LAS MUJERES DE VALENCIA
Mylene Rivas
“Valencia es nuestra Madre… Hija,
es lo único que realmente nos pertenece”
Carmen de Rivas, 1999
REVISTA "MAÑONGO"
Nº 25, 2005, pp. 141 - 158
Resumen
Este trabajo se contextualiza en la noción de mito. El Mito es concebido
como “una totalidad de imaginación” Jammer (1999; p. 57), una
aproximación estética que asume a la realidad como un entramado (red)
social. Los objetivos de esta disertación son desarrollar un campo
heurístico de discusión, realizar un aporte a la teoría que en materia de
análisis psico-social existe en la actualidad y presentar un ensayo analítico
sobre la feminidad valenciana. Se partió de la observación del dinamismo
social cargado de imágenes arquetipales el cual interpreta lo que el ser
humano percibe como real. Esta observación se fundamentó en una visión
estética de la realidad a partir de la Psicología Analítica y Arquetipal
como fuentes teórico-documentales y en su Método Analítico, basándose
en la idea fuerza que define al ser humano como parte del mundo, el cual
en contacto con esa realidad, experimenta en términos tensionales, por
así decirlo, el dilema de los cambios paradigmáticos que rigen la dinámica
socio-histórica contemporánea. Se pudo concluir, luego del análisis, que
las imágenes femeninas propuestas por Rísquez (1992) traslucen la
integración de lo femenino en la forma de conducirse de las mujeres
valencianas.
Un experto Caraqueño en Psicología Analítica mientras
discurría sobre la Teoría Junguiana estableció la siguiente premisa:
“La persona que no es empática es psicopática”, (Arqüilla,
1993) esta apreciación la realizaba a propósito de argumentar
la necesidad del afecto conector para, en el diario convivir, integrar
los procesos psicológicos de la mente. Este integrar al self
las emociones del diario acontecer compartido con los congéneres
es lo que Jung (1955) denominó construir alma. Ahora, ¿qué
tiene que ver eso con las mujeres de Valencia?
De alguna manera, el calificativo Valencia se relaciona con
el sustantivo mujer. Mujer es decir madre, es decir hija, es decir
hermana, es decir amiga, en resumen, es decir afecto y, según
Rísquez (1978): “El afecto, también por así decirlo, es
específicamente femenino”. La palabra valencia viene de establecer
una escala de valores, aquellos que al padre le corresponde
transmitir y perpetuar, pero que solamente el afecto materno
puede consolidar dentro del hogar y la familia.
Bastaría solamente con mencionar algunas de las familias
más renombradas de esta hermosa ciudad y de las mujeres que
han conformado su linaje, algunas asentadas aquí por siglos y
otras por algunas décadas provenientes de otros rincones de
Venezuela y del Mundo, para enfatizar esta apreciación, entre
las cuales tenemos: Iturriza, Celis, Feo La Cruz, Portocarrero,
Winkelmann, González, Natera, Hernández, Pérez Andía,
Bellera, Mérida, Arocha Puig, Conde, Ulloa, Herrera, Agudo,
Colmenares, Oliveros, Divo, Romero, Travieso, Ojeda, Barreto,
Silva, Muñoz, Sarquis, Ramos, Aché, Padrón, Caballetti, Viso,
Loaiza, Del Prette, Cubillán, Degwitz, Branger, Karam, Guerra,
Méndez, Román, Rivas y pare usted de contar.
Gran parte de las mujeres pertenecientes a estas familias
se han destacado en las artes, las ciencias, las letras, la filosofía,
las manualidades, la enseñanza o en sus dotes de madres, esposas
y miembros comunitarios de esta sociedad; esto último se
debe a que también en lo cotidiano hay un cierto esplendor. Se
podría decir, tal vez, que las mujeres de Valencia en lo que más
se han destacado es en su empática afectuosa cotidianidad. Este
singular fenómeno podría deberse a su psiquismo y a las redes
articuladas de significaciones de los símbolos que revisten a esta
ciudad y, que por lo demás, tienen raíces muy arraigadas dentro
de lo que encarnan las imágenes de lo femenino en la cultura
occidental: judeo-cristiana en su religión y griega arcaica en
sus representaciones mitológicas.
