Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 23 de febrero de 2014

Venezuela: un pueblo opositor busca su camino; por Fernando Mires

Venezuela: un pueblo opositor 

busca su camino; por 

Fernando Mires

Por Fernando Mires |  PRODAVINCI 19 de Febrero, 2014
Fotografía de Christian Verón / Reuters
Fotografía de Christian Verón / Reuters
Fue emocionante escuchar ese día 18 de Febrero las palabras de Leopoldo
López al
entregarse a las guardias pretorianas del régimen post-chavista. Fue también
emocionante el despliegue de la multitud, todos unidos frente a la protesta legítima
en contra de un gobierno cuyo ideal dictatorial es rechazado por la mayoría de los
venezolanos, incluyendo a no pocos chavistas.
Las calles venezolanas no solo han dejado claras las diferencias que separan a
la oposición, sino también los objetivos que la unen: un deseo de mayor libertad,
un rechazo a la violencia y al militarismo, una negativa a dejarse manejar por
la dictadura cubana, una protesta en contra del monopolio que ejerce el estado
sobre prensa y televisión, una ira no contenida en contra de las odiosas calumnias
que hacen uso Cabello y su subordinado Maduro, un llamado abierto en contra
de la destrucción de la sociedad por medio de maleantes oficiales e inoficiales,
en fin, un grito democrático a favor de una Venezuela libre y soberana.
Vendrán nuevos días de acuerdos y desacuerdos entre López y Capriles y tal
vez entre otros que también esperan su oportunidad “histórica”. Los políticos,
todos sin excepción, son animales de poder y es bueno que así sea. Pero
también
es cierto que en medio de las diferencias habidas y por haber, la calle está
señalando algunas sendas que todavía falta caminar. No son tan cortas ni tan
pocas.
Emocionante, pero también inteligente fue el discurso de Leopoldo López
antes de ser trasladado a las prisiones secretas del gobierno. En momentos
tan difíciles supo corregir algunas eventuales (y comprensibles)
intemperancias
y sin mea culpas, como hay que hacer en la lucha política, mostró algunas
vías. Por de pronto no habló de una “salida” como alternativa inmediata.
Acentuó, para que no haya dudas, que la lucha ha de ser pacífica y no
violenta, rechazando de modo implícito cualquier atajo golpista.
La verdad es que Leopoldo contradijo de raíz a quienes interpretaron su
llamado
a las calles como una incitación a la violencia frontal y a una negación
radical de las vías electorales
No hay, seamos sinceros, una sola palabra escrita o hablada por Leopoldo,
tampoco por María Corina, llamando a la violencia. Ninguno de ellos
ha siquiera sugerido la posibilidad de un golpe militar. Y, no por último,
ninguno
de los dos se ha pronunciado alguna vez en contra de las elecciones,
como quisieron interpretar algunas fracciones anti-políticas de la oposición:
me refiero a esa invertebrada ultraderecha que más que sumar siempre
termina por restar.
Quiero decir: quienes desde la oposición planteaban la alternativa calle o
elecciones, en nombre de Leopoldo López, lo hacían, objetivamente,
en contra
de Leopoldo López. Mucho más lo contradicen quienes llaman al
enfrentamiento
suicida en contra de los destacamentos armados del gobierno. Para
comprobar lo dicho, léase y óigase el discurso de Leopoldo antes de
entregar su cuerpo a las rabiosas tropas del régimen.
Los limitados de siempre, los que imaginan que basta la aplicación
del artículo 350/CBV para deshacerse de cualquier gobierno, más allá
de toda correlación social, militar y política, no tienen nada que ver con
López y mucho menos con Capriles. En cierto modo casi no tienen nada
que ver con la oposición de Venezuela
De la misma manera, eso hay que reiterarlo, jamás se ha escuchado un
solo llamado de Henrique Capriles a no protestar ni mucho menos a no
hacer uso de las calles. Capriles sólo se ha pronunciado en contra
del inmediatismo, del voluntarismo y del vanguardismo, tres enfermedades
que en el pasado fueron propias a la izquierda latinoamericana y que
hoy vuelven a aparecer con toda crudeza en el seno de la oposición
venezolana.
En cierto modo hay una complementaridad necesaria entre López y Capriles.
Mientras el primero apela al corazón emocionado y ardiente de sus
seguidores, otorgando a las luchas políticas un sentido heroico
del cual estas no pueden prescindir, Capriles dirige su mirada a la
señora −chavista o no− que hace cola para comprar papel higiénico,
pan, aceite; o al hombre que cuenta sus monedas para mantener a la
familia, o a la simple gente pobre de los campos y de los cerros.
Leopoldo anima a la fuerza constante y bulliciosa de la oposición.
Henrique se dirige a los indecisos, a la mayoría silenciosa, a los desilusionados
de un régimen en el cual una vez con buena fe creyeron. Leopoldo enciende
y cohesiona. Henrique escucha e intenta sumar. Los dos son muy diferentes.
Pero ninguno puede prescindir del otro. Más aún, de la suerte del uno
depende la del otro.
En cualquier caso los dos han demostrado aprender de sus errores y,
sobre todo, a corregir a tiempo. Llegará el día en el cual a los
estudiantes y capas medias libertarias se unirá la gente de los cerros.
La impaciencia que requiere el deseo de libertad y la paciencia que
necesita la vida política encontrarán un punto común de llegada.
Venezuela será entonces no un país utópico ni mucho menos
la cuna de otra revolución imaginaria. Venezuela solo será lo que la
mayoría de los venezolanos desean: un país democrático normal.
La oposición venezolana en las calles ya ha señalado a sus dirigentes
cuales son las tareas más inmediatas. La primera, la más urgente, es
la liberación de Leopoldo López y de todos los presos políticos.
La segunda, el desarme de los siniestros grupos fascistas de choque, los
llamados colectivos. La tercera, la devolución de medios de expresión
arrebatados a esa mitad creciente que constituye la oposición al régimen.
Para cumplir esas tareas, lopistas y caprilistas deberán marchar juntos.
Cada día tiene sus plagas.
 ***
PS. Hay algunos, no solo chavistas, quienes a falta de argumentos han
intentado desvalorizar mis opiniones sobre el caso venezolano aludiendo
a mi condición de “chileno” o al hecho de residir en un país europeo. A ellos
debo comunicar que además de escribir sobre Venezuela lo he hecho en
contra de los gobiernos de Rusia, de Ucrania, de Cuba, de Siria, de Egipto
y de muchos otros. En ninguno de esos países he residido. Considero
mi derecho elemental y soberano opinar sobre todos los países en donde
las libertades políticas son sistematicamente violadas. Uno de esos países
es sin duda Venezuela.

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