Ante el superior
20 DE JUNIO 2013 - 00:01
Algunos intelectuales de izquierda han denunciado al peligro del resurgimiento de un viejo problema: el vigor de nuevas corrientes fascistas. Hagamos un poco de historia para contextualizar ese debate. El fascismo fue la complicidad absoluta entre el gran capital y el Estado. Es decir, donde los intereses del gran capital pasan a ser los intereses que mueven a la política, se anda muy cerca el fascismo. También el fascismo constituyó la respuesta contrarrevolucionaria a todos los intentos de avance decisivo en la construcción del socialismo.
Se afirma constantemente que el fascismo niega la lucha de clases, pero debemos tener claridad en que detrás de una retórica de unidad, conciliación y colaboración de clases; el fascismo es el brazo político-militar del mando del capital. Aterroriza a los estratos populares, urbanos y rurales, intenta construir una “línea de penetración y reclutamiento de masas” en la clase media y la masa popular marginada, utilizando el descontento y la desmoralización provocados por la crisis económica, contra la izquierda y la clase trabajadora organizada en el movimiento sindical revolucionario; utiliza grupos de choque y bandas armadas, como paramilitares, para reducir por la fuerza bruta a socialistas, sindicalistas, obreros y movimientos sociales. Líderes fascistas fueron Mussolini, Hitler, Franco, Pinochet y toda la pléyade de dictadores que –apoyados por Estados Unidos, las oligarquías y las fracciones del gran capital– intentaron detener por la fuerza el avance de las luchas de la multitud popular hacia la comuna y el socialismo.
Ciertamente en medio de los efectos devastadores de una crisis económica marcada por fenómenos de estanflación (estancamiento - depresión económica + inflación) se crean algunas de las condiciones de posibilidad del fascismo. Así mismo, un clima de resentimiento y revancha social que incuba los fenómenos psicosociales de “la personalidad autoritaria” (Adorno) o la estructura de carácter sadomasoquista asociada al “miedo a la libertad” (Fromm), acompañan a fenómenos de degradación moral como efecto de la experiencia bélica. Esto explica al fascismo como parte de un movimiento reactivo que comienza a mostrar sus síntomas de crecimiento en los procesos electorales.
En 1924, Hitler obtuvo sólo 6,5% de los votos. En 1932, obtiene 37,2%, con lo cual accede al poder y lo utiliza para anular a los restantes partidos liberales, moderados y democráticos. Cualquier parecido con Capriles Radonski es pura coincidencia.
Es de sobra conocido el poema de Bertolt Brecht donde advierte sobre los riesgos de minimizar la amenaza fascista:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio,/ porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio,/ porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté,/ porque yo no era sindicalista./ Cuando vinieron a llevarse a los judíos,/ no protesté,/ porque yo no era judío./ Cuando vinieron a buscarme a mí,/ no había nadie más que pudiera protestar.
El fascismo convoca a las masas reaccionarias, pero es parte de una apología del destino manifiesto de la minoría selecta. La mayor parte de sus dirigencias vienen de las clases altas e instauran sistemas jerárquicos y autoritarios. Charles Maier, historiador, recalca que 75% de los miembros del partido fascista italiano hacia 1927 venía de la clase media y media baja; sólo 15% era obrero, y 10% procedía de las élites, los cuales sin embargo ocupaban las altas posiciones y eran quienes, en definitiva, fijaban sus objetivos y políticas. Hitler establece el “principio del caudillo-providencial”: cada funcionario usa a sus subordinados despóticamente como le parece para alcanzar la meta, y responde sólo ante el superior.
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