La lengua, como el agua, es esencia de la vida en este planeta, y no sabemos en cuantos otros del universo. Ambas están, presentes o ausentes, en todo. Ausentes o presentes porque de ambas maneras todo lo real o imaginario puede sentirse y saberse, sobre todo cuando además de los sentidos y de la inteligencia, se tiene corazón... pero, por qué se me ocurre escribir esto, así, como si estuviera jugando con las palabras... será porque éstas, en el fondo de la verdad, más que signos (orales o escritos) son magia pura...
Eso pienso cuando, embrujado por esos duendes o ángeles de la imaginación, me encuentro, así de pronto, con María Inés, una sorprendente niña que con solamente mirarme y sonreírme me lleva consigo y me pasea por su increíble mundo de fantasía. Pienso, por un instante, que ella es la misma Alicia, la que entró por el espejo al país de las maravillas, o un hada escapada de los cuentos antiguos, o uno de esos seres fantásticos que entretejen los cuentos y los sueños de Efraín Inaudy Bolívar... O tal vez una criatura espiritual de esas que ya se encontraban en el nuestro ancestral cielo precolombino cuando llegaron los santos y las ánimas en los barcos de los conquistadores... Fantasía, hada o ángel protector del niño que siempre anda en los latidos de nuestro corazón, María Inés es, también, reflejo luminoso de Incamar, la bella hija de nuestro fraterno poeta Felipe Herrera Vial. Y su presencia nada tiene de misterio o de simple juego de palabras, sino mucho de poesía, de historia, de verdad y de conciencia social en lo que, aparentemente, es un simple y hermoso cuento para niños. Un cuento -como dice la doctora Alecia Castillo Henríquez- inspirado en la Valencia del S. XX y -pensamos nosotros, sus lectores- escrito para la Valencia de siempre, por Elsa Magallanes de Rojas, una de esas verdaderamente inmensas poetas que viven entre nosotros, en el reino puro de su modestia, su sencillez y su amor indestructible y profundo por Valencia, la ciudad de siempre. Por cierto, testigos de este amor tan puro y generoso como todos los amores, son nuestro inolvidable pintor Braulio Salazar, el primer cronista -Rafael Saturno Guerra y, en la sublime sencillez y ternura del duende, la propia autora, Elsa, cuyos cuentos tienen, además de su elevado valor literario un sitial de honor en la historia inolvidable de esta ciudad. Gracias, amiga Elsa, permíteme invitar a mis nietos a que vean, con los propios ojos del duende, cómo es la eternidad del amor por Valencia.
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