Lectura Tangente
Notitarde 22/02/2014
Rostros del reverso
Maduro era tan feliz…
- Columnista, Notitarde, Fausto Masó (Notitarde /
Fausto Masó
Maduro vivía en la gloria los primeros de este año, hasta que se cayó del chinchorro. Se creía consolidado a principios de enero, se imaginaba como un gran estratega frente a una oposición confundida: En unos días destruyó el edifico político que heredó de Chávez, convirtió el régimen en un bochorno que se sostiene sobre las bayonetas, el plomo y el abuso... Todo se derrumbó por unos estudiantes que pedían algo tan elemental como que no los mataran, o los atracaran, en las propias universidades. Al principio les respondió con desprecio, amenazó con apagar las candelitas que surgieran por el país, estaba dispuesto a vigilar que una chispa no le incendiara la pradera, pero Mao no había dejado dicho qué hacer si surgían a la vez un millar de chispas, se incendiaban desde las capitales de los estados hasta los pueblos perdidos del llano. Alarmado vio que el fuego llegaba a Caricuao y Antímano. Echó mano a su arma dialéctica, la pistola, los militares. Ordenó arrasar con la oposición, atacar los lugares donde vivían en el este de Caracas, lo malo fue que la oposición apareció por el oeste. Ordenó disparar contra sus edificios, perseguir a los estudiantes hasta atraparlos y golpearlos, permitió la tortura y el asesinato. Maduro había despertado en medio de una pesadilla. Y no sabe qué hacer, porque al final toda la culpa es suya: Después de 10 meses en el poder solo ha sabido enfrentar el desabastecimiento y la inseguridad con discursos, lugares comunes y amenazas. Se ha quedado sin argumentos políticos y solo se le ocurre censurar a los canales internacionales para mejorar su imagen mundial.
Maduro enfrenta a una rebelión con mil cabezas. Cada manifestación, cada protesta, se origina localmente, no obedece a un plan nacional, a la orden dada por cualquier coordinadora o partido. Frente a esa rebelión anarquizada no le alcanzan los guardias nacionales ni los paramilitares, porque súbitamente la rebelión estalla en el corazón de Barinas, o en Ciudad Bolívar. Maduro no asusta a los venezolanos, la dialéctica de la represión y el llamado al diálogo no engaña a nadie, ni siquiera la amenaza de quitarle los recursos a las gobernaciones. Supone que amenazando a los comerciantes y a los industriales con enviarlos a la cárcel conseguirá aumentar la producción, no quiere reconocer que sin dólares no hay materia prima y que Agropatria dejó a los agricultores sin semillas ni financiamiento. Hay algo desesperado en la Ley de Precios Justos, como si fuera posible producir con amenazas. Frente a la inseguridad lleva 10 meses inventando planes inocuos porque no quiere reconocer que el 80% de los delitos se cometen en motos.
A Maduro se le fue el país de las manos. Todo se pulverizó en unas horas, cuando no supo enfrentar el movimiento estudiantil.
¿Y qué ocurre ahora? Mandar a reprimir a sangre y fuego es fácil, lo imposible es después pacificar el país, retornar a una ilusión democrática, reconstruir la imagen internacional. Maduro no confía en los que lo rodean, porque la solución a mano para el chavismo es reemplazarlo y ganar tiempo.
A la oposición le toca volver la indignación nacional un gran movimiento donde los pobres ocupen el primer lugar y cuenten con el apoyo de los sectores medios y de los barrios del país.
La unidad se ha vuelto un tópico sentimental. Nadie lo confiesa, pero cada partido, cada líder, anda por su cuenta mientras a la MUD la acusan de pecados ajenos porque sus miembros la consideran como un foro elegante, un lugar de encuentro para un posible evento electoral.
La nueva unidad de la oposición se forjará alrededor de un líder, una propuesta, un movimiento. No de la MUD.
Pase lo que pase Maduro saldrá demasiado golpeado por estos acontecimientos. No tiene además a nadie a quién echarle la culpa. Este desastre es su obra
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