Lectores sin libros
EL NACIONAL 17 DE NOVIEMBRE 2014 - 12:01 AM CET
En Mérida, Valencia, Maracaibo y en Caracas, se repite el fenómeno: se organizan ferias del libro en las que los materiales que se ofrecen a los lectores son extremadamente limitados. Algunas editoriales venezolanas, de carácter privado, de fundaciones o de las universidades, con mucho esfuerzo, todavía publican algunos títulos en condiciones cada vez más precarias.
Es posible que la mayoría de los lectores desconozcan las dificultades con que se producen los libros en Venezuela. La disponibilidad en el mercado de papel, cartulinas, tinta, cola, planchas y demás materiales imprescindibles para fabricar un libro sufre de las mismas limitaciones que afectan a todas las industrias del país: en un mercado donde no hay alimentos, ni medicamentos, ni vehículos, ni químicos, ni productos para el aseo personal ni del hogar, imprimir un libro no solo es cada vez más costoso, sino que resulta un objetivo imposible de cumplir.
El que la industria del libro sufra de los mismos embates que el resto de las industrias venezolanas no ocurre sin consecuencias. La primera de ellas, es que amplifica el proceso de exclusión que es característico del régimen de Chávez y Maduro: los nuevos poetas y narradores, los resultados de investigaciones académicas, los ciudadanos que deciden escribir libros de los más variados temas, no encuentran editores que les den cabida a sus proyectos. El papel y la tinta disponibles se reservan para los autores reconocidos. Salvo las editoriales del Estado que parecen especializarse en la fabricación de libros de pésima calidad, las oportunidades para los autores independientes se restringen cada vez más.
Pero esta no es la única y más perversa consecuencia de la política de ahorcamiento del libro en Venezuela: la otra, todavía más siniestra, es lo que ocurre con la importación de libros, que prácticamente ha desaparecido, con lo cual los escasos que se traen, sin que les otorguen divisas, tienen precios impagables para la mayoría. También aquí opera la exclusión: el número de títulos que llegan de España, Argentina, Colombia y México es cada vez más reducido, y el número de personas que puede pagar por ellos, también.
La otra consecuencia se refiere al impacto sobre la calidad y la actualidad que, ahora mismo, se dispone en Venezuela de los distintos ámbitos del conocimiento. En un momento en el que se están produciendo cambios sustantivos en lo que sabemos sobre el funcionamiento del cuerpo; en el momento que en que se están desentrañando los secretos de las operaciones emocionales e intelectuales del cerebro; justo cuando en decenas de países comienzan a publicarse investigaciones que se proponen potenciar el uso de las nuevas tecnologías en la educación de, Venezuela está cada día más a la zaga. No solo estamos cada vez más aislados, sino también cada vez más retrasados con respecto al avance de las ciencias. En vez de discutir cuáles deberían ser los títulos que se deben importar, nuestra realidad es la contraria: cada día más rezagados y desinformados
Es posible que la mayoría de los lectores desconozcan las dificultades con que se producen los libros en Venezuela. La disponibilidad en el mercado de papel, cartulinas, tinta, cola, planchas y demás materiales imprescindibles para fabricar un libro sufre de las mismas limitaciones que afectan a todas las industrias del país: en un mercado donde no hay alimentos, ni medicamentos, ni vehículos, ni químicos, ni productos para el aseo personal ni del hogar, imprimir un libro no solo es cada vez más costoso, sino que resulta un objetivo imposible de cumplir.
El que la industria del libro sufra de los mismos embates que el resto de las industrias venezolanas no ocurre sin consecuencias. La primera de ellas, es que amplifica el proceso de exclusión que es característico del régimen de Chávez y Maduro: los nuevos poetas y narradores, los resultados de investigaciones académicas, los ciudadanos que deciden escribir libros de los más variados temas, no encuentran editores que les den cabida a sus proyectos. El papel y la tinta disponibles se reservan para los autores reconocidos. Salvo las editoriales del Estado que parecen especializarse en la fabricación de libros de pésima calidad, las oportunidades para los autores independientes se restringen cada vez más.
Pero esta no es la única y más perversa consecuencia de la política de ahorcamiento del libro en Venezuela: la otra, todavía más siniestra, es lo que ocurre con la importación de libros, que prácticamente ha desaparecido, con lo cual los escasos que se traen, sin que les otorguen divisas, tienen precios impagables para la mayoría. También aquí opera la exclusión: el número de títulos que llegan de España, Argentina, Colombia y México es cada vez más reducido, y el número de personas que puede pagar por ellos, también.
La otra consecuencia se refiere al impacto sobre la calidad y la actualidad que, ahora mismo, se dispone en Venezuela de los distintos ámbitos del conocimiento. En un momento en el que se están produciendo cambios sustantivos en lo que sabemos sobre el funcionamiento del cuerpo; en el momento que en que se están desentrañando los secretos de las operaciones emocionales e intelectuales del cerebro; justo cuando en decenas de países comienzan a publicarse investigaciones que se proponen potenciar el uso de las nuevas tecnologías en la educación de, Venezuela está cada día más a la zaga. No solo estamos cada vez más aislados, sino también cada vez más retrasados con respecto al avance de las ciencias. En vez de discutir cuáles deberían ser los títulos que se deben importar, nuestra realidad es la contraria: cada día más rezagados y desinformados
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