Los símbolos valencianos son una naranja apetitosa, rozagante,
reluciente y seductora, la Virgen del Socorro de Valencia,
una madre dulce, dolorosa y sacrificada por sus hijos y,
además, Valencia es una Novia, la Novia del Sol, como lo escuchamos
tantas veces de Eleazar Agudo. Todos estos símbolos
expresan la feminidad intrínseca de esta ciudad, madre protectora
llena de emociones, novia inocente y pura, naranja jugosa
y seductora. Todas imágenes expresadas desde sus manifestaciones
lumínicas y sombrías revisten a esta ciudad maravillosa,
la que ha atraído a sus predios cualquier cantidad de hijos, novios
o parejas y que, además, ha cubierto con un afecto tal a
estos visitantes que no les ha permitido partir y abandonar a
Valencia.
Luego, ¿dónde radica el seductor encanto de las Mujeres
de Valencia? Una mirada arquetipal de la valencianidad puede
vislumbrar algunos matices de esta sentencia: Valencia es muy
femenina. La perspectiva para abordar lo femenino como imagen
en Valencia y su manifestación a través de sus mujeres se
ubica en los planteamientos de algunos autores como Maffesoli
teórico social de la imagen, Carl Jung (1875-1961), fundador de
la Psicología Analítica o del Inconsciente Profundo, cuyos seguidores
han construido una variante denominada Psicología
Arquetipal y también en los planteamientos de Fernando
Risquez, Médico Psiquiatra venezolano, fundador de la Escuela
de Psicología Profunda y del Centro de Estudios Junguianos de
Venezuela.
Maffesolí (1990) establece en la imagen y en lo imaginario
el sustrato de toda relación social. Un sustrato dinámico que se
configura como magma etéreo en permanente transfiguración.
Se trataría así de una potencialidad incorruptible que no cesa
de actualizarse bajo las miles de facetas que presenta lo social
en la posmodernidad, plagada de teatralidades, disimulos, situaciones
no causales ni causadas, sin otro fin que su irrupcional
suceder. De lo que se trataría, entonces, es de atrapar en su estado
naciente una nueva manera de estar juntos fundada no en
una causalidad lineal o sobre una mecánica exterior (política y
económica) sino en una atracción orgánica a partir de imágenes
inconscientes que compartimos.
El caos contingente de imágenes que rodea el ámbito social
trata de fenómenos sincronizados que se despliegan en factores
síntesis arquetípicas de apariencia milagrosa. Esta apariencia
milagrosa luce llena de sin sentido pero, no obstante, quizás
pueda ser descrita a través de un sentido inconsciente. Así, lo
social cobra forma o se construye a partir de las imágenes de la
valencianidad compartida. Estos fenómenos sincronizados Jung
(1955) los denominó arquetipos y son ellos los que dinamizan
los procesos mentales necesarios para desarrollar como persona
y ciudadano al ser humano. Una imagen de la distribución de
estos arquetipos en la mente del individuo se visualiza a continuación:
En este modelo Junguiano la psique consta de dos partes:
la conciencia, el inconsciente, dividido a su vez en: inconsciente
personal y colectivo.
• Conciencia: la función fundamental de la conciencia es
servir al ser humano para adecuarse al ambiente; juega
un papel secundario respecto al inconsciente. El “ego” es
la parte central de la conciencia y tiene la función de otorgar
el sentido de continuidad e identidad personal a través
de la vida, el sentido de “si-mismo”. La conciencia, es
CONCIENCIA COLECTIVA
PERSONA
EGO
SOMBRA
ANIMA-ANIMUS
SELF
INCONSCIENTE COLECTIVO
CONCIENCIA
INCONSCIENTE
Estructura de la Psique
el único estrato de la psique que el individuo conoce directamente.
