La comedia inacabable
RAFAEL DEL NARANCO | EL UNIVERSAL
sábado 16 de mayo de 2015 12:00 AM
Refieren antiguos dietarios medievales - lo ensancharía en sus tragedias Shakespeare, sobando escenas trémulas unas, entusiastas otras, y siempre punzantes las demás- que los señores europeos hervidos de guerras, y su fetidez con una muerte acurrucada en los cruceros de pulverulentos caminos, solían llevar con los arcabuceros y lanceros, una idea de la batalla arrancada de un sueño enfiebrado, un submundo de personajes en el que jamás faltaban rameras, titiriteros, magos, monjes impenitentes, mendigantes bufones, escribas, músicos y quincalleros de baja calaña.
A raíz de ese mundo de bambalinas fatales he creído que si un hombre o mujer leyera a lo largo de su existencia las comedias del genio de Stratford hallaría la esencia - compasiva o pérfida - del ser humano.
Lo expresó Víctor Hugo percibiendo en una noche de truenos, lluvia inclemente y niebla, los gritos del príncipe de Dinamarca: "¡Hamlet! Espantoso ser en lo incompleto. Serlo todo y no ser nada. Es príncipe y demagogo, sagaz y extravagante, profundo y frívolo, hombre y neutro (...) juega con cráneos humanos en un cementerio, aterra a su madre, venga a su padre, y termina con un gigantesco signo de interrogación el temeroso drama de la vida y de la muerte."
Vamos de la luz a la sombra en un hálito, y en medio de esa micra de segundo, se desnudan, sobre una puesta en escena o acto sacramental pagano, cada una de las más bajas connotaciones humanas, el perpetuo odio y la bestia salvaje nacida en lo más insondable de nuestras entrañas.
Hamlet nos fascina, aún siendo portentosamente terrible, espeluznante y al mismo tiempo irónico.
De Shakespeare se puede decir todo. En sus comedias hay un cosmos en miniatura. Nada se le escapó. Y si alguien llegara a nuestro planeta azul partiendo de una lejana galaxia y deseara conocer al ser que anda en dos piernas y piensa a plenitud, sería suficiente con estudiarlo.
Y esto tiene su razón: Todo conflicto belicoso -por pequeño que sea y cada día hay más- es una puesta en escena, un espectáculo multicolor, con la excepción de algunos muertos, nada estéticos, dispersos sobre el campo de hostilidades recubiertos con sonidos de timbales, notas de un pentagrama de expiración.
En el siglo XVII, los italianos crearon una "beligerancia" musical y alguien lo llamó "opus" (obra) cuyo plural latino es ópera, una representación dramática cantada. Y así, tomando un poco del teatro griego clásico, en el que a partir del fuerte contenido del coro ayudaba a las palabras a revestirse deformas alteradas, llegamos a los textos y partituras actuales, cuando el "bel canto", con las nuevas técnicas vocales y las diversas escuelas, se terminó convirtiendo en una puesta en escena asombrosa.
Dicho divertimiento cortesano ha servido para obtener entre el romanticismo centroeuropeo de Wagner y Berlioz las partituras de Georges Bizet, cuya faena más conocida y universal es "Carmen".
Bizet tejió una música arrebatadora, doliente y romántica. De no ser así, el argumento surgido de la novela de Prosper Mérímée sería hoy un panfleto de una España pavonada de charanga y pandereta. Asimismo de algún perdido olé patético tras una verónica desgarrada de celos a la orilla de las marismas del Guadalquivir.
El parisino salvó a "Carmen", la hizo inmortal, y hoy los amantes de la ópera la reverencian con efusión.
La cigarrera sevillana es ya un "mito" y cualquier requiebro que se haga con ella, no la hará perder ni un ápice de su grandeza.
Considerada desde su estreno como una genialidad, fue en alguna ocasión representada de forma bufa, y eso, si cabe, le hizo más perdurable; y lo dice un escribidor que contempla las grandes óperas igual a los amores idos: de tarde en tarde y sobre el recuerdo.
Hace unos cuantos meses, en Nápoles, en una pausa camino a la isla de Capri, pude contemplar a ese especie de genio de la escena llamado Jérôme Savary representando a Bizet con un montaje trasgresor y polémico, llenando la amplia acción de enanos, toreros y personajes almodovarianos. Vamos, los señores de la guerra de que hablamos al principio de estas líneas saliendo al campo de batalla gótico.
No faltaron travestís, tricornios, amores sáficos, rumba, cuernos y manzanilla. Allí, en el Teatro San Carlos, obra del arquitecto Domenico Fontana y frente a la Galería Humberto, Savary resucitaba el mito de la cigarrera con una fórmula escandalosa.
