Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 21 de agosto de 2011

Un domingo recordando a quienes me formaron como bibliógrafa. A Richard Montenegro

David R. Chacón Rodríguez

El legado de Don Pedro Grases


2003


Pedro Manuel Alberto Grases González fue uno de los mejores maestros en el campo de las investigaciones relativas a la historia de las ideas en la vida cultural americana. Tal es así, que es un punto de referencia ineludible para cualquier estudio del pensamiento americano pues no ha dejado campo, ni aspecto de la vida cultural que no hiciera una contribución importante. Es, además, el único albacea aún vivo de Andrés Bello[1], cuyos papeles sigue estudiando laboriosa y minuciosamente. Paralelamente a esto, reúne, ordena y distribuye por temas su producción en libros, folletos, artículos, prólogos e introducciones. Trabajos que inició en Barcelona y Madrid en 1936. Ellos constituyen el resumen de una vida dedicada al estudio y a la investigación. Es su propia biografía intelectual que revela la porción de vida, esfuerzos, ilusiones y vigilias dedicadas a hurgar en esa selva selvaggia que son los papeles manuscritos e impresos de su valioso archivo. Esta copiosa y espléndida obra es una verdadera síntesis de su pensamiento, realizada con una claridad de visión y una exactitud estilística que confirman el dicho de Confucio: Quien no tiene orden en su mente, no puede esparcir orden en torno a sí.

La nobleza, la entrega y su profundo amor por el país de adopción hizo que nos enseñara una Venezuela documentalmente desconocida, por eso, ante la vastedad de su esfuerzo, a continuación comentaremos brevemente aquellas situaciones o facetas que nos parecen más significativas para comprender, conocer e interpretar a cabalidad su vida, su obra y su pensamiento.

Las primeras letras:

Pedro Grases González nació el viernes, 17 de septiembre de 1909, en Vilafranca del Penedés, provincia de Barcelona, España, en donde vivía en compañía de sus padres Pablo Grases y Mercedes González. Fue el menor de cuatro hermanos[2].

De los días como estudiante de enseñanza elemental en el colegio San Ramón de Penyafort, en su pueblo natal, regido por los padres de la Congregación de la Sagrada Familia, Don Pedro nos contaba que recordaba con agrado al Padre Martorell, su maestro de matemáticas, quien durante las clases lo sometía a rigurosos ejercicios de cálculo mental, ejercitándoles en las cuatro operaciones fundamentales: suma, resta, multiplicación y división. Sin embargo, él se distinguió por ser uno de los más veloces.

Aunque siempre figuró entre los primeros de su clase, fue calificado de díscolo por su tendencia evidente a desobedecer las normas de conducta.

De su época de deportista nos decía que se destacó fundamentalmente en el juego de fútbol.

A los 16 años fundó una publicación escolar llamada Sol ixent, Sol Naciente, (del lunes, 16 de noviembre de 1925 a febrero de 1926)[3], luego continuó colaborando en las revistas Acció, Abril de Vilafranca del Penedés, Gaseta de Vilafranca[4], Filosofía y Letras de Madrid, Hélix (Hélice)[5], L’horitzó (publicación periódica de tema político) y en los periódicos Quaderns Mensuals d’Acció, Mirador, La Publicitat (octubre y noviembre de 1928)[6] y La Rambla.

Igualmente, en su adolescencia, entre 1925 y 1926, siendo aún alumno de secundaria en el colegio Sant Ramón de Vilafranca, escribió, en compañía de Rodolf Llorens i Jordana[7], un par de obras de teatro; una comedia Molles i Mosques cuyo original lamentablemente se perdió y La Nosa, drama en tres actos que quedó inacabado.

Época Universitaria:

Una vez cumplido el proceso natural de adaptación, se incorpora simultáneamente a sus estudios de Derecho y de Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona donde se recibe en 1926. Luego alterna su trabajo docente en el Instituto Escuela del Parque de la Ciudadela (Instituto Giner de Los Ríos[8]) y en la Universidad de Barcelona como profesor de iniciación de las lenguas semíticas, cuyos estudios había comenzado bajo la tutela de los profesores Maximiliano Alarcón i Santón, Ángel González Palencia y Joseph M. Millàs y Vallicrosa. Producto de esta experiencia fue la traducción y publicación de la versión catalana de un cuento árabe: Història d’ Amara, la cantora, d’ el Bicari, (Del llibre Els mercats dels amors) editado por la revista de Filosofía y Letras de Madrid[9], dirigida por Manuel Ballesteros Gaibrois. Por otra parte, el ejercicio de aprendizaje social como secretario privado de Carlos Pi Suñer, quien como político ejerció altos cargos en la administración republicana. Paralelamente a estas actividades desempeñaba su profesión de abogado, en sociedad con el esclarecido jurista José Puig Brutau.

Don Pedro y Jordi Rubió Balaguer

Durante sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la vieja Universidad de Barcelona, Don Pedro recuerda con singular agrado la influencia que sobre él ejerció el maestro Pedro i Jordi Rubió Balaguer, de quien escuchó sus primeras lecciones de bibliografía, y después, a distancia, continuó aún sus sabios consejos, alentando de manera comprensiva, crítica y certera, todas las iniciativas que le formulara.

Para Don Pedro, el Doctor Rubió encarna la figura del verdadero maestro, íntegro, generoso y profundamente humano, cuya grandeza de alma fue vivir como suya la preocupación de los demás.

Don Pedro y su credo político

En cierta ocasión le pregunté a Don Pedro por su credo político y amablemente me confesó: yo soy liberal, respetuoso de todo credo político, porque no sé quién tiene la razón. Salvo el anarquismo que viví y sufrí los días de la guerra civil española, no me atrevería a decirle a nadie que está equivocado. Creo en la adhesión franca, leal y honesta a un ideario político. Respeto a los socialcristianos, pero me costaría ingresar a una tolda política. En mi lejana juventud, cuando estuve afiliado a la Izquierda Republicana de Cataluña, en el talante o tendencia de Carlos Pi Suñer. Pero, vivida la dura lección de la guerra, salí escarmentado y me prometí a mi mismo que jamás entraría en un partido.

En busca de una nueva Patria

La trágica guerra civil que sufrió España entre 1936 y 1939 provocó una inesperada interrupción del ritmo y destino de cada uno de los españoles, causando el exilio de intelectuales que vinieron a suelos americanos a rehacer su fecunda vida. Afortunadamente para nuestro país, este desagradable hecho dio inicio a un proceso de enriquecimiento histórico y cultural en todos los campos del saber.

En el caso de Don Pedro la guerra civil derrumbó sus ilusiones en la vida que había emprendido haciendo que con toda la potencia que brinda la esperanza, decidiera el camino del destierro a Francia donde se residenció en la Chapelle-aux-Bois (Vosgos), pero la inestable situación por la amenaza de una segunda guerra mundial, hizo que tomara la resolución de venir a Venezuela, con el temor de que un destino oscuro e incierto le aguardara. Sin embargo, tenía que cambiar su suerte al alejarse a cualquier precio de amenazas y riesgos, para rehacer su propio destino en otra comunidad.

Con esposa y dos hijos (uno de tres años y otro de meses) a fines de julio de 1937 se embarca en Boulogne-sur-Mer, en el canal de La Mancha, a bordo del barco holandés Simón Bolívar, con destino a La Guaira a donde llega el día martes 17. Su exilio iba definido por la siguiente sentencia que formuló Cervantes, en su obra El Quijote, II, XVI:

Salí de mi patria, empeñé mi hacienda.

Dejé mi regalo y entrégueme a los brazos de la fortuna,

Que me llevasen donde más fuese servido. Así llega don Pedro, entregado a los brazos de la fortuna.

Poner Plato a la mesa

Consciente que su situación de trasterrado implicaba la resignación de resolver ciertos problemas domésticos que le permitieran vivir normalmente atendiendo al sustento familiar del núcleo que de él dependía, decide ocupar el primer trabajo que se le ofrece y para sobrevivir, se dedicó a vender máquinas de escribir para la Casa Blohm. De esta manera convierte el futuro incierto en un estable pasado, solar de sus amores.

Don Pedro y el Profesor Antonio José Vandellós.

