Cultura democrática
El Nacional 14 DE JUNIO 2013 -
Un lector me indica, a propósito de mi último artículo, que la cultura no se refiere solamente a las lecturas, el arte y la ciencia sino que abarca las costumbres sociales, la vida familiar y la moral. Le respondo que estoy de acuerdo con su planteamiento, pero mi escrito se refería específicamente al libro La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa y al concepto de cultura que en él utiliza el escritor peruano.
La oportuna observación del ingeniero Perli, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, sostiene que hay dos tipos de cultura. Una, la cultivada, que aborda Vargas Llosa. Y otra que se aprende en el hogar y se expresa en la vida y el comportamiento cotidianos. Su comentario me permite unir el contenido de mis dos últimas columnas en este diario. Porque la penúltima, titulada “La democracia en América”, aludía a que Venezuela es uno de los poquísimos países de América Latina que ha vivido continuamente una experiencia democrática durante el último medio siglo y algo más.
El hecho de que tres generaciones se hayan regido por el respeto a la legalidad y acostumbrado a la libertad de expresión y a la posibilidad del reclamo de sus derechos, condiciona las formas de comportamiento de los ciudadanos venezolanos. Aunque también es cierto que la democracia generó una facción antidemocrática y antipolítica, esa vivencia colectiva obliga a quienes aspiran a restaurar el autoritarismo y la arbitrariedad en nuestro país a disfrazar sus acciones con formalidades democráticas. Tal es el caso de las elecciones del pasado 14 de abril.
Pero no sólo en las elecciones y otras actividades cívicas se reflejan la cultura y el talante democráticos de nuestro pueblo. El derecho al reclamo y a levantar la voz ante situaciones injustas se considera propio y se hace sentir en las universidades, las fábricas, las comunidades y los expendios de alimentos y no hay represión que pueda detenerlo o acallarlo. Porque en tal caso el repudio se fortalecería.
La cultura democrática se ha hecho parte de cada uno de los venezolanos. Eso nos diferencia de quienes durante las últimas décadas han vivido dictaduras de uno u otro signo. Ellos, en los casos en que se han liberado de las tiranías, se sienten todavía obligados a actuar con cautela ante los atropellos oficiales, pues no han olvidado el estado de sospecha en que vivieron o siguen viviendo: el poder de las fuerzas represivas que en Venezuela no han llegado a predominar, a pesar de tantas asesorías foráneas y caribeñas.
Lo anterior se debe a que por encima de la cultura cultivada de que habla Vargas Llosa existe una cultura popular capaz de pronunciarse cuando deja de funcionar el Metro de Caracas, cuando se acosa a las universidades, se van la luz y el agua o se encuentran vacíos los estantes de las casas de abastos. Un ejemplo: por más que hayan sido perseguidas las organizaciones sindicales y se haya tratado de sustituirlas por agrupaciones sumisas al Gobierno cada día se incrementan las protestas contra la dilación en negociar los contratos colectivos. Pese a todos los esfuerzos oficiales no se ha logrado eliminar la cultura del derecho de los trabajadores, de los estudiantes y de los ciudadanos.
Esa es la debilidad, o talón de Aquiles, de quienes aspiran a una hegemonía. La misma que impidió la beatificación del comandante ausente y la legitimación de sus representantes en la tierra. Por más armas de guerra, españolas y rusas, y más diputados suplentes agresivos que intenten exhibir.
La cultura familiar y social, como me dice Perli, ha sufrido serios reveses. La cultura cultivada, como expone Vargas Llosa, se encuentra en retirada, pero la cultura democrática aun subsiste. Está a la defensiva, es cierto, pero no han logrado hacerla desaparecer ni las campañas publicitarias, ni la hegemonía comunicacional ni las milicias. Tal como lo demostraron las últimas elecciones. El pueblo venezolano aún cree en sí mismo. Y no hay aparato represivo o argucia electoral que pueda modificar ese modo de ser adquirido durante la segunda mitad del siglo XX, gracias a una democracia que, no obstante sus posibles errores, le confirió al pueblo venezolano una dignidad a la que le es difícil renunciar.
La democracia más que un sistema de gobierno es una cultura, en el sentido que señala el ingeniero Perli. Se le ha querido sustituir por parte de quienes no aprecian esa experiencia. Pero subsiste, a pesar de todos los abusos institucionales a los que ha sido sometida. Su reafirmación es nuestra esperanza. Y ojalá sea nuestro logro.