Esta actividad yoica organiza la actividad consciente
que consta de pensamientos, recuerdos, percepciones
y sentimientos conscientes. El yo juega el papel de
guardián del umbral de la conciencia, de forma tal que
selecciona lo que permanece inconsciente y lo que no. Según
Ruiz (2001): “El papel selectivo del yo permite que el
individuo mantenga su sentido de identidad y continuidad
personal”, pues a través de la selección y eliminación
de ciertos materiales psíquicos el ser humano se organiza
y porta una identidad personal que tiende a brindarle estabilidad.
Y agrega: “esta identidad podría verse amenazada
por la irrupción de la psicosis y la desorganización
personal si la función del yo desapareciera por completo.
Sin embargo, las funciones del yo cuando son, en exceso,
preponderantes, desequilibran la homeostasis con los elementos
inconscientes de la psique, y producen determinados
trastornos psicológicos como las neurosis” (Ruiz, 2001)
• Inconsciente personal abarca aquellos aspectos de la
mente que han sido reprimidos así como los recuerdos
aparentemente olvidados. Contiene también las funciones
de la “percepción subliminal” y la actividad de los sueños
y fantasías relacionadas con recuerdos, deseos y experiencias
personales reprimidas u olvidadas. En este aspecto
del inconsciente personal, Jung subscribe parcialmente la
concepción de Freud. Ruiz (2001) indica:
El inconsciente personal no se caracteriza para Jung por
tener solo una carga sexual y/o agresiva. Este punto lo
aclara en una concepción de la Libido distinta a la
freudiana. La libido o energía psíquica inconsciente que
guía las motivaciones humanas tiene para Freud una finalidad
sexual, mientras que para Jung tiene un componente
indiferenciado al estilo de la energía vital (elan vital)
de Henri Bergson. La libido para Jung es una energía
vital indiferenciada, el soplo de la misma “alma”, concebida
psicológicamente.
Adicionalmente, expresa:
También, el inconsciente personal, puede contener experiencias
personales olvidadas o reprimidas por otras motivaciones,
y sobretodo en su actividad destacan los “Complejos”.
El inconsciente personal, a diferencia de los procesos
conscientes que pueden ser conocidos directamente
al percatarnos de ellos, solo puede ser inferido a través de
ciertas actividades humanas como los síntomas, los complejos
y los símbolos. Jung propuso que su “test de asociación
de palabras” puede detectar los complejos vinculados
al inconsciente personal (Freud lo tuvo en cuenta, en
la época en que ambos colaboraron, pero lo relegó a segundo
plano frente a su método de “asociación libre”)
• Inconsciente colectivo. Es el sustrato más profundo de la
mente. Conforma la dimensión “objetiva” de la psique
(frente a la “subjetiva” del inconsciente personal) al contener
la experiencia humana de las generaciones de la
humanidad. Para Ruiz (2001): “El inconsciente colectivo
está dotado de un propósito e intencionalidad, la energía
del inconsciente colectivo se compone de los elementos
primordiales o arcaicos, llamados ‘arquetipos’. Esta región
de la mente contiene las experiencias y los mensajes primordiales
de la humanidad”. Por otra parte, el inconsciente
colectivo no deriva de las experiencias cotidianas
del ser humano, sino de las imágenes almacenadas en él a
través de siglos de generaciones humanas. Una ilustración
de la psique humana se registra como sigue:
Jung, a pesar de ser un discípulo predilecto de Freud -en
un tiempo fue considerado su seguidor más fehaciente en el campo
del psicoanálisis- establece con él algunos criterios diferenciales.
Estas diferencias se refieren “...al rechazo de Jung de la
sexualidad como el principal determinante de la conducta, su
convicción de que la vida está dirigida, en su mayor parte, por
las metas positivas y los objetivos que cada uno se establece y no
sólo por factores intelectuales reprimidos y su énfasis en el crecimiento
y el cambio a lo largo de la vida, en contraste con la
creencia de Freud de que la personalidad quedaba inalterablemente
establecida ya en la infancia” (Papalia y Wendkos, 1990;
p. 516).