El profesor Vandellós, pionero y fundador de la moderna ciencia estadística en Venezuela, le presentó al Doctor Rafael Ernesto López, Ministro de Educación, y éste al conocerlo le dijo: Si Usted es profesor, que hace vendiendo máquinas?. Inmediatamente lo contrató y empezó a dar clases de Castellano y Literatura en el Instituto Pedagógico (1937-1948), luego continuó su labor docente en el Liceo Andrés Bello (1938-1939), Escuela Normal de Maestras (1939-1941), Colegio América, en San Bernardino (1945-1952), Universidad de Harvard, en los Estados Unidos (1946-1947), Facultad de Humanidades en la Universidad Central de Venezuela (1946-1979), Facultad de Filosofía y Educación en la Universidad de Chile (1955), Facultad de Derecho en la Universidad del Zulia, Maracaibo (1955), Instituto de Filología de la Universidad Central de Venezuela (1955-1956), Universidad Nacional del Zulia (1956), Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello (1959-1961), Universidad de Indiana, Ohio, Washington y Yale (1974), Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, Inglaterra (1974-1975), Universidad Metropolitana de Caracas, como Profesor Vitalicio desde 1976, Universidad de Indiana, Bloomington, Estados Unidos (1977).

El primer contacto con Andrés Bello

Aprovechando las vacaciones escolares del mes de agosto de 1939, Don Pedro decide consumirse los 800 dólares que había ahorrado para conocer ese maravilloso mundo que representa la América Hispana. Durante el recorrido visita a Cartagena, Panamá, Lima, El Callao, Valparaíso, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro y Sao Paulo. Allí, además de hacer muchos amigos, vivió maravillado por las extraordinarias y fantásticas riquezas bibliográficas que había en las librerías. Es en ese entonces que tropieza con la edición chilena de 1881 de las Obras Completas de Andrés Bello[10], y especialmente con la edición póstuma del poema del Cid que aparecía en el tomo segundo. Fue tanta su emoción que le recordó las clases magistrales impartidas en sus años universitarios por Don Ramón Menéndez Pidal. Este fabuloso hallazgo dio pie a que don Pedro propusiera a la Academia Venezolana de la Lengua correspondiente de la Española un acto en conmemoración del VIII centenario del poema del Cid, que según Menéndez Pidal se había compuesto alrededor del año 1.140.

Una vez aceptada su propuesta, se decidió celebrar el acto en el Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela y se le designó Orador de Orden, siendo ésta la primera ocasión en que se puso un Chaqué Levita prestado por su amigo José Antonio Vandellós. Este discurso que fue publicado con el título Don Andrés Bello y el poema del Cid, en el Boletín de la Academia Venezolana de la Lengua correspondiente de la española, Nº 30, de abril-junio de 1941, y sirvió de base a su obra La Épica Castellana y los Estudios de Andrés Bello, la cual fue distinguida con el Premio Andrés Bello, en 1953. El Jurado estuvo compuesto por el profesor Augusto Mijares, el Padre Pedro Pablo Barnola, S. J., y Don Luis Yépez.

Siguiendo la propuesta que el diputado Andrés Eloy Blanco formulara el martes, 21 de octubre de 1947 en la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela, el miércoles 25 de febrero de 1948, el Presidente Rómulo Gallegos en ejecución de ese acuerdo aprobado por unanimidad, que recomendaba al Ejecutivo Nacional la edición cuidadosa de las obras completas de Andrés Bello, decretó la creación de una Comisión Nacional para la edición venezolana de las Obras Completas de Andrés Bello. Al principio presidió la Comisión Don Julio Planchart (1855-1948) y luego el Doctor Rafael Caldera. Don Pedro era el Secretario. Para realizar la investigación de la etapa londinense de Andrés Bello, por sugerencia de Don Pedro, se contrató los servicios de Don Carlos Pi Suñer. Gracias a su admirable y acuciosa búsqueda pudimos conocer sus trabajos, las casas donde habitó Bello, su asidua asistencia del British Museum, la localización de su tarjeta de lector y su relación con Miranda.

En cierta ocasión le preguntamos a Don Pedro ¿que pasaje anecdótico recuerda de Andrés Bello? y él inmediatamente nos dijo: Una vez le interrogaron si la palabra errata podía aceptar plural cuando ella ya lo significa en latín, y él dijo que sí, que debía ser erratas, porque en todo libro siempre hay más de dos faltas.

Don Pedro y el Doctor Caldera.

Indiferentemente de su actuación política, debo evocar la persona del Doctor Rafael Antonio Caldera Rodríguez, que como buen venezolano, siempre correspondió y acogió sus iniciativas con singular devoción. En una entrevista[11] que le hiciéramos a Don Pedro él nos explica que lo conoció en 1939, cuando organizaba la Segunda Exposición del Libro Venezolano. En ella recordaba con agrado el gesto que había tenido con él cuando era Director de la Comisión de Andrés Bello, al respecto nos decía: Cuando comenzamos a trabajar yo lo hacía a tiempo completo y el Dr. Caldera venía metódicamente tres tardes a la semana, generalmente desde las 4 hasta las 8 de la noche. Sin consultármelo escribió una comunicación al entonces Ministro de Educación, Doctor José Loreto Arismendi, explicándole que yo invertía más horas que él, y era el que corría con el trabajo y, por tanto, el modesto estipendio que él recibía como Director no era justo y pedía que se me abonase a mí lo que le pertenecía a él. Así fue acordado con el Ministro, por lo que el Dr. Caldera quedó casi como colaborador ad-honorem. La asignación era minúscula pero el gesto es de un hombre de alma grande.

Respecto a la significación Don Pedro en su país adoptivo, el mismo Doctor Caldera en una carta que celosamente conserva, lo explica glosando lo que él considera como los tres aspectos fundamentales de su personalidad: 1º Haber formado una familia de la cual se siente orgulloso y quienes lo han acompañado fielmente en los empeños por estas tareas. 2º haber reunido una biblioteca privada, pensada para la investigación humanística en Venezuela, que se dio el gusto de obsequiar, por consejo de los suyos, a la Universidad Metropolitana de Caracas para el servicio de la educación superior, y 3º, haber escrito una serie de obras dispuestas a cambiar y aumentar la cultura americana.

En cierta oportunidad le pregunté si el Doctor Caldera intentó convencerlo para que ingresara a COPEI, inmediatamente me respondió el Dr. Caldera siempre respetó mi modo de pensar y alguna vez, al discutir opiniones, algo discrepantes, llegó a decirme que era más cristiano que él. Pura generosidad, desde luego.

Don Pedro y la edición de las obras completas de Don Andrés Bello

La edición de las obras completas de Andrés Bello fue una de las mayores satisfacciones experimentadas en su vida. En sus funciones como Secretario de la Comisión Editora tuvo la grata oportunidad de mantener una nutrida correspondencia con los estudiosos y colaboradores de la investigación bellista en Venezuela y diversos países que le proporcionaron gratos momentos de intercambio de ideas y ayudas a las pesquisas de los temas bellistas. Entre los personajes que mantuvo correspondencia vale la pena recordar a: Ceferino Alegría (1913-1979); María Rosa Alonso (1909-); Dr. Ricardo Archila (1909-1984); Fray Cesáreo de Armellada (1908-); Horacio Jorge Becco (1924-); Alfredo Boulton (1908-); Mario Briceño Perozo (1917-); Constant Brusiloff (1895-1977); Lucas Guillermo Castillo Lara (1921-); Edoardo Crema (1892-1974); René L. F. Durand (1910-); David W. Fernández (1932-); Dr. Hector García Chuecos (1900-1973); Luis Beltrán Guerrero (1914-); Mario Briceño Iragorry (1897-1958); Ildefonso Leal (1932-); Vicente Lecuna (1870-1954); Dr. José Loreto Arismendi (1898-1979); Cristóbal L. Mendoza (1886-1979); Profesor Augusto Mijares (1897-1979); Agustín Millares Carlo (1893-1980); Monseñor Nicolás E. Navarro (1867-1960); P. Luis María Olazo (1916-); Caracciolo Parra Pérez (1888-1964); Manuel Pinto (1909-); Tomás Polanco Alcántara (1927-2002); Juan Bautista Plaza (1898-1965); Pascual Venegas Filardo (1911-) y Ramón J. Velásquez Mujica (1918-).

Su primera decepción con la cultura

Para abordar este aspecto, creemos oportuno recordar las palabras que Don Pedro nos refiriera en forma de anécdota, riéndose para contener el estallido de su llanto.

A finales del año 1940, don Pedro fue llamado por el señor Juan de Guruceaga, de la imprenta Élite, situada en la esquina de La Palma para que recogiera los primeros ejemplares de su obra Estudios de Castellano[12]. Al recibirlos, para ganar tiempo, los colocó al lado del volante de su vehículo, marca Ford. Como iba hacia el Instituto Pedagógico de Caracas, en la avenida Páez del Paraíso, aprovechó su paso por la esquina de Alemán para realizar un encargo. Como era costumbre en la época, detuvo por un momento el automóvil que conducía con los vidrios abiertos y al regresar, se encontró que el paquete había sido roto, pero aparentemente el malhechor, al saber su contenido, no se llevó ninguno.

