La decisión de Heracles el diálogo constante con el agua de Antonio Ugarte
José Napoleón Oropeza
Hijo mítico de Zeus, Heracles estuvo predestinado a ser vencedor en el plano de lo esencial: siendo todavía un niño estranguló a dos serpientes que se aproximaban a su cuna. Heredero de la fuerza de sus padres Zeus y Hera, quienes se lo disputaban como hijo. El primero le entregaría el don de la sabiduría, y la segunda le transmitió la pasión para buscar, con intensidad, a cada paso, a cada instante, su condición de héroe.
La batalla constante entre la fuerza excepcional de su impulso espiritual y su tendencia a la depravación sexual, al continuo devaneo entre la luz sublimal y su propia insuficiencia para controlar un desenfrenado apetito sexual, lo conducirán a una decisión inexorable: para ser héroe, Heracles necesitará vencer ambas fuerzas antagónicas. Pero para ello deberá, durante todo un proceso de purificación, alcanzar la plenitud de su ser, entregado al frenesí sexual del cual saldrá, finalmente, purificado. Esa fue su victoria, su decisión frontal a lo largo de toda su existencia.
Todo mito tiene sus mitemas, sus fábulas que surgen, espontáneamente, en la interpretación colectiva de estos símbolos. El mito de Heracles no tendría que ser la excepción: en una de estas fábulas, Heracles termina siendo ninfa; en otras el mancebo de mil y un rostros, que, como Narciso ante el pozo del agua, muere y resucita, tras cada visión, tras cada acción que define su tránsito hacia la plenitud.
Cuando hace más de treinta años, Antonio Ugarte, nacido en Valencia, Venezuela, en 1961, presentó en el 40° Salón “Arturo Michelena”, sus primeras creaciones, saludamos, en una crónica que escribimos entonces, el surgimiento de un nuevo y futuro gran artista que se daba a conocer con unas fotografías realmente deslumbrantes: un personaje desnudo se interna en el mar, delante de unas puertas abiertas. A nuestra crónica sucedieron otras escritas por Roberto Guevara, Juan Carlos Palenzuela y Bélgica Rodríguez, quienes, en diferentes tiempos, saludaron el lenguaje de este artista que arrancó su indagación plástica con un ancestral tema en el arte: el de la reinterpretación de símbolos arquetípicos, proporcionando, tras su acento de aliento expresionista, una nueva visión del tema de la identidad. Ubicaba el símbolo arquetípico en su realidad inmediata: una casa en ruinas servía de escenario a un Apolo desnudo.
En la experiencia de Antonio Ugarte los temas a reinventar, las formas a reinterpretar para anudar una nueva visión de lo arquetípico fueron las clásicas: Miguel Ángel, Alberto Durero y, desde entonces, Praxíteles el escultor griego de la antigüedad. Nuestro artista, intuyó, desde muy joven, que los espejos, en el arte, nacen siempre de un cruce de caminos. La reinvención supone un nuevo enfoque, la creación de un nuevo espejo para el reconocimiento del tema y un abordaje distinto en el cual la forma expresionista al abordar la línea, la mancha, traza un derrotero diferente a la figuración: cuerpos, flores, líneas y manchas se funden, la mayoría de las veces frente al mar, gran continente del elemento agua.
Luego de haber realizado algunas exposiciones en nuestro país, Ugarte marchó a Estados Unidos y fijó su residencia en Miami, ciudad donde ha realizado numerosas exposiciones, lo mismo que en varias ciudades europeas. Sin prisa, con la pausa de un artista que dibuja y desdibuja un envolvente tema: el paso de un hombre desnudo o semidesnudo a través de diferentes épocas y situaciones, casi siempre, frente al mar, en un diálogo constante con el agua como elemento natural y arquetípico, en busca de señales de identidad. El hombre en sus devaneos, en sus caminatas frente al mar, traza un itinerario espejeante y único: cada gota de agua forma un pozo, cada onda un instante, no importa si ese transcurso se vuelve horizontal o vertical. Tan sólo importa el viaje de Heracles (o del hombre desnudo y, a veces, semidesnudo) tras su purificación. Cada momento en el tránsito conforma una decisión real y fantástica. Un plan paralelo organiza un instante final: la purificación nace en cada gota de agua, en cada onda. Pero cada momento pareciera aplazar la purificación, el gozo pleno.
A partir del 19 de mayo de 2013, en los espacios del Centro Cultural Eladio Alemán Sucre, de Valencia, Antonio Ugarte nos presenta 24 óleos sobre tela y 42 óleos sobre cartón reciclado, en una exposición que, bajo el título de La decisión de Heracles, nos permitirá disfrutar, plenamente, de la maestría de un artista que se ha mantenido constante en la indagación del un tema arquetípico al cual nos referimos antes.
Las series tituladas Atletas; Personajes; Aguas Horizontales; Aguas Orgánicas; Aguas Verticales y Rostros, subrayan la excelencia en una obra sencillamente impecable. Reiterativa en la indagación del símbolo del agua que, unas veces, se nos presenta en una sugerente línea que crea ondulaciones, remolinos, instantes de una “fijación”. Acaso registro pasajero en la indagación emprendida por el artista (quizá en nombre de Heracles) en busca del agua virginal, purificadora, y, finalmente, como transparencia, como espejo.
Pero, en otras ocasiones, cuando en el viaje se registran los pasos de personajes, o simplemente sus rostros, tenemos la ocasión maravillosa, insondable, de percibir cómo el agua y el aire, fijan atmósferas en las cuales todos los elementos presentes en otras series, agua, hojas, flores, manchas, preparan o insinúan otro registro: el tema de la liberación individual. Los nuevos mitemas registran, plásticamente, el tránsito purificador de Heracles o del propio artista.
Lo magistral y poético de su indagación radica, tal vez, en la reiteración o viaje de la luz alrededor de una recurrencia constante del símbolo del agua y de la humedad como atmósfera presente, reinventada siempre en todas sus obras, con todos los elementos que entran en juego en el alfabeto de este gran artista: las arenas, la flor como lectura sensible, espiritual, sublime, junto a la piel que pareciese constituir el mapa donde confluyen todos los caminos para crear un excitante juego de realidad y fantasía. La piel se vuelve mancha; la flor se vuelve piel.
Lo lúdico no reside tan sólo en el tema de la partida o viaje de Heracles hacia la sensualidad, convertido el cuerpo en un caos donde confluyen todas las referencias “reales”, en virtud del aliento expresionista que domina la composición. La flor, el grano de arena, el agua que chorrea, Apolo o Heracles en la arena, se transmutan en mancha. Ahí la decisión. Ese hermoso caos se manifiesta, también, en las fotografías intervenidas. Ya los rostros no serán reales. Forman parte de un universo en el cual, gracias a la férrea presencia del agua en sus giros, termina todo convertido en un gran sueño.
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