Breve historia del relato breve, por Lubio Cardozo
13/ 05/ 2013 | Blog "Ficción breve venezolana"
El cuento corto, contemporáneo, en Venezuela nace en Mérida, y es en Mérida donde ha alcanzado su más vital y acabada expresión narrativa. Hubo sí en Caracas, Maracaibo y Cumaná algunos intentos anteriores a 1973 pero disolviéronse por sí solos en el olvido, carecían de fuerza literaria. Hoy en día, fuera de Mérida, Britto García es un buen exponente solitario del género.
Ha soslayado, tal vez de manera inconsciente pero por la permanente alerta del estado creativo, dos errores del relato breve en Mérida: el seguir una moda parroquiana de algún “gran” maestro (es célebre la recomendación de Wagner a su disciplina, “no imitar a nadie, y menos a mí”), y el del retoricismo, una pálida anécdota envuelta en un ropaje inútilmente obscuro.
Por el contrario: fuerza creativa, espontaneidad, vigor de lenguaje, vocación de sacerdocio literario, dignificación lírica de la prosa, han sido los relieves de los escritores del cuento breve en Mérida
Descubrió el talento de narrador de Ednodio Quintero quien esto escribe. En 1973, si no falla la memoria, llegó al Centro de Investigaciones Literarias de la ULA un joven, magro de pelo indio y faz manchega, con un legajo de cuartillas en la mano. Quería saber mi opinión sobre su libro de poemas manuscritos. Su poesía me desplació, tanta espontaneidad no acepta la poesía lírica. Al día siguiente regresó con otro manojo de papeles. ¡Allí sí había un escritor! Eran cuentos muy breves, escritos con increíble robustez, cargados de un humor no exento de sarcasmo, y en grata prosa joven. En el Centro de Investigaciones Literarias todos leímos sus breves cuentos y en común criterio dímosle un positivo asentimiento crítico. Integraron la mayoría de esos cuentos el primer libro de Ednodio Quintero, La muerte viaja a caballo.
En esas narraciones había algo nuevo desprovisto de todo retoricismo. Eran las vivencias de su infancia y adolescencia, andina y campesina, en Trujillo, reflejadas con un lenguaje fresco, acendrado, actualista. El mundo de Las Mesitas (Boconó) donde Ednodio Quintero había nacido en 1947, estaba allí plasmado.
He aquí tres típicos relatos quinterianos:
LA VACA
Mi abuelo tenía una vaca que se alimentaba de morocotas. Un día la vaca amaneció muerta a la orilla del río y los zamuros se la comieron. Mi abuelo agarró la escopeta y pasó el resto de su vida cazando zamuros.
Mi abuelo tenía una vaca que se alimentaba de morocotas. Un día la vaca amaneció muerta a la orilla del río y los zamuros se la comieron. Mi abuelo agarró la escopeta y pasó el resto de su vida cazando zamuros.
JINETE
En mi pueblo había un loco inofensivo que montaba un caballo de palo. Una noche pasó una bruja montada en su escoba. El loco clavó las espuelas a su caballo. Nunca más supimos del jinete.
En mi pueblo había un loco inofensivo que montaba un caballo de palo. Una noche pasó una bruja montada en su escoba. El loco clavó las espuelas a su caballo. Nunca más supimos del jinete.
COLECCIONISTAS
Un hombre coleccionaba alacranes y un alacrán coleccionaba hombres. Una tarde los dos coleccionistas se encontraron. Hablaron de sus respectivos pasatiempos. Comprendieron la importancia de la nueva pieza a cobrar. Y se pusieron de acuerdo: cara o sello.
Un hombre coleccionaba alacranes y un alacrán coleccionaba hombres. Una tarde los dos coleccionistas se encontraron. Hablaron de sus respectivos pasatiempos. Comprendieron la importancia de la nueva pieza a cobrar. Y se pusieron de acuerdo: cara o sello.
A Gabriel Jiménez Emán lo de escribir viénele de herencia. Hijo del fino poeta larense Elisio Jiménez Sierra, es la Escuela de Letras de la ULA la plataforma de su despegue como escritor, allí comienza a editar en forma, es decir, a dar ese juego estético para placer y conocimiento de mundo que es la obra literaria. Hay menos espontaneidad en Gabriel Jiménez y más creación intelectual, más erudición. La rebusca de lo absurdo, de lo irreal, para la defensa de la libertad de fantasía forma en el entresijo de sus argumentos. Directa y diáfana prosa -en la cual se ensamblan fino humor, ironía y sorpresa- la carne de sus cuentos breves recogidos en Los dientes de Raquel:
CENA
La mesa estaba preparada. Dentro de unos instantes comenzaría la cena. Sólo debían sentarse los invitados, que en cualquier momento llegarían.