Las raíces junguianas, además de alimentarse con la savia
freudiana, también tienen sus bases en Breuler, Charcot,
Keyserling, Rank, Dilthey, Nietzsche y en Goethe. De modo que
concluye con la negación de la libido sexualis de Freud y auspicia
la libido nutritiva, en tanto energía activadora de todos los
procesos mentales.
SOMBRA
Las raíces junguianas, además de alimentarse con la savia
freudiana, también tienen sus bases en Breuler, Charcot,
Keyserling, Rank, Dilthey, Nietzsche y en Goethe. De modo que
concluye con la negación de la libido sexualis de Freud y auspicia
la libido nutritiva, en tanto energía activadora de todos los
procesos mentales.
SOMBRA
SELF
EGO
= Arquetipo
= Complejo
Configuración de la Psique
Fuente:
Jung, C. (1979): Collected works. Bollingen Series XX. Princeton: Princeton
University Press. Adaptado por: Rivas, M. (2003). Universidad de
Carabobo. Valencia-Venezuela
Esta concepción implica un cambio radical de actitud frente
a la neurosis y frente al objeto de estudio más importante de
las psicologías del inconsciente: los sueños... Los sueños
vuelven a ser mensajeros de lo trascendente, dotados a veces
de poder profético... La neurosis, que para el psicoanálisis y
la psicología individual era, respectivamente, sexualidad y
voluntad de potencia reprimida, no deja de ser todo esto,
pero se convierte también en ‘religiosidad reprimida’ (Jung,
1955; pp. 23-24)
Jung recalcó que la personalidad del individuo se originaba
a través de la historia de la humanidad, que la concepción
del inconsciente colectivo restablece en sus altares a los dioses
mitológicos y que el ser humano es un ser trascendental. “El
hombre ‘moderno’ [alega] niega los nombres de los antiguos dioses
y demonios, pero no puede negar su realidad psicológica.
Los dioses negados se convierten en fobias, obsesiones, delirios.
‘Los dioses se han convertido en enfermedades, y Zeus no rige
el olimpo, sino el plexus solaris’» (Jung, 1955; p. 24) Es por ello
que todo su trabajo se basa en investigaciones sobre mitología,
religión, ritos y toda la simbología de éstos manifestada en los
sueños. A estos dioses Jung los llamó arquetipos, los cuales tienen
una estrecha relación con los mitos como imágenes de representación
del inconsciente colectivo.
Sharp (1994; p.129) define al mito como una “…declaración
colectiva involuntaria basada en la experiencia psíquica
inconsciente. La mentalidad primitiva no inventa mitos, los vive.
Los mitos son revelaciones originales de la psique pre-consciente”.
Al considerar este planteamiento, entendemos al mito no
como relato sino como imagen que se encarna en el ser humano
para ser vivenciada. De allí que cualquier interpretación del
mismo debe ser concebida como una humilde e inacabada aproximación.
Mucho antes de morir, Jung creyó encontrar una pista
sobre los mitos o los arquetipos en los escritos de alquimia que
consultaba. Propuso la existencia en la psique de dos hemisferios
interrelacionados entre sí que dividían al inconsciente; es-
tos eran: el inconsciente personal y el colectivo. Igualmente formuló
la idea de un inconsciente psicoide, el cual es la manifestación
de la integración de los anteriores. En esta apreciación es
que Jung se diferencia absolutamente de su maestro Freud, en
la medida en que:
Si el logro extraordinario de Freud consistía en la
demostración empírica de hechos inconscientes como
conjunto de huellas mnémicas dotadas de sentido y
eslabonadas sin solución de continuidad, incluso cuando
su sentido tenía aún que ser descubierto por el método
psicoanalítico; las investigaciones de Jung culminaron cada
vez más en el descubrimiento de dominantes del fondo
anímico que no podían explicarse. Sus investigaciones
trazaban un arco que iba del complejo inconsciente a las
formas básicas incognoscible del inconsciente-psicoide.