Esta reveladora enseñanza le hizo entender el escaso valor que tienen los libros fuera del ámbito del saber.

Desde este momento, Don Pedro comprendió que debía dedicar sus esfuerzos a difundir la cultura venezolana.

Don Pedro y la Fundación La Casa de Bello[13]

Cuando el Dr. Rafael Caldera dispuso por Decreto Presidencial Nº 1523, de fecha miércoles 28 de noviembre de 1973 la creación de la Fundación la Casa de Bello[14], Don Pedro fue elegido Director de la misma, pero en un acto de nobleza, característico de su personalidad, cónsono con su concepto de amistad, declinó el cargo a instancias de Oscar Sambrano Urdaneta, quien le pidió le diese la oportunidad de dirigir una empresa cultural como aquella. La razón que dio era que él necesitaba probarse a sí mismo, ya que quería saber si era capaz de hacerlo con éxito, sobre todo en momentos en que su candidatura a la Dirección del Instituto Pedagógico Nacional había sido duramente adversada por una poderosa organización que lo acusaba de extremista.

Don Pedro con la humildad que lo caracteriza, generosamente aceptó y fue nombrado Asesor General de la Casa de Bello, destino que, a entender de Oscar Sambrano Urdaneta era más acorde con su experiencia y su tiempo como investigador.

Don Pedro y Vicente Lecuna

En el momento que Don Pedro organizó la primera exposición del Libro venezolano desde 1808 hasta 1830, con la colaboración del Ateneo de Caracas, Don Manuel Segundo Sánchez le sugirió que para mejorar la colección pidiera al Dr. Vicente Lecuna el préstamo de los impresos que poseía relativos al período en cuestión.

Siguiendo el consejo, Don Pedro lo visitó en su oficina en la Presidencia del Banco de Venezuela. Al ser recibido, el Dr. Lecuna escuchó pacientemente su petición y lo despachó de sopetón y sin ninguna explicación le dijo: no tengo tiempo, joven. Acongojado por este fracaso, le confesó esta falta de atención a Don Manuel, expresándole que no volvería a ver a este hombre tan brusco y malhumorado, finalmente, con el tiempo, Don Pedro olvidó el desagradable percance y ante las continuas insistencias de Don Manuel acordó acudir a la tertulia que reunía al Dr. Lecuna en su casa de habitación los domingos en las mañana.

Durante una de las discusiones que generalmente se suscitaban, Don Pedro intervino y al despedirse el Dr. Lecuna, le dijo: Usted vendrá cada domingo, pues hay asuntos que conoce mejor que nosotros.

De esta manera las asperezas se limaron, transformándose su relación en cordialidad, admiración y sincera amistad.

Don Pedro y Francisco de Miranda:

Entre sus grandes aportes por el conocimiento de la egregia figura del Precursor está la identificación del legado de Miranda.

Siguiendo las disposiciones testamentarias del Precursor que expresaban: A la Universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros Clásicos Griegos de mi biblioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de literatura y de moral cristiana con que alimentaron mi juventud; con cuyos sólidos fundamentos he podido superar felizmente los graves riesgos y peligros en que la suerte quiso colocarme[15].

De acuerdo a su mandato Molini, el antiguo secretario del Precursor cuando regresa a Caracas, le escribe el miércoles 20 de agosto de 1828 a José María Vargas[16], quien en ese momento se desempeñaba como Rector de la Universidad de Caracas, diciéndole: En cumplimiento de las disposiciones testamentarias del General Miranda, como se lo comunicó su hijo desde Bogotá, solicité del doctor (José Fernández) Madrid -el Ministro de Colombia- que enviase a uno de los funcionarios de la Legación a la residencia del General en Grafton Street, para seleccionar de su biblioteca los clásicos griegos antes de que aquélla fuese subastada. De conformidad con ello, el viernes 29 de mayo de 1829, vino el señor García de Toledo y separamos 143 volúmenes para la Universidad de Caracas, de los cuales di una lista al señor Toledo y de la que adjunto una copia para su conocimiento. Esperamos sus instrucciones para entregarlos al señor Bello o a quien quiera designar para recibirlos.

Con el tiempo, después de superar las innumerables vicisitudes, los libros llegaron a Caracas, y en el Acta del Claustro Universitario del miércoles 5 de marzo de 1828, encontramos:

La Universidad, disponiendo que el Señor Rector libre contra sus fondos la cantidad necesaria para cubrir los derechos que hayan de pagarse en Londres y la conducción y los libros, aceptó el legado de ellos para hacerse de unos monumentos del aprecio y memoria con que la honró un hijo suyo con la recomendable particularidad de haber sido en situación en que los hombres regularmente no hacen recuerdo detenido ni se lo que le es más caro y precioso; y no pudiendo por eso permitir que una demostración tan digna de su autor, de la admiración del público y de la posteridad, y capaz de gravar en los jóvenes estudios y la estima de la sana doctrina que la Universidad ingiere en sus almas durables y útil para todas las diferencias de la vida, queda estrechada en el recinto académico, acordó: se publique en la Gaceta de Gobierno haciéndose la súplica correspondiente para que se le dé colocación en sus columnas, igualmente se consideró debido significar al expresado señor Leandro Miranda el honor y satisfacción con que recibió la noticia del legado, y darle sinceras gracias por su oficiosidad en comunicarla.

El señor Rector presentó una carta del señor José Rafael Revenga, Ministro de Relaciones Exteriores, en que con el más decidido interés por enriquecer a esta Universidad con los elementos más necesarios para la propagación de las luces, comunica los medios que le parecen oportunos a fin de que ella compre equitativamente la biblioteca del antes referido General Miranda, ofreciéndose para ser el primero en garantía las estipulaciones que se hagan para el pago de su valor por no ser posible verificarlo al contado; y la Junta general apreciando sobre manera los oficios y oferta del señor Revenga, acordó que se le signifique, que de un hijo suyo, de su espíritu público e ilustración no podía la Universidad esperar una correspondencia menos generosa; con lo que se concluyó y firmaron los señores Rector y Vicerrector, de que certifico.

Dr. José Vargas

Dr. José María García Silverio, Secretario[17].

Quince días antes de procederse a la primera subasta, exactamente el sábado 5 de julio de 1828, el Ministro de Colombia en Londres, don José Fernández Madrid, comunicaba al Secretario de Estado y Relaciones Exteriores lo siguiente: La viuda del General Miranda me ha entregado la lista de los libros que el General legó a favor de la Universidad de Caracas y son los mismos que constan en la copia que acompaño bajo el Nº 4. Se hallan depositados en la casa de la misma señora Miranda hasta que la Universidad de Caracas disponga de ellos[18].

El documento anexo mencionado en la comunicación de José Fernández Madrid, iba rubricado con la firma autógrafa de Andrés Bello, en su calidad de Secretario de la Legación de Colombia en Londres[19]. Gracias a esta relación que consiguió el Doctor Pedro Grases González en el Archivo de José Manuel Restrepo, de Bogotá, pudieron identificarse los volúmenes legados por el Precursor que hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Caracas[20].

En el año 1950, Don Pedro Grases González encontró en la ventana de un sótano de la Biblioteca Nacional[21], en la esquina de San Francisco, en Caracas, 126 de los 142[22] volúmenes de la biblioteca de Miranda, con el tiempo, aparecieron 2 ejemplares más. En ese entonces el Director era el Doctor Enrique Planchart. Ese mismo año la Biblioteca publicó el estudio del Catalogador Terzo Tariffi que lleva por título Los Clásicos griegos de Francisco de Miranda, en el cual después de analizar algunos pormenores históricos acerca de la Biblioteca del Precursor, inserta la correcta catalogación de las obras.

En 1967, fue el mismo Don Pedro Grases quien ubicó en la Biblioteca del Museo Británico, los dos folletos impresos por la Casa subastadora R. H. Evans el martes, 22 de julio de 1828[23] y los dos días siguientes; y el sábado, 20 de abril de 1833[24] y los tres días siguientes, excepto el domingo. En la portada reseñaban algunas de las obras en venta para atraer a los posibles compradores.

Aunque estos catálogos, no revisten mayor interés desde el punto de vista bibliográfico, nos dan una primera aproximación a la calidad de la biblioteca que representa la cultura del Siglo de las Luces. Además, por las notas puestas al margen podemos identificar el nombre de los compradores y el precio de cada uno.

