Indocencias
Artistas
José Joaquín BurgosLuis (Eduardo) Chávez sembró una vez saetas en el corazón de Valencia. Es decir, convirtió sus cayenas en flechas y desde su rincón en Mañongo se eternizó en la ciudad que tanto amó como razón esencial de su vida. Por ahí, en el recuerdo de sus paisanos, anda su sombra recogiendo flores y poemas. Y los artistas (pintores, poetas, músicos, teatreros) suelen encontrarse con él y entonces sienten más gratas y hospitalarias las calles de la ciudad. Por eso fue que Tomás Cabrera, un día, se propuso invitarlo a renacer y vivir.
Y emprendió, a riesgo y cuenta propios, la difícil tarea de recuperar tanto el Centro Cultural que lleva el nombre del famoso creador artístico valenciano, como la sede donde funcionaba la Avap- Carabobo y que había sido abandonada por una invasión de individuos de mal vivir, es decir, de malandros. Esto, para bien de la ciudad, se ha venido logrando de la mejor manera. Sin violencias ni desarraigos. La sede de la Avap Carabobo queda en el Paseo Cabriales y estaba no solamente abandonada, sino desprotegida del todo. Con mucha voluntad y esfuerzo Tomás ha tomado las riendas de esta campaña y las cosas han mejorado bastante. Definitiva ha sido la colaboración desinteresada brindada al efecto por Adiles Salomón de Ruiz, Elba Delgado, María Cristina Spisso, Policarpo Contreras, Emir Giménez (artistas todos ellos), el abogado ambientalista y escritor Gerardo Pacheco y otros nobles defensores de la ciudad y de la vida cultural.
El propósito es recuperar toda el área. Hacer del Paseo Cabriales un espacio donde los ciudadanos puedan reunirse a compartir, dialogar, disfrutar de conciertos, exposiciones, conferencias, conversatorios, recitales, como felizmente se hace en muchas otras ciudades del país. Lograr esta meta es ganarle una importante batalla al desarraigo, a la malformación, a la delincuencia. Luis Eduardo Chávez, Manuel Alcázar, y valencianos de tiempos más recientes, como Oscar Carvallo Georg, Miguel Colombet, Felipe Herrera Vial, vivieron en una Valencia en la cual la gente se conocía mejor y los artistas compartían sus alegrías y esperanzas, sus sueños con la vida misma suya, que era la vida de la ciudad.
Y digo yo, vale: A Tomás Cabrera hay que ayudarlo. Lograr que el Paseo Cabriales sea como él y sus compañeros quieren será uno de los más hermosos regalos que Valencia reciba en sus cuatrocientos y tantos años de digna historia.
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