Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 17 de noviembre de 2013

El curso de la historia, hasta hoy turbulento e irrefrenable, no ha parado mientes en imperativos categóricos ni principios morales. La ética no ha sido obstáculo ni alcabala para las fuerzas motrices del avance -o los retrocesos- que han tenido lugar a lo largo de estos milenios civilizatorios. Lo señaló con su asombrosa, profunda y enciclopédica lucidez Georg Wilhelm Friedrich Hegel, uno de los más grandes pensadores alemanes


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16/11/2013 

La corrupción es elemento esencial de las dictaduras


Carlos Sánchez Berzaín (*)
Corromper es depravar, dañar, pudrir, pervertir, sobornar, estragar, viciar, y en política se presenta por medio del poder y de la función pública para beneficio personal. La corrupción es sin duda una condición lamentablemente presente en toda sociedad humana, pero la cuestión radica en la actitud del Gobierno de cada Estado respecto a la manera como se la puede tratar (ignorar, tolerar, asumir o prevenir, poner en evidencia y sancionar).
Un Gobierno debe escoger entre combatir y luchar contra la corrupción, o tolerar, alentar e incluso asumir la corrupción como mecanismo de gestión. La elección es solo entre ser o no ser corrupto.
La actitud de un Gobierno respecto a la corrupción está inicialmente determinada por el marco institucional del Estado, esto es por el conjunto de leyes, normas y procedimientos, la permanencia y vigencia de los mismos.
Es esencial el nivel de acceso a la información y la libertad de prensa para que los casos sean conocidos por la opinión pública con entera libertad; fiscales y jueces independientes y libres de presión son imprescindibles; autoridades con obligación de rendición de cuentas y sometidas a control permanente y abierto son la únicas aceptables.
Para una efectiva política contra la corrupción es necesaria la vigencia de los elementos fundamentales de la democracia: Libertad, respeto a los derechos humanos, Estado de Derecho, institucionalidad, libertad de prensa, opinión pública, división de poderes.
Las dictaduras son por su propia naturaleza regímenes por encima de la ley, o sea, al margen de la ley. En las dictaduras el gobernante dicta y somete al pueblo a sus dictados, así sea por medio de sus leyes. Aún con supuesto apoyo electoral, no hay institucionalidad, no hay Estado de Derecho, no hay respeto a las libertades, no hay prensa libre ni opinión pública independiente, no hay jueces imparciales: Hay corrupción.
La corrupción es para los dictadores del siglo XXI una política de Estado. Las dictaduras no son sostenibles sin corrupción. La corrupción de origen nace con el fraude que comenten en las elecciones para simular democracia como ha sucedido en Venezuela y Ecuador, Bolivia y Nicaragua; se sostiene con la liquidación de los adversarios políticos y de los líderes de opinión que no se subordinan, y se consuma con la suplantación del orden constitucional y legal.
La corrupción de ejercicio se evidencia en sus gobiernos plagados de nepotismo, donde han creado "familias reales" que se consideran como parte del poder, pero sobretodo de sus beneficios, como el clan de los Chávez o el hijo de Maduro en Venezuela.
Cuando los países controlados por los dictadores del siglo XXI incrementan su condición de productores, exportadores y comercializadores en la cadena del narcotráfico. Cuando exhiben la multiplicación de "nuevos ricos" como la "boliburguesía" en Venezuela, o los parientes y socios del presidente o vicepresidente en Bolivia, o el gran hermano y el gran primo en Ecuador, o la pública demostración de su fortuna en Nicaragua.
Cuando los pueblos no pueden conocer el monto y detalle de la deuda de sus países, como en los créditos chinos, o cuando compran chatarra a precio de alta tecnología.

Todos los dictadores del socialismo del siglo XXI son dueños directa o indirectamente de medios de comunicación, de empresas contratistas, de recursos ilimitados para su acción política y del Estado mismo (como sucede en Cuba y en Corea del Norte).


Son compradores compulsivos y viajeros impenitentes, con aviones nuevos. No hay nadie que los controle y menos -por ahora- que les pueda pedir cuentas. Estos gobernantes son solo la cabeza de grupos de corrupción a los que alientan con la impunidad y protegen desde el poder. Esta es la forma como le cuentan a sus pueblos -en otro acto de corrupción- que luchan contra la pobreza y se oponen al capitalismo.