Trazaba así una imagen de la psique inconsciente que ya
había vislumbrado desde fecha muy temprana, a saber: la
de algo desconocido y más vasto, que trascendía la
conciencia en todos los sentidos (Frey-Rohn, 1993; p. 105)
Paradójicamente, aunque Freud y Jung se diferencian en
la concepción del inconsciente personal como pulsión y el inconsciente
colectivo como el albacea de los arquetipos, se equiparan
en la idea del inconsciente como profundidad abismal
donde sólo podemos tornar conciente una ínfima parte, a la que
Freud denominó “la punta del iceberg” en un mar profundo.
Pero, ¿cómo estaba constituida la mente, según Jung? El opinaba
que la mente está constituida por el yo o ego (la mente consciente),
el inconsciente personal (material reprimido u olvidado)
y el inconsciente colectivo (la parte de la mente derivados
de los recuerdos ancestrales).
El inconsciente colectivo, a su vez, está formado por arquetipos,
ideas emocionalmente cargadas, que unen los conceptos
universales a la experiencia individual. Los arquetipos pueden
ser descritos como símbolos de temas comunes que se encuentran
a lo largo de generaciones y en todas las partes del
mundo. El ser humano posee muchos arquetipos con los que
nace y que influyen en su conducta. “Por ejemplo, el arquetipo
de la madre lo descubrimos cuando el bebé percibe a su madre,
no sólo por el tipo de mujer que es y las experiencias que tiene
de ella, sino también por el concepto preformado de madre con
el que nace” (Papalia y Wendkos, 1990; p. 516).
Otros arquetipos son la persona (la máscara social que
adoptamos), el ánima (el arquetipo femenino en el hombre) y el
animus (el arquetipo masculino en la mujer), la sombra y el self.
Jung definió igualmente el self o el “sí mismo” como un arquetipo
central y de totalidad que comprende todo lo psíquico, consciente
e inconsciente. Es como el verdadero sujeto que representa
lo que uno verdaderamente es, en el sentido de lo que puede llegar
a ser, si se auto-realiza y trasciende el tiempo y el propio sujeto.
Paradójicamente, es el germen de su propia individualidad
más íntima. En cuanto al self, éste “Representa la dimensión absoluta
del hombre, psicológicamente, en cuanto es símbolo de la
divinidad ó ‘imagen de Dios’ interior ó el ‘alma’, confiriéndole el
simbolismo religioso mandálico, el poder integrador sobre la personalidad
dividida…” (Sanz y Villalobos, 1993; p. 35).
Estos conceptos sirven de base al estatuto teórico de la
psicología arquetipal, tomada como referencia clave en esta investigación.
Otros términos importantes en el marco de este enfoque
son: Kayrós o tiempo relativo a la percepción particular
de cada individuo; y Cronos (dios mitológico del tiempo; padre
de los olímpicos) que representa el tiempo universal de tipo
secuencial o lineal (desde el Big Bang hasta el fin del siglo XXI).
Un enlace gnoseológico insoslayable con esta perspectiva se establece
a partir de las imágenes presentes en la mitología griega.
En este orden, destacan el Caos y Cosmos, como representación
simbólica del surgimiento primigenio del universo: desde el desorden
o Caos al orden supremo o cosmos; o, como en nuestra
apreciación: desde el sentido al sin sentido aparente.
Jung (1986; p. 378) señala que el significado del hombre
en el universo lo determina la toma de conciencia de sí mismo.
En tal sentido, expresa: “... Sin la conciencia reflexiva del hombre
el mundo sería un absurdo gigantesco, pues el hombre es,
según nuestra experiencia, el único que puede en todas partes
comprobar el ‘sentido’.” Y agrega: “Para encontrar lo que es
verdaderamente individual en nosotros, se necesita una profunda
reflexión; repentinamente nos daremos cuenta con una dificultad
no muy común que el descubrimiento de la individualidad
es un hecho. El hombre está en el Cosmos y el Cosmos está en el
hombre; individuo y colectivo son dos caras de una misma moneda”.
De este modo, realidad y fantasía constituyen también,
dos caras de una misma moneda.
Entre los arquetipos que Jung estipulaba se considera resaltar,
en este ensayo, al inconsciente colectivo; en el cual se
albergan las imágenes arquetipales que revisten a la personalidad
del ser humano. En el inconsciente colectivo se encuentran
los trajes que, por así decirlo, viste la persona a tenor de las
situaciones sociales que deba enfrentar el yo de cada individuo.
