Hace cinco años Montejo dejó atrás la terredad para radicarse en Manoa
Se fue Eugenio Hernández Álvarez, pero aprisionado en sus libros y medido por las palabras de su literatura universal quedó el poeta de los heterónimos
Fue más bien Eugenio Hernández Álvarez quien murió aquél 5 de junio. Por supuesto que no se trata de Eduardo Polo, cuyo Chamario resuena cualquier domingo en alguna librería infantil, tampoco de Sergio Sandoval ni de Tomás Linden, que siguen juntando versos durante las mañanas lluviosas, mientras Jorge Silvestre pergeña una idea y Lino Cervantes discute acerca del significado de una palabra. Mucho menos se habló de la partida de Eugenio Montejo, quien sí entró a la universalidad hace un lustro, cuando por fin halló las torres de Manoa en el aire y abandonó aquella forma de habitar el presente y el mundo con civilidad, aquella condición del ser humano que se despedía del siglo XX que bautizó con el nombre de “terredad”.
Legado universal
Casi parece mentira que el caraqueño que amaba Valencia se fuera así, de un momento a otro, cuando se hallaba en la plenitud de su creación y comenzaba a reconocérsele en España, Portugal y en toda América Latina como uno de los grandes escritores en castellano. Ya era un autor fundamental en Venezuela desde 1998, cuando se le otorgó el Premio Nacional de Poesía, pues entre sus primeros poemarios se encuentran Élegos (1968), Muerte y memoria (1972),Algunas palabras (1976), Terredad (1978) y Trópico absoluto (1982), todos libros fundamentales de la lírica contemporánea del país.
En 1986, cuando el Fondo de Cultura Económica usó esos cinco libros para la antología Alfabeto del mundo, que reeditó y amplió en 2005 el sello español Pre-Textos, comenzó a construirse el camino de su internacionalización, al que contribuyeron también otras obras suyas más conocidas como Adiós al siglo XX, que se editó en 1997, yPartitura de la cigarra, de 1999. Luego vino Papiros amorosos (2002), entre otros. En 2004, cuando le otorgaron el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, la literatura de Montejo ya contaba con una sólida grey, entre quienes estaban Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, que incluyeron en su película 21 gramos los primeros versos de un poema suyo –“La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, /hasta juntarnos por fin en este sueño, / como fue escrito en el Simposio”–.
Si ha de asumirse a Fábula del escriba (2006) como su último libro, puede vérsele como un testamento poético. Allí Montejo se evidencia, una vez más, como el hombre que transformaba la experiencia real en el verbo de su tiempo, como hombre que mira su momento para comprenderlo: “No escriba […] desde otro mundo / ni con mi insomnio hile la urdimbre de su cábala”.
Y es esa cualidad universal la que hace que en el mundo se llore también la partida de Montejo. Así, la editorial española dirigida por Manuel Borrás –gran amigo del poeta– publicó en noviembre del año pasado el bello libro Para Eugenio Montejo: un homenaje seguido de una selección de poemas, que recuerda no sólo al hombre de letras que fue el poeta, sino al amigo, al familiar y al profesor según la pluma de quienes estuvieron a su lado. La obra preparada por Gustavo Guerrero incluye 33 ensayos sobre el autor y 20 poemas de su pluma escogidos por el consejero literario para la lengua española de la casa Gallimard en París.
A pesar de la estatura internacional de Montejo, la crisis nacional –quizá un poco por ausencia de papel para imprimir y otro poco por falta de ganas– ensombreció la ya de por sí triste conmemoración. Aparte de un recital que se celebrará mañana en la noche en la sala de la Biblioteca Los Palos Grandes que lleva su nombre, la discusión sobre su legado que se llevará a cabo durante la decimocuarta Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (que se celebrará del 12 al 20 de octubre) y la reedición de su obra completa que -informó Bernardo Infante Daboín- prepara el sello BID & Co, la conmemoración del aniversario ha pasado casi inadvertida en el país que lo vio nacer el 19 de octubre de 1938.
La excepción es el bello tributo desde la literatura infantil que le hace Ekaré con la reciente publicación de la obra inédita hasta la fechaDisparate, un libro-álbum ilustrado por Gerald Espinoza, que cuenta la historia de un chico que sale de expedición en un país donde todo iba al revés para buscar a un ser querido que se ha perdido inexplicablemente.
Y quién duda que ése justamente sea el sino del Eugenio que se fue: abandonar la terredad que conoció como Venezuela, y también como república bolivariana, para hallar sentido en Manoa o en el cielo al lenguaje y a otros asideros simbólicos de un país que se desangra en dos mitades.
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