Efectivamente poco después llegaron los invitados, y aquel par de enormes leones, agazapados debajo de la mesa, esperaron a que los invitados se sentaran para comenzar la gran cena.
La mesa estaba preparada. Dentro de unos instantes comenzaría la cena. Sólo debían sentarse los invitados, que en cualquier momento llegarían.
Efectivamente poco después llegaron los invitados, y aquel par de enormes leones, agazapados debajo de la mesa, esperaron a que los invitados se sentaran para comenzar la gran cena.
INDECISIÓN
Margarita me decía que nunca iba a morir. Siempre, desde niña, me repetía lo mismo, y yo, muy respetuosa de sus maravillosos caprichos, no me atrevía a contrariarla. por eso cuando murió no lo pude creer. Nunca se sabe en esos casos.
Margarita me decía que nunca iba a morir. Siempre, desde niña, me repetía lo mismo, y yo, muy respetuosa de sus maravillosos caprichos, no me atrevía a contrariarla. por eso cuando murió no lo pude creer. Nunca se sabe en esos casos.
En 1948 nació en El Tigre Julio César Sánchez. Pero atracó la nave de su aventura en Mérida para seguir estudios de Letras en la ULA. Acá se casó y acá levantó bajo el neblinoso azul de Los Andes su tienda de profesor de Literatura y Escritor.
La elegancia expresiva lograda mediante un evidente cuidado del cendal de la prosa, y una dosis de humor negro, son el apoyo de las fábulas de sus narraciones. En libro aún no han sido recogidos sus cuentos, si publicados parcialmente en las revistas Falso Cuaderno y Génesis:
LA MUERTE
Vestido de negro con sombrero de copa y bastón salgo a la calle donde todos se inclinan a mi paso.
Nadie sabe que soy la muerte.
Enamoro a una mujer. La llevo a mi habitación y hacemos el amor.
Al día siguiente me visita. Coloca flores sobre mi tumba y llora largamente.
Vestido de negro con sombrero de copa y bastón salgo a la calle donde todos se inclinan a mi paso.
Nadie sabe que soy la muerte.
Enamoro a una mujer. La llevo a mi habitación y hacemos el amor.
Al día siguiente me visita. Coloca flores sobre mi tumba y llora largamente.
LA PARTIDA
Un día de estos arrancaré de cuajo la cabeza de mi mujer. A golpe blanco de machete le volaré las orejas, los brazos, los senos. Después comenzaré de abajo hacia arriba, uno a uno los dedos, las piernas, la cintura, el cuerpo todo. Como aparece en la página roja de los diarios de mi país. Y cuando la cabeza esté a ras del suelo le daré con los pies hasta el campo de foot-ball donde me espera el equipo para iniciar la partida.
Un día de estos arrancaré de cuajo la cabeza de mi mujer. A golpe blanco de machete le volaré las orejas, los brazos, los senos. Después comenzaré de abajo hacia arriba, uno a uno los dedos, las piernas, la cintura, el cuerpo todo. Como aparece en la página roja de los diarios de mi país. Y cuando la cabeza esté a ras del suelo le daré con los pies hasta el campo de foot-ball donde me espera el equipo para iniciar la partida.
En el mundo de la narrativa de José Gregorio Lobo Albarrán se siente el aroma del profesor de Literatura Norteamericana. Indio serrano, nacido en San Rafael de Mucuchíes en 1945, baja de sus páramos a Mérida a estudiar en la Escuela de Letras de la ULA. Luego viaja a E.U.A. a continuar sus estudios en Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad de Eastern, Michigan. Actualmente es profesor en dichas asignaturas en la facultad de Humanidades y Educación.
La vida de los campesinos andinos de la sierra no está bien captada en los relatos de Lobo, cuando él ha abordado esa temática. Mas en sus cuentos señaladores de manera dramática -y a linderos con la “ciencia ficción”- de la destrucción del paisaje, de la ecocrisis, manifiéstase entonces la mano firme del buen narrador. No obstante, en estos últimos relatos percíbese una lejana influencia de Bradbury.
DESDE Y HACIA MARTE
Hace varios millones de años la tierra no estaba habitada por seres inteligentes. Pero sí por animales y plantas cuya tarea era la de mantener el equilibrio ecológico necesario para la vida misma del planeta. Para ese entonces, en aquel Paraíso Terrenal convivían: el león con el cordero, el lobo con la oveja, el dinosaurio con la hormiga, el perro con el gato.