El experimento se asentaba en una parodia que reinterpreta mordazmente el libreto y la partitura originales. De hecho, Carmen sobrevive a la muerte gracias a un trasplante de corazón y termina enamorándose de Micaela en un garito sevillano de la España del estraperlo.
Carmela ya no lleva la navaja en sus muslos: pervive en el humo de un tabaquillo y en el sonido de pianolas callejeras.
rnaranco@hotmail.com
A raíz de ese mundo de bambalinas fatales he creído que si un hombre o mujer leyera a lo largo de su existencia las comedias del genio de Stratford hallaría la esencia - compasiva o pérfida - del ser humano.
Lo expresó Víctor Hugo percibiendo en una noche de truenos, lluvia inclemente y niebla, los gritos del príncipe de Dinamarca: "¡Hamlet! Espantoso ser en lo incompleto. Serlo todo y no ser nada. Es príncipe y demagogo, sagaz y extravagante, profundo y frívolo, hombre y neutro (...) juega con cráneos humanos en un cementerio, aterra a su madre, venga a su padre, y termina con un gigantesco signo de interrogación el temeroso drama de la vida y de la muerte."
Vamos de la luz a la sombra en un hálito, y en medio de esa micra de segundo, se desnudan, sobre una puesta en escena o acto sacramental pagano, cada una de las más bajas connotaciones humanas, el perpetuo odio y la bestia salvaje nacida en lo más insondable de nuestras entrañas.
Hamlet nos fascina, aún siendo portentosamente terrible, espeluznante y al mismo tiempo irónico.
De Shakespeare se puede decir todo. En sus comedias hay un cosmos en miniatura. Nada se le escapó. Y si alguien llegara a nuestro planeta azul partiendo de una lejana galaxia y deseara conocer al ser que anda en dos piernas y piensa a plenitud, sería suficiente con estudiarlo.
Y esto tiene su razón: Todo conflicto belicoso -por pequeño que sea y cada día hay más- es una puesta en escena, un espectáculo multicolor, con la excepción de algunos muertos, nada estéticos, dispersos sobre el campo de hostilidades recubiertos con sonidos de timbales, notas de un pentagrama de expiración.
En el siglo XVII, los italianos crearon una "beligerancia" musical y alguien lo llamó "opus" (obra) cuyo plural latino es ópera, una representación dramática cantada. Y así, tomando un poco del teatro griego clásico, en el que a partir del fuerte contenido del coro ayudaba a las palabras a revestirse deformas alteradas, llegamos a los textos y partituras actuales, cuando el "bel canto", con las nuevas técnicas vocales y las diversas escuelas, se terminó convirtiendo en una puesta en escena asombrosa.
Dicho divertimiento cortesano ha servido para obtener entre el romanticismo centroeuropeo de Wagner y Berlioz las partituras de Georges Bizet, cuya faena más conocida y universal es "Carmen".
Bizet tejió una música arrebatadora, doliente y romántica. De no ser así, el argumento surgido de la novela de Prosper Mérímée sería hoy un panfleto de una España pavonada de charanga y pandereta. Asimismo de algún perdido olé patético tras una verónica desgarrada de celos a la orilla de las marismas del Guadalquivir.
El parisino salvó a "Carmen", la hizo inmortal, y hoy los amantes de la ópera la reverencian con efusión.
La cigarrera sevillana es ya un "mito" y cualquier requiebro que se haga con ella, no la hará perder ni un ápice de su grandeza.
Considerada desde su estreno como una genialidad, fue en alguna ocasión representada de forma bufa, y eso, si cabe, le hizo más perdurable; y lo dice un escribidor que contempla las grandes óperas igual a los amores idos: de tarde en tarde y sobre el recuerdo.
Hace unos cuantos meses, en Nápoles, en una pausa camino a la isla de Capri, pude contemplar a ese especie de genio de la escena llamado Jérôme Savary representando a Bizet con un montaje trasgresor y polémico, llenando la amplia acción de enanos, toreros y personajes almodovarianos. Vamos, los señores de la guerra de que hablamos al principio de estas líneas saliendo al campo de batalla gótico.
No faltaron travestís, tricornios, amores sáficos, rumba, cuernos y manzanilla. Allí, en el Teatro San Carlos, obra del arquitecto Domenico Fontana y frente a la Galería Humberto, Savary resucitaba el mito de la cigarrera con una fórmula escandalosa.
El experimento se asentaba en una parodia que reinterpreta mordazmente el libreto y la partitura originales. De hecho, Carmen sobrevive a la muerte gracias a un trasplante de corazón y termina enamorándose de Micaela en un garito sevillano de la España del estraperlo.
Carmela ya no lleva la navaja en sus muslos: pervive en el humo de un tabaquillo y en el sonido de pianolas callejeras.
rnaranco@hotmail.com
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