Recuerdos de Antonio Núñez Jiménez
Asdrúbal González
Antonio Núñez Jiménez pudo hablarme con toda propiedad de guerrillas y guerras revolucionarias, porque él era un guerrero forjado en el Ejército Rebelde de Cuba. Miembro de la Columna 8 “Ciro Redondo”, bajo las órdenes directas del Comandante Ernesto Che Guevara, participó en los días finales del año 1958 en la toma a viva fuerza de la ciudad de Santa Clara, acción que le valió su ascenso a Capitán.
Pudo decirme también que en ese ejército campesino y popular él era una especie de torre del intelecto, fundador como había sido (año 1940) de la Sociedad de Espeleología de Cuba, y doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana desde el año mil novecientos cincuenta y uno; autor del libro Geografía de Cuba.
Pero prefería hablarme de otras cosas... Por ejemplo, de la expedición que durante más de dos años había organizado minuciosamente, para revivir el descubrimiento del mar Caribe y sus islas por las tribus prehistóricas de las cuencas del Amazonas y del Orinoco; y de paso, realizar investigaciones científicas, y por la vía de la cultura, concretar la unidad latinoamericana y caribeña.
También me hablaba de lo que tuvo que luchar para organizar un grupo multidisciplinario de treinta y cuatro especialistas en Botánica, Zoología, Antropología, Sociología, Ecología, Geografía... Y un equipo humano de apoyo, para navegar en canoa por los ríos de América más de tres mil cuatrocientas leguas náuticas... y la alegría especial de ver surgir paso a paso, en la selva de Tena, construida por los indios quechuas de Ecuador, la gran canoa que llevaría el nombre de “Simón Bolívar”.
Antonio Núñez Jiménez pudo hablarme de esa leyenda andante en que se convirtió el médico-guerrillero Ernesto Che Guevara, porque con él anduvo liberando Patria. Cercano colaborador cuando en enero de 1958 ocupó el Ejército Rebelde la fortaleza de La Cabaña; y mano derecha para sustituirlo al frente del Banco Nacional de Cuba (año 1960), cuando la revolución triunfante cambiaba fusiles por libros.
Pudo hablarme también, porque compartió muchas horas de brega, de Fidel Castro Ruz, quien desde la llegada a La Habana liberada (enero 1959) lo llamó a su lado. Se trataba ahora de cambiar el fusil por el arado, y la capacidad intelectual de Antonio lo seleccionaba para ello. Las primeras leyes revolucionarias tocarán la propiedad de la tierra, y entre 1959-62 será el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) el instrumento liberador. ¡Junto a Fidel, Antonio..! Será Director del INRA, donde tomará cuerpo uno de sus primeros libros: Cuba: ZDA (Zona de Desarrollo Agrícola).
Pero prefería hablarme de otro Fidel, el que estuvo en la Embajada de Ecuador en La Habana para despedir a los expedicionarios que, sobre los caminos fluviales, demostrarían que el primer descubrimiento del Caribe fue obra del aborigen amazoniense... De la salida de La Habana el 25 de febrero de 1987, y desde Quito cinco días después, rumbo a la aventura... El paso de la Cordillera Andina hasta el caserío de Misahuallí, en la vertiente oriental, donde el río Napo asomaba un lomo de espumas que durante un mes de treinta días a partir del 2 de marzo, cabalgarían los de la expedición “en canoa del Amazonas al Caribe”.
Antonio Núñez Jiménez no perdió un solo día de vida para formarse intelectualmente... consolidada la revolución, viajó a Moscú (año 1960) y en la Universidad Lomonosov se doctoró en Ciencias Geográficas: de sus manos nacieron después la Sociedad Cubana de Geografía y la Academia de Ciencias de Cuba. Viceministro de Cultura durante doce años, Embajador en Perú desde 1972 al 78. De su pluma nacieron libros, entre otros, La Liberación de las Islas, en Marcha con Fidel (varios volúmenes Reportaje del Descubrimiento, En Canoa del Amazonas al Caribe y En Canoa por el Mar de las Antillas, Petroglifos del Perú (cuatro volúmenes). Algunos de sus libros están traducidos al ruso, húngaro, francés, japonés y chino...
Pero su gran sueño fue ser explorador... Desde niño anheló navegar el Amazonas, el más grande río terrenal, y logró realizar ese sueño... Comenzando el mes de abril de 1987, lo cabalga a bordo de la canoa “Simón Bolívar”, nave capitana de la expedición. La descripción que dejó en sus apuntes de viaje supera los límites de un cuaderno de bitácora. Escribió: “El paisaje parece un enorme mar de agua dulce... A medida que avanzamos el sol se oculta tras las nubes del ocaso y una llamarada tiñe el cielo de suaves colores: la superficie semeja una alfombra de luz rosada... La brisa bate deliciosamente... En la oscuridad de la noche, la Vía Láctea, como un arco de brillante luz, cruza el anchuroso Amazonas. La Luna, en semicírculo junto al horizonte, señala el camino...”.
