Guillermo Mujica Sevilla || De Azules y de Brumas
La plaza Bolívar de siglos XVII y XVIII
La víspera de su fallecimiento, en nuestra redacción recibimos el último artículo seleccionado por el doctor Guillermo Mujica Sevilla. Lo envió como lo hacía desde hace 40 años. Lo publicamos como un homenaje a la memoria del Cronista de Valencia.
Al principio fue un cuadrilátero sin más adorno que una rala arboleda y con el solo aditamento de un cercado de cañas y rústicos maderos que impedía la entrada de animales a su interior. Una capilla de reducidas proporciones y humildes pertenencias, varias casas construidas mediante el mismo sistema de barro y horconaduras practicado por los aborígenes y dos o tres corrales destinados al encierro de ganado lanar y cabrío, se agrupaban en su alrededor. A diario se le utilizaba como matadero y mercado, y en ocasiones para “fiestas de a caballo” De tal cuadrilátero, que junto con su demarcación recibe el nombre de “Plaza Mayor” son las noticias que nos llegan desde el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII. En las décadas postreras del segundo siglo, es cuando los cronistas empiezan a señalar y elogiar la frondosidad de sus árboles, a llamarla “hermosa plaza” y a decirnos que poseía marco de aceras enlajadas.
Presentando el último de los aspectos anotados recibe a la multitud jubilosa que viene a congregarse en su seno, al tener la información de los acontecimientos caraqueños del 19 de Abril de 1810; y transcurrido poco tiempo al Generalísimo Francisco de Miranda, cuando entra victorioso a la ciudad el 13 de agosto de 1811, trayendo entre sus oficiales al futuro Forjador de Cinco Patrias y el futuro Gran Mariscal de Ayacucho. Presentando igual aspecto sirve de centro de operaciones en los dos sitios de Valencia, siente repercutir en su ámbito las voces encendidas de Rafael Urdaneta y Juan de Escalona, sabe de la diligencia patriótica de Mercedes Párraga y Ángela Lamas: y al utilizársele en julio de 1814 para consumar el sacrificio de Francisco Espejo, gana perpetuidad la gloria de ser teniente de aquella sangre libertadora, cuyo derramamiento fue soplo avivador de la flama heroica que habría de calcinar los emblemas del despotismo íbero en suelo americano.
Más tarde nos la reseñan engalanada con el verde refrescante que ofrece a la vista, el apretado follaje del bambú, con pasillos enladrillados, atractivos jardines, sardineles alineados y cuatro grandes bancos semicirculares, de construcción y lineamientos análogos a los del Puente Morillo y La Glorieta.
Finalizando la primera década ochocentista cambia totalmente de apariencia gracias a la preocupación fecunda que inspira a su lar nativo al carabobeño presidente de la República, general Hermógenes López. Se le dota del más suntuoso monumento erigido hasta entonces en Venezuela al Padre de la Patria, se le da una acertada disposición a sus avenidas interiores, se le pavimenta con “cemento romano” y se reconstruyen las barandas de hierro que determinan su perímetro. En adelante será tenido como el primer parque sudamericano que se alumbró por sistema eléctrico.
Llegado el año centenario de la Batalla de Carabobo queda resuelto, no sin razones para ello, ordenar el retiro de su barandaje y sustituir su ya menguado piso de cemento por otro de mayor lujo y acorde con la moda imperante. Ahora se adornará con mosaicos de discretos dibujos y bellas tonalidades. Bajo esta faz la conocimos nosotros, una vez alcanzada la edad infantil que permite a la mente captar el significado de las cosas y distinguirlas entre sí; y bajo esta faz, pero con la adición transitoria de cuatro quioscos levantados en cada uno de sus ángulos, y de numerosas bombillas que al ser encendidas formaban el tríptico de colores nacionales, pudimos admirarla en 1930 durante los actos conmemorativos de la muerte del Libertador.
Próxima la fecha en que se cumplirían los cuatrocientos años de haber llegado el capitán Alonso Díaz Moreno a las heredades de la bella y arrojada Tibaire, torna a ser objeto de atención oficial, y así obtiene el sobrio pavimento de granito y muchos de los adornos que luce en la actualidad. Sin embargo, de igual data es el estrado en que realiza la Banda “24 de Junio” sus periódicos conciertos; estrado que no obstante ser hermoso y estar llenando el cometido de enaltecer la memoria de algunos virtuosos del pentagrama vernáculo, viene a constituir un factor que rompe, lastimosamente, la ponderada simetría del paraje recreativo en que se halla.
Esta es, consignada a rasgos apresurados, y por ende imprecisa, la historia de la plaza Bolívar; la historia de ese cuadrilátero, de ayer, hoy arteria vitalizante de la ciudad, de nuestra cuna llena de romanticismo y el orgullo infinito de su opulenta tradición.
Artículo tomado de la Revista In-Fórmate Nº 50 (Mayo 1977)
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