Después de terminar la investigación de la etapa londinense de Andrés Bello, por sugerencia que hace Don Pedro en su casa de La Castellana, al Doctor Cristóbal L. Mendoza, para ese entonces Director de la Academia Nacional de La Historia, se contrata nuevamente al Dr. Carlos Pi Suñer para que aclare documentalmente el período londinense de Francisco de Miranda. Al ser aceptado, don Carlos puso inmediatamente manos a la obra y dedicó tres años a su vida a esclarecer tan importante faceta. El resultado de esta fabulosa e inédita documentación reposa actualmente en el Archivo de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, Venezuela, bajo las siguientes signaturas y títulos:

VII-21: Documentos complementarios del Archivo de Miranda. Informes del Dr. Carlos Pi Sunyer.

VII-22 a 30: Extractos de documentos reproducidos en microfilms, obtenidos en los archivos ingleses por el Dr. Carlos Pi Suñer, en julio de 1966. Esta colección consta de 5 rollos de microfilms. El contenido de los mismos es el siguiente:

Colección volúmenes documentos

.- Embajador Wellesley 40 392

.- De la islas Curaçao y San Tomás 24 349

.- De miscelánea de España y América Española 41 551

.- Legación de Colombia en Londres 15 612

.- De Ministros Cónsules Británicos en Colombia 25 771

Lo que representa un total 145 2.720

Es realmente deplorable que esta magnífica documentación permanezca aún inédita.

Igualmente, a su indeclinable e invariable acuciosidad le debemos la reconstrucción de la singular historia del Cancionero de las obras de Pedro Manuel de Urreo, editado en Logroño, el año de 1513, el cual formó parte de su biblioteca y fue regalado por su viuda, Sarah Andrew, a don Bartolomé José Gallardo.

Don Pedro: Maestro de la nueva Bibliografía Venezolana

Pedro Grases es actualmente el más destacado de los bibliógrafos venezolanos, y representa para el mundo hispano, el mejor ejemplo de erudición, talento, voluntad, perseverancia, paciencia, minuciosidad, precisión y disciplina. Prueba de ello es su ciclópea producción de libros, conferencias, folletos, estudios preliminares, publicaciones documentales, compilaciones, selecciones, prólogos, notas y ensayos, demostrando así su inagotable pasión por la cultura.

Desde muy joven don Pedro entendió que en el sentido estricto de su significado la bibliografía es, aquella parte de la ciencia de los libros que trata de su catalogación, y que ofrece los medios de procurarse de manera rápida y amplia información sobre su contenido y quien ignore su valor se expone a errores garrafales de información que conducen a repetición de viejos errores. Para él el trabajo bibliográfico es un acto de servicio, producto de una auténtica y perseverante dedicación, cuyo fin es proporcionar al prójimo, un instrumento de ayuda e información de las obras hechas en pro del desarrollo de un tema determinado.

Cuando llegó a Venezuela fue amparado en la amistad de tres grandes venezolanos: Vicente Lecuna, Luis Correa y Manuel Segundo Sánchez quienes le abrieron los caminos de la cultura y la investigación. Si bien es cierto que en Venezuela, la labor bibliográfica se inició a finales del siglo XIX, por medio de las compilaciones de Tulio Febres Cordero, Adolfo Ernst, Adolfo Frydensberg[25], Santiago Key Ayala, Manuel Landaeta Rosales, Juan Piñango Ordóñez[26], Enrique Planchart, Eduardo Rohl, Arístides Rojas, Víctor Manuel Ovalles y otros que no conformaron una labor orgánica sistematizada. a pesar de lo perspícuo de sus obras, y del sano espíritu nacionalista que las inspiran. Es Manuel Segundo Sánchez quien realiza los primeros trabajos de significación, sentando con sólidas bases la investigación bibliográfica en Venezuela. Pero, modernamente, es Pedro Grases el que desarrolla esta ciencia no sólo por la magnitud de su obra y el acopio de fichas, sino por los minuciosos y acertados comentarios que hace de cada una de las obras registradas. Cierto día me confió que en una conversación sostenida con Manuel Segundo Sánchez surgió el nombre de su maestro Pedro i Jordi Rubió Balaguer, quien le había dado las primeras clases de Bibliografía y al cabo de un rato le dijo: aquí en Venezuela, hay un campo virgen al alcance de su mano. Trabaje usted en eso.

En sus 66 años de labor en Venezuela ha desarrollado una valiosa e importante producción, que impresiona no sólo por la cantidad, sino por la calidad. Una buena muestra de ello son las obras completas de Andrés Bello; la exposición del libro venezolano; las ediciones de la semana de Bello; serie Sesquicentenario de la Independencia publicada por la Academia Nacional de la Historia; serie nuestro siglo XIX; Las Fuerzas Armadas en el siglo XIX; Escritos del Libertador que edita la Sociedad Bolivariana; Colección histórico-ideológica del Pensamiento Político de la Venezuela del siglo XIX; ediciones del Cuatricentenario de Caracas; de la Fundación Eugenio Mendoza; las de la Biblioteca Nacional; la colección Histórico-Económica de Venezuela; Historia de las Finanzas públicas en Venezuela; Colección del Instituto Nacional de Hipódromos; del Inciba, de la Casa de Bello; Ediciones conmemorativas del Banco Industrial de Venezuela, del Congreso de la República, de la Universidad Central de Venezuela, Instituto Pedagógico, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Comité de Orígenes de la Emancipación, Sesquicentenario del Congreso de Angostura, del Ministerio de Educación, algunos otros culminando con sus obras completas. Pasando por la historia de las ideas, el ideario de la independencia americana y sus principales protagonistas en Venezuela como Bolívar y Miranda, así como las relaciones e influencias políticas y libertarias entre los diferentes centros de la revolución independentista. Él rescató con paciencia benedictina a Bello, nos los enseñó en su justa dimensión y lo hizo asequible a todos. A su esfuerzo, acuciosidad y certero criterio se debe la publicación sus Obras Completas. En fin estudió su legado intelectual, su trayectoria y trascendencia con una devoción casi religiosa.

De Bello pasó a sus coetáneos y compiló las obras de Simón Rodríguez y Juan Germán Roscio, luego llevado de la mano de Manuel Segundo Sánchez, uno de los primeros bibliógrafos del continente, continuó con las obras completas de Rafael María Baralt y con las obras escogidas de Agustín Codazzi.

Gracias a sus investigaciones han adquirido auténtica contemporaneidad Cecilio Acosta, Andrés Bello, Manuel Cajigal, Depons, Francisco de Miranda, García de Sena, Juan Vicente González, Manuel Landaeta Rosales, Tomás Lander, Domingo Navas Spínola, Daniel Florencio O’leary, Manuel Palacio Fajardo, Miguel José Sanz, Fermín Toro, José María Vargas, etcétera. Personajes éstos que representan la más completa expresión del humanismo venezolano. Por él se sabe cuál fue el primer libro impreso en Venezuela, cuáles fueron las traducciones de las obras que más influyeron en la independencia.

En materia bibliográfica destacan principalmente: la Bibliografía de Arístides Rojas; la Bibliografía del Sesquicentenario de la Independencia de Venezuela. (1962); Consideraciones sobre la obra bibliográfica en Venezuela (1962); Contribución a la bibliografía de temas agropecuarios (1943); Contribución a la bibliografía caraqueña de Don Andrés Bello (1944); Contribución a la bibliografía del 19 de abril de 1810 (1960); Contribución a la bibliografía Venezolana del Derecho Constitucional (1961 y 1962); Estudio bibliográfico de los Escritos de Bolívar; Fuentes generales para el estudio de la literatura Venezolana (1950); El índice analítico de la Revista Alborada; Introducción a la guía de fuentes bibliográficas relativas a Venezuela (1964); Investigaciones bibliográficas (1968); Libros de Bello editados en Caracas en el siglo XIX; La pericia bibliográfica de Simón Rodríguez (1979); Referencias bibliográficas relativas al Congreso de Panamá (1952), etc.

Igualmente vale la pena mencionar sus estudios documentales y críticos sobre el pensamiento constitucional de Bolívar y sus hallazgos de los Manuscritos originales del Discurso de Angostura y del ejemplar impreso del proyecto de Constitución para la República Bolivariana y su incalculable contribución al estudio de la imprenta y el periodismo venezolano. Así realiza lo que él ha llamado su docencia escrita.

Como se puede observar, es un hombre que no nació para descansar, pues su vida está destinada al trabajo de la exhumación de infolios. Si no Grases dejaría de ser Grases.