La democracia en América
El Nacional 17 DE MAYO 2013 -
En 1831 Alexis de Tocqueville viajó a Estados Unidos y a su regreso escribió el clásico libro La democracia en América que recogía la experiencia norteamericana. Poco antes el filósofo Hegel había dicho: “Al comparar América del Sur con América del Norte observamos un contraste asombroso. En Norteamérica somos testigos de una situación próspera (…). En Suramérica, por el contrario, las repúblicas dependen sólo de la fuerza militar, toda su historia es una revolución continua”.
Hoy nos vamos a referir a la democracia en América Latina y en Venezuela, particularmente durante el último medio siglo. Los primeros 150 años después de la Independencia, los países de hispanoamericanos combinaron la imposición de la fuerza militar con intentos por establecer regímenes democráticos. En la mayoría de las naciones, incluida la nuestra, predominaron las dictaduras o la anarquía. En algunas pocas pudieron madurar las instituciones republicanas.
En los últimos 50 años nuestro país es uno de los poquísimos de América Latina que ha tenido una experiencia democrática continua. El pueblo ha podido elegir con libertad sus gobernantes y, comparativamente, se han respetado los derechos humanos, con independencia de los errores que se hayan cometido. En eso se distinguió de los otros países del continente. Con la excepción de Costa Rica, Colombia y México todos los países de la región debieron padecer gobiernos autoritarios o francamente totalitarios, la mayoría militares. Por ello da vergüenza que ahora el Gobierno nacional se vea en la obligación de intentar certificar que la democracia no ha desaparecido entre nosotros.
La experiencia democrática venezolana, incluido el ejercicio de la labor opositora y la crítica a los errores del Gobierno, no puede borrarse con golpes de Estado o represión policial como se hizo en muchos países del continente en la segunda mitad del siglo pasado. La democracia, por más que se encuentre quebrantada, constituye un activo importante de nuestra manera de vivir y devenir político. El pueblo la conoce y no resulta fácil engañarlo. Gracias a ella los votantes del pasado 14 de abril pudieron detectar y derrotar las maquinaciones mediáticas y desfachatadas del Gobierno para mantenerse en el poder, importadas de otras latitudes.
Los países que descubrieron o recuperaron la democracia en las dos últimas décadas del siglo XX en algunos casos se han dedicado a cuidarla, porque tienen muy cerca el recuerdo del militarismo y el autoritarismo, y en otros han debido defenderse de diversos intentos de manipularla y deformarla para dar paso a nuevos personalismos.
Con el objeto de evitar la repetición de los totalitarismos, primero militares y luego disfrazados de demócratas, como los casos de Fujimori y Menem, las instituciones colectivas de la región, empezando por Mercosur, introdujeron cláusulas democráticas que ahora el recién estrenado Gobierno intenta lograr que no le sean aplicadas a nuestro país.
Así se explica el viaje de Maduro al Cono Sur con el objeto de justificar la dudosa legitimidad de un régimen cuestionado, que primero había aceptado una auditoría electoral, después la había negado, luego la había prometido ante los colegas mandatarios de América del Sur y finalmente la desnaturalizó, acompañándola de actos de violencia muy poco democráticos.
Hace poco más de medio siglo, Venezuela pudo superar un pasado de dictaduras militares mediante la incorporación de las masas a la vida política y el respeto a las reglas de convivencia. Hoy el continente y el mundo se preguntan si acaso ese logro se ha perdido. Y obligan a dar explicaciones. Tenemos la ventaja de que, a pesar de que en lo institucional la duda parece razonable, en el fondo del alma popular el espíritu democrático aún no se ha perdido, como se hizo evidente el pasado 14 de abril. La propaganda desmedida, las amenazas, el abuso, las máquinas electrónicas y las dádivas a los países vecinos no han podido anular la esperanza de que un día la concordia, el reconocimiento mutuo y la justicia social reinen entre nosotros.
En El laberinto de la soledad escribió Octavio Paz: “Quien ha visto la esperanza no la olvida, la busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos”. Si cambiamos la palabra esperanza por la palabra democracia, tenemos el caso de Venezuela.
