez, auxiliado
por la erupción petrolera en el Pozo La Rosa, en Cabimas. Y tiene fecha de nacimiento:
el 22 de diciembre de 1922.
Y aún así: quienquiera que lea La Fenomenología del Espíritu llegará a la inevitable
conclusión de que un Estado como el que describe Hegel, o el que anatemizan
Marx y Engels calificándolo de boa constrictor, incluso el que asalta Lenin, jamás alcanzó
a existir en la Venezuela pre y post saudita. Lo que bien merece nos copiemos de la
fórmula orteguiana para describirlo en su relación con nuestra informe sociedad: el de una
Venezuela Invertebrada.
Solo un Estado de pacotilla, una aglomeración tribal de intereses dispersos, habituados
a resolver sus apetencias asaltando el botín petrolero por la mera calle del medio, puede haber
hecho posible el régimen de iniquidades que estamos viviendo. Pues en Venezuela no existe
propiamente ni un Estado – con mayúsculas – ni consiguientemente una "concentración de
Poderes". Lo que existe es la fagocitosis de todos los invertebrados y débiles organismos
de control político, financiero y administrativo por parte de una suerte de pater familias, de un
patriarca, de un caudillo que sedujo a las mayorías con la cumplida promesa de romper la
botija petrolera y tirar una de las más fastuosas fortunas de que se tenga memoria a la voracidad
de propios y extraños en una suerte de delirante Piñata colectiva.
¿Estado el del chavismo? ¿Fuerzas Armadas, las venezolanas? ¿Justicia la de Luisa Estela
Morales? ¿Parlamento el de Diosdado Cabello? ¿Poder moral el que administran las señoras
del Presidente? ¿Fiscalía la de Luisa Ortega Díaz y todos sus antecesores? ¿Contraloría?
¿De quién y para qué?
Permítanme que exprese la mayor de mis dudas. Esta cosa que comanda Hugo Chávez
es un remedo de Estado. Si lo fuera no hubiera resistido un día más de esos dos años
de descalabro saldados con la Rebelión Popular del 11 de abril de 2002 y Chávez estaría preso
o viviendo en Varadero. En el mejor de los casos. De entonces a esta parte, lo poco que
entonces mantenía las formas de un Estado moderno – construido por los firmantes del Pacto
de Punto Fijo a partir de los frágiles elementos articulados desde la dictadura de Gómez
en adelante - se diluyó en las aguas del deslave. Lo que quedó fue un conglomerado de
brutales intereses inmediatistas que actúan a la orden del saqueo y el sálvese quien
pueda de quien monopoliza los cañones. La propia barbarie. Una fantasmagoría que flota
por sobre nuestras miserias mientras la sociedad civil y los trabajadores petroleros hacen
lo que pueden por darnos ingresos que nos permitan presumir de cierto estatus de Nación.
Si el chorro se agotara, esa fantasmagoría se desinflaría como por arte de encantamiento.
Estaríamos a un paso de Haití.
Me atrevo a señalarlo, porque es la primera obligación histórica de quienes asuman la
dirección de los asuntos públicos cuando esta quisicosa llamada socialismo del siglo
XXI termine por esfumarse. Ojalá luego del 7 de octubre, si es que la mafia dominante acepta
dejar todos los resortes de dominio que ha usurpado y utiliza exclusivamente para su
enriquecimiento y provecho personal. Reconstruir el dañado y expoliado tejido social,
sometido a la violencia y a la brutalidad del anarquismo caudillesco. E iniciar la tarea de
construir un verdadero Estado moderno. Sin magia ni parásitos, sin conculcadores ni
corruptos. Sin tortas de reparto y vendedores de ilusiones. Sin choferes de ómnibus ni
capitanes voraces. Un Estado como Dios manda. Nadie puede esperar que sea la
obra de una generación. Pero es imperativo hacernos a esa gran tarea fundacional.
Casi que con dos siglos de atraso. Es la gran tarea a emprender en el tiempo que resta.
¿Seremos capaces? Es la gran interrogante. Comenzar por plantearse el desafío es el
primer paso por la buena senda. Dios quiera que el camino elegido sea el correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario