Autoretrato (1630), de Rembrandt van Rijn
A Rafael Cadenas se le han hecho excelentes entrevistas en torno a la poesía, pues ésta es su forma de decir más acabada. Forma hecha de su vivir en la calle, en familia; de su labor como profesor en la Escuela de Letras en la Universidad Central de Venezuela, de las lecturas y de los sucesos que más lo afectan.
Tratándose de una persona ocupada en la reflexión y en la precisión del lenguaje –en cuanto instrumento que «maneja» realidades–, que nos da a través de sus charlas y sus textos, en última instancia, motivaciones vitales expresadas en palabras, le plantearemos esta vez los temas en su estado de choque, las reflexiones, la palabra: el dedo que señala y qué es lo que señala.
De antemano sabemos que a nuestro entrevistado le molestan sobremanera las opiniones como conceptos definitivos y que durante nuestra charla con él deberemos permanecer alerta para no creer, por rutina, que estamos oyendo la última doctrina contra las doctrinas. No, éste deberá ser un coloquio con la persona sencilla, con dudas y fundamentalmente viva que es Rafael Cadenas.
Iniciamos la conversación con el tema (planteémoslo así) del conflicto cultura-individuo. Conflicto que vendría de considerar a la cultura como algo externo y científicamente «estudiable» sin tener en cuenta que el instrumento con que se analiza, el lenguaje, es también –y por excelencia «el hecho»– cultural.
¿Crees que podría haber un comportamiento que se salga de la cultura?
En nosotros se entrelazan naturaleza y cultura. Se puede entonces entrever un espacio en que la primacía la tenga la naturaleza. Sería un callar de la cultura, para que nazca lo prístino.
Creo que todas las vías negativas tienen que ver con esta posibilidad. Desde Nagarjuna hasta Krishnamurti, desde Eckhart hasta Molinos. Aquellos hablan de vacío o ausencia de pensamiento, estos de alma o suspensión de facultades, pero todos apuntan a restablecer contacto con una fuente que no es personal.
¿Y qué sería lo espontáneo?
Dejar ser nuestras reacciones. Pero hay que tener cuidado con esta palabra. Alguien puede dar en querer cultivar la espontaneidad, esforzarse por ser espontáneo, o pensar que haciendo o diciendo ciertas cosas puede alcanzar la espontaneidad. Entonces vemos una triste espontaneidad, una espontaneidad deliberada, una caricatura.
Cultura es un logro que el individuo hereda de la sociedad: el más alto (las costumbres, el lenguaje, el pensamiento), pero hoy parece que nos referimos a ella como a algo ya acabado, hecho; que nuestra forma de participar en ella está circunscrita a tejer con sus materiales dados, obras de deducción; en esta situación ¿dónde estaría lo creativo?
Lo creativo viene de ese espacio donde ya no somos cultura aunque se manifieste dentro de ella, usando sus materiales imprescindibles, los medios que pone en nuestras manos. Ambas dimensiones se complementan –la de ese espacio y la que llamamos cultura– aunque haya una constante querella entre ambas. Personas que viven para o desde la primera ostentan desdén hacia la cultura y personas que viven desde la cultura pierden su conexión con lo originario. En los dos casos hay empobrecimiento, de signo diferente.
Nunca he entendido por qué, en el campo de la realidad, que es esencialmente inclusiva, deba haber exclusiones.
Los hombres del ser miran con desconfianza el hacer del hombre, el producto de sus manos; lo ven como producto de la ilusión. Los hombres de la cultura, los intelectuales, tienden a fundar su vida sólo en la cultura; por eso sus obras resultan unidimensionales, sin conexión con lo más importante, con lo que nos sostiene.
Mucha literatura latinoamericana adolece de esta carencia. Se reduce a lo social o a lo cultural. Olvida el fundamento.
Las relaciones sociales, políticas, económicas, etc., se definen hoy como competencia, y en toda competencia hay siempre, por lo menos, dos contrincantes: dentro de los esquemas también oponerse es competir, ¿crees que la única forma de participar socialmente es aceptando esta invitación a la competencia, intentando ganar?, ¿no sería la forma de cristalizar lo que nos proponen, aceptar el juego?, o ¿piensas que existen otras posibilidades?
Un juego implacable. Dentro de los esquemas que guían a los adversarios no puede surgir lo nuevo. Hay una monotonía mecánica entre los comprometidos. No surge nada que no venga de la cabeza de los dirigentes, que no proceda de las ideas. Es el terreno de la ideocracia, como llamaba Unamuno el poder inmerecido de las ideas. Esas relaciones son mentales, es decir, tienen que ver con solo una parcela de la vida.
Una razón de esa actividad es la necesidad de sentirnos importantes, más poderosa que el vivir mismo que parece no bastar. Pero sospecho que cuando alguien se da cuenta del misterio insondable que es vivir le da la espalda a todas las ideas, se queda con ese solo hecho, vivir. Es suficiente para colmar una vida. Entonces, por ejemplo, cualquier pensamiento es inferior al hecho de que haya pensamientos, de que se produzcan, o inferior al hecho de que podamos ver o tocar o escuchar o inferior al hecho de respirar.