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Notitarde 16/11/2013 

Mensaje sin destino


Antonio Sánchez García
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El curso de la historia, hasta hoy turbulento e irrefrenable, no ha parado mientes en imperativos categóricos ni principios morales. La ética no ha sido obstáculo ni alcabala para las fuerzas motrices del avance -o los retrocesos- que han tenido lugar a lo largo de estos milenios civilizatorios. Lo señaló con su asombrosa, profunda y enciclopédica lucidez Georg Wilhelm Friedrich Hegel, uno de los más grandes pensadores alemanes, a quien se deben glorias y quebrantos ocurridos bajo el influjo de su sistema de ideas durante los últimos dos siglos.  Como que algunos le achacan -y con absoluta razón- haber dado a luz al marxismo y los terrores del Gulag, y haber concebido asimismo al nacionalsocialismo y los horrores de Auschwitz. Ser el partero de la izquierda revolucionaria, con su Fenomenología del Espíritu y su Lógica, de los que bebieron Marx y Lenin para montar su materialismo dialéctico y su escatología de la lucha de clases, y del conservadurismo más implacable, con su Filosofía del Estado y del Derecho. ¿Qué podía esperarse de quien consideraba que la existencia y el poder absoluto del Estado eran la culminación del desarrollo del espíritu universal sino el estatismo esclavizador e implacable del que hicieran gala hitlerianos y estalinistas?
No ha sido la ruta ciega hacia el Estado, sino el ascendente y escarpado camino hacia la Libertad el que, muy por el contrario, ha permitido el avance de las sociedades hacia los regímenes democráticos que lograron derrotar al monstruo bicéfalo parido por Hegel. E indisolublemente adherido a los afanes libertarios, la reproducción material de la sociedad gracias al natural desarrollo de la economía de mercado. Que no le ha pedido permiso a la filosofía para crear los mecanismos sociales surgidos casi espontáneamente para permitir la generación de riqueza y el libre intercambio de las mercancías, producidas por el hombre para permitir su sobrevivencia material. Pues tampoco fueron los imperativos categóricos kantianos o cálculos de enfebrecida metafísica los que crearon las fuerzas del mercado. Como lo han explicado con meridiana claridad von Mises y Hayek, han sido las estrictas necesidades históricas las que han ido conduciendo al hombre hasta el capitalismo y el libre mercado. Así haya sido pasando por conmociones feroces, traumas inenarrables y períodos de tenebrosa oscuridad. No ha sido la democracia la que ha creado las fuerzas del libre mercado. Ha sido el libre mercado el que ha creado las fuerzas -y la necesidad- de la democracia. Y aún cuando también sea cierto que no puede haber democracia sin libre mercado, sí puede haber libre mercado sin democracia. Sucede cuando por razones que no es del caso analizar en este contexto, las fuerzas políticas e institucionales dominantes se ven amenazadas por la destrucción del sistema mismo. Lo obvio es que bajo un régimen dictatorial de corte marxista leninista, sea castrista, maoísta o como quiera llamársele,  no habrá ni democracia ni mercado. Es la amenaza inminente que acecha a la sociedad venezolana, como ha quedado demostrado durante estos días de saqueos y cristales rotos. No por azar conmemorativos del septuagésimo aniversario de la Kristal Nacht hitleriana.
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La moral, llevada al ámbito universal de las instituciones, se ve enmarcada por las leyes y el sistema jurídico que la instituye. Y en el ámbito individual, el de los usos y costumbres, por el hogar, la familia, la escuela, la religión que la preservan y consolidan. Hay quienes exigen subordinar la empresa y la vida económica a dichos usos y costumbres. Pero toda determinación al respecto, que no sea estatuida y normada por las leyes, queda al libre arbitrio de la voluntad de los actores. En rigor, el principio moral de la empresa comienza por obedecer las leyes del mercado y actuar con la mayor transparencia y el más óptimo rendimiento para servir al enriquecimiento general. La moral empresarial termina donde la aplicación del deseo atenta contra el objetivo principal del rendimiento.
Resulta obvio que en el caso de Venezuela, la moral y la ética han desaparecido de las consideraciones institucionales, normativas y legales. Y se encuentran en vías de desaparecer del universo privado. En primer lugar, porque el objetivo prioritario de los factores que detentan el Poder es aniquilar el mercado y su marco político institucional: La democracia. Con su consecuencia más directa: El empobrecimiento general y la subordinación de todos los factores sociales y económicos a la implacable y omnímoda hegemonía empobrecedora del Estado. Habiéndose reducido el Estado, asimismo, a la fracción que lo ha usurpado, ha cesado en sus funciones reguladoras del equilibrio del conjunto de las fuerzas sociales que le dieran origen para transformarse en el instrumento de la brutal dominación, represión y sometimiento del conjunto social al servicio de los propósitos y ambiciones totalitarias de la autocracia militarista reinante. En connivencia con nuestras fuerzas armadas y los invasores cubanos, a los que aquellos les han abierto los portones de la República en brutal y descarada contravención y traición de sus obligaciones constitucionales.