Quien ha visto la esperanza, como quien ha vivido la democracia, no la olvida. Y la esperanza ha vuelto a instalarse entre nosotros. Sólo queda hacerla realidad. Y aspirar a que las libertades, el progreso y el derecho de participar no sean de nuevo conculcados en nuestro país y nuestra América.
El premio nacional
El nacional 9 DE JUNIO 2013 -
Hugo Chávez ganó el Premio Nacional de Periodismo. Así titularon en primera página el pasado jueves 6 de junio los diarios oficialistas que, ya sean privados o de instituciones públicas, son cada vez más numerosos y para atraer lectores a la fuerza circulan gratuitamente o con precios insignificantes que no pagan siquiera el costo el papel. Claro, son medios subsidiados con el dinero de todos para funcionar como aparatos proselitistas del proyecto político de unos pocos.
Para los millones de ciudadanos que no participamos del culto que el recién bautizado “Comandante eterno” gane ese premio es una decisión difícil de digerir. Puede uno sentirse tentado a creer que se trata de un acto de cinismo mayor, un ataque descomunal de sectarismo fanático o ponerse sociológico y comprensivo e interpretarlo como una alucinación cuasirreligiosa o, en el mejor caso, como un acto de fe revelada de parte del jurado que lo decidió.
Porque otorgarle el premio a alguien que no ejerció el periodismo, no estuvo asociado a la investigación o la docencia de la comunicación, ni fue empresario o directivo de algún medio, no importa que el personaje esté vivo o haya muerto y siga vivo, es de por sí un disparate, un acto de arbitrariedad mayor y una manera de degradar aún más un reconocimiento que ya es visto por la inmensa mayoría del gremio como el Premio Nacional de Periodismo Oficialista.
Pero, además, entregárselo –aunque haya sido decidido como galardón “extraordinario”– a un gobernante que confrontó abiertamente el ejercicio del periodismo libre; que insultó públicamente y descalificó sin piedad a periodistas venezolanos y extranjeros cuando le hacían preguntas incómodas; que validó con su silencio los centenares de ataques intimidatorios y agresiones físicas contra profesionales del área, rigurosamente registrados en los informes anuales de ONG como Provea, Espacio Público, Reporteros sin Fronteras o el IPYS, y dramáticamente relatados en libros como Periodistas en la mira de Petruvska Simme; un hombre que violó de manera sistemática y flagrante la libertad de comunicación de los ciudadanos comunes a través del uso caprichoso, arbitrario y ventajista de las cadenas radioeléctricas, hecho descrito con rigurosidad en el libro La presidencia mediática del periodista Andrés Cañizález; que con el pretexto del fin de la concesión ordenó el cierre de un canal televisivo privado y vivió sus últimos años amenazando con hacer lo mismo con los que sobrevivieron si “no se portaban bien”; que auspició y celebró el ejercicio pervertido, sesgado y degradante del oficio a través del apoyo incondicional a Mario Silva y su programa La Hojilla; entregarle el Premio Nacional de Periodismo a una persona con este prontuario es por lo menos cometer una gran injusticia y una burla –un desplante provocador– a los miles de profesionales del periodismo y ciudadanos comunes víctimas de estos desafueros.
Es cierto que la historia de Venezuela ha estado plagada de gestos alucinados, cursis o patéticos, siempre asociados al culto mítico, la alabanza o la adulancia a hombres y mujeres de poder. Desde las damas del siglo XIX que hacían retratos con los cabellos cortados a próceres de la Independencia, reseñados con fina ironía por Roldan Esteva Grillet en su libro Desnudos no por favor; pasando por los legendarios discursos del padre Borges alabando las cualidades intelectuales del tirano Juan Vicente Gómez, o los generales que acompañaban los desplantes de Blanca Ibáñez, la amante del presidente de entonces, ataviada de uniforme militar dirigiendo operaciones de socorro.
Uno esperaba que en el siglo XXI entráramos en otro ciclo de la cultura política que le dijera adiós a tanto atavismo. Pero no fue así. Hay que prepararse. Ya vendrán por allí el Premio Nacional de Cultura, por sus aportes a la música popular. O el de Ciencia, por su capacidad para divulgar desde Aló, Presidente los adelantos tecnológicos de los tractores iraníes. Ya vendrán.
