El pensamiento crítico
Fernando Chumaceiro
Me preguntan ¿por qué critica tanto a este gobierno? Respondo, no solo a éste, también lo hice con los anteriores, porque es inevitable. Si vivimos en el subdesarrollo y en la impunidad, no podemos ser conformistas. Si antes, ejerciendo funciones públicas, fuimos contestatarios ¿cómo no hemos de serlo ahora como simples ciudadanos? Al despedirme de mi anónimo interlocutor le recuerdo la frase que Dante pone en boca de Virgilio en la Divina Comedia, cuando al pasar por un pasaje del infierno, observa unos seres que tienen signos de haber sufrido las mayores angustias y tormentos. ¿Quiénes son? Pregunta “esos, le responde Virgilio, esos son los que en las épocas de crisis, guardaron silencio”. Esto me lleva a pensar que así como existen delitos por acción u omisión, también hay complicidades activas y pasivas. El silencio y la omisión son factores que contribuyen a la comisión de delitos. Aquel que conociendo la comisión de un delito o una falta, guarda silencio, se hace cómplice del delincuente, por acción o por omisión. De allí que la sabiduría popular haya acuñado la frase el que calla, otorga.
No me complace criticar. Cuando lo hago es para quedar en paz con mi conciencia y no incurrir en suicidios morales. Puedo demostrar que he mantenido una lealtad crítica con la democracia, tanto a nivel municipal, estadal y nacional. Bastaría para ello leer muchos de los artículos que he publicado en diferentes diarios del país durante más de cincuenta y dos años. Pienso que ante las puertas de la justicia social tiene más fuerza la ética que la estética, el pueblo que los electores. Una vez un Presidente, en ejercicio de sus funciones, me preguntó “Como es que dice usted” y remedando mi entonación repitió con sorna “si la democracia no acaba con el centralismo, el centralismo acabará con la democracia”. Respondí, “si Presidente, pero lo grave no es que yo lo diga, lo grave es que Usted no lo cree”. No respondió, dio la espalda y se retiró.
De manera que si ahora expreso con frecuencia juicios críticos, no es porque me causan placer, sino porque ha quedado demostrado que el gobierno nacional no cree en la descentralización ni en la democracia, pues abortó el proceso de reforma del Estado y al asumir la función legislativa ha pretendido detener y reversar lo poco que hasta ahora se ha avanzado en este proceso.
La defensa de la democracia, no la de ayer, ni la de hoy, -una por centralista y la otra por autocrática-, no puede dejarse en forma exclusiva en manos del gobierno y los partidos de oposición. Los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de expresar nuestras opiniones. Esto hacemos en el ejercicio pleno de nuestra condición de ciudadanos, que es el título que Bolívar consideraba más importante que el de Libertador.
No me complace criticar. Cuando lo hago es para quedar en paz con mi conciencia y no incurrir en suicidios morales. Puedo demostrar que he mantenido una lealtad crítica con la democracia, tanto a nivel municipal, estadal y nacional. Bastaría para ello leer muchos de los artículos que he publicado en diferentes diarios del país durante más de cincuenta y dos años. Pienso que ante las puertas de la justicia social tiene más fuerza la ética que la estética, el pueblo que los electores. Una vez un Presidente, en ejercicio de sus funciones, me preguntó “Como es que dice usted” y remedando mi entonación repitió con sorna “si la democracia no acaba con el centralismo, el centralismo acabará con la democracia”. Respondí, “si Presidente, pero lo grave no es que yo lo diga, lo grave es que Usted no lo cree”. No respondió, dio la espalda y se retiró.
De manera que si ahora expreso con frecuencia juicios críticos, no es porque me causan placer, sino porque ha quedado demostrado que el gobierno nacional no cree en la descentralización ni en la democracia, pues abortó el proceso de reforma del Estado y al asumir la función legislativa ha pretendido detener y reversar lo poco que hasta ahora se ha avanzado en este proceso.
La defensa de la democracia, no la de ayer, ni la de hoy, -una por centralista y la otra por autocrática-, no puede dejarse en forma exclusiva en manos del gobierno y los partidos de oposición. Los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de expresar nuestras opiniones. Esto hacemos en el ejercicio pleno de nuestra condición de ciudadanos, que es el título que Bolívar consideraba más importante que el de Libertador.
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