De Azules y de Brumas || Guillermo Mujica
La Vena del Río... Recordando a Enriquito Grooscors
El pico se yergue sólido, majestuoso, huesudo, como aspirando trepar hacia el cielo, hacia Dios. Su forma es alargada y ruda, abrupta casi, si la vemos por un lado, razón por la cual los labriegos del lugar lo llaman “Burro sin Cabeza”, pero por semeja dos senos erguidos de mujer, dos maternales pezones, motivo por el cual Codazzi lo llamó “Las Tetas de Hilaria” y hoy simplemente se denomina “El Pico Hilaria”, el más alto del estado Carabobo. En los inviernos su forma de nodriza se tiñe de azul, se arrebuja de gajos celestes y en los rudos veranos carabobeños reverbera como un gigantesco espolón de plata con los blancos o rojizos soles tropicales. Su aspecto de nodriza, de henchidos pechos de nodrizas, quizás sea simbólico para los elementos hermosos o mágicos de la naturaleza, como por ejemplo el río Cabriales que nace retozón e infantil casi a sus pies férreos, bajo manantiales rumorosos, en una agua quieta y límpida que llámase “Agua Linda”. Allí bajo bosquecillos de chaparrales y uno que otro copudo samán o chaguaramo, bajo una alfombra tierna y dulce de verdes yerbas (recordamos aquello de Unamuno a Martínez Sierra, “Gregorio, no has visto Ud. Nunca versos bajo la yerba”, el río valenciano comienza a nacer como hace también el hombre, pequeñín y trastabillante, delgado como el primer llanto del recién nacido, pero luego el manantialillo se va engrosando con los nuevos hermanos que se unen bajo el trino de azulejos y turpiales, bajo la mirada aletargada de cotejos y goloso conejos, hasta que más allá, hacia las tierras serranas de Las Trincheras o Bárbula (con su farallón glorioso donde el neogranadino insigne consiguió la muerte clavando el aletazo eterno del tricolor amado) son ya quebradas alegres y ruidosas, saltantes, que hacen traviesas cabriolas por medio de negruscos y severos peñascos, las que le vienen a caer, a unírsele para el viaje bohemio que lo llevará a la ciudad y luego a la laguna lejana.
Ya en Naguanagua, a las puertas de la ciudad, se le unen casi hermanos, riachuelos mocetones con voz de adolescente, quinceañeros, zagaletones que en regocijado alborozo los acompañan como compañeros de escuela en excursión de vacaciones, que fueran en busca de legendarias aventuras constituidas por la caza de pichones de pericos y paraulatas o la obtención de ricos mangos, rojos mereces o gustosos mamones. Ya se ha hombreado y aunque antes (hace decenios de siglos) era grande y robusto y cuando se desbordaba arrasaba sementeras, asolaba valles, inundaba conucos o bien se llevaba de iracundos empujones los puentes de la ciudad y las casas de los barrios de ésta, todavía hoy se siente fuerte y vivo y se sabe destinado a llenar una gran función dentro y para la ciudad, a la que enamora y canta desde que ésta nació al pie de sus aguas, ayer estruendosas y hoy casi como unas lagrimitas. Esta función es la de casi enfermero, la de casi médico, es una función de higienista. En verdad como toda función que redunde para el beneficio de los pueblos ésta que llena el río es un poco dolorosa y requiere resignación y alturas franciscanas.
A él se le ha confiado conducir hacia la laguna distante y poblada de alharacas de cucháros, güiriríes y gallitos los desperdicios de la urbe; en él desembocan para desintoxicación de los valencianos y alejar de ellos las epidemias y las pestes, las cloacas de la ciudad. Pero también anteriormente llenó una misión alta y caballerosa para su amada. Le dio el romance dulce y fresco de sus aguas, de sus carnes trigueñas y viajeras para que calmara su sed, para que refrescara sus labios sitibundos... Como un rendido amado le brindó el placer voluptuoso de sus aguas para la sensualidad de su sed y como un esposo abnegado asea el hogar y colecta basura y toxina que pueden enfermarle la compañera ideal e idealizada, para arrojarlas lejos... Continuará
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