La Biblioteca Pedro Grases

En un acto de desprendimiento poco común, el Doctor Pedro Grases dona a la Universidad Metropolitana el fondo de su biblioteca, la cual es recibida el 3 de noviembre de 1976 por el Señor Eugenio Mendoza, en su condición de Presidente de la fundación Universidad Metropolitana.

Consta aproximadamente de 70.000 unidades (libros, folletos y revistas) divididas en 14 secciones:

1.- Ediciones Venezolanas.

2.- Autores venezolanos.

3.- Obras relativas a Venezuela.

4.- Obras de referencia venezolana (bibliografía y documentación).

5.- Ediciones y estudios de Andrés Bello.

6.- Filología hispánica, especialmente sobre el castellano en Venezuela.

7.- Historia de España y América.

8.- Literatura española e hispanoamericana.

9.- Bibliografía y documentación hispánica.

10.- Obras Generales (no hispánicas).

11.- Publicaciones periódicas venezolanas.

12.- Publicaciones periódicas hispanoamericanas.

13.- Publicaciones periódicas generales.

14.- Obras raras y curiosas.

El edificio que alberga fue diseñado como un centro de actividades de investigación y proyección cultural por los Arquitectos Tomas José y Eduardo Sanabria con una capacidad estimada en unos 500.000 volúmenes.

Su construcción fue ordenada por el Presidente de la República, Doctor Luis Herrera Campins, mediante decreto Nº 279 del martes 18 de septiembre de 1979.

Don Pedro Ennietecido

Cuando Don Pedro Grases, un joven de apenas 27 años, llega a La Guaira el 17 de agosto de 1937, procedente de La Chapelle-Aux-Bois (Vosgos) cerca de la frontera con Alemania, a bordo del vapor holandés Simón Bolívar, viene acompañado de su amada y bella esposa, doña Asunción Galofré y de sus dos hijos, Pedro Juan[27] de tres años y José (Pepe)[28], de seis meses. Con el tiempo nacerían su hija María Asunción[29], centro vivo de ese hogar y Manuel[30]. Nunca se imaginó Don Pedro que su familia llegara a tener 16 nietos y 12 bisnietos que son la seguridad de continuar su nombre, con el rigor y la devoción que procuró inculcarles.

Al respecto, en una confidencia que nos hiciera, nos contaba que en castellano faltaba una palabra que expresara ese sentimiento de amor renovado que sentía ante los nietos. Fue su amigo chileno, don Guillermo Feliú Cruz quien le dio la clave al acuñar la palabra ennietecerse, que para él, refleja sus sentimientos como abuelo.

Los sábados de Villafranca:

Don Pedro siempre le preocupó que se está perdiendo lo poco que quedaba de la hermosa tradición de las tertulias caraqueñas, de intercambio intelectual y humano, por eso insistía que hay que volver al coloquio, a la comunión de ideales y a la coparticipación de proyectos y entusiasmos. Las viejas reuniones de grupos-no como el Ágora ateniense, paro no pedir demasiado-, hay que continuarlas, ya que ellas no tienen en nuestros días nada que las sustituya. Ante estas circunstancias, desde la época de los años 60, en el hogar de Don Pedro situado en la Avenida Mohedano de La Castellana se congregan desde las 7:30 a.m. a 12 a.m. un grupo de amigos para intercambiar ideas sobre diferentes tópicos. En esas tertulias amistoso-literarias Don Pedro les brinda café y, si los hay, les regala una obra reciente. De esta manera se produce una profunda e inolvidable experiencia de aprendizaje y meditación sobre ciertos problemas que solidifican el conocimiento humano, permitiéndole a Don Pedro decir su canción a quien con él va.

Don Pedro y su proyecto de vida dirigido a los jóvenes.

Su proyecto de vida lo dio a conocer en noviembre de 1943 cuando un grupo de alumnos del último año de Humanidades del Liceo Aplicación, le pidieron una colaboración para la revista Surcos. En ese artículo que hizo como mensaje quiso comunicarles el programa intelectual que se trazó para el mismo, haciendo evidente las enormes posibilidades que ofrece y exige Venezuela como objeto de estudio; y glosar el significado y las perspectivas que tiene para la vida de un estudioso o un profesional, en no importa qué ramo de actividad, en las investigaciones nacionales. Este programa que consideramos de plena vigencia, lo resumimos ahora a continuación, ya que iba dirigido a un público lector en plena juventud que vive entre libros, que comienzan las especulaciones intelectuales para proseguirlas durante el resto de sus días, y que, además, está en el momento de decidir su porvenir y comprometer la vida hacia rumbos definitivos, cuando siente la sangre y en el cerebro el deseo y la intención de ser útil a su país; y sobre todo el cumplir a cabalidad sus proyectos íntimos (la justificación de la vida personal, la profesional y en la sociedad), conseguir algún gran resultado en la existencia, alcanzar muy altos lugares a base del propio esfuerzo individual; a este público les hace algunas reflexiones en relación con el vastísimo y extraordinario panorama de actividades que les cabe en Venezuela.

No tan sólo puede ejercitar sus dotes y verter sus anhelos justísimos y legítimos en pro de su tierra; sino que debe orientar con toda intensidad su actuación hacia tal objetivo.

El porvenir de la juventud estudiosa es tremendamente distinto, si cotejamos lo que acontece, o acontecía, en Europa, con la forma como suceden las cosas en las repúblicas del continente americano. La diferencia cobra un tan singular relieve que bastan pocas palabras para explicarla.

En el viejo mundo se reducía a estrechos cauces la perspectiva de trabajo, o mejor de triunfo, que contemplaba ante sí mismo el hombre que se asomaba a la sociedad con la sobrecarga de energías e ideas a sus días mozos y con el capital en potencia para ser eficiente en cualquier tarea. La primera dificultad con que se tropieza es la de escoger camino, ya que de tal acierto depende en gran parte el éxito futuro.

En cambio en las naciones del viejo mundo tal horizonte es prácticamente infinito y sin traba alguna por el momento Todos los destinos están ampliamente abiertos, y en cada uno de ellos hay largo trecho por delante. Un solo requisito es determinante en la marcha: perseverar en la intención y en el esfuerzo.

El triunfo personal, en América, es seguro y a plazo más o menos fijo para la labor de tipo intelectual en cada especialidad. La altura y la calidad en la obra realizada dependerá, no de la parte aleatoria que en todo éxito tiene la fortuna, el azar, el triunfo ajeno rival, sino de los quilates de la voluntad operante. Quizás en ello estribe el mayor lastre para la victoria, en su aparente facilidad que no impele a la vigorosa, total y sostenida tensión creadora.

Por el contrario, en tierras del Viejo Continente, el arribo al objetivo propuesto tiene, por una parte, la participación de imponderables de suerte y fortuna, porque se trafica por vías trilladas en demasía, y, por otro lado, la terrible competencia que impone la violencia para el avance como tuvieran que salvarse los obstáculos o impedimentos a cualquier precio.

En América, la vida para la juventud se encamina a fines seguros, supeditados únicamente a la valía y al temple de la voluntad que se esfuerza. En Europa, las mejores mentalidades se jugaban su propio destino a una carta incierta.

De la totalidad multiforme y pletórica de los temas que incitan a glosa, escojamos uno: el de la historia de la cultura. No porque sean menos fecundos y ricos los demás, sino porque en la exégesis podrían rozarse aspectos que caerían fuera de mi competencia, y aún, de mi derecho. Por ejemplo, el de la política.

En la historia de las manifestaciones culturales de Venezuela no hay investigación ni estudio que no suscite infinidad de asuntos nuevos o poco tratados, que esperan los ojos ávidos de quien quiera desentrañar su secreto. En particular, me refiero a la vida de los últimos años de la Colonia y al siglo XIX.

En éste, cada hecho cultural va adquiriendo resonancia, en variadísimos órdenes de las actividades humanas. En punto de amplitud del campo de investigación, el contraste con Europa es de toda evidencia. ¡Cuán difíciles es, para el investigador en plena juventud en el Viejo Mundo, hallar asuntos inéditos y poder decir algo original!.

La historia de las grandes figuras de las letras venezolanas y la de los factores viables en la cultura del país está aguardando la mano paciente y amorosa de quien se decida a adentrarse en sus existencias, con documentación hasta ahora intocada.

Gestos y obras que mantuvieron a Venezuela a la cabeza del continente hispanoamericano en el siglo pasado confían en que la mirada escrutadora y el juicio sereno del crítico de la historia los redima del silencio y del olvido. En cada caso y en toda ocasión la búsqueda de un motivo de estudio despierta y levanta considerable cantidad de temas que intentan incorporarse a los acontecimientos vivos de la cultura nacional, cuyo recuento completo está todavía, en gran parte, por hacer, con todo y no desmerecer los estudios llevados a cabo hasta hoy.