La moral pública se ha reducido a los principios que los detentores del poder consideren adecuados al mantenimiento de su Poder y la consolidación de la satrapía. Han dejado de ser imperativos categóricos universales para convertirse en el código de sometimiento del conjunto social por una camarilla militar tras sus objetivos de empobrecimiento general y enriquecimiento grupal. Una aberración de incalculables proporciones y nefastas consecuencias para el ulterior desarrollo de nuestra Nación. Que para su supervivencia requiere travestirse con los formalismos democráticos y los rituales electoreros y plebiscitarios. No hacerlo, llevaría a los actuales detentores del poder a mostrarse en su brutal barbarie antropofágica.  El mundo civilizado no lo aceptaría de buen grado, pues va contra los usos y costumbres de la convivencia democrática entre las naciones. Así se viera obligado a callar y cerrar los ojos llevado por el principio del interés nacional.
Valga este largo exordio para explicar las razones del por qué la moral y la ética, tanto en el ámbito de lo público como de lo privado, han sido las primeras víctimas del caudillismo autocrático, dictatorial y militarista reinante. La corrupción no es un derivado, un subproducto indeseable de este sistema: Es su fuerza intrínseca, motriz, ductora. Sin corrupción no hay chavismo. Como lo sabemos por la experiencia histórica: Ni Mussolini ni Hitler, ni muchísimo menos Perón ni ninguno de los caudillos autocráticos que en el mundo han sido, prescindieron del uso de la corrupción para montar sus sistemas de interdependencia. Es la explicación de la farsa a la que han sido reducidas las instituciones civiles encargadas de la justicia y la fiscalización de la vida social republicana. Y la escandalosa decadencia en que han venido a parar nuestras instituciones democráticas: Las fuerzas armadas, en primerísimo lugar, pues debieran ser los garantes de nuestra sobrevivencia como República, y los órganos de justicia, la Fiscalía, la Contraloría, el Parlamento. El aceite que los ha imbricado indisolublemente al sistema de poder ha sido el saqueo abierto y consentido. Por todo ello, Venezuela se encuentra hundida en el abismo de la violencia, la corrupción y el desfallecimiento institucional. Ha dejado de existir como nación independiente, libre, autónoma y democrática. La corrupción y su antípoda, la moral, son nuestras piedras de tranca.
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Una nación no cae a estas honduras de la disolución, la disgregación, la corrupción,  la anarquía y el caos de un día al otro. Lo hace cuando sus fundamentos éticos y morales, su conciencia de nación, su identidad nacional, constitutivos de la médula de su sociedad civil y materia nutricia de su vida institucional, no se encontraban suficientemente asentados, internalizados e incorporados a su tesitura existencial. Pues en rigor, si bien el actual cuadro de decadencia es producto de una dramática y cualitativa aceleración de sus peores atavismos, se encontraba larvado y a la espera de su exponencial desarrollo como para haber propiciado  el triunfo y ascenso del golpismo militarista, disgregador y entreguista puestos al día por el ascenso del chavismo castrocomunista al Poder de la República. El último, más perverso y auto mutilador de sus bicentenarios procesos histórico políticos. Tanto más grave, cuanto que fracturó de manera aviesa y criminal, aunque con la insólita colaboración de la estulticia nacional, el proceso de construcción de identidad democrática más fructífero de nuestra historia republicana: Los cuarenta años de democracia vividos, con los dramáticos altibajos de su último decenio de transición al horror, desde el 23 de enero de 1958.
El dramático y escéptico llamado de auxilio de Mario Briceño Iragorri escrito en su Mensaje Sin Destino hace sesenta y tres años, mantiene su plena vigencia: Venezuela sigue hundida en su "crisis de pueblo". Hoy más carente de conciencia histórica que a mediados del siglo XX. Un caso de brutal regresión histórico cultural que explica los flagrantes casos de desaforado enriquecimiento ilícito, corrupción desenfrenada y saqueo del erario jamás cometido a estas escalas y dimensiones de miles y miles de millones de dólares en nuestra historia republicana.
Ese llamado, cuya lectura recomiendo de manera imperativa a nuestra joven dirigencia, que tendrá la misión histórica de llevar adelante la cruzada moral sin la cual no es imaginable la reconstrucción de los signos vitales de nuestra maltrecha nación, debe internalizarse en todas las conciencias de bien que sobreviven en nuestra patria. Aligera nuestra pesadumbre saber que esas conciencias de bien ya constituyen una mayoría nacional. Nuestro objetivo ha de ser convertirlas en una auténtica unanimidad nacional. O pereceremos.

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