El agua de todos los ríos era potable, cristalina, incontaminada. Todos los bosques se conservaban completos, sin talas ni quemas que los destruyeran.
Los animales se alimentaban con los frutos de la tierra y ésta, se nutría con la pureza de la lluvia caída del cielo. La vida de aquel inmenso paraíso era de una fragancia envidiable y de un discurrir pausado y armónico. El azul del firmamento y el de los mares se confundían en la distancia. Esta daba paso al verde de las selvas y de las llanuras interminables.
El planeta Marte, a trescientos cuarenta millones de Kilómetros de distancia, sí estaba poblado por seres inteligentes: los hombres. Estos, dueños de la más avanzada tecnología construyeron canales de riego para la agricultura, los cuales se extendían por casi todo el suelo marciano.
Lamentablemente, también su gran progreso tecnológico les permitió minar el planeta con bombas nucleares de todo tipo. Un día pues, sucedió lo inevitable: la guerra total. Esas armas rugieron inclementes por todo el planeta y éste, sumido en la más absoluta inermidad, se quedó solo y sin la presencia humana para siempre.
Sin embargo, no todo fue ofuscación en los últimos días. Los habitantes del hemisferio norte, quienes siempre se distinguieron por ser precavidos en extremo, enviaron a la tierra una nave espacial, la “Viking 0″, provista de alimentos, mapas estelares, un grueso libro y una pareja de enamorados, Adán y Eva.
Hace varios millones de años la tierra no estaba habitada por seres inteligentes. Pero sí por animales y plantas cuya tarea era la de mantener el equilibrio ecológico necesario para la vida misma del planeta. Para ese entonces, en aquel Paraíso Terrenal convivían: el león con el cordero, el lobo con la oveja, el dinosaurio con la hormiga, el perro con el gato.
El agua de todos los ríos era potable, cristalina, incontaminada. Todos los bosques se conservaban completos, sin talas ni quemas que los destruyeran.
Los animales se alimentaban con los frutos de la tierra y ésta, se nutría con la pureza de la lluvia caída del cielo. La vida de aquel inmenso paraíso era de una fragancia envidiable y de un discurrir pausado y armónico. El azul del firmamento y el de los mares se confundían en la distancia. Esta daba paso al verde de las selvas y de las llanuras interminables.
El planeta Marte, a trescientos cuarenta millones de Kilómetros de distancia, sí estaba poblado por seres inteligentes: los hombres. Estos, dueños de la más avanzada tecnología construyeron canales de riego para la agricultura, los cuales se extendían por casi todo el suelo marciano.
Lamentablemente, también su gran progreso tecnológico les permitió minar el planeta con bombas nucleares de todo tipo. Un día pues, sucedió lo inevitable: la guerra total. Esas armas rugieron inclementes por todo el planeta y éste, sumido en la más absoluta inermidad, se quedó solo y sin la presencia humana para siempre.
Sin embargo, no todo fue ofuscación en los últimos días. Los habitantes del hemisferio norte, quienes siempre se distinguieron por ser precavidos en extremo, enviaron a la tierra una nave espacial, la “Viking 0″, provista de alimentos, mapas estelares, un grueso libro y una pareja de enamorados, Adán y Eva.
Bibliografía consultada:
Ednodio Quintero, La muerte viaja a caballo. Mérida, La Draga y el Dragón, 1974. pp. 9, 10, 31.
Gabriel Jiménez Emán, Los dientes de Raquel. Mérida, La Draga y el Dragón, 1973. pp. 11, 51.
José Gregorio Lobo A., Una lágrima sobre la hierba. Mérida, Puertas Abiertas, 1977. pp. 15 y 16.
Julio César Sánchez. En: Falso Cuaderno, Nº 3, Caracas. Génesis, Nº 4, Mérida
Ednodio Quintero, La muerte viaja a caballo. Mérida, La Draga y el Dragón, 1974. pp. 9, 10, 31.
Gabriel Jiménez Emán, Los dientes de Raquel. Mérida, La Draga y el Dragón, 1973. pp. 11, 51.
José Gregorio Lobo A., Una lágrima sobre la hierba. Mérida, Puertas Abiertas, 1977. pp. 15 y 16.
Julio César Sánchez. En: Falso Cuaderno, Nº 3, Caracas. Génesis, Nº 4, Mérida
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