Yo sé bien que tengo título suficiente para excitar a tamaña empresa, pero juzgo que mi intención se detiene en límites sensatos y ponderados. Deseo únicamente presentar a quienes me lean ciertas conclusiones, de las que me he convencido durante mi aprendizaje en historia venezolana.

Llegó mi audacia a afirmar que en la historia del continente americano de habla hispánica, Venezuela ocupa ya un lugar de primer plano en la vida militar y política, cuando también tiene absoluto derecho a tenerlo en el ámbito de la cultura, en su más amplio sentido, por el admirable tesón y la extraordinaria calidad de la obra cumplida por sus hombres de ciencia y sus trabajadores en el terreno intelectual.

La obra conducente a tal rectificación ha de realizarse mediante el análisis y el examen de los valores de la cultura escalonados en la trayectoria vivida por la nación venezolana. Ello debe hacerse por una generación inspirada en tal propósito, aplicando los principios generales de la ciencia en la discriminación de los hechos particulares. Con ello ha de lograse, además, el perfil propio y peculiar de las creaciones futuras que Venezuela está en el deber de entregar a la esperanza de los tiempos por venir.

Don Pedro y los signos del saber.

En más de una oportunidad, don Pedro nos ha dicho que los estudiosos de las humanidades en nuestro tiempo se olvidan que para facilitar su convivencia diaria deben cumplir rigurosamente tres requisitos: 1) La humildad. 2) El propio respeto, y 3) La discreción. De su larga experiencia personal sacó una ecuación que tiene la sencillez de lo perfecto: el mayor saber y el mayor valer humano van siempre acompañados de la mayor generosidad y humildad. En referencia a este tema, en varias circunstancias nos recordó la delicia que le producía ver casi a diario, por las calles de Cambridge a Werner Jaeger, el primer helenista de nuestra época, con su cesta de compra, la sonrisa en los labios, y los ojos encantadores de la persona que vive en su mundo de sabiduría, ni envidiando, ni envidioso. En cuanto al respeto de si mismo, don Pedro lo resume con esta sentencia de Bello: El más precioso de los bienes humanos es la reputación y el buen nombre, y por último, la carencia de discreción, en el sentido cervantino del término, nos la explica utilizando el siguiente relato de Panchatantra:

En cierto lugar vivían cuatro hermanos brahamanes que se tenían el mayor afecto. Tres de ellos se habían instruido en todas las ciencias, pero carecían de discreción; el cuarto no había estudiado, mas era muy discreto. Una vez se pusieron a deliberar: ¿Qué vale el saber si no sirve para adquirir fortuna visitando países extranjeros y ganando el favor de los príncipes? ¡Vámonos, pues, a otro país!.

Así lo hicieron, y cuando habían recorrido parte del camino dijo el mayor:

-Hay uno entre nosotros, el cuarto, que no posee estudios, sino solamente discreción. Pero los reyes no hacen regalos a la discreción sin ciencia, así que no le daremos parte de lo que ganemos. Que desande, pues, el camino, y se vuelva a casa.

Entonces añadió el segundo:

-Tú, que no has estudiado y eres tan discreto, vete pues a casa.

Y el tercero dijo:

-No es lícito obrar así. juntos hemos jugado desde la infancia, que venga con nosotros, pues lo merece, y que participe en la riqueza que adquiramos.

Acordado así, continuaron su camino y vieron en un bosque la osamenta de un león. Dijo el uno:

-Vamos a probar nuestra ciencia: aquí yace un animal muerto, vamos a devolverle la vida con nuestro saber. Yo sé ordenar y juntar los huesos.

Dijo el segundo:

-Yo sé poner la piel, la carne y la sangre.

Dijo el tercero:

-Yo sé infundirle la vida.

Y al hablar así, el primero juntó los huesos, el segundo le puso la piel, la carne y la sangre, y cuando el tercero estaba a punto de darle la vida se o impidió el discreto diciendo:

-Es un león. Si le das vida, nos matará a todos.

Pero el otro contestó:

-¡Necio! No permitiré que la ciencia quede estéril en mi mano.

Repuso aquél:

-Pues espera un momento hasta que yo haya subido a ese árbol.

Así, se hizo; el león recobró a vida, dio un salto y mato a los tres. Pero el discreto bajó del árbol cuando el león ya se había alejado y volvió a su casa.

Por eso digo Yo:

Más vale discreción que tal ciencia; la discreción es superior a la ciencia. El que carece de discreción perece como los hacedores de leones.

Don Pedro y la humildad personal.

En cierta ocasión, don Pedro se refirió a la manera de cómo él veía el problema del sentido comunitario innato del hombre, el cual se encontraba caracterizado por una divergencia trágica entre la apariencia y la realidad, haciendo que por su egoísmo y vanidad natural se valorara a sí mismo por lo que los otros hombres piensan de él, buscando impresionarlos con la exaltación de su poder basado en los bienes materiales como el dinero, etc.

En medio de estas ideas se refirió al paraje de una carta que había dirigido el martes, 15 de octubre de 1991 a Monserrate Gárate narrando su propia experiencia. Allí decía: Te confesaré algo...Cuando yo evoco mi juventud, veo que iba camino de convertirme en un ser soberbio. A los 22 años era profesor de la Universidad, disponía de coche oficial y había empezado con cierto éxito a usar la pluma, dar conferencias, hablar con prosopopeya, etc. Iba a terminar mal. Pero, pero, la guerra civil y el exilio me enseñaron, creo que para siempre, que lo fundamental en la vida es la gente buena, con alma y sentimiento que vive para servir a los demás. Si te contara de los meses en Francia y los primeros años en Caracas verías ilustrado lo que te digo. Desde entonces he procurado seguir el ejemplo de las personas generosas y sanas de espíritu (en Venezuela se llaman cuadradas). Hoy, a mi vejez, disfruto de la compañía de amigos de larga data y vivo desinteresado de las miserias de la sociedad de nuestro tiempo…

De esta manera Don Pedro comprendió que la humildad tenía que ser uno de los parámetros fundamentales de su vida.

Don Pedro y la vejez:

Al hablar de la vejez Don Pedro se hace eco de la lección magistral que Ramón Menéndez Pidal dio al arribar a sus 90 años. En ese artículo al referirse al sentido del trabajo y a la actividad creadora en la avanzada edad confiesa: En la vejez el tiempo fluye más rápido, como la corriente del río cuando el cauce se estrecha. Si la juventud encuentra tiempo para todo, la vejez vive días fugaces que no tienen veinticuatro horas, años fugacísimos que no tienen 365 días. La apetencia creativa, que es la que da sentido o finalidad trascendente a la vida en todas su edades, desfallece en tantas y tantas existencias ociosas, que se consumen en el ingente esfuerzo de defenderse contra el aburrimiento. El que cuando joven hace del trabajo un hábito gustoso, mantiene de viejo la necesidad de trabajar; el que cultivó los entusiasmos primeros, mantiene después, como fuerza rejuvenecedora, el amoroso empeño de continuar la obra de las edades fuertes. Es verdad que la actividad senil se dificulta porque lo que antes se hacía con rapidez, cuesta después doble tiempo; pero esa lentitud puede, y aún suele, ir acompañada de mayor cuidado, acendramiento y lucidez, porque con la larga experiencia, el juicio se hace más severo y exigente.

Don Pedro, La Educación y el futuro de Venezuela:

Para Don Pedro ser profesor es un glorioso placer, sobre todo, cuando la profesión coincide con el gusto de ejercerla, deja de ser trabajo, por lo menos en el sentido de castigo impuesto a la humanidad.

Cuando él observa la realidad del país, siente que para hacer una justa valoración, hay que interpretarla en su verdadera dimensión, pues él siempre ha creído que en Venezuela sobran posibilidades, cada cual puede alcanzar lo que aspire, si en ello pone voluntad, tesón, lealtad, capacidad y firmeza, todo depende de nuestra propia decisión. Lastimosamente, lo que falta es unión.

Aunque en estos momentos no vea que el país camine, tiene la ilusión y la esperanza en que se mejore la educación.

Don Pedro nos dice que el hombre bueno, es el que actúa a favor del país, sin pensar en la popularidad. Pero casi siempre están guiados por otras preocupaciones.