Hay quienes opinan que ser individuo es ser egocéntrico y de ahí que cualquier cambio en el pensamiento social no podrá darse individuo por individuo sino masivamente –entendiendo con ello dos formas diferentes– ¿no será ésta una manera de diluir toda responsabilidad, hasta la propia? ¿Un no poder salir del estado de relación paterno-filial hacia el de adulto?Ser individuo implica haberse dado cuenta del peligro que representa el ego como centro. De manera que en cierto modo está reñido con cualquier forma de egotismo. Es decir, ser individuo es no ser individualista. Ser egocéntrico es no ser individuo.
El individuo es un hecho único, algo que existe una sola vez, distinto a todo.
Una transformación social que no respete la individualidad, que tienda a unificar desde la ropa hasta el pensamiento, que exalte lo igual (lo igual no es natural), que dicte principios, que trate de regimentar la vida, no vale la pena, no puede llamarse revolución. El individuo es y será siempre real. Hay que decirlo, pues está constantemente amenazado. Aquí en Venezuela, por ejemplo, la fiebre del disparatado «desarrollismo» constituye un peligro para el ser humano, pues invierte los términos. Pretende ver al hombre como medio para un fin sumamente dudoso, como «recurso natural», como «capital». Este es un crimen. El hombre no puede estar subordinado a nada inventado, confeccionado, creado por él mismo. Ni a la sociedad, ni al estado, ni al «progreso»; están hechos para facilitarle su subsistencia, pero no pueden colocarse como fines. Esta inversión es lo que impide que Venezuela sea una comunidad realmente humana, lo que torna inútil al Ministerio del ambiente, lo que hace que Caracas no sea una ciudad sino un garaje con edificios, en fin, lo que inclina la balanza del lado de la codicia cuando en el otro lado está el hombre.
Encuentro muy grave el efecto del desarrollo a que nos hemos dado. ¿Qué vamos a hacer con un país tecnificado, pero sin madurez, es decir, que no se interroga sobre el sentido de lo que hace o quiere hacer? Cuando digo sentido, hablo radicalmente; me refiero al sentido último del hacer.
Sería muy distinto y mejor si dijéramos: no sabemos qué significado tiene esta civilización, pero estamos dispuestos a inquirir. Este no sabemos es muy honesto. Por eso cuesta tanto y tendría un efecto enorme en este momento.
Se dice que los programas de educación dejan un amplio margen para la libertad de los alumnos y del profesor, pero lamentablemente –quizá por rutina– esto no se da así. ¿Qué opinas de esta situación y de la educación en la familia, en la primaria, en la secundaria, en la universidad y en general?
Aquí todo es confuso en cuanto a educación. Creemos que con programas y resoluciones vamos a arreglar el problema cuando lo importante es que haya personas que puedan enseñar, y aprender, sobre todo aprender, con los niños. Si el maestro y el profesor son seres inteligentes, no importa que los programas y resoluciones sean malos; lo contrario si es desastroso. Hemos complicado mucho las cosas. Cada vez se centraliza más una actividad que tanto necesita la iniciativa personal. ¿Quién controla a los controladores? Ellos creen que saben, ¿pero quién sabe sobre educación? Poquísimas personas en el mundo. ¿De dónde esa seguridad fabricadora de disposiciones, sistemas, técnicas? Los encargados de la educación requieren mucha, muchísima humildad, es lo único que puede despertarles el instinto educativo, aprender con aquellos que van a enseñar, no imponerles esquemas sacados de una pedagogía que cambia constantemente y en la que los teóricos no se ponen de acuerdo.
Creo que la primaria debería dedicarse sobre todo a enseñar al niño a leer y escribir bien. ¿Cómo? Leyendo lo mejor y copiando o tomando dictados. Esto es suficiente. No hace falta enseñar gramática. La lengua se aprende sin su teoría, inconscientemente. Después, si el niño resulta escritor, tampoco la necesita, pero puede estudiarla aunque es más difícil de lo que se cree.
El proceso de lectura debe continuar en bachillerato, dándosele preferencia a la literatura moderna. Es mejor lo moderno a lo antiguo y no como se pretende aquí. A un muchacho que habla una jerga de origen hamponil, recogida y reafirmada por telenovelas, se le obliga a leer la literatura castellana del siglo trece o catorce. Esto es absurdo, la mejor manera de que odien la literatura, la lengua, la expresión, y sigan dentro de un mundo lingüístico cada vez más pobre, inválidos del habla, castrados del lenguaje. La lengua es fundamental en primaria y bachillerato, la lengua y no la gramática; lo demás viene por añadidura.
A los niños y los muchachos se les debe dar lo mejor del mundo, no sólo lo mejor de Venezuela.
