Estoy aquí, sentado frente a mi computadora y pienso: en el 2012
llegué a los sesenta años en la industria de la construcción y cincuenta
y seis años en esta hermosa patria, a la que tanto amo y agradezco
por todo lo que me ha dado en el plano personal, espiritual y profesional.
¡Dios mío, como ha pasado el tiempo! Los recuerdos me llevan al pueblo
de Sarno, Italia, donde vine al mundo, en un humilde hogar, bañado
de muchísimo amor. Desde los siete años empecé a trabajar.
Mis padres, Antonio y María Giovanna, tenían dos vacas.
Mamá o Papá me levantaba a las cinco de la madrugada, después de
asearme y cepillarme, ella me entregaba dos garrafas llenas de leche que luego
yo entregaba casa por casa en cuarticos o medio litro. Esa labor la hacía
hasta las ocho de la mañana. Regresaba rápidamente a la casa, agarraba los
libros y me iba a la escuela, desde las nueve de la mañana hasta las dos de
la tarde. Después de almorzar, generalmente iba a las tareas dirigidas.
Confieso que nunca fui un estudiante sobresaliente, pero siempre aprobaba
todas las asignaturas.
Una llamada por mi celular interrumpe mi pensamiento. La atiendo y al concluir
la conversación con mi interlocutor, vuelvo a sumergirme en los recuerdos.
Durante las vacaciones escolares y cuando tenía algún tiempo libre, me la
pasaba en el campo ayudando a mis padres en las tierras que tenían
alquiladas para sembrar y cosechar hortalizas. Aprendí a arar la tierra, a
regar por gravedad, y otros aspectos relacionados con la agricultura, donde
laboré hasta los 13 años y medio. Al cumplir los catorce años y hasta
los dieciocho años, edad en que me vine a Venezuela, aprendí y me esforcé
por ser un frisador de primera. Así se hacen los hombres y mujeres, con trabajo
y más trabajo. No hay mayor satisfacción que el dormir con la conciencia tranquila
por los logros obtenidos con el sudor de la frente.
En este balance de mi vida, agradezco a Dios el haberme permitido trabajar
por sesenta y siete años, sesenta en la construcción, de manera ininterrumpida,
y el haber logrado casi todos mis sueños en el aspecto familiar, espiritual, y
empresarial, con sus altos y bajos, pues no todo ha sido color de rosa y he tenido
que luchar muy duro para salir adelante. Eso sí, sin perder el optimismo y la confianza
en este país que me cobijó como un hijo más, lo que me ha dado la fortaleza para
enfrentar con gallardía los vientos de cambios, buenos y malos, que han estremecido
a la sociedad venezolana. En tal sentido, puedo decir que algo que va contra
mis principios es el incumplimiento de la palabra empeñada. Por ejemplo, años
atrás, un pelo de un bigote de un hombre era un documento escrito hasta la
década de los setenta. Actualmente, esa premisa ha perdido valor. Mucha
gente adquiere deudas y después las incumplen, cambian las reglas de juego para
favorecerse sin pensar en los daños que ocasiona al otro e incluso no faltan los
que incurren en la violencia física o verbal para evadir los compromisos adquiridos,
poniéndose así a la defensiva. No faltan los que se convierten en tus enemigos
por cobrarles lo que adeudan. Cabe plantearse la inquietud sobre los antivalores
que le estamos inculcando a las nuevas generaciones. Se recoge lo que se siembra.
Mientras escribo estas reflexiones, la nostalgia intenta hacerme su presa,
pero no la dejo. Me siento orgulloso por todo lo que he hecho, con sus fortalezas
y debilidades. Aunque todavía no me he despedido de la actividad empresarial,
pienso que cuando lo haga y con Dios siempre por delante, seguiré activo,
asesorando a mis hijos, dedicándole más tiempo a la familia y a mis nueve nietos,
y por supuesto continuar entrenando todos los días y participando en maratones.
Uno de los proyectos que tengo para esa nueva etapa es la de dar especialización
en friso a albañiles (oficiales de la construcción) que no tienen esa capacitación.
Lo he hablado con varios empresarios de la construcción y les ha parecido una
excelente idea. Para comenzar ayudaría de 15 a 20 albañiles y aprendices del mismo
oficio a formar una cooperativa para que ellos puedan ofrecer sus servicios a
empresas constructoras pequeñas grandes o medianas, yo, además de supervisar
a la cuadrilla sin fines de lucro, le enseñaría el arte del friso, y por lo menos una vez
a la semana, yo frisaría con ellos. El 95 por cierto del friso es práctica y el 5 por
ciento teorías. El tener especialistas en friso, significa menos gasto de energía
en el trabajo, disminución de la cantidad de mezcla a utilizar, etc., lo que beneficiaría
al constructor al reducirse los costos, lo que al final favorecería al consumidor final
que pagaría menos por la vivienda. El albañil también será favorecido, pues al
estar mejor preparado en friso, será más solicitado y ganará más y con mucha
mejor calidad. De esta manera, estaría contribuyendo a formar pequeños
contratistas del friso para hacer grandes empresarios del mañana. Yo comencé así,
y junto a mis socios Mario y Giovanni De Libero llegamos a ser grandes empresarios
de la construcción, construimos desarrollos habitacionales y empleamos a muchísimos
padres de familia.
Sería muy feliz el poder concretar este proyecto -si Dios así lo quiere- No pueden
imaginar el orgullo que sentí cuando hace unos meses fui invitado por el
Politécnico Universitario "Santiago Mariño" para dictar un par de cátedras sobre friso.
La receptividad fue increíble. Hasta el próximo lunes. ¡Qué Dios los bendiga a todos y todas!
sorrento@cantv.net
todoloslunes@gmail.com
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