Él ve con tristeza que hay alumnos, pero no discípulos, lo que obliga a cada generación a empezar de nuevo, por lo tanto, ellos no reciben un legado que deban respetar, aumentar y multiplicar; y así, no se puede levantar un país. En la cultura de Hispanoamérica no se forma escuela, lo que es de suma gravedad, pues en la concatenación histórica de las generaciones, es indispensable la tradición cultural, y al quedar interrumpida, hay que recomenzar a cada paso, y el país requiere un continuo perfeccionamiento a lo largo de un proceso social. De ahí que en este incansable recomenzar, los nuevos estudiosos se ven en la imperiosa necesidad de construirse las propias bases de conocimiento.

Siguiendo este orden de ideas, Don Pedro estima que esta circunstancia nos obliga a realizar un examen de conciencia general. Es necesario preguntarse dónde están, por ejemplo, las colecciones de textos del pensamiento nacional; dónde pueden hallarse las compilaciones documentales de las piezas indispensables para la historia de la cultura; dónde está el acopio de las glosas y las ideas de quienes han recorrido los temas de análisis de las modernas humanidades; dónde, siquiera, los repertorios bibliográficos o los catálogos de fondos bibliotecarios para asentar en firmes cimientos el trabajo en vía de superación. Quedan sin respuestas estas preguntas y, en la imposibilidad de contestarlas está -a su juicio- es una causa de la endeblez de la obra de cultura humanista.

Para superarlo hay que proceder a la sistemática ordenación del acervo cultural como primera providencia. Éste es el paso previo para reemprender el camino. Así como en el tránsito de las dos épocas de la Edad Media europea, señalan un hito decisivo las escuelas de traductores, que compilaron y trasvasaron, en maravillosa ordenación, la suma de dos antiguas civilizaciones hacia lenguas nuevas, así debe procederse en este momento con una monumental y exhaustiva edición de textos nacionales. De los equipos que trabajasen en ella saldrían los interpretes y escoliastas que dirían su palabra hacia lo futuro. Así se construiría la base para la erudición fecunda, en el pleno conocimiento de cuanto se hubiese elaborado antes de ahora. Y así podría aplicarse con un criterio moderno el nuevo sentido de la cultura que reclaman nuestros días.

Elaborando sobre pasos firmes los conceptos integrales del pensamiento histórico en lo porvenir, no cabría desviación ni error. He insistido siempre en que esta tarea no tiene en América ni pizca de azar, es un trabajo seguro y de éxito esplendoroso, si se le aplica capacidad, buena fe y se le dedica el continuo esfuerzo. Esta es la mas hermosa perspectiva que se le puede presentar a un estudioso de las humanidades en nuestro siglo.

Hay que volver al objetivo de la solidaridad nacional. El problema no es de dinero, es de saber sumar las acciones de cada individuo para lograr la creación de una obra conjunta, de un trabajo en equipo. Cuando en la convivencia temporal se produce la correlación de intereses y de afecto, la obra es provechosa. Pero desgraciadamente, vivimos inventando futuros, puros cambio de fachada, pero no avanzamos. No nos damos cuenta que toda retórica es vacía cuando se desechan los fundamentos, de manera que somos la discontinua continuidad.

Debemos reconocer que no hemos sabido formar ciudadanos, con virtudes de ciudadanos: generosidad, honestidad y solidaridad.

El camino está en reexaminar, analizar y reflexionar sobre lo que han hecho y dicho los grandes ciudadanos de nuestro patrimonio nacional, luego en otro momento, para justificar su ser racional, Don Pedro nos dice que para poder producir hay que vivir en recogimiento, teniendo como norte el pensamiento de Lope de Vega: a mis soledades voy, y de mis soledades vengo, pues para vivir conmigo, me bastan mis pensamientos.

Para transformar a Venezuela hay que hacerlo con hombres que mediten y que piensen, y en Venezuela se piensa y se medita poco. Por eso su gran ilusión fue fundar lo que siempre había ambicionado, un instituto donde la gente estuviera sentada, meditando, pensando, reflexionando, buscando consejo y orientación. Una fundación para meditar. Si la gente meditase y pensase seríamos un emporio. Lamentablemente las reglas del juego se han perdido, no dirigen los que unen, sino los que separan.

El Premio Pedro Grases:

En reconocimiento a su larga labor como docente, todos los años, al final del curso escolar, el Amherst College[31], del Estado de Massachusetts, en Estados Unidos, otorga el Premio Pedro Grases por la excelencia en Hispanismo, al mejor estudiante en el campo de la lengua, cultura y civilización hispánica. Este premio fue creado por el Doctor Ernest Alfred Johnson, un alumno de don Pedro en los cursos de postgrado en la Universidad de Harvard.

Como se puede observar, la contemplación de su vida y su abundante y esclarecedora obra está signada por sus grandes amores: Las letras y la Historia de Venezuela, la tierra de Bolívar, que le dio cobijo y a quien ha entregado lo mejor de su ser.

La Fundación Pedro Grases:

La Fundación Pedro Grases fue creada el domingo, 14 de julio de 2002 con el fin de continuar, promover y difundir su obra intelectual.

Esta institución está formada por cuatro clases de miembros: a) honorarios; b) benefactores; c)Fundadores y d) activos.

Su objetivo es fomentar la investigación cultural y humanística de Venezuela en su sentido más amplio, promoviendo cursos, seminarios, conferencias y estudios destinados a ese fin, dando especial atención a la divulgación, estudio e investigación de la historia y geografía de Venezuela, así como procurar el mantenimiento de las relaciones de cooperación con diversos organismos nacionales e internacionales para contribuir a la formación en el sentido más amplio, de un archivo cultural de Venezuela.

Su Junta Directiva quedó conformada de la siguiente manera:

Presidenta: María Asunción Grases Galofré

VicePresidente: Carlos Maldonado-Bourgoin

Secretario: Ildefonso Méndez Salcedo

Tesorero: David R. Chacón Rodríguez.

1er vocal: José Grases Galofré

2º vocal: Manuel Grases Galofré

3er vocal: Nury Mercedes Moreno Muñoz

Consultor Jurídico: Francisco Delgado Duarte

Entre sus miembros figuran las siguientes personalidades:

Miembros fundadores: Mons. Alfonso de Jesús Alfonzo Vaz, Pedro Manuel Arcaya Urrutia, Heraclio Atencio Bello, Pedro Pablo Azpúrua, Horacio Jorge Becco, Rafael Tomás Caldera Pietri, Lucas Guillermo Castillo Lara, David R. Chacón Rodríguez, Carmen D’Escrivan de Cárdenas, Rafael Di Prisco, Francisco Delgado Duarte, José Grases Galofré, Manuel Grases Galofré, María Asunción Grases Galofré, Pedro Juan Grases Galofré, Gorka A. Lacasa, Carlos Maldonado-Bourgoin, Alexis Márquez Rodríguez, Ildefonso Méndez Salcedo, Francisco Javier Pérez, Oscar Pérez Castillo, Tomás Polanco Alcántara, Pablo Pulido, Mercedes Pulido de Briceño, Rafael Armando Rojas, Oscar Sambrano Urdaneta, Efraín Subero y los Expresidentes Doctores Rafael Antonio Caldera Rodríguez y Ramón José Velásquez Mujica.

Miembros activos: Rafael Arráiz Lucca, María Isabel Brito Stelling, Carlos Edsel González, Maribel Espinoza, Laura Febres, Karl Crispín, Katina Henríquez Consalvi, Luis Larrain, Roberto J. Lovera De Sola, Luis Beltrán Mago, Salom Giovanni Meza Dorta, Rafael Ángel Rivas Dugarte, Alfredo Sainz Blanco, Rafael Strauss, Diego Tomás Urbaneja Soler, Enrique Viloria Vera

Miembros Honorarios

Alemania: Günther Haensch

Bolivia: Valentín Abecia Baldivieso

Chile: Miguel Castillo Didier y Nelson Osorio Tejada

Colombia: Antonio Cacua Prada, Ignacio Chaves Cuevas, Mario Germán Romero, Carlos Valderrama Andrade

Ecuador: Hugo Moncayo.