Para los millones de ciudadanos que no participamos del culto que el recién bautizado “Comandante eterno” gane ese premio es una decisión difícil de digerir. Puede uno sentirse tentado a creer que se trata de un acto de cinismo mayor, un ataque descomunal de sectarismo fanático o ponerse sociológico y comprensivo e interpretarlo como una alucinación cuasirreligiosa o, en el mejor caso, como un acto de fe revelada de parte del jurado que lo decidió.
Porque otorgarle el premio a alguien que no ejerció el periodismo, no estuvo asociado a la investigación o la docencia de la comunicación, ni fue empresario o directivo de algún medio, no importa que el personaje esté vivo o haya muerto y siga vivo, es de por sí un disparate, un acto de arbitrariedad mayor y una manera de degradar aún más un reconocimiento que ya es visto por la inmensa mayoría del gremio como el Premio Nacional de Periodismo Oficialista.
Pero, además, entregárselo –aunque haya sido decidido como galardón “extraordinario”– a un gobernante que confrontó abiertamente el ejercicio del periodismo libre; que insultó públicamente y descalificó sin piedad a periodistas venezolanos y extranjeros cuando le hacían preguntas incómodas; que validó con su silencio los centenares de ataques intimidatorios y agresiones físicas contra profesionales del área, rigurosamente registrados en los informes anuales de ONG como Provea, Espacio Público, Reporteros sin Fronteras o el IPYS, y dramáticamente relatados en libros como Periodistas en la mira de Petruvska Simme; un hombre que violó de manera sistemática y flagrante la libertad de comunicación de los ciudadanos comunes a través del uso caprichoso, arbitrario y ventajista de las cadenas radioeléctricas, hecho descrito con rigurosidad en el libro La presidencia mediática del periodista Andrés Cañizález; que con el pretexto del fin de la concesión ordenó el cierre de un canal televisivo privado y vivió sus últimos años amenazando con hacer lo mismo con los que sobrevivieron si “no se portaban bien”; que auspició y celebró el ejercicio pervertido, sesgado y degradante del oficio a través del apoyo incondicional a Mario Silva y su programa La Hojilla; entregarle el Premio Nacional de Periodismo a una persona con este prontuario es por lo menos cometer una gran injusticia y una burla –un desplante provocador– a los miles de profesionales del periodismo y ciudadanos comunes víctimas de estos desafueros.
Es cierto que la historia de Venezuela ha estado plagada de gestos alucinados, cursis o patéticos, siempre asociados al culto mítico, la alabanza o la adulancia a hombres y mujeres de poder. Desde las damas del siglo XIX que hacían retratos con los cabellos cortados a próceres de la Independencia, reseñados con fina ironía por Roldan Esteva Grillet en su libro Desnudos no por favor; pasando por los legendarios discursos del padre Borges alabando las cualidades intelectuales del tirano Juan Vicente Gómez, o los generales que acompañaban los desplantes de Blanca Ibáñez, la amante del presidente de entonces, ataviada de uniforme militar dirigiendo operaciones de socorro.
Uno esperaba que en el siglo XXI entráramos en otro ciclo de la cultura política que le dijera adiós a tanto atavismo. Pero no fue así. Hay que prepararse. Ya vendrán por allí el Premio Nacional de Cultura, por sus aportes a la música popular. O el de Ciencia, por su capacidad para divulgar desde Aló, Presidente los adelantos tecnológicos de los tractores iraníes. Ya vendrán.
Plumarios
El nacional 3 DE MAYO 2013 -
En Venezuela, todos los gobiernos de fuerza han contado con plumarios. Esto es, con intelectuales que intentaban otorgarles coherencia y legitimidad a regímenes carentes de ideas, cuyo único objetivo era la imposición de la voluntad de un caudillo. El nombre se origina en el hecho de que tales letrados eran quienes manejaban la pluma, hacían los discursos, mientras el hombre fuerte y su círculo íntimo cívico-militar se dedicaban a la represión y al disfrute de las mieles del poder.
La práctica se inició desde los comienzos de la república, cuando los generales victoriosos de la independencia reclamaron el gobierno para ellos y para las espadas que nos habían dado la independencia. Una vez muerto y repudiado Bolívar –quien fue a la vez prolífico escritor y general exitoso– se vieron en la obligación de darle a su quehacer político un barniz decoroso y no tuvieron más remedio que convocar a quienes sabían leer y escribir para que les redactaran sus proclamas.
