Hace poco más de medio siglo, en febrero de 1964, los Beatles llegaron por primera vez de gira musical a Estados Unidos. Si bien ya para entonces su popularidad se acrecentaba día tras día, esa visita al enorme y dinámico mercado norteamericano fue decisiva en el camino de conversión de un fenómeno que empezó en la ciudad inglesa de Liverpool, en modestos locales visitados por escasos y dedicados seguidores, en una tormenta sociocultural de alcance global, con repercusiones que aún experimentamos. Me refiero, desde luego, a lo que se denomina cultura popular, que de un modo u otro nos atañe a todos.
Lo que en estas notas designo como “el mundo de los Beatles” constituye en realidad tres mundos, obviamente interconectados pero a los que resulta útil distinguir. De un lado el mundo de la música de los Beatles; de otro lado el entorno en que esa música se insertó, del que fue expresión y al que contribuyó a cambiar. Finalmente el espacio y búsqueda vital de la banda o grupo musical como tal, el de las cuatro personalidades que integraron ese misterioso motor de creatividad, sobre el que diré pocas palabras.
Para la generación a la que pertenezco, que éramos adolescentes y jóvenes en los años sesenta del pasado siglo, los Beatles fueron una revelación y un ícono o símbolo de pertenencia e identidad muy importante. Y ello se aplica nos gustase o no su música, su estilo e impacto en diversos planos de la existencia, desde la moda hasta la escogencia entre rebelión personal o adaptación al medio ambiente que nos rodeaba.
Estoy lejos de proclamarme experto en asuntos musicales, se trate de música clásica o popular, pero no se requerían hondos conocimientos para apreciar, durante esos años de inmensas transformaciones en Occidente, que los Beatles tenían enorme talento, y que su música jamás se estancó en el pantano de lo puramente comercial, sino que evolucionó con intensidad y originalidad en cuestión de poco tiempo, definiendo una época, inspirando a centenares de imitadores en todas partes, y deleitando a millones de fans alrededor del planeta.
En una primera etapa su música fue ciertamente directa, clara y sin adornos, un rock a la vez simple y lleno de fuerza; pero ya hacia la mitad de esa década convulsionada y aventurera, con sus LP Alma de goma (Rubber Soul, de 1965) y Revolver (1966), los Beatles dieron pasos cruciales hacia esa cima de la música pop que es el LP tituladoEl Sargento Pimienta y su banda de corazones solitarios (1967), un producto de excepcional sofisticación y calidad en su ámbito que reacomodó, recompuso y reconstruyó la música popular desde sus cimientos. El Sargento Pimienta expresó las inquietudes de toda una generación, la del “flower power”, la del “verano del amor” y el Festival de Woodstock. Para los que observábamos todo esto desde Venezuela, las vibraciones de ese huracán sociocultural nos resultaban a la vez lejanas y extrañamente propias.
Con el paso del tiempo y debido a los efectos de la beatlemanía a nivel global, se perdió de vista un hecho clave: los Beatles eran profundamente ingleses. Cuando estos cuatro muchachos de Liverpool, todos ellos nacidos en el seno de los sectores sociales menos pudientes de la empobrecida Inglaterra de los años cuarenta y cincuenta, arribaron a Nueva York en 1964, se puso de manifiesto un singular contraste. Por una parte, miles de adolescentes se agolpaban para presenciar sus presentaciones personales en teatros y estadios, en medio de un ensordecedor bullicio y un incontrolable tumulto, que impedían escuchar la música y amenazaban con desbordarse en violentos motines. Pero por otro lado y sorprendentemente, lo que se veía en el escenario era a cuatro jóvenes, con el cabello sin duda un poco largo (muy poco para entonces) pero simétricamente cortado, que cantaban y tocaban sus guitarras eléctricas sin excesivos movimientos, vestidos con formales trajes oscuros, camisas blancas y corbatas, y quienes al concluir cada pieza hacían una profunda reverencia, como si estuviesen inclinándose ante la reina Elizabeth II.
Durante ese primer período de su desarrollo los Beatles encarnaron la profunda relación inglesa entre la libertad y el orden, entre el cuestionamiento a lo existente realizado, no obstante, dentro de una estructura de convencionalismos y normas que se sostienen en el tiempo sin grandes fisuras. Pero ese equilibrio, originado en tradiciones arraigadas en el lugar y tiempo en que los Beatles crecieron desde la niñez a la juventud, quedó atrás a medida que se convertían en un fenómeno cultural planetario. El mundo en que surgieron los Beatles se movía precariamente, como sobre una cuerda floja, entre el pasado y el futuro. Con los Beatles a la cabeza en el terreno musical, ese mundo se lanzó desbocadamente hacia el futuro.
