Aprender de las que saben
El Nacional 20 DE JULIO 2014 - 00:01
Harold Nicolson, diplomático inglés cultor del cinismo y la ambigüedad (estuvo casado con Vita Sackville-West, poetisa, jardinera y amante de Virginia Wolf) dijo alguna vez que “la oposición es el arte de prometer aquello que el gobierno no puede asegurar”; su sarcasmo, que no compartimos, nos animó a abordar un tema que por estos días es objeto de apasionada discusión. También contribuyó a ello el que, el pasado sábado 12 de julio, en su bien fundamentada columna semanal sobre el apasionante mundo de la cinematografía, Héctor Concari pasara revista a algunas cintas que, ficcional o documentalmente, tratan la cuestión del dinero y, al asentar que este ha adquirido “carta de ciudadanía en el cine actual”, plantea un reto extraordinario a los cineastas cuando los invita a desarrollar películas en torno a cómo “una banda de ignorantes capitaneados por un golpista iluminado” pudo dilapidar los cuantiosos ingresos obtenidos por la nación durante los últimos 15 años; un desafío tan fascinante debería, además de poner a prueba el talento narrativo de los hacedores de imágenes, aguzar la imaginación y creatividad de los políticos opositores –cuya gestión está siendo severamente cuestionada desde distintos ángulos y por diversos motivos– para explicarle al país, no ya los orígenes de un proceso contrario al interés nacional, que ya no responde a las expectativas de la población, sino cómo hacer para abortarlo sin violentar la Constitución.
La verdad es que la disidencia escogió lo que debería ser su mejor momento para desvariar y no está sacando el debido provecho de las barrabasadas de Maduro ni de la crisis del PSUV. Y no se piense que pretendemos sumar la nuestra al coro de voces condenatorias de esa especie de “oposición a la oposición” que lanza sus dardos contra la MUD, confundiendo la gimnasia con la magnesia, con ácidas críticas que parecieran producto de la impaciencia, no por lo que le reprochan, de vez en cuando con argumentos certeros, sino por lo que proponen o dejan de proponer; como los enragés y situacionistas que, en mayo de 1968, se pronunciaban contra el sistema, no porque fuera asimétrico –que lo era y sigue siendo– sino por aburrido y alienante, algunos exaltados del patio cantan, por ejemplo, loas a las virtudes de “la salida” (como su innegable condición de chispa que reavivó la rebeldía estudiantil), pero omiten que la misma erraba al creer a pie juntillas, al modo de aquellos parisinos que conmovieron a al mundo con sus perspicaces y hasta divertidas consignas, que “la barricada cierra la calle, pero abre la vía”. No la abrió y ya sabemos las consecuencias del dogmático pregón, tanto en la Francia de finales de los sesenta, cuanto en la Venezuela de 2014.
Quienes fustigan a la MUD atribuyéndole inmovilismo respecto al acontecer real, ese que colocó a las amas de casa al acecho y búsqueda –caza, pesca y recolección de nuevo cuño– de productos indispensables para la dieta familiar, no dejan de tener una buena dosis de razón; riñen, sin embargo, con el organismo equivocado, pues no es este un partido, ni una colación a la usanza de los frentes populares y que, a menos que se transforme o reinvente, incorporando otros factores y actuando en ámbitos más amplios, seguirá siendo una instancia de negociación de acuerdos electorales para ganar espacios y suministrar a los partidos que a ella concurren una tribuna desde la cual puedan desarrollar, ellos sí, iniciativas en defensa de la ciudadanía. Ese y no otro es el papel de la Mesa de la Unidad. Que sus coordinadores expresen sus pareceres no implica que estas cuenten con el apoyo incondicional de sus componentes, los cuales, para ser honestos, deberían acometer una renovación integral de sus liderazgos y dar paso a una nueva generación que quiere ser protagonista del cambio, y no simple comparsa de figurones (pre)históricos, que ha demostrado que puede hacerse oír y que, gracias a sus decisivas actuaciones, el gobierno se vio forzado a abrir (para cerrarlas de inmediato) las compuertas al diálogo.
La MUD pudo, en una importante coyuntura, dinamizar a la oposición, minando la influencia gubernamental en bastiones que se tenían como rojos a perpetuidad; pero, por falta de una adecuada estrategia comunicacional (entre otras notorias falencias), es percibida como un tinglado de contradicciones que legitima a Maduro y navega a la deriva en las aguas del descuerdo, temiendo naufragar antes de que se produzca un providencial rescate. No ha atinado a entusiasmar con un debate nacional de altura ni ha sabido hacer uso de medios alternativos para contrarrestar la hegemonía comunicacional del chavismo; más eficientes han demostrado ser las mujeres que, vía SMS, saben dónde y cuándo encontrar lo que escasea. De ellas deberían aprender quienes pretendan sintonizar de verdad con el país.
rfuentesx@gmail.com
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