La carencia en el plano de la lengua tiene mucho que ver con la crisis espiritual que vivimos; ese empobrecimiento la refleja mucho y a su vez repercute en ella acentuándola.
Aquí tocamos algo muy importante, el vehículo del pensamiento o el pensamiento mismo. ¿Podrías ampliar algo más esta reflexión sobre el lenguaje?
Esta relación no suele señalarse. Es curioso, como si el deterioro que una lengua sufre no tuviera nada que ver con otro deterioro, como si lengua y espíritu no marcharan a la par. Debemos admitir que hay un empobrecimiento del lenguaje, no sólo en Venezuela o en el ámbito español, sino en el mundo, y que este empobrecimiento es un síntoma que remite a zonas más profundas del vivir. ¿Cuál será entonces la enfermedad ¿La destrucción del humanismo? ¿Su sustitución por otro o por una civilización técnica cuyo lenguaje es un newspeak?
Vale la pena recordar que el newspeak de Orwell es una exageración del basic english y tiene el propósito de limitar el número y el significado de las palabras para que ciertos pensamientos no puedan existir. Y me pregunto: ¿no habla la mayoría de los venezolanos un basic spanish? ¿no estamos en camino hacia la tierra del newspeak, hacia el lenguaje de la ocultación? ¿no es fácil pasar del español básico a la barbarie?
De nuevo regresas directamente al centro, a un punto de escisión. ¿Cómo sería esta relación?
La relación que he mencionado no tiene carácter de axioma. Hay personas que hablan muy bien y por eso precisamente pueden esconder su indigencia –llamo indigencia sobre todo a la falta de conciencia respecto a nuestra indigencia–. Habría que distinguir entre facilidad de palabra y expresión. Aquella es una destreza y ésta lo que la sensibilidad dice. En la primera, cuando va sin la expresión, no se siente una relación honda con el lenguaje.
Existe una cultura de la lengua que entre nosotros se descuida mucho y que no consiste en el simple hablar bien, aunque en esto también andamos mal. Al niño no se le enseña a amar las palabras, a conocerlas. Más bien las clases parecen estar dirigidas a lo contrario, a que deteste su idioma, pues se lo entregan asociado a reglas abstractas, muy áridas. O mejor, se lo quitan mediante la enseñanza sólo de la gramática y muy pocos lo recuperan. En Venezuela lee una minoría. La escuela no ha sido capaz de llevar los niños a la lectura. Si los mismos maestros y maestras no leen ¿cómo podrían?
Y retomando la sexta pregunta, ¿qué piensas de la educación en las universidades?
En las universidades los problemas son otros: el peligro del «aprendizaje» mecánico (que al ser mecánico ya no es aprendizaje, pues éste tiene que ser inteligente) y la aplicación también mecánica de los conocimientos, y el peligro de la deshumanización, de producir técnicos –técnicos en psicología, técnicos en literatura, técnicos en medicina, técnicos en economía, técnicos en arquitectura– no hombres con alma, sino técnicos. Grave azote. Ellos van a engrosar las filas de los hunos de la tecnología, no el país de seres que se interrogan, que compadecen, que claman. Ambos peligros van juntos y causan pavor.
¿Por qué las universidades no pueden formar humanamente? Pues porque al Estado y a la sociedad en Venezuela y en casi todos los países no les interesa tener hombres, esto es, individuos que sepan tomar distancia con respecto a lo colectivo, verlo, sino piezas útiles para el «desarrollo», y todas esa frases como «búsqueda de la verdad», «formación integral del hombre», «educación humanística» que adornan tantas declaraciones y discursos son simples embustes.
Este «desarrollo» que se ofrece a la sociedad venezolana como principal motor, como lo más digno de sus esfuerzos, no incluye el desarrollo interior. De manera que en el fondo es un subdesarrollo de lo fundamental, algo que constituye una amenaza. Una vez que estemos desarrollados como se pretende, seremos capaces de cualquier barbaridad, porque no habrá existido juntamente con este proceso un crecimiento de la conciencia. Yo noto en la sociedad venezolana el uso de los aparatos más modernos por personas de mentalidad muy primitiva, personas que ostentan automóviles último modelo, por ejemplo, pero a quienes el sexo escandaliza o añoran a un dictador o rechazan cualquier punto de vista que choque con sus prejuicios. Sé de lo que estoy hablando. No hago encuestas, pero observo bastante. Vivo en un área de clase media, ando a pie, tomo autobuses, carros por puesto, taxis; veo, oigo, percibo. Mis impresiones no son de experto sino de testigo que mira sin esquemas.
Quiero aclarar que no estoy contra la ciencia, la técnica o el progreso, pero sí contra las pretensiones de alzarlas a religión; a religión de un tiempo sin reverencia.
Si tuvieras que hacerle una entrevista a alguien cuya opinión considerases importante, ¿cuál sería, como ejemplo, una de tus preguntas?
Le preguntaría qué es para él vivir.
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