Uno de sus interesantes planteamientos de Risquez en este sentido,
es la imagen cuaterna de lo femenino que mora en el inconsciente
colectivo de la valenciana. Pero, ¿cómo sería eso? Para
Rísquez (1978): Toda mujer es un trébol, con tres lóbulos: uno se
llama Deméter, la madre, otro se llama Kore, la hija, el retoño,
el tercero se llama Hécate, la encantadora, la bruja. Esta trinidad
conforma una cuaternidad femenina en la mente de los
humanos representada en: la virgen su opuesto la cortesana, la
Magna o Buena Madre y la Mala Madre.
El argumento que establece que el primer contacto con lo
femenino es el afecto se fundamenta en la idea sobre que es la
Madre quien introduce al individuo al mundo y al afecto positivo
o negativo que el brinda. Además, la Madre es la primera
imagen de la concienciación de lo afectivo. Así, en virtud del
mismo afecto, Venus es nuestra primera imagen de lo femenino,
símbolo de Afecto, Amor y Belleza. Algo que hace al ser
humano expresar: ¡Qué lindo se siente aquí! Luego; el primer
contacto, como ya se ha dicho, con lo femenino es la Madre.
Con Deméter, la conjunción Madre-Hijo establece una díada
que los antropólogos han denominado Participación Mística y
que en Alquimia se denomina: Misterium Conjuctio. La Madre
nos introduce a la vivencia de lo femenino a través de su
afecto. La imagen materna de la valencianidad es una Dulce
Madre Dolorosa que en el sacrificio socorre a sus hijos e hijas
valencianas.
Cuando se observa a la Virgen de Valencia se evidencia
un rostro doliente pero resignado, una suplicante que acepta el
destino de transformación que repara la vida, esa es la imagen
Fuente:
Rísquez, F. (1992): Aproximación a la Feminidad. Caracas: Monte Ávila Editores.
283 p.
de Nuestra Señora del Socorro de Valencia que mora en la Catedral
de la Capital Carabobeña. El rostro de la Virgen del Socorro
no expresa tragedia, tampoco rabia, es el rostro dulce de
una Mujer-Madre, quien en doloroso proceso de transformación
sufre y sigue adelante, esta es esa una de las cualidades
más resaltantes de las mujeres de Valencia. Rísquez (1992) continúa
argumentando: “Indefectiblemente, hemos vuelto como
una elipse a los primeros días de nuestro nacimiento. ¿Qué es la
madre? La madre es el símbolo de la feminidad florecida. ¿Qué
produce una madre buena? Produce comida, produce placer y
produce reposo. La creación es femenina. La feminidad es el
alimento de la existencia misma”. Este dulce rostro de madre
sufrida pero fortalecida en su dolor es lo que permite establecer
una diferenciación entre una madre mala y una buena. Esto,
según sea la experiencia, está presente en la cotidianidad de la
mujer valenciana, a veces es necesario ser madre mala. Esta supuesta
maldad es la que permite al hijo entender que existen
límites de convivencia social que no debe traspasar. La cultura
de una valencianidad aparentemente retraída viene precisamente
de los oportunos límites necesariamente impuestos en el seno
de familias muy conservadoras.
Por otra parte, Rísquez (1992) argumenta: “El placer de
existir. ¿De dónde viene el placer de existir? De ser comprendido,
de que uno existe y no se da cuenta de que existe hasta que
alguien le dice: “¡Qué lindo mi bebé!” “¡Qué bella mi niñita, qué
encantadora!” y le va prestando su yo para que comprenda que
existe. El primer trauma del crecimiento es la primera reacción
de la madre que lo obliga a uno a ser ‘yo’”. Las primera palabras
de afecto que recibe un hijo vienen de su madre, es ella
quien al principio le proporciona una descripción de sí mismo y
esta descripción en Valencia siempre es positiva, lo cual genera
en los valencianos un deseo de superación continuo. La valenciana
posee una imagen de sí misma dentro de esos parámetros
de belleza no solamente física sino, más aún, espiritual. Las tradiciones
religiosas tan arraigadas en Valencia permiten a la
valencianidad poseer un alto sentido de la importancia del alma,
de su desarrollo y conservación. La valenciana como albacea de
estos valores, entonces, es sutil pero tenaz en sus principios y en
el logro de sus deseos.