Un caso emblemático es el del general Juan Vicente Gómez. Menos bruto e ignorante de lo que decían sus enemigos, no contaba con muchas ideas. Sabía que su objetivo era paz y trabajo, pero no iba mucho más allá. Por eso recurrió a algunos de los mejores intelectuales de su época para que lo ayudaran a gobernar y cubrieran las áreas que le eran ajenas. Tuvo plumarios destacados como José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y Pedro Manuel Arcaya. Años después esta pléyade de lumbreras sería bautizada como “las luces del gomecismo”. Más tarde un régimen democratizante como el de Medina se dio el lujo de tener un plumario extraordinario, a la vez escritor y notable: Arturo Uslar Pietri. Fue el líder de lo que se conoció como el “ala luminosa” del medinismo.
Digo lo anterior a propósito del primer gabinete ministerial de Nicolás Maduro. Aunque es una repetición de la herencia que le dejó su padre espiritual, entre numerosos vivos, anodinos y sumisos se dejan colar algunos jóvenes que pudieran llegar a ser plumarios. En su momento Chávez tuvo los suyos, no muy jóvenes, entre quienes destacaron Luis Miquilena, José Vicente Rangel y Alfredo Peña. Pero era tal su narcisismo que se deshizo de ellos.
Maduro ha incorporado algunos profesionales que fáusticamente se allanan a prestar su concurso. Nelson Merentes, por ejemplo, ha reemplazado al monje obcecado como plumario mayor en el área económica. Difícilmente traerá aires nuevos, porque el desastre económico desatado ya está en curso y se llegó a él con su ayuda. Pero le dará un toque de elegancia a los insultos que su antecesor descerrajaba cual lavandera de zarzuela. Entre los jóvenes quizás pueda aparecer un plumario inédito que ojalá sea capaz de pasar por el fango sin mancharse.
La necesidad de plumarios es apremiante. Porque el discurso de Nicolás Maduro es de una pobreza que da pena. Cuando le fallan las ideas recurre a la imitación sin gracia de la procacidad del comandante eterno. Y en los pocos momentos cuando asoma posibilidades de un encuentro entre los venezolanos o permite entrever una personalidad que no es prestada no sabe articularla. Más le valdría atenerse al “ajá” con el cual el general Gómez encubría su falta de ideas o su renuencia a escuchar a los otros.
Gómez contó con un Román Cárdenas que le organizó la hacienda pública, con un Vallenilla Lanz o un Arcaya que le inventaron una ideología, con un Gumersindo Torres que supo tratar con firmeza a las empresas extranjeras. Simultáneamente logró una paz de cementerio, que mal que bien fue paz, y mantuvo a Venezuela en el atraso. Maduro cuenta con muy poco. La mayoría de su gabinete no alcanza la dignidad de plumario. Son espadas romas que no han librado una batalla y desprestigian a las Fuerzas Armadas, a los supuestos herederos del Ejército de los libertadores, como lo demostró el lamentable desfile militar de su toma de posesión el pasado 19 de abril, donde fue “reconocido” por sus subordinados como jefe que depende de ellos. Fue un remedo en el trópico del Berlín nacionalsocialista.
La función de losplumarios consiste en contribuir a que la labor de gobierno sea de menostrotes, de menos gritos, de menos amenazas y en introducir alguna idea, algunapropuesta coherente capaz de dar lugar a un diálogo, a un intercambio entre losvenezolanos que evite el descalabro al que parecemos estar encaminados. En inventar una base de legitimidad a un gobierno ilegítimo. Hasta ahora es difícil vislumbrar un plumario en el gabinete. Pero esperemos que aparezca
La poesía (del griego ποίησις 'creación' < ποιέω 'crear') es un género literario considerado como una manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.1 También es encuadrable como una «modalidad textual» (esto es, como un tipo de texto).2 Es frecuente, en la actualidad, utilizar el término «poesía» como sinónimo de «poesía lírica» o de «lírica», aunque, desde un punto de vista histórico y cultural, esta es un subgénero o subtipo de la poesía.
¿CUAL ERA LA BELLEZA Y LA MANIFESTACION ESTETICA QUE SALIA DEL ALMA DE HUGO CHAVEZ?
