Los lamentables sucesos que han ocurrido recientemente y las movilizaciones de protesta que estamos presenciando nos conducen a la pregunta ¿en qué clase de ciudad hemos convertido a Valencia en el Siglo XXI?
Hay variadas respuestas, pero nadie se sentirá satisfecho. La calidad de vida que la ciudad brindó durante un período de contínuos progresos se ha degradado. En los últimos años se ha desatado un proceso de uso anárquico y depredador del territorio, de abandono del centro como espacio simbólico, multiplicación desordenada del comercio informal y permisiva ocupación de la Plaza Bolívar y sus alrededores por la prostitución, la venta de drogas y el malandreo delictivo.
Los símbolos de la ciudad fueron sustituidos autoritariamente, lugares emblemáticos como El Acuario han sido objeto de desidia, los servicios públicos son deplorables, el tránsito es un caos y su vida económica ha declinado. Vamos camino a disputar el primer lugar como ciudad sucia, fea e insegura.
Son temas asociados a daños públicos y que generan reprobación en toda la colectividad. Por eso es importante que quienes desean influir en las soluciones apunten hacia el blanco correcto y ubiquen las responsabilidades donde fundamentalmente están.
El fenómeno de disolución de Valencia sólo puede ser entendido dentro de una estrategia nacional política, económica y social que lo hace posible. Es una expresión parcial del proceso mayor de disolución del país.
Si tomamos como ejemplo el grave problema de la inseguridad, es indudable que hay que exigir a todos los niveles de gobierno elevar sus desempeños en la prevención y enfrentamiento del delito, pero también que estos ámbitos tienen capacidades recortadas para atacar causas globales y estructurales. Más aún, deben vencer barreras para cooperar en una temática que ha estado en el cono de sombras del Presidente.
La horrenda masacre semanal no la detendrá un gobernador o un alcalde mientras el Presidente de la República impida las investigaciones de las denuncias de Makled o del caso de Pudreval, dando impunidad a megarobos supuestamente cometidos por sus generales o altos funcionarios, El incremento del delito expresa una cultura difundida desde Miraflores que le otorga aureola de heroicidad al desafio de las normas, que valora la vulneración de la ley como un desquite social o autoriza el acto de fuerza como herramienta "revolucionaria". El movil ya no es la pobreza sino una venganza contra el que tiene lo que el delicuente desea, a costa de infringirle al otro cualquier daño, incluido su exterminio físico. Sin detener y cambiar este primer motor de la lógica delictiva nunca se le ganará la pelea de fondo al hampa de la calle.
Si se elabora socialmente un consenso sobre la raíz de los males que arruinan y desmejoran a Valencia, entonces se podrán articular mejor los distintos aportes institucionales para revertir el deterioro general de la ciudad. Base indispensable para que sus habitantes, tanto los del norte como los del sur, puedan definir sus movilizaciones y su participación en las soluciones..
Un tercer aspecto para defender a Valencia consiste en tener una imagen objetivo de la ciudad deseable y posible. Una que nos devuelva anhelos, bienestar humano y derechos. Entonces habrá más que alguien para defenderla, porque nos tendrá a todos como sus ciudadanos activos y efectivos.
simongar48@gmail.com twitter: @garciasim
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