Kore (la doncella) es la hija, la que obedece a la Madre y es
fiel a los continuos requerimientos de ella es la virgen susceptible
al rapto, a ser raptada por Hades el señor del inconsciente.
Es la doncella que se avergüenza y se ruboriza por las pretensiones
del macho, aunque se sienta atraída Las mujeres de Valencia
son virginales, al observarlas aún en sus años otoñales se
evidencia siempre el resplandor juvenil de una virgen doncella,
una verdadera Valenciana es sobre todo hija; en oportunidades
la niña inteligente de los ojos de papá y otras la dulce niña preferida
de mamá. Valencia es la Novia del Sol, esta imagen habla
por sí misma; una novia pura y casta aún después de casada.
La mujer valenciana es para su esposo o pareja también una
dulce niña- novia tan pura y virginal que casi está en un altar,
es la siempre novia de los primeros años de vida, es doncellez
virginal. Una dulce virgen madre mora en el interior de cada
valenciana, aunque a veces por temor al rapto masculino trate
de ocultarlo hasta sus cimientos.
En tercer lugar, lo femenino también está relacionado con
el embrujo y lo diabólico, con lo negativo de la separación, con
el odio, con la seducción, la sabiduría y el encanto, con Hécate.
“Durante muchos siglos, desde la baja Edad Media, hasta el
Renacimiento, lo religioso era considerar que la mujer era la tentación
y el hombre el tentado: había que “mortificar la carne”.
La feminidad estaba en conexión con Belcebú. Lo femenino, o la
mujer, estaban en conexión con lo diabólico” (Rísquez, 1992).
El símbolo de seducción de Valencia es una naranja rozagante,
resplandeciente y apetitosa. La naranja como símbolo de seducción
tropicaliza a la fruta que, por antonomasia, la representa:
la manzana. Aunada a la manzana encontramos en la mitología
judeo-cristina a su encantadora interlocutora Eva.
En la psique femenina, la encantadora está presente en
las tres imágenes fundamentales descritas por Risquez: madre,
hija-niña, bruja. La encantadora convierte a la doncella en Cortesana
o en Hada, a la Madre en Madre Mala (la suegra por
ejemplo) o Magna Madre (la Sabia, una hermana que da un
consejo intuitivo, una amiga que cura una gripe, etc.). La imagen
de Eva se ha utilizado para representar a la seducción incorporada
por Hécate a lo femenino. Las mujeres valencianas
son seductoras, existe una cierta magia encantante (valga la redundancia)
en la mujer valenciana. Esta magia seduce a las
personas que la rodean y hace que la amen al extremo o la odien
a rabiar, además, es un atributo excelente en los predios del éxito
que logre alcanzar en virtud de los planes propuestos en su
vida.
Lógicamente, en esta disertación se ha intentado una semblanza
positiva como aproximación a la mujer valenciana, todo
debido a la condición valenciana de la autora y como un homenaje
a las valencianas de sangre y amistad que han colmado de
dicha su vida. Las mujeres de Valencia, es razonable suponer,
como cualquier humano sobre la tierra tiene rasgos sombríos,
pero no es un propósito de este ensayo desdibujarlos aquí, dejando
campo libre a la crítica constructiva que sobre él tengan a
bien realizar los interlocutores del mismo.
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VETHENCOURT, J. (1998): Comentarios sobre Postmodernidad. Caracas:
Fundación Polar. 31 p.
ZWEIG, C. y J. Abrams (1994): Encuentro con la sombra. Barcelona:
Editorial Kairós. 468 p.
ZWEIG, C. y S. Wolf (1999): Vivir con la sombra. Barcelona: Editorial
Kairós. 377 p.
Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
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