EN ESPECIAL SU HERMOSO VOCABULARIO CUANDO POR EJEMPLO MALDIJO AL PUEBLO DE ISRAEL A CUYA CULTURA DEBE RESPETAR EL MEDICO PEREZ SO YA QUE ES UN CONVERSO A LA MISMA, LO QUE LE FALTA ES PARTICIPAR TAMBIEN DE UN HOMENAJE A ADOLF HITLER QUE ERA ARTISTA PLASTICO EN LA MISMA MEDIDA QUE HUGO CHAVEZ ES POETA. IMAGINO QUE ME VAN A CONTESTAR QUE SER POETA (vate, en lenguaje literario) es una persona dedicada a la escritura de poesía. Hay quienes consideran que la mejor poesía es, hasta cierto punto, eterna y universal, y que trata de temas comunes a todo ser humano; otros están más absortos en sus cualidades particulares, personales y efímeras o simplemente lingüísticas Y que la poesía tiene sus más profundas raíces en la tradición de la literatura oral...Si compadres pero las raíces que "uno de los nuestros" : HUGO CHAVEZ están ARRAIGADAS en la sombra del colectivo venezolano, y su estética es lo soez, lo degradante, "te voy a dar lo tuyo" (me imagino que es un verso),
la ordinariez, el odio, el resentimiento que es válida porque está también en las raíces de nuestro pueblo, pero no lo eleva a niveles universales elevados sino rastreros, instintivos de su cerebro primario...Ahora como lo que uno vió en los poetas de los 60-70 no era tampoco nada edificante y ellos hoy son los plumarios del chavismo,
HUGO CHAVEZ es el fiel espejo de quienes eran ellos en realidad...Se quitaron las caretas. Pero los que si
no merecen compartir el homenaje con Chávez son los poetas populares, es como mezclar mierda con caviar.
La poesía (del griego ποίησις 'creación' < ποιέω 'crear') es un género literario considerado como una manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.1 También es encuadrable como una «modalidad textual» (esto es, como un tipo de texto).2 Es frecuente, en la actualidad, utilizar el término «poesía» como sinónimo de «poesía lírica» o de «lírica», aunque, desde un punto de vista histórico y cultural, esta es un subgénero o subtipo de la poesía.
¿CUAL ERA LA BELLEZA Y LA MANIFESTACION ESTETICA QUE SALIA DEL ALMA DE HUGO CHAVEZ?
EN ESPECIAL SU HERMOSO VOCABULARIO CUANDO POR EJEMPLO MALDIJO AL PUEBLO DE ISRAEL A CUYA CULTURA DEBE RESPETAR EL MEDICO PEREZ SO YA QUE ES UN CONVERSO A LA MISMA, LO QUE LE FALTA ES PARTICIPAR TAMBIEN DE UN HOMENAJE A ADOLF HITLER QUE ERA ARTISTA PLASTICO EN LA MISMA MEDIDA QUE HUGO CHAVEZ ES POETA. IMAGINO QUE ME VAN A CONTESTAR QUE SER POETA (vate, en lenguaje literario) es una persona dedicada a la escritura de poesía. Hay quienes consideran que la mejor poesía es, hasta cierto punto, eterna y universal, y que trata de temas comunes a todo ser humano; otros están más absortos en sus cualidades particulares, personales y efímeras o simplemente lingüísticas Y que la poesía tiene sus más profundas raíces en la tradición de la literatura oral...Si compadres pero las raíces que "uno de los nuestros" : HUGO CHAVEZ están ARRAIGADAS en la sombra del colectivo venezolano, y su estética es lo soez, lo degradante, "te voy a dar lo tuyo" (me imagino que es un verso),
la ordinariez, el odio, el resentimiento que es válida porque está también en las raíces de nuestro pueblo, pero no lo eleva a niveles universales elevados sino rastreros, instintivos de su cerebro primario...Ahora como lo que uno vió en los poetas de los 60-70 no era tampoco nada edificante y ellos hoy son los plumarios del chavismo,
HUGO CHAVEZ es el fiel espejo de quienes eran ellos en realidad...Se quitaron las caretas. Pero los que si
no merecen compartir el homenaje con Chávez son los poetas populares, es como mezclar mierda con caviar.
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