España: José Andrés-Gallego; Miguel Batllori, s. j., María Montserrat Gárate Ojanguren, Ignacio González Casasnovas; Rafael Lapesa, Francisco Morales Padrón, Fernando Murillo Rubiera, Jordi Pujol, Marisabel Tineo Bonnet, Miguel Torres, Ramón Trujillo, Josep Vilarasau, Alonso Zamora Vicente, Juan Manuel Zapatero

Estados Unidos de América: Ernest Alfred Jhonson, John V. Lombardi, Merle E. Simmons, Hensley C. Woodbrige

Inglaterra: John Lynch

Italia: Antonio Cussen y Antonio Scocozza

Suecia: Magnus Mörner

Uruguay: Arturo Ardao y Héctor Gros Espiell

Venezuela: Fernando Arellano, s. j., Asdrúbal Baptista, Allan R. Brewer Carías, Blas Bruni Celli, Miguel Ángel Burelli Rivas, Luis Antonio Herrera Camping, Lubio Cardozo, Simón Alberto Consalvi, Pedro Cunill Grau, Pedro Díaz Seijas, Ramón Escovar Salom, Aurelio Ferrero Tamayo, Elio Gómez Grillo, Ildefonso Leal, Alí Enrique López Bohórquez, Antonio Macipe, Domingo Felipe Maza Zavala, José Ramón Medina, Eugenio Mendoza Rodríguez, Luisa Elena Mendoza Rodríguez, Silvia Mijares, Domingo Miliani, Gustavo Marturet, Mercedes Carlota Pardo, Pedro Pablo Paredes, Pedro Reixach Vila, Manuel Alfredo Rodríguez, Luisa Rodríguez de Mendoza, Carlos Sánchez Espejo, Rafael Tortosa, Luis Ugalde, s. j., Fermín Vélez Boza, Pascual Venegas Filardo y Gustavo Vollmer.



[1] Nacido en Caracas el jueves, 29 de noviembre de 1781 y fallecido en Santiago de Chile el domingo, 15 de octubre de 1865.

[2] Los otros tenían por nombre: Antonio, José María y Emilio.

[3] En ella firmaba sus artículos con los seudónimos Rabí, Huc o Hug de Cervelló y Anicet.

[4] Sus notas las rubricaba con los apodos Pere, Pere Manuel y Koiata.

[5] Sus colaboraciones fueron signadas con los motes Segura y Agustín Cerreres.

[6] En sus trabajos utilizaba los siguientes sobrenombres: Jaume Galofré, Jordi Pibernat, Pere Pi, Agustí Pons i Benet, Joan Escassany i Valero, Jaume Fàbregas, Antoni Incenser y Joan Clapés Bosh.

[7] Nacido el sábado, 8 de octubre de 1910, muerto en Caracas, el sábado, 2 de marzo de 1985.

[8] En este instituto publicó una revista de difusión titulada Institut Escola, donde colaboraban los maestros y estudiantes.

[9] Año II. Nº 7, junio de 1929. Fue reeditado en el volúmen XVI de sus obras. p. 454-458.

[10] Librería de la Calle San Diego de Santiago de Chile.

[11] Chacón Rodríguez, David R.: Pedro Grases: un joven de casi 89 años. En: Revista Venezuela Cultural. Año 2. Nº 12. septiembre de 1998.

[12] Caracas: Editorial Élite. 1940. 43 p. Dedicado a Don Manuel Segundo Sánchez, padre y padrino de sus investigaciones bibliográficas venezolanas. Fue publicado la primera vez en la Revista Nacional de Cultura. Caracas. Nº 21 y 22, agosto y septiembre de 1940. Posteriormente fue recogido en sus Ensayos y Reflexiones, 1, Obras de Pedro Grases. Nº 13. Caracas-Barcelona-México: Editorial Seix Barral. 1983. p. 234-256.

[13] Creada para honrar la memoria de este gran humanista y maestro de América.

[14] Con el fin de promover la investigación científica en el campo de las ciencias humanisticas.

[15] Archivo del General Miranda. Negociaciones 1804-1806. Publicación ordenada, dirigida y revisada por el Dr. Vicente Dávila (Capacho - Estado Táchira: 26-9-1874 – 19-4-1949), Comisionado por el Gobierno Nacional. La Habana (Cuba): Editorial Lex. 1950. Tomo 17. 1950. p. 219-221.

[16] Una relación detallada de las gestiones realizadas por la Universidad para adquirir la biblioteca del Precursor, Véase: Méndez y Mendoza, J. de D: Historia de la Universidad Central, Tomo II, p. 101-102; Grisanti, Ángel. La donación del Precursor a la Universidad Central de Caracas, en Cultura Universitaria, Nº XVII-XVIII, p. 19-24 y El Heraldo, Caracas, 28-4-1950 y Pérez Vila, Manuel: Vargas y Revenga, en Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Nº 43, Caracas, 24 de julio de1954, p. 120-121.

[17] Leal, Ildefonso: La Universidad de Caracas en los años de Bolívar. Caracas: Imprenta Universitaria. Ediciones del Rectorado de la UCV. 1983. Vol. II. Doc. 398. p. 311-313. Homenaje al Libertador en el Bicentenario de su nacimiento.

[18] Comisión organizadora del Cuatricentenario de Caracas: Los Libros de Miranda. Prólogo de Arturo Uslar Pietri (Caracas: 16-5-1906 – 26-2-2001.). Advertencia bibliográfica de Pedro Grases. (Villafranca del Penedés - España:17-9-1909 – ). Apéndice: Lista de libros en el Archivo de Miranda; p. xxxvi-lxx. Reproducción facsimilar; 3h- 11-44/p. 2h. Caracas, Venezuela: Cromotip. Ediciones de la Comisión Nacional del Cuatricentenario de la Fundación de Caracas. Comité de Obras Culturales. – 1966; lxx, 33, 44 p. facsims. 24 cm. En esta obra se reproducen los catálogos de los libros de Miranda vendidos en las dos subastas públicas hechas en Londres, Inglaterra, en 1828 y 1833.: Catalogue of the Valuable and Extensive Library of the late General Miranda Part the First, which will be sold by Auction by Mr. Evans, on Tuesday, july 22, and the two following days, 1828. Y Catalogue of the Second and Remaining Portion of the Valuable Library of the late General Miranda, which will be sold by Auction by Mr. R. H. Evans on saturday, april 20 and the three following days.- 1833. Estos catálogos dejan ver la importancia y calidad de la biblioteca que tenía aproximadamente unas 2.254 obras en 5.062 volúmenes. De este libro la Fundación La Casa de Bello hizo dos reediciones, una en 1979 y la otra en 1994.

[19] Véase: Grases, Pedro: Miranda y los libros. En: El Nacional (1943).- Caracas (Venezuela). Viernes, 29 de diciembre de 1950. Lo reprodujo también en su obra En torno a la obra de Bello. Caracas (Venezuela). – 1983 y en Identificación del legado de Miranda. En: Obras de Pedro Grases (Villafranca del Penedés, Provincia de Barcelona - España: 17-9-1909 – ). Volumen 5: La Tradición Humanística. Barcelona (España). Editorial Seix Barral. 1a. Edición. Enero de 1981; p. 20-23.

[20] Apareció entre la correspondencia diplomática de la Legación de Colombia en la Gran Bretaña. La relación lleva por título: Alphabetical List of The Greek Classic Belonging to the Library of The Late General Miranda e indica el nombre del autor, título de la obra generalmente abreviado, Nº de volúmenes, tamaño y fecha de la edición.

[21] Los libros se encontraban expuestos a las inclemencias del caluroso sol de Caracas, por eso su gran deterioro. Aunque fueron posteriormente restaurados, una gran cantidad de ellos están actualmente con los lomos despegados.

[22] Si se hubiera cumplido al pie de la letra el legado testamentario de Miranda el número de libros sería más amplio, los 142 volúmenes enviados a Caracas, sólo constituyen una parte de la colección griega y latina del Precursor.

[23] Catalogue of the valuable and extensive library of the late General Miranda; part the first. Including… executed, by their humble Servant, R.H. EVANS.

[24] Catalogue of the second and remaining portion of the valuable library of the late General Miranda…

[25] Materiales para la bibliografía nacional. En: Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Ofrenda al Gran Mariscal de Ayacucho. Contiene retratos e ilustraciones. Caracas: Tipografía El Cojo. 1ª parte; Tipografía Moderna, II parte. Caracas. 1895. Hay una segunda edición hecha por el Concejo Municipal del Distrito Federal en 1974 hecha con motivo de cumplirse los 150 años de la Batalla de Ayacucho; p. 303-336. Además fue reeditado en: . – Mérida [Venezuela: Universidad de los Andes, Facultad de Humanidades y Educación, Escuela de Letras, 1976. - 37 h.; 22 cm. - (Centro de investigaciones literarias. Serie bibliográfica; 7). BNE19931118360

[26] Bibliografía. Obras didascálicas.

[27] Nacido en Barcelona, miércoles, el 14 de febrero de 1934. Es Médico especializado en Anatomía Patológica.

[28] Nació en Epinal, Francia, el lunes, 1° de febrero de 1937. Es Ingeniero Civil especializado en sismología

[29] Nació el miércoles, 17 de junio de 1942. Es Arquitecta.

[30] Nació el sábado, 17 de agosto de 1946. Es Ingeniero Civil.

[31] Fundado en 1821.

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