¿Y qué mundo nació en los sesenta, una década inigualable en cuanto a experimentación vital en todos los órdenes? Ni el espacio ni el limitado propósito de estas notas permiten indagar sobre un tema tan vasto y complejo. Tan solo apuntaré lo siguiente a manera de conjeturas exploratorias. Pienso que si bien es cierto que esos años generaron inmensos cambios culturales en numerosos terrenos, las transformaciones políticas como tales no fueron tan grandes en el corto y mediano plazo, con las únicas excepciones del movimiento a favor de los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos y contra la guerra de Vietnam. En otras palabras, las democracias avanzadas de Occidente siguieron siendo gobernadas, en lo esencial, como venía ocurriendo desde 1945. Sin embargo, los hondos procesos de transformación cultural y tecnológica tuvieron eventualmente una impresionante repercusión política.
De un lado, creo, sería errado subestimar los efectos que la rebelión juvenil en Occidente tuvo más allá de la Cortina de Hierro, en los países comunistas de Europa Oriental y la URSS. Las nuevas actitudes y valores ejercieron su influencia en la gradual desilusión de las nuevas generaciones frente al anquilosado y mediocre clima cultural del socialismo soviético. De otro lado, el hedonismo de la generación de los Beatles y las siguientes, la rebeldía contra el mundo heredado de los padres, una rebelión que carecía de clara conciencia acerca de lo mucho que los jóvenes debíamos a ese pasado, produjo en Occidente la generalizada convicción de que todo estaba y está permitido, de que la libertad equivale al libertinaje y de que las responsabilidades son cargas más bien inaceptables, de las que es imperativo en lo posible escapar. Como resultado, al menos parcial, de todo ello, nuestra civilización hoy se encuentra crecientemente extraviada en cuanto a los valores que dice defender, y sobre todo en cuanto a qué sacrificios está dispuesta a hacer para protegerlos.
Sería desde luego absurdo e injusto atribuir a los Beatles la culpa de esto, aunque alguna culpa recae sobre sus hombros. Lo digo pues la banda, y en especial su líder, John Lennon, potenciaron extraordinariamente la transfiguración de las estrellas de la música popular y el cine en especie de personajes mesiánicos, profetas de una nueva era de paz y armonía, basada en la bondad y en una inextinguible superficialidad interpretativa sobre la naturaleza humana y las complejidades y exigencias de la política. Cabe en tal sentido recordar los famosos “happenings” en los que Lennon y su esposa japonesa, Yoko Ono, se mostraban ante una ingenua y frívola prensa internacional sentados sobre una cama durante varios días, posiblemente drogados, exponiendo un evangelio confuso en aras de una etérea paz mundial.
Desde luego, todo esto podría ahora considerarse inofensivo y hasta ridículo. No obstante en su momento no fue tan fácilmente desestimado, y me atrevo a sostener que durante esos años y a través de personajes como Lennon, empezó a tomar cuerpo un proceso de ablandamiento psicológico y enredo moral y conceptual que hoy ha devenido en el credo acuoso de la “corrección política”, de aquello que en Europa algunos califican como “buenismo”, y que se resume en el postulado según el cual la paz es un fin en sí mismo alcanzable mediante los buenos deseos de algunos idealistas iluminados, y no la consecuencia de la seguridad, así sea precaria (siempre lo es) afirmada entre los diversos actores del sistema internacional.
Obviamente, lo anterior nos aleja de los Beatles como grupo musical y de sus diversos y con frecuencia notables logros en su campo. Su impacto sociocultural es innegable y su carrera en diversos planos sintetizó ese tiempo casi mágico, los sesenta y setenta del pasado siglo, tiempo que fue una moneda de dos caras: De un lado una explosión de la imaginación y la creatividad en diversos órdenes, y de otro lado un deslave moral en el que millones terminaron escapando de la realidad por diversos métodos, sin conseguir las más de las veces otra cosa que una muerte estéril en el abismo de la droga.
Concluyo con esto: dediqué unas horas el pasado fin de semana a escuchar otra vez algunos de los grandes discos de los Beatles. Admito que me invadió una gran nostalgia, la que todos –presumo– sentimos al recobrar un pedazo de nuestra juventud.
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