“Hazaña extraordinaria”, se calificó a la expedición presidida por Antonio Núñez Jiménez... Su figura fue vista como la de un “caballero andante por los mapas de América”. Y sucedió que Antonio, con su brújula colgando del cuello, se dio a la hermosa tarea de descubrir América en sus exploraciones. Prácticamente toda la Cordillera de los Andes, Islas Galápagos, Isla de Pascua... Y mucho mundo más allá, el Polo Norte (1972), y la Antártida diez años después; y regiones poco conocidas de China y del continente africano... Había culminado en sus setenta y cinco años de vida el empeño de ser un explorador.
Palabras escritas por Antonio Núñez Jiménez: “Es martes 2 de marzo de 1987 y el reloj marca las once de la mañana. En la proa de la canoa insignia ‘Simón Bolívar’ se alza el estandarte de la expedición, bordado primorosamente por indias ecuatorianas, según diseño de Oswaldo Guayasamín: la Luna sirve de fondo a una canoa aborigen, sobre ella vuela un bellísimo pájaro multicolor: el ave mítica que, según la leyenda, guió a Orellana en el primer viaje de los europeos por el río Amazonas”.
La foto oficial muestra a un Antonio de sesenta y cuatro años de edad (había nacido el 20 de abril de 1923 en Alquiza, provincia de La Habana), sobre la proa de “Simón Bolívar”, en la mano un remo en forma de pala difornaco, como la viera Cristóbal Colón. Vestido uniforme verde oliva, como un símbolo perenne de revolución.
El itinerario definitivo y algunos de los fines, mejor copiarlo del prólogo de Juan José Arrow en el libro En Canoa por el Mar de las Antillas:
“Las canoas exploradoras transitan por los senderos trazados por los ríos ecuatoriales. Parten desde la cuenca del Napo, en las altas tierras andinas, y lo siguen hasta su confluencia con el Padre de las Aguas, también conocido como el río de las Amazonas, y visitan la casi mítica ciudad de Manaos. Remontan el río Negro y cruzan hasta el Casiquiare. Aguas abajo llega al Orinoco, hasta donde sus ondas leonadas se confunden con las azules olas del Caribe. Los nuevos nautas miden el volumen y velocidad de las corrientes, clasifican y describen la flora y la fauna, analizan la composición de los suelos, reúnen informes arqueológicos, estudian la cultura de los antiguos pobladores y celebran simposios científicos. Así, día a día, alcanzan los objetivos de la expedición y fortalecen los vínculos fraternales con los pueblos que a su paso visitan”.
Conocí a Antonio en su casa habanera de Miramar-playa, en un mes inicial del año 1991. Viajé a Cuba especialmente para conocerlo... Se trataba de solicitar su asesoramiento en un ciclo de conferencias a dictarse en las Academias Nacional de la Historia y la de Carabobo, en vísperas del Quinto Centenario de la llegada de Colón; y fundamentalmente, la organización de un Congreso de Hispanidad, a celebrarse en Valencia. Sus buenos consejos no se hicieron esperar, y el éxito coronó el empeño.
Nos hicimos amigos... La admiración recíproca creció a altos niveles. Gran conocedor Antonio de los petroglifos americanos, visitarnos junto a la zona arqueológica de Vigirima, cercana a Valencia. Sus conocimientos y el uso de instrumentos adecuados determinaron que la ringlera megalítica allí existente estaba orientada señalando el 23 de junio, fecha del solsticio estival. Su entusiasmo lo llevó a proponer la creación de un Centro de Estudios del Arte Rupestre en América, bajo el patrocinio de la UNESCO. En enero del año 1993, en carta me decía: “Veo el proyecto en grande, y a Vigirima como uno de los centros arqueológicos más notables del Nuevo Mundo”. Según su apreciación, Vigirima era el obstáculo astronómico más primitivo del continente.
¡Qué de hermosos recuerdos guardo de Antonio Núñez Jiménez...! Su afecto llegó a tanto, que me presentaba a sus amigos como “el hijo varón que me nació en Venezuela”. De paso por Yucatán, hizo elaborar dos guayaberas: “Te envío con toda fraternidad mi primer obsequio de Año Nuevo: dos guayaberas yucatecas. Ojalá te sirvan...!”. La primera comunicación telefónica de cada año nuevo (a las 12 1/2 hora venezolana) era la de Antonio. Sus letras gristopares fueron un estímulo permanente: 9 de diciembre 91: “Vine de Valencia cargado de buenas ilusiones de nuestros futuros y espléndidos proyectos... Y sobre todo, vine lleno del optimismo al ver las realizaciones de un hombre como tú al frente de la cultura de un Estado como Carabobo”. 4 de enero 92: “Te reitero que sigo maravillado con tu obra cultural ¡y humana! En tu Estado Carabobo”. O la dedicatoria en uno de sus libros (Petroglifos): “Para Asdrúbal González, con toda la admiración por su obra cultural, humanista y enciclopedista. Si América tuviera una brigada de ‘Asdrúbales’, la obra de los libertadores estaría realizada. Fraternamente, ANJ. Valencia, 1991”.
Notitarde 4 de diciembre del 2015
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