La Natividad de Jesús en una realidad conflictiva
Ese niño envuelto en pañales y en un pesebre marca un nuevo camino para alcanzar la paz
RAFAEL LUCIANI | EL UNIVERSAL
sábado 26 de diciembre de 2015 12:00 AM
Luego de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una crisis de identidad religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba al César oprimiendo a los que se le oponían. El mismo Juan el Bautista describirá la situación de corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc 3,10-15). Una sociedad sin esperanza ni rumbo. ¿Era posible la «paz sociopolítica» en un contexto así?
Para la cultura mediterránea, la paz era lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era la paz impuesta por las legiones romanas y sostenida bajo la lógica del «pan y circo» que no constituye a las personas en sujetos, libres y fraternos.
Este modelo de paz solo favorecía la abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos beneficios económicos, tanto al Imperio romano como a los líderes de los pueblos dominados y a las autoridades religiosas del Templo. Todo esto bajo una estricta censura política respecto de cualquier disidencia.
En este contexto nace Jesús en la más absoluta pobreza, entre el año 6 y 4 a.C. No aparecen símbolos de poder o estatus como armas, ejércitos o propiedades. Nace a la intemperie. El anuncio que el Ángel da a los pastores acontece en medio de condiciones adversas. Nace uno que representa a Dios y está en medio de los más pobres, el Emmanuel. Así, Dios toma postura en esta historia y opta por los pobres, los engañados y abandonados. Opta en favor de un mundo justo donde el poder se use para servir y no para el propio beneficio en menoscabo de las mayorías.
Los relatos del nacimiento de Jesús sirvieron para discernir la dura realidad sociopolítica que vivían las primeras comunidades. Primero, proclamaban un mensaje en contra de la propaganda imperial que divinizaba el ejercicio del poder político, justificando la opresión y la muerte en nombre de una paz ideologizada. Segundo, ponían en cuestión a los que se creían dueños de Dios, los líderes religiosos, cuyas prácticas carecían de compasión e imponían cargas pesadas de llevar en las conciencias de las personas.
Ese niño envuelto en pañales y en un pesebre marca un nuevo camino para alcanzar la paz. Pero requiere de la «buena voluntad»: sin armas, sin lujos y sin prácticas autoritarias. La humanidad de este niño desmonta los intentos por ideologizar la religión y sacralizar la política.
El nacimiento de Jesús se representa en Belén siguiendo la tradición mesiánica (Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42). Lo anuncia un Ángel a los pastores (Lc 2,11). Les dice: «no teman» (Lc 2,10). Lucas ha desmontado una proclamación imperial: es «Jesús, y no Augusto», el único Mesías; es «Belén, y no Roma», la ciudad donde se inicia la verdadera paz; fueron los «pobres, y no los ricos y poderosos», los que apostaron por un cambio. Sí hay esperanza: «no teman».
La fe y la esperanza trascienden las creencias religiosas y las adhesiones políticas, y asumen a todos sin mirar la condición moral. Es una buena nueva universal porque une a «todos los que tienen buena voluntad», mostrando que sí es posible un cambio. Ya no será la fuerza de David sino la impotencia del niño, el modelo de una nueva humanidad. Una que se reconocerá en «los pies del mensajero que anuncia la paz» (Is 52,7).
¿Seremos capaces de reconciliarnos y reencontrar la paz sociopolítica?
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
Para la cultura mediterránea, la paz era lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era la paz impuesta por las legiones romanas y sostenida bajo la lógica del «pan y circo» que no constituye a las personas en sujetos, libres y fraternos.
Este modelo de paz solo favorecía la abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos beneficios económicos, tanto al Imperio romano como a los líderes de los pueblos dominados y a las autoridades religiosas del Templo. Todo esto bajo una estricta censura política respecto de cualquier disidencia.
En este contexto nace Jesús en la más absoluta pobreza, entre el año 6 y 4 a.C. No aparecen símbolos de poder o estatus como armas, ejércitos o propiedades. Nace a la intemperie. El anuncio que el Ángel da a los pastores acontece en medio de condiciones adversas. Nace uno que representa a Dios y está en medio de los más pobres, el Emmanuel. Así, Dios toma postura en esta historia y opta por los pobres, los engañados y abandonados. Opta en favor de un mundo justo donde el poder se use para servir y no para el propio beneficio en menoscabo de las mayorías.
Los relatos del nacimiento de Jesús sirvieron para discernir la dura realidad sociopolítica que vivían las primeras comunidades. Primero, proclamaban un mensaje en contra de la propaganda imperial que divinizaba el ejercicio del poder político, justificando la opresión y la muerte en nombre de una paz ideologizada. Segundo, ponían en cuestión a los que se creían dueños de Dios, los líderes religiosos, cuyas prácticas carecían de compasión e imponían cargas pesadas de llevar en las conciencias de las personas.
Ese niño envuelto en pañales y en un pesebre marca un nuevo camino para alcanzar la paz. Pero requiere de la «buena voluntad»: sin armas, sin lujos y sin prácticas autoritarias. La humanidad de este niño desmonta los intentos por ideologizar la religión y sacralizar la política.
El nacimiento de Jesús se representa en Belén siguiendo la tradición mesiánica (Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42). Lo anuncia un Ángel a los pastores (Lc 2,11). Les dice: «no teman» (Lc 2,10). Lucas ha desmontado una proclamación imperial: es «Jesús, y no Augusto», el único Mesías; es «Belén, y no Roma», la ciudad donde se inicia la verdadera paz; fueron los «pobres, y no los ricos y poderosos», los que apostaron por un cambio. Sí hay esperanza: «no teman».
La fe y la esperanza trascienden las creencias religiosas y las adhesiones políticas, y asumen a todos sin mirar la condición moral. Es una buena nueva universal porque une a «todos los que tienen buena voluntad», mostrando que sí es posible un cambio. Ya no será la fuerza de David sino la impotencia del niño, el modelo de una nueva humanidad. Una que se reconocerá en «los pies del mensajero que anuncia la paz» (Is 52,7).
¿Seremos capaces de reconciliarnos y reencontrar la paz sociopolítica?
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
No hay